Capítulo 24
T.J.
La miré alejarse después de haberle cepillado el pelo. Recordé lo que había pasado días atrás, cuando se le había escapado aquel gemido al acariciarle la pierna. ¿Qué clase de sonidos haría si la tocara en otras partes? El impulso de meter la mano por dentro de su biquini y averiguarlo había sido casi irreprimible. De haber estado en Chicago, no tendría la menor posibilidad con ella, pero empezaba a preguntarme si, dadas las circunstancias, sí tenía alguna.
***
Nadábamos de aquí para allá en la ensenada, esperando a los delfines.
—Me aburro —dije.
—Yo también —reconoció ella, flotando de espaldas—. Oye, ¿por qué no intentamos ese salto que hacían Johnny y Baby?
—¿A qué te refieres?
—¿No has visto Dirty Dancing?
—No —el título no sonaba mal del todo, la verdad.
—Es una peli fantástica. La vi en el instituto, en el 87, si no recuerdo mal.
—Yo tenía dos años.
—Ah. A veces olvido lo joven que eres.
T.J. negó con la cabeza.
—No soy tan joven.
—Bueno, el caso es que Patrick Swayze interpretaba a un profesor de baile llamado Johnny Castle, que trabajaba en una especie de gran complejo vacacional en Catskills. Jennifer Grey interpretaba a Baby Houseman, una chica que había ido a pasar las vacaciones allí con su familia —hizo una pausa y añadió—: Oye, se me acaba de ocurrir una cosa: Baby y su familia pasaban todo el verano lejos de casa, igual que nosotros.
—¿Y la tal Baby tampoco quería estar allí?
Anna negó con la cabeza entre risas.
—No creo. Se lía con Johnny y pasan mucho tiempo en la cama.
«¿Cómo es que no he visto esa película? Promete bastante».
—Pero entonces Penny, la compañera de baile de Johnny, se queda embarazada y Baby tiene que sustituirla. El número incluía un salto difícil, y al principio Baby no se atrevía a hacerlo, así que practicaban en el agua.
—¿Y eso quieres que hagamos ahora? —si el numerito implicaba tocar a Anna, no veía la hora de empezar.
—Siempre he querido intentarlo —declaró—. Tan difícil no puede ser —se puso en pie delante de mí y prosiguió—: A ver, yo vendré corriendo hacia ti, y cuando salte, me pones las manos aquí —me cogió las manos y las colocó sobre sus caderas—.Y me levantas por encima de tu cabeza. ¿Podrás hacerlo?
Puse los ojos en blanco.
—Por supuesto.
—Baby llevaba pantalones en el agua cuando lo hacía, algo que nunca he comprendido. Muy bien, ¿listo?
Asentí. Acto seguido, Anna corrió hacia mí y saltó. En cuanto mis manos rozaron sus caderas, se me desplomó encima, según ella porque le hacía cosquillas. Acabé con la cara en su entrepierna.
En cuanto logramos desenredarnos, me dijo:
—La próxima vez no me hagas cosquillas.
—Yo no te he hecho cosquillas —repliqué entre risas—. He puesto las manos donde me has dicho.
—Volvamos a intentarlo —retrocedió para coger impulso—. Allá voy.
Esta vez, cuando la cogí en volandas, el agua era demasiado profunda y no pude mantener el equilibrio. Caí de espaldas y Anna volvió a aterrizar encima de mí, lo que no me desagradó en absoluto.
—Mierda. Ha sido culpa mía —dije—. Tenemos que hacerlo donde no cubra tanto. Intentémoslo de nuevo.
Esta vez el salto salió a la perfección. La levanté en el aire y ella estiró brazos y piernas al tiempo que arqueaba la espalda.
—¡Lo hemos conseguido! —exclamó.
La sostuve tanto como pude y luego flexioné los brazos. Había retrocedido unos pasos y estábamos en una hondonada, por lo que Anna no hacía pie y se hundió en el agua en cuanto la solté. La ayudé a volver a la superficie, respiró hondo y me echó los brazos al cuello, me rodeó la cintura con las piernas y se aferró a mí.
Parecía sorprendida, quizá porque esperaba hacer pie, o porque sus nalgas descansaban ahora en mis manos.
—¿Sabes, Anna?… ahora ya no me aburro, ni mucho menos.
De hecho, si se desplazaba unos centímetros hacia abajo, comprobaría por sí misma lo poco aburrido que estaba.
—Me alegro —seguía aferrada a mí, y estaba a punto de besarla cuando dijo—: Tenemos compañía.
Miré hacia atrás. Cuatro delfines entraban en la ensenada, sacando el morro fuera del agua para saludarnos, invitándonos a jugar con ellos. Decepcionado, salí de la hondonada y solté a Anna, no sin antes asegurarme de que hacía pie.
Jugar con los delfines no estaba mal, pero me gustaba infinitamente más jugar con Anna.