3. Indicios de rebelión
El futuro guardaba, pues, un desengaño, aunque por el momento nada permitiese sospecharlo. Papá, el noble y viejo cocodrilo, no se sentía decepcionado en lo más mínimo en sus esperanzas de que la menor de sus hijas no le representase ningún gasto de preocupaciones o dinero. Reclamó de inmediato su derecho al olvido y en menos de una semana había olvidado por completo a la pequeña: no volvería a pensar en ella sino una vez más. La madre superiora pasó varios años igualmente satisfecha; siempre que preguntó a la garita si quería ser santa, la garita respondió que si los santos podían comer muchos dulces ella aspiraba a la santidad. Pero las monjas estaban más contentas que nadie. El bullicio, la agitación y las infinitas travesuras con que la garita alegró la paz del convento superaron todo lo que habían imaginado. Los dormitorios de las monjas de más edad se convirtieron en gallineros alarmados por un zorro; las más jóvenes quedaban sin aliento tratando de satisfacer los caprichos de la privilegiada garita, ante cuyas diabluras no podían contener la risa, ni siquiera en la capilla.
Hacía tiempo que la niña había recibido en bautismo el nombre de Catalina, un buen nombre cuyos diminutivos Cata o Carita recuerdan su primer nombre de «garita». Digamos de paso que llevaba también un apellido antiguo y honorable, De Erauso, que hasta hoy puede encontrarse en Vizcaya. Su padre, el hidalgo, que era oficial del ejército español, se cuidaba muy poco de que su garita se volviese lobo o cordero, pues había transferido todos sus derechos sobre Catalina a San Sebastián que los conservaría mientras Catalina tuviese vida. Al parecer Catalina tenía intenciones de vivir mucho tiempo, pues crecía lozana como un rosal de junio, alta y fuerte como un cedro joven. Sin embargo, a pesar de una salud tan robusta que no permitía suponer que la muerte la separaría de San Sebastián, y de la solidez de los muros conventuales que parecían impedir cualquier otra separación, se acercaba el momento en que prescribirían todos los derechos de San Sebastián sobre Catalina, y en que todos los chateaux en Espagne levantados por el santo sobre la fidelidad claustral de su pequeña Catalina se desplomarían en un instante, como sucede en nuestros días con tantas vanidades de origen español, tales como las constituciones y las cartas españolas, las reformas financieras españolas, los bonos españoles y otras minúsculas especies de la ostentosa mendacidad española.