Capítulo 12

Michael estaba sentado ante su escritorio, en la oficina que compartía con su tío. Era incapaz de concentrarse. Su tío lo miraba de vez en cuando, dificultando aún más su labor.

—¿Estás bien, Michael? —su sobrino se encogió de hombros.

—Ya echas de menos a Heather.

—Todavía no se ha marchado.

—Lo sé. Pero ya la echas de menos, ¿verdad?

—Ha sido parte de mi vida desde que éramos niños.

Hacía seis días le había expresado su intención de marcharse definitivamente. No sabía si se iría a Oregón, a Washington o a California del Norte. Le había prometido mantener el contacto, pero eso no lo había tranquilizado en absoluto.

¿Así se había sentido su madre al perder a su padre?

Michael se volvió hacia su tío.

—¿Por qué mi madre no pudo superar lo de mi padre?

—No lo sé. Tu madre nunca me habló de ello. Lo único que realmente le preocupaba eras tú, qué iba a ser de ti.

Su madre había contactado con Bobby cuando ya estaba muy enferma, en fase terminal.

—¿Nunca te dijo que mi padre había sido el amor de su vida?

—No. Apenas mencionaba a Cameron. Ya llevaba bastante tiempo muerto por aquel entonces. —Michael asintió. Cameron Elk, el padre al que nunca había conocido, había muerto en la pelea de un bar hacía ya muchos años—. ¿Sabías que ella tenía un álbum en el que iba almacenando todos los artículos y fotos de sus rodeos?

Sorprendido, Bobby levantó las cejas.

—No, no lo sabía.

—Yo todavía lo conservo, porque sé que era importante para mi madre.

—Era una mujer maravillosa.

—Sí, lo era —Michael recordó a su hermosa madre. Había conocido a su padre en el café en el que ella trabajaba. Cada vez que tenía un rodeo por la zona, iba a visitarla y se pasaba la noche con ella. Pero al descubrir que estaba embarazada, no regresó jamás.

Bobby frunció el ceño.

—Siento de verdad lo que te hizo Cameron. No tenía derecho a abandonarte de aquel modo.

—Por suerte, tú me acogiste —miró al hombre que había evitado realmente que se convirtiera en huérfano—. Lo más duro para mí fue pensar en todos aquellos años en que mi madre estuvo esperando a que mi padre regresara. Ella confió en él. Estar enamorada le impidió ser feliz.

El ceño de Bobby se frunció aún más.

—Estar enamorada no fue lo que le impidió ser feliz, sino estar sola. ¿Cómo te sentirías tú si no volvieras a ver a Heather?

La mirada de Michael fue elocuente.

—No la vi durante dieciocho meses.

—Lo sé, pero mantenías viva la esperanza de que algún día regresaría. Una parte de ti no quería dejarla marchar.

—La dejo marchar ahora.

—¿Por qué? —preguntó Bobby—. Heather no te está tratando del modo en que Cameron trató a tu madre. Te ama y mucho, Michael.

—Las cosas no son tan simples. Además, no voy a perder el contacto con ella. Tenemos un hijo en común. Seguiremos viéndonos siempre.

¿O no? ¿Y si Heather no se sentía a gusto en la ciudad a la que se trasladara y se decidía por un cambio radical? ¿Y si se acogía al programa de protección de testigos del FBI? En ese caso, perdería a Heather y Justin para siempre.

Sintió un incontrolable ataque de pánico. Se levantó, repentinamente desesperado por verla.

—Voy a salir un rato —dijo Michael.

Sin esperar respuesta alguna, se marchó del rancho y se encaminó a su granja.

Al llegar, se encontró a Heather en el salón, tecleando su currículo en el ordenador portátil. Su almuerzo a medio comer estaba a un lado de la mesa.

Michael supuso que Justin estaría durmiendo la siesta.

Al oírlo entrar, Heather alzó la vista mecánicamente. Pero pronto volvió a apartarla, evitando sus ojos.

Michael se preguntó qué hacía allí, por qué había ido. ¿Debía admitir que apenas podía comer ni dormir por su causa? No sabía si podría sobrevivir sin ella. Aún no se había marchado y ya echaba de menos su tacto, su aroma...

—Temo que desaparezcas —le dijo sin preámbulos. Ella alzó la vista de nuevo—. Me da miedo que te acojas al programa de protección de testigos y no volver a veros jamás.

—Nunca haría eso —dijo ella—. Por mucho que eche de menos de mi hermano, siempre te echaré mucho más de menos a ti. No puedo ni imaginarme la idea de no volver a verte.

—No me abandones, Heather —las palabras salieron a borbotones de su boca—. Por favor, no te vayas.

Ella lo miró atónita.

—¿Por qué? —preguntó ella—. ¿Por qué debo quedarme?

—Porque yo... —se quedó en silencio unos segundos—. Porque te quiero.

Ella abrió los ojos sorprendida.

—¿Desde cuándo?

—Desde que tenías dieciséis años. Quiero que te cases conmigo.

Ella lo miró confusa y los ojos se le llenaron de lágrimas.

—¡Oh, Michael! ¿Estás seguro?

—Sí —dijo él. Acababa de comprender sus sentimientos. Había confundido el amor con la soledad—. No quiero vivir sin ti. Tenía miedo de admitir que te necesitaba, pero he superado mis temores.

Ella se levantó y lo abrazó suavemente. Sus miradas se encontraron. No era necesario que ella respondiera a su petición: sus ojos le daban el «sí, quiero» que esperaba.

Heather le desabrochó los botones de la camisa, ansiosa por sentir el calor de su piel. Apoyó la mejilla sobre su pecho.

Michael Elk la amaba y siempre la había amado.

—Había abandonado mis sueños, creyendo que eran imposibles.

—Yo también. Pero no volveré a hacerlo.

—Yo tampoco —dijo ella, mientras sentía la respiración acompasada del hombre al que amaba—. ¿Qué te hizo darte cuenta?

El le besó la frente, instándola a mirarlo.

—Fue algo que mi tío me dijo. Me preguntó cómo me sentiría si no volviera a verte. De pronto, me entró el pánico.

—Yo estoy aquí para quedarme a tu lado —le dijo—. Nunca jamás me volveré a marchar.

—Siento haberte hecho daño con mi incapacidad de admitir mi amor.

—Yo también me arrepiento de todas las acciones que te han causado dolor.

—Tú te has disculpado ya muchas veces, Heather. Ha llegado el momento de que abandonemos los sufrimientos del pasado y empecemos de nuevo.

Después, él la tomó de la mano y la condujo al dormitorio, para sentir una vez más en la piel y dentro de ella su amor confeso.

Epílogo

Heather había esperado aquel momento durante toda su vida.

Finalmente, allí estaba, delante del espejo, mirando su reflejo. Llevaba un bonito vestido blanco, largo y sin mangas, con un corpiño adornado con pequeños lazos. Se había peinado con el pelo suelto, tal y como le gustaba a Michael.

—Estás radiante —le dijo Julianne.

—Gracias.

Heather había decidido que ella fuera su dama de honor. La presencia de Julianne le transmitía paz y seguridad.

La inmensa felicidad de la novia se veía sólo velada por la ausencia de Reed y de Beverly. No obstante, sabía que su hermano estaría bien y que habría encontrado, finalmente, un destino mejor.

—¿Estás lista? —le preguntó Julianne.

—Más que lista —estaba ansiosa por casarse con el hombre al que amaba, de pasar el resto de su vida con Michael Damián Elk.

Julianne le dio el ramo de flores y se encaminaron hacia la iglesia.

Al entrar, vio a Michael en el altar, vestido con una camisa cheroquee y la manta azul tradicional sobre los hombros.

Bobby, el padrino, se acercó a la novia.

—Me alegro mucho por vosotros —le dijo.

—Gracias —respondió ella. Bobby le entregó a Justin y Heather lo besó. Luego lo puso en el suelo donde ya se mantenía de pie solo.

De la mano de Julianne, el pequeño comenzó a recorrer el pasillo en dirección al altar, precediendo a su madre.

María, ejerciendo de madre de la novia, se ocupó del niño cuando llegaron al altar.

Bobby cubrió a Heather con una manta azul como la que llevaba Michael y dio comienzo la ceremonia.

Después de intercambiar sus promesas y sus anillos, bebieron de una vasija de barro, como si estuvieran reuniendo los rituales de dos culturas. Al lanzar el vaso contra el suelo y partirse en mil pedazos, Heather y Michael se convirtieron en uno solo.

Se sustituyeron las mantas azules, que simbolizaban el pasado, por una única de color blanco que representaba su unión.

El sueño de Heather de ser la esposa de Michael se había convertido en realidad: era la única mujer que había cautivado su corazón.

Fin