Capítulo 9
Dos días después de que Heather y Michael regresaran a Texas, llevaron a Justin a los establos para que viera los caballos del rancho.
La situación entre ellos se había estabilizado, pero seguía siendo confusa. Michael le había pedido que se quedara, pero no se había comprometido.
¿Llegaría a hacerlo alguna vez, o no era más que una vana esperanza?
—Este es «Caballero» —le dijo Michael al bebé, presentándole al caballo—. Es uno de mis favoritos.
El caballo relinchó y Justin lo miró con los ojos muy abiertos.
—Puedes acariciarle la cabeza así —dijo Michael, tomando la mano del pequeño e instándolo a pasársela por la cabeza.
El caballo relinchó de nuevo y Justin se asustó ligeramente.
—Tranquilo. Es el modo en que hablan los caballos. No pasa nada —se volvió hacia Heather—. Tengo que enseñarle a montar.
Ella sonrió.
—Es un poco pequeño aún.
Él se encogió de hombros.
—Cuando crezca.
Heather se enterneció al oír aquel comentario. Poco a poco Michael iba asumiendo cada vez más su papel de padre. Empezaban a ser una familia.
Justin barbulló otra vez.
Heather fijó su atención en el perfil de Michael. ¿Realmente Justin se parecía a él, o la gente veía lo que quería ver?
De pronto sintió un nudo en el estómago.
Michael debía saber, tarde o temprano, lo del otro bebé, el que se había escapado de su lado al nacer. Pero su reconciliación era aún demasiado nueva. Temía que la culpara de la muerte del niño.
A Heather se le secó la boca. ¿Cuándo debería decírselo? ¿Pasados seis meses, un año? ¿Cuánto tiempo tardaría su relación en solidificarse? Él temía amarla, temía que ella le hiciera daño. ¿Podría perdonarla entonces por haberse marchado sin decirle que estaba embarazada, por no haberle dicho que su hijo había muerto?
La voz de Michael se filtró en sus pensamientos.
—Salgamos fuera —le dijo a Justin—. Vamos a ver montar al tío Bobby.
Heather se dijo a sí misma que tenía que ser fuerte y agradecerle a la vida que le hubiera dado una segunda oportunidad con el hombre al que amaba. Tal vez pudiera reparar todo el mal hecho comportándose como una buena esposa y una buena madre.
—Podríamos comer algo en el campo, pedirle a Gerard que nos prepare algo de comida.
Michael sonrió.
—Me parece una idea extraordinaria. ¿Y a ti?
Justin sonrió.
—Me alegro de que vayas a enseñar a Justin a montar algún día.
—Todos los niños de origen indio deberían aprender.
—Las niñas también —apuntó Heather.
El día transcurrió agradablemente y, horas más tarde, regresaron a casa.
Heather puso al bebé dormido en su cuna, mientras Michael escuchaba los mensajes. Su expresión se volvió oscura.
—¿Qué sucede? —preguntó ella.
—Era Halloway. Beverly ha muerto esta mañana.
Heather aspiró conmocionada. Sabía que la noticia llegaría tarde o temprano. A pesar de todo, dolía como una flecha clavada de improviso.
—El funeral será el martes, pero Halloway ha dicho que no nos quiere ver allí.
Las lágrimas salían de los ojos de Heather.
De pronto, un extraño pensamiento la reconfortó: Beverly estaba con su bebé, cuidando de él.
Se hizo un profundo silencio y Michael se aproximó a ella y la abrazó. Ella apoyó la cabeza en su hombro y se prometió a sí misma que algún día le contaría lo ocurrido.
Algún día...
El día de la esperada llamada de Reed llegó. Ansiosa, Heather aguardaba inquieta junto al teléfono.
—¿Y si no llama? —preguntó Michael.
—Llamará —contestó ella.
—¿Y si no lo hace?
La pregunta se quedó en el aire, pendiendo sobre sus cabezas.
Si no llamaba, significaba que Reed tenía problemas. Quizás, incluso, podría estar muerto.
La mafia no había cejado en su búsqueda.
—No puedo evitar preocuparme —dijo ella.
Michael miró el reloj.
—Todavía no es la hora.
Faltaban aún veinte minutos.
Ella respiró profundamente y se dijo a sí misma que debía relajarse.
Su hermano era un genio, mucho más listo y astuto que ningún matón. Seguro que estaría bien.
Se acomodó en la silla y miró a Michael y al bebé. Eran su familia, su grupo de apoyo.
Justin señaló una figura del libro que Michael le estaba enseñando.
—Eso es una jirafa —le dijo él, mientras buscaba algún sonido para describir al animal. Estiró el cuello en un gesto representativo—. Son muy altas, ¿lo ves?
Justin imitó el movimiento.
—¡Muy bien! —dijo Michael con orgullo—. Es un chico listo.
—Como mi hermano —respondió Heather.
—Sí, como tu hermano —repitió Michael y se quedó pensativo—. ¿Por qué Halloway le impidió a Reed relacionarse con su hija?
—Porque hay ciertas reglas. Al parecer tener una relación con alguna de las esposas, hermanas o hijas de miembros de la mafia está prohibido. Es castigado con la muerte.
—Pero Reed no estaba jugando, iba en serio y realmente quería a Beverly. ¿Hay alguna norma contra eso?
—No, si tienen permiso del cabeza de familia. Pero Halloway no quería que su hija se casara con ningún miembro de la organización.
—Es extraño. Normalmente los grandes jefes no tienen ese tipo de reparos. Sus propios hijos son cabezas visibles de las organizaciones.
—Supongo que Halloway protegía con excesivo a celo a su hija.
—Pues a mí me da la sensación de que hay algo más que eso.
—Reed y Beverly jamás me comentaron nada.
—Puede que hubiera algo que no querían que supieras.
—Seguro que el FBI sabe exactamente lo que está ocurriendo.
Ella agarró la tarjeta que Sims le había dado, dispuesta a darle a su hermano la información que requiriera.
Pasaron treinta minutos sin que el teléfono sonara y el miedo comenzó a hacerse presa de ella.
Tal vez su hermano no fuera tan listo como ella había querido creer, quizás no hubiera sabido esconderse...
El teléfono sonó, sobresaltándola.
Ella se lanzó a agarrar el auricular con el corazón acelerado.
—Siento haberme retrasado —dijo una voz familiar.
Heather suspiró y asintió a Michael, confirmando que se trataba de su hermano.
—He estado muy preocupada.
—Pensé que me estaban siguiendo, pero al final, resultó ser una falsa alarma.
A Heather se le hizo un nudo en la garganta. ¿Debía hablarle sobre Beverly, decirle que había muerto?
—¿Cómo van las cosas entre Michael y tú?
—preguntó su hermano.
—Van mejorando —dijo ella—. Es un buen padre, tan bueno como tú dijiste que sería. Hubo una pausa.
—¿Cómo está Justin? —preguntó Reed con la voz cargada de emoción.
Ella miró al bebé, que tenía un chupete en la boca.
—Está muy bien, sano y feliz. Adora el racho.
—Lo echo de menos.
—Lo sé —también sabía que aquella conversación sería breve, aún cuando estuviera encriptada.
Reed no corría riesgos innecesario—. Dos agentes del FBI estuvieron aquí.
—¿Qué querían?
—Dijeron que podían ayudarte. Dejaron su número y su nombre. Te los doy.
—¿Estás segura de que eran del FBI?
—Michael lo comprobó.
Le dio toda la información que contenía la tarjeta.
—¿Los llamarás?
—No lo sé. Tengo que pensar sobre ello —dijo Reed—. Te quiero mucho, hermana.
—Yo también a ti.
Aquellas palabras que resultaban tan fáciles entre hermanos, eran tremendamente difíciles entre amantes.
—Dale a Justin un beso de mi parte. Trataré de llamar otra vez, pero no estoy seguro de cuándo podrá ser.
—Estaré preparada —dijo ella.
—Dale a Michael las gracias de mi parte. Dile... —la voz se le quebró y carraspeó—. Sólo dale las gracias.
—Lo haré.
Un segundo después, la voz de su hermano se había desvanecido.
—Parecía sentirse muy solo, y como si tratara de mantener las distancias —dijo ella—. No me he atrevido a decirle lo de Beverly.
—Es normal —respondió Michael y permanecieron un tiempo en silencio—. ¿Por qué crees que ella se enamoró de él? Si detestaba el negocio de su padre, ¿cómo es que acabó en los brazos de uno de sus acólitos?
Heather suspiró.
—La gente no puede controlar de quién se enamora.
Él frunció él ceño y ella trató de apaciguar el dolor de no sentirse amada. Michael no podía comprender lo que había entre Reed y Beverly.
—Lo siento —dijo él—. No quería decir que Reed no fuera suficiente para Beverly.
—Él mismo lo decía continuamente —respondió Heather.
Michael le acarició el pelo en un gesto de cariño.
—¿Tienes hambre? Si quieres puedo hacer algo de cenar —le preguntó él.
—Bien.
Juntos se encaminaron a la cocina.
—Reed me ha pedido que te dé las gracias. Michael sonrió.
—Creo que está funcionando. Me refiero a esto de ser padres.
—Sí, yo también —dijo ella.
Unidos en un abrazo que incluyó a Justin,
Heather dejó que la belleza del momento la llenara. Sentía que eran una familia.
El Corral estaba abarrotado de gente que bailaba al ritmo de la música country. Michael y Heather ocupaban un íntimo rincón cercano a la ventana. Era una cita, una noche fuera.
Michael no estaba seguro de que una salida a El Corral pudiera ser considerada romántica. Pero, en cualquier caso, ésa había sido su intención y esperaba que ella lo comprendiera así.
Quería mostrar a todo el mundo que su chica había regresado, y ya no se sentaba solo en la barra del bar a pasar la noche entre otros tipos solitarios.
—Estoy un poco nerviosa.
—¿Por qué?
—Es la primera vez que dejamos a Justin solo.
—No está solo, está con Bobby y con Julianne.
Ella suspiró.
—Lo sé, pero...
—Toma —le tendió el teléfono móvil—. Llámalos.
No quería que estuviera preocupada. La había llevado allí con la esperanza de que se relajara.
Ella aceptó el aparato sin rechistar y tecleó el número.
—Hola, Julianne. Soy Heather. Quería saber qué tal estaba Justin —se sentó muy derecha y escuchó con interés la voz que la informaba desde el otro lado de la línea—. ¿De verdad? Me alegro. Por favor, pásamelo —miró a Michael—. Justin se va a poner al teléfono.
Él la miró con una amplia sonrisa. Se imaginaba al pequeño balbuceando aquellos sonidos ininteligibles que solía hacer cuando jugaba con su teléfono de plástico.
—Hola, cariño —dijo ella dulcemente—. ¿Te estás divirtiendo?
Michael observó la maternal expresión de su rostro y el brillo de sus ojos. Su sonrisa lo decía todo.
Después de un breve monólogo, se despidió del pequeño, volvió a hablar con Julianne y luego colgó con una sonrisa esplendorosa.
—¿Te sientes mejor? —le preguntó él nada más verla colgar.
—Sí, mucho mejor.
Heather lo miró y él estudió su rostro. Siempre se había sentido fascinado por ella, incluso cuando eran niños.
—Eras muy dulce de pequeña —dijo inesperadamente él.
—¿Dulce?
—Me encantaba que estuvieras enamorada de mí. Me hacía sentir importante.
—Eras importante. Eras el único chico con el que quería estar. Claro que había algunos
que iban detrás de mí, como aquél que me invitó al baile una primavera. Besaba muy bien, todo hay que decirlo, y...
—¡Para! —dijo él con premura. Recordaba demasiado bien aquel baile.
—¿Celoso?
—Por supuesto —dijo él, lanzándose un cacahuete a la boca y soltando después una carcajada.
—Como si tú no me hubieras hecho la vida imposible con tus romances. Puede que yo besara a algún que otro chico, pero tú siempre estabas con alguna chica nueva.
—¿Qué voy a hacerle si resulto irresistible? —dijo, y ella lo miró con el gesto torcido.
—No eran más que un puñado de tontas, Michael.
—Lo sé. Pero realmente no me interesaban, porque estaba esperándote a ti.
—¡Pues qué modo de esperar, acostándote con todas las rubias de la ciudad!
Michael se maldijo por haber sacado aquel tema. No la había llevado allí aquella noche para hacer chistes malos sobre el pasado.
—¿Bailamos? —le preguntó, cambiando el rumbo de la conversación.
Sus miradas se encontraron y ella pareció relajarse.
Danzaron con el ritmo suave de una canción romántica. El cuerpo de ella se acoplaba perfectamente al de él.
El inclinó la cabeza y la besó, saboreando el dulzor de sus labios.
Después, ella se perdió en sus ojos con aquella mirada que lo inquietaba y excitaba.
—Te amo, Michael.
Apenas sin aliento, él respondió.
—No deberías decir eso.
—No puedo evitarlo.
Tampoco podía él evitar temer al amor o dejar de estar obsesionado con ella.
—No vuelvas a abandonarme.
—No lo haré.
—¿Lo prometes?
—Sí.
Ella rozó su mejilla con los labios mientras él rogaba por que aquella promesa se hiciera realidad.