Capítulo 7
Heather adoraba el rancho de Elk Ridge. Le encantaban los pastos verdes, los riachuelos y los caballos.
El prestigioso rancho acogía a una gran variedad de huéspedes en cabañas rústicas y habitaciones lujosas.
El edificio principal contaba con un gimnasio, una peluquería, un restaurante y una piscina cubierta. Había otra exterior que, en las cálidas noches de verano, invitaba a regocijarse en sus aguas tintadas por el reflejo de la luna.
—¿Estás nerviosa? —le preguntó él.
—Un poco —como cualquier persona que regresaba a su trabajo después de muchos meses—. Pero también estoy emocionada —se sentía feliz de poder volver al único lugar que realmente consideraba su casa.
—¿Crees que la gente me hará preguntas?
—Puede que algunos lo hagan. Pero mi tío ya les ha explicado someramente los motivos de tu partida, sin entrar en detalles.
Apretó al bebé que llevaba en brazos al recordar el miedo que habían pasado. Se entristeció levemente al pensar en que su padre y su madre no volverían a verlo. Una nueva vida era su única salvación. Y allí estaba ella, dispuesta a proporcionársela.
Llegaron finalmente al rancho y el hermoso lugar les dio la bienvenida con su exuberante despliegue de calidez y belleza.
La recepción estaba vacía, pero en cuestión de una hora se llenaría de invitados ansiosos por saborear una deliciosa comida campestre.
—¡Mi preciosa niña!
Heather levantó la vista y vio a María Sandoval acercándose apresuradamente hacia ella. La recepcionista había sido como una madre desde el día en que había empezado a trabajar allí.
La mujer le dio un generoso abrazo y Heather se dejó hacer, agradecida por la sincera bienvenida.
María se alejó ligeramente para poder apreciar al bebé.
—¡Es tan bonito, tan dulce! Se parece al señor Michael. Pero también se parece a ti.
El comentario resultó irónico dadas las circunstancias. Heather se limitó a sonreír.
—Muchas gracias —dijo—. Te he echado mucho de menos, María.
—Ahora estás en casa, y habrás venido para quedarte, ¿no?
Heather no tuvo ocasión de responder. Michael dio un paso hacia delante e intervino.
—Voy a llevarme todo esto a la oficina —agarró la bolsa de los pañales y la silla del bebé.
María esperó a que él se marchara para seguir hablando.
—Estaba muy solo sin ti. A veces también estaba enfadado.
—No era mi intención estar tanto tiempo fuera.
—Lo sé, me lo han contado —la mujer le apretó la mano—. Bueno, vete a trabajar que le voy a pedir al cocinero que os prepare al niño y a ti un buen desayuno.
La oficina de Heather seguía tal y como la había dejado: con la misma mesa frente a la ventana y dos grandes archivadores dominando la blanca pared.
Los otros muros habían sido reservados para algunos cuadros que ella misma había elegido.
—Te he dejado toda la información que necesitas encima de la mesa —le dijo Michael—. Pero tendrás que llamar a Lorraine para que te ayude, porque yo voy a estar ocupado todo el día.
—Me gusta Lorraine —siempre se había llevado bien con la ayudante del chef.
—Y también te gusta estar de vuelta aquí, ¿verdad?
—También.
Se miraron en silencio durante unos segundos y el deseo truncado de aquella misma mañana volvió a rondarlos inquietantemente.
—Será mejor que me vaya —dijo él.
Ella dejó a Justin en su silla, mientras se preguntaba si Michael le daría o no un beso de despedida.
Lo hizo: le dio un beso tierno, demasiado tierno.
Luego acarició la cabeza del pequeño y salió silenciosamente, cerrando la puerta.
Michael entró en la oficina de Heather a las tres en punto y recibió su silencio y su vacío con fastidio.
El dolor de la soledad vivida durante dieciocho meses lo golpeó por dentro una vez más.
«No empieces a echarla de menos otra vez. Deja que se vaya cuando tenga que hacerlo», se dijo a sí mismo.
Tratando de controlar sus emociones, Michael cerró la puerta y se dispuso a regresar al trabajo.
Pero antes de encerrarse en la oficina, se encaminó a la recepción. Quería preguntarle a María cuándo se había marchado y por qué lo había hecho. Después de todo, tenía derecho a saberlo.
Esperó pacientemente a que la mujer acabara .una transacción con un cliente.
—Señor Michael —lo saludó ella. Llevaba trabajando allí desde tiempo inmemorial y siempre lo había tratado con gran respeto, incluso cuando él no era más que un mocoso inconformista.
—Hola —respondió él con una encantadora sonrisa—. ¿Cuándo se ha marchado?
—¿Quién? —la mujer inclinó la cabeza—. ¡Ah, se refiere a la señorita Heather! Se ha ido hace una hora, aproximadamente. El bebé se estaba poniendo inquieto.
—¿Quién la ha llevado?
—El señorito Bobby.
Michael se limitó a asentir, se despidió con un leve gesto y salió del rancho.
Se maldijo a sí mismo por desear ver a
Híeather y a Justin, por querer saber de ellos y de cómo había sido su primer día. Se montó en su vehículo y condujo hacia la casa.
Cuando estaba a punto de llegar a casa, vio a lo lejos que Heather estaba en la puerta acompañada de dos hombres trajeados. ¿Quiénes eran?
Había un Sedán blanco aparcado descuidadamente frente a la puerta.
Michael detuvo el vehículo, y observó a Heather. Parecía nerviosa.
Se bajó, se cuadró de hombros y se encaminó hacia ellos.
—¡Michael! —dijo ella, claramente aliviada por su llegada.
Él le dio un beso en la mejilla y se volvió hacia los dos hombres con un gesto defensivo.
—¿Les importaría decirme quiénes son ustedes?
Uno de los hombres le mostró una placa.
—Yo soy el agente especial Sims.
—¿FBI?
Michael estudió con detenimiento la identificación.
—Yo soy Michael Elk. Éste es mi rancho y ésta mi novia.
Sims inclinó la cabeza.
—La señorita Richmond ya se ha presentado —el policía señaló a su compañero—. Éste es el agente Hoyt.
Michael miró al hombre en cuestión. Era pelirrojo, de unos treinta años y llevaba una corbata barata ligeramente ladeada.
Volvió a dirigirse al primer agente.
—Bueno, ¿qué es lo que quieren?
El hombre respondió.
—Esperábamos que la señorita Richmond nos dijera dónde está su hermano Reed Blackwood —Michael maldijo entre dientes y Heather se revolvió inquieta—. Sabemos que el señor Blackwood tiene conexiones con las familias de la Costa Oeste —dijo Sims.
—Ya les he dicho que no sé dónde está mi hermano —dijo Heather.
—Pues tiene graves problemas, y más le vale que lo encontremos nosotros antes que los Halloway.
Michael dio un paso adelante, ofendido por la actitud prepotente del oficial.
—¿Dónde estaba el FBI cuando puse una denuncia por desaparición? ¿Cómo es que nadie me dijo que mi novia y su hermano estaban siendo perseguidos por la mafia?
—No éramos conscientes de que Blackwood estuviera vinculado a ellos.
—Huyó con la hija del jefe.
—Eso no significaba que fuera miembro de su organización —dijo Sims y sacó una tarjeta. Se la tendió a Heather, pero ésta la rechazó, así que se la entregó a Michael—. Creemos que podemos ayudar a su hermano. Si sabe algo de él, sería conveniente que se pusiera en contacto con nosotros.
Dicho aquello, Sims esbozó una rápida sonrisa y los dos policías se encaminaron a su vehículo.
Heather sintió que las piernas le temblaban. Michael permaneció junto a ella, alto y fuerte, con aquel porte altivo, como un ángel protector.
—¿Cómo podemos estar seguros de que son quienes dicen ser? —preguntó Heather en cuanto los vio partir.
Él la miró con el ceño fruncido.
—¿Piensas que son de la mafia?
—Cualquier cosa es posible.
Michael estudió la tarjeta que tenía en la mano.
—Me encargaré de comprobar su identidad.
—¡Ojalá todo esto acabara de una vez! —dijo ella, sabiendo que cumplir aquel deseo era imposible.
—Vamos dentro —dijo Michael, abriendo la puerta—. ¿Dónde está justin?
—Durmiendo la siesta. Pero creo que deberíamos ir a comprobar que está bien.
Juntos entraron en la habitación del pequeño, que reposaba dulcemente con su pony de peluche entre las manos.
—Me preguntó si soñará con su pony.
—¿Alguna vez ha visto un caballo de verdad?
—No de cerca.
—Entonces tendré que llevarlo un día de éstos a los establos.
—Sí, es buena idea —dijo ella, emocionada por la atención que Michael prestaba a Justin. ¡Cuánto habría deseado que hubieran sido una familia de verdad!
—Salgamos —dijo él—. Antes de que lo despertemos.
Dejaron a Justin en su nuevo dormitorio y se dirigieron a la cocina para preparar un poco de café.
—He venido a casa para ver cómo estabais —dijo Michael mientras preparaba la cafetera—. María me dijo que el niño estaba inquieto.
—Sí, un poco. Pero supongo que tiene que adaptarse a la nueva rutina.
Ella lo miraba con calidez mientras llenaba de agua el depósito de la cafetera.
—Gracias —le dijo de pronto.
—¿Por qué? —preguntó él.
—Por ser mi amigo... y mi amante.
—Es un placer, te lo aseguro.
Él se aproximó a ella y se olvidaron del café que seguía hirviendo.
Se besaron hasta llegar al dormitorio y caer sobre la cama.
Se quitaron la ropa con frenesí y, al sentir el contacto de sus pieles cálidas, se calmaron, como si se hubiera creado un instante de paz.
Los rayos de sol se derramaban voluptuosamente sobre la piel morena de Michael. A Heather le fascinaba su musculatura apretada. Deslizó la palma de la mano por su torso turgente y deseó poder decirle cuánto lo amaba. Pero se contuvo. No quería violentarlo. Temía que semejante confesión pudiera acabar con la intensidad de aquel momento.
Él le acarició el pelo.
—Te deseo.
—Pero hoy me toca a mí empezar —dijo ella, provocándole un escalofrío.
Se deslizó hacia abajo y comenzó a provocarlo con la lengua.
Los dedos, que tan delicadamente se habían estado entrelazando con su pelo, apretaron con fuerza su cabeza, pidiendo más.
Tanto él como ella deseaban aquello.
Así era como ella lo había soñado: excitado, enardecido, humedecido, viril y hambriento.
Sin previo aviso, Michael la tomó de la cintura, la instó a subir y luego se colocó sobre ella, abriéndose paso en su interior.
Sus pulsos se aceleraron y el calor inflamó sus sexos hasta que se hicieron uno en el placer.
En el silencio que siguió, permanecieron abrazados, como un solo cuerpo, bañados en el delicioso sudor del deseo cumplido.
—No puedo hacer esto —dijo él, mientras ella le acariciaba la espalda.
—¿Hacer qué? —Quedarme.
Le acarició el pelo largo, rubio, sensual. —¿Por qué?
—Porque tengo que volver al trabajo. —¿Y si vuelves hoy para la hora de cenar? —Eso suena bien —dijo él besándola—. Has abierto mi apetito de ti.
Después, lo dejó marchar, ansiosa, incluso antes de su partida, de verlo regresar.
Michael volvió a casa de trabajar con ganas de que ambos disfrutaran de una copiosa cena.
Pero no la vio ni la oyó entrar.
No había nada, ni el más leve rastro de aroma dejado por ninguna deliciosa carne o guiso.
Buscó a Heather, hasta encontrarla en la habitación de Justin. Allí estaba, apoyada sobre el armario, mirándolo.
Justin estaba en el suelo, rodeado de juguetes.
—¿Qué sucede? —preguntó él.
Ella se sobresaltó ligeramente, pero no respondió.
El pequeño se volvió al oír la voz de Michael y le tendió los brazos.
—¡Hola, campeón! —tomó al bebé, mientras aguardaba una respuesta—. Di algo, Heather.
—Denny Halloway ha llamado.
A Michael se le aceleró el pulso.
—¿Cuándo?
—Poco después de que te marcharas. —¿Qué quiere?
—Quiere que vaya a California.
Temeroso de volver a perderla, él negó con vehemencia.
—No puedes irte. Es demasiado peligroso.
—Beverly se está muriendo, Michael. Probablemente no durará ni una semana.
—¿Es eso lo que te ha dicho ese individuo?
¿Y si es una trampa?
—Dice que Beverly quiere verme. Ha estado preguntado por mí.
—¿Y lo has creído?
Ella se encogió de hombros.
—No sé qué creer, pero tengo que arriesgarme. Si Beverly está realmente agonizando, tiene derecho a vernos a justin y a mí por última vez.
—No voy a permitir que os marchéis.
Ella levantó la barbilla en un gesto desafiante.
—Me voy mañana por la mañana.
El quiso maldecir, gritar, acusarla de egoísmo. Pero sabía que estaba haciendo aquello por Beverly, una mujer que iba a morir de cáncer.
—Me voy contigo —no iba a permitir que desapareciera otra vez—. Pero no será mañana, sino pasado mañana.
—¿Qué diferencia...?
Él cortó su argumentación.
—El experto en comunicaciones vendrá mañana y quiero que tenga ocasión de comprobarlo todo. Además, necesito averiguar si Sims y Hoyt pertenecen realmente al FBI.
—¿Cómo?
—Iré a la oficina local a verificar sus datos.
—¿Qué importa quiénes sean?
—Puede importarle a Reed. Según dijeron podrían ayudar a tu hermano.
Los ojos de ella se enturbiaron.
—La verdad es que ya no sé a quién creer.
—Lo sé —dijo él, aproximándose a ella con
el niño. La abrazó con fuerza.
Michael se preguntó qué les depararía el futuro inmediato. ¿Estarían a punto de caer en una trampa?