Capítulo 6
—¿Heather?
Oyó la voz de Michael entre sueños y se dio cuenta de que se había quedado dormida.
—He terminado.
Ella se incorporó. —¿Terminado?
Pronto reparó en lo que estaba diciendo. Michael había trabajado en la habitación del bebé durante todo el fin de semana. Había comprado más muebles, había añadido pequeñas cosas que él tenía y estaba dando los últimos toques.
Quería sorprender a Justin, lo que implicaba sorprenderla a ella también.
Miró al reloj.
Eran más de las diez de la noche.
—Hace una hora acosté a Justin. Está con Chester. ¿Quieres ver el dormitorio?
—Estoy ansiosa —dijo ella.
El sonrió y se levantó del sofá animándola a seguirlo.
—La verdad es que me ha quedado muy bien.
Ella lo acompañó excitada, pero lo que se encontró superó con mucho sus expectativas.
—¡Michael! —¡Era preciosa! Había decorado cada rincón con infinito cuidado—. ¡Es increíble! A justin le va a encantar.
—Eso espero —dijo Michael y se metió los pulgares en los bolsillos del vaquero—. No quiero que se sienta menos que otros chicos.
—Todavía es un bebé. No se da cuenta de nada.
—El tiempo pasa rápido. Muy pronto comenzará a andar, luego a hablar. Se empezará a hacer preguntas sobre su padre... sobre mí.
—Sí, sobre ti.
—¿Y cuando sea lo suficientemente adulto como para poder comprender todo lo que ha sucedido? ¿Le dirás quiénes eran sus verdaderos padres?
—Reed y Beverly no quieren que lo sepa a menos que sea absolutamente necesario.
—Ya solucionaremos esos problemas cuando lleguen. Mi intención es mandaros dinero cuando ya os establezcáis en algún sitio.
Ella lo miró fijamente. Los ojos de Michael mostraban la honradez y amabilidad que hacían de él quién era.
—Esto no es una cuestión de dinero, Michael.
—Lo sé.
Pero era importante para él.
—Te va a respetar mucho.
—¿Cómo, si no me tiene cerca?
—Le contaré la verdad sobre ti.
Michael frunció el ceño.
—Mi padre fue un bastardo. El tuyo y el de Reed también lo fueron.
Imágenes de su niñez se deslizaron en la mente de Heather. Recordó a su padre, maldiciendo acerca de su podrido hijastro, a Reed dando un portazo a su madre sin dejar de fumar delante de la televisión.
Ella siempre en la cocina, no hacía sino fregar, siempre silenciosa, sin hacer ruido, con la esperanza de no romper un plato, de no hacer nada que llamara la atención.
—Creo que la que se llevó la peor parte fuiste tú. Reed, al fin y al cabo, no recuerda a su padre, y yo ni siquiera lo conocí. Pero tú tuviste que soportar al tuyo, siempre tratando de complacerlo.
—Me alegré mucho cuando nos abandonó —su madre, sin embargo, le había rogado que se quedara y había llorado su ausencia durante el resto de su vida—. Las cosas serán distintas para justin.
El resopló atormentado.
—No era mi intención sacar todo esto a la luz. No quería entristecerte.
—No estoy triste. ¿Cómo podría estarlo? Ver la magia que has creado en esta habitación es motivo suficiente para estar feliz —ella se acercó a él y lo abrazó—. Es maravilloso.
El aceptó su gesto.
Y, de pronto, todo cambió.
Ella sintió un repentino calor en su bajo vientre. Él deslizó la mano por la espalda de ella y la instó a acercarse.
Recuerdos de su primera noche de pasión inundaron su mente.
—Dime... ¿qué es lo que más has echado de menos?
—Yo...
—Dímelo...
Ella cerró los ojos.
—Tus manos, tu boca —le besó el cuello—. Tu lengua....
—Mi cuerpo.
—Sí —y la sensación de estar perdidamente enamorada, de dejar que su encanto la embriagara hasta permitirse creer que ella lo era todo para él.
La miró fijamente durante unos instantes hasta que, finalmente, la besó.
Fue un beso duro, desesperado.
Ella se imaginaba a sí misma devorando a besos cada milímetro de su piel morena.
Él hundió las manos en su pelo.
—Yo echo de menos estar dentro de ti. El calor, la humedad... —ella notó que el corazón de él golpeaba con fuerza su pecho fornido—. Vente a mi cama.
—¿Durante cuánto tiempo?
—No lo sé. No puedo pensar en eso ahora mismo.
Su tacto velaba su mente.
—Me confundes —dijo ella.
—Te necesito, Heather.
Ella hundió el rostro en su pecho.
—Yo también te necesito.
Él la tomó en sus brazos y la llevó hasta el dormitorio.
La dejó en la cama revuelta y ella lo miró fijamente.
El se apartó el pelo de la cara y vio aquel rostro varonil y anguloso que tanto la fascinaba.
—Mi deseada Heather...
Comenzó a desabrocharle lentamente la camisa.
Michael, su Michael.
—No pares.
—No voy a parar.
Ella le sacó la camisa de los pantalones y se la quitó con desesperación. Se desnudaban impacientemente, lanzando la ropa al suelo.
La piel cálida de aquel glorioso hombre era un fuerte imán. Pero él no le permitió tocarlo.
Se posó sobre ella sujetándole las manos, incitándola a ansiar, aun más si cabía, lo que ya anhelaba con delirio.
Ella subió las piernas hasta posarlas sobre sus hombros y él hundió la cabeza entre sus húmedos muslos, buscando con la lengua su cavidad prohibida.
Sabía demasiado bien lo que aquello provocaba en ella.
Heather acarició su rostro enardecido por el deseo.
—Te quiero dentro —le rogó ella.
—Aún no.
Ella se estremeció al sentir su lengua una vez más y sintió con desesperación que lo deseaba.
Así era como la quería él, entregada plenamente al placer de su tacto, con el pelo extendido sobre la almohada y los brazos abiertos, mostrando la plenitud de sus senos.
Se miraron durante unos segundos, hasta que ella buscó su masculinidad y comenzó a acariciarlo.
Él no podía excitarse más. Estaba, una vez más, con la mujer que lo obsesionaba, su fantasía, su sueño.
La besó y, sin más espera, se hundió dentro de ella. Cerró los ojos y susurró palabras eróticas que la encendieron como una tea. Se movieron al unísono, con un ritmo creciente que llegó al frenetismo hasta que, al fin, el deseo dio paso al éxtasis y juntos volvieron a encontrarse en la consumación del mas íntimo placer.
Sus respiraciones fueron poco a poco haciéndose más pausadas.
De pronto, Michael cayó en la cuenta de que no se había parado a pensar en método anticonceptivo alguno.
—Creo que acabamos de fastidiarla.
—Estoy tomando la píldora —dijo ella, consciente de cuál era su preocupación.
Él respiró aliviado.
—¿La has estado tomando todo este tiempo? —No. Fui a ver a un médico antes de venir. —¿Te imaginabas que esto iba a suceder? —No estaba segura, pero tenía la esperanza de que así fuera.
—¿Esperabas que me acostara contigo? —Esperaba que me permitieras volver. No era lo mismo.
—Esto no es una reconciliación.
—Lo sé. Ya me has dejado claro que no estabas dispuesto a hacer ninguna promesa.
Él se sintió culpable al ver su rostro angelical lleno de dolor.
—Vamos a tomarnos las cosas despacio.
Ella se mordió el labio inferior.
—De acuerdo.
Michael comenzó a acariciarle el pelo.
—Puedes trasladarte a mi dormitorio.
—Para mantener una relación sólo sexual...
—Es lo que siempre ha funcionado bien entre nosotros.
—¿Sólo bien? —preguntó ella aproximándose a él.
—Fabulosamente —dijo él, deslizando el dedo por su columna vertebral.
Ella levantó el rostro y lo besó. De nuevo el deseo comenzó a devorarlos.
Michael cerró los ojos y dijo su nombre una última vez, antes de volver a hacerle el amor.
El despertador sonó y sobresaltó a Heather.
Se incorporó y lo paró pasando ágilmente por encima de Michael.
No pudo resistir entonces quedarse a observarlo mientras dormía. La sábana se deslizaba sobre su cintura y se hundía entre sus piernas. Tenía el pecho descubierto y el pelo le cubría medio rostro.
Había echado mucho de menos todos aquellos meses el placer de tener a un hombre como él a su lado.
Le besó un hombro y comenzó a acariciarlo.
Él abrió los ojos.
—¿Ya es hora de levantarse?
—Las seis en punto.
—Maldición.
Extendió el brazo y la agarró, haciendo que cayera sobre él. A un suave grito femenino siguió la carcajada de ambos.
Su miembro pujante presionaba sobre el bajo vientre de ella.
—¿Te alegras de verme?
—Esto me ocurre todas las mañanas, ¿o lo has olvidado?
No, no había olvidado ni el más mínimo detalle sobre él.
—En ese caso... —dijo ella, apartándose de él.
Pero él la sujetó con fuerza.
—De acuerdo, de acuerdo. Tengo que reconocer que me alegro de verte.
La besó apasionadamente en la boca y le sujetó los brazos por encima de la cabeza.
En ese instante, el bebé comenzó a llorar y los dos se apartaron el uno del otro como si estuvieran haciendo algo prohibido.
¿Eso eran? ¿amantes prohibidos?
—Iré a por él —dijo Heather, rebuscando entre la pila de ropa una camisa.
Un segundo después, Justin se calló repentinamente.
Demasiado silencio.
Ella se puso la ropa interior.
—Nunca deja de llorar por sí solo.
—¿Piensas que algo va mal?
—Nodo sé.
Corrió hacia la habitación seguida por Michael, que se iba poniendo los pantalones a trompicones por el pasillo.
Encontraron a Justin en su cuna portátil, sonriente y acariciando la cabeza de Chester.
Michael se rió.
—Parece que hemos encontrado un estupenda niñera.
—Sí —dijo Heather con el corazón aún acelerado.
Michael agarró al bebé en brazos.
—Nos has pegado un susto... ¡Maldita sea!
¡Está empapado! —se lo pasó a Heather—. Lo de los pañales es asunto tuyo.
—¡Si ni siquiera lo has intentado!
—Tendrás que eximirme de ello. Al fin y al cabo, esta situación es sólo temporal, ¿recuerdas?
¿Cómo podía olvidarlo? Nada de promesas.
Cambió al pequeño, que no dejó de patalear y protestar, ansioso por tocar de nuevo al perro.
Chester, por su parte, estaba muy entretenido olisqueando el pañal usado.
—¡Compórtate como es debido! —reprendió Michael al perro. Luego agarró al bebé en brazos de nuevo—. ¿Quieres ver tu nueva habitación?
Se encaminaron hacia el dormitorio.
—¡Pa, pa, pa! —dijo Justin nada más ver dos caballitos de madera, uno grande y otro más pequeño, éste más adecuado a su tamaño.
—Sí. Son para ti.
Michael giró con el pequeño en brazos y el bebé se carcajeó.
Heather observó la escena con el corazón lleno de felicidad. Aquéllos eran su amante y su niño, y esperaba que el destino la ayudara a conservar a los dos.