Capítulo 3
Michael oyó el agua de la ducha correr, al tiempo que un llanto infantil llenaba la mañana.
¡Fantástico! Se puso la camisa y los vaqueros. Otro día que empezaba lleno de tensiones y ansiedades.
¿Qué debía hacer? ¿Dejar a Justin llorar amargamente hasta que Heather lo atendiera?
Sí, eso era exactamente lo que debía hacer.
Pero, mientras se ponía una bota, comenzó a sentirse tremendamente culpable.
¿Y si el pequeño se encontraba mal, o tenía miedo o...?
Maldición.
Michael se puso la otra bota.
Si Heather se estaba lavando el pelo podía tardar horas. Lo sabía porque en muchas ocasiones él mismo le había lavado su largo cabello. Y, como el idiota que era, aún fantaseaba con su pelo.
El bebé volvió a llorar y Michael no se lo pensó más y salió en su ayuda.
El bebé estaba de pie en la cuna portátil, llorando desconsoladamente. Al ver a Michael el llanto se agudizó.
—¿Qué te pasa? —le preguntó Michael.
Las lágrimas habían empapado el dulce rostro del pequeño, y el sudor hacía que el pelo se le pegara a la cara. Era un cabello negro, muy negro, como el de Reed... o como el suyo.
Justin puso un gesto de descontento.
—Pa.. pa...
¿Quería decir «papá»? ¿Estaba llorando por Reed?
—No puedo ayudarte en eso, pequeño.
El niño miró al suelo y señaló un pequeño peluche.
—Pa... .
Michael reparó en el animal de tela que tenía a sus pies.
—¿Es por esto por lo que lloras desconsoladamente? —Michael se agachó a por el pony—. Toma.
Se lo dio y el niño se lo metió en la boca como si se tratara de un caramelo.
—A ver si encuentro algo para limpiarte las lágrimas.
Miró alrededor y vio en un rincón una bolsa abierta, con pañales y toallitas. Pero no estaba seguro de que aquellas cosas sirvieran para la cara.
Decidió que su camisa era el mejor pañuelo que podía usar. Así no se arriesgaría a irritarle los ojos con alguna sustancia dañina.
—Ahora estás mucho mejor.
Justin se lo agradeció con una gran sonrisa.
—Parece que tú opinas igual.
—Pa... —el bebé le ofreció su pony.
Michael agarró el muñeco, preguntándose qué debía hacer con él. Hasta que vio una llave en el lateral.
—¿Es que habla? —giró la cuerda hasta que del juguete surgió una dulce melodía—. Ya veo. Esto era lo que tú querías.
Le devolvió el muñeco y el pequeño volvió a sonreír con aquellos adorables hoyuelos que se hundían en sus mejillas.
Michael se preguntó qué pensaría contarle Heather cuando fuera mayor. Suponía que la verdad. O tal vez no.
—Yo sólo voy a ser tu padre durante un par de meses, así que no te acostumbres.
El niño volvió a darle el pony.
—De acuerdo, le daré cuerda una vez más.
En ese instante, la puerta del baño se abrió y Heather apareció en escena como una diosa, rodeada de vapor y con su pelo largo y mojado empapándole el albornoz.
—Justin había tirado su caballo y estaba llorando.
No estaba tan cerca como para poder inhalar su aroma, pero tenía la certeza de que olería bien.
—Un pony.
—¿Cómo?
—Es un pony —dijo ella.
—Pa —repitió Justin.
Michael miró el muñeco que estaba aún en su mano. ¿«Pa» significaba «pony»?
—Ya... —dijo él, devolviéndole al niño su juguete.
—Te voy a enseñar a cambiarle los pañales —dijo ella inesperadamente.
—¿Para qué?
—Porque se supone que tienes que comportarte como un padre durante las próximas ocho semanas.
—Puedes enseñarme lo que quieras, pero no tengo intención alguna de hacerlo yo.
Ella lo tendió en la cama y, con maestría, le quitó el pañal, cubriéndolo rápidamente, como si el pequeño pudiera sentir vergüenza.
Michael hizo un gesto de incomprensión.
—He visto una de ésas antes, Heather. De hecho, creo que incluso tengo una —se miró la bragueta—. Sí, seguro que sigue ahí.
Ella lo miró con sorna.
—Los niños tienden a orinar a sus congéneres cuando están sin pañal.
—¿De verdad? —Michael no pudo evitar una carcajada—. ¿Te lo ha hecho alguna vez?
—A mí no, pero a Reed sí.
Michael le hizo cosquillas en la tripa al pequeño.
—¿Así que te hiciste pis encima de tu padre? Seguro que eso puso al hombre duro en su sitio por una vez —Justin se rió—. Estamos de acuerdo.
—¡No tiene gracia! —dijo Heather.
—¿No? Entonces, ¿por qué sonríes?
—No estoy sonriendo —dijo ella sin poder contenerse. Heather siempre había tenido mucho sentido del humor y una risa fácil.
Mientras Justin agitaba las piernas, ella lo limpió, le puso crema protectora y lo cubrió con el pañal.
—Gracias por ocuparte de él mientras estaba en la ducha.
—Lo único que he hecho ha sido devolverle su pony —y no estaba dispuesto a perder más su tiempo malcriando al hijo de Reed, ni hablando amigablemente con la mujer que lo había abandonado—. Me tengo que ir —dijo secamente.
Todavía tenía que contarle a su tío que Heather había vuelto, y mentirle sobre Justin...
Michael localizó a su tío en la oficina. Bobby Elk repartía su tiempo entre dar lecciones de equitación y ejercer de guía para los visitantes.
En aquellos días, el adinerado ranchero había decidido permanecer en casa con su mujer y su hijo recién nacido.
Bobby había perdido a su primera mujer en un accidente de coche que a él lo había dejado discapacitado. Pero aquello no había sido impedimento para que, a pesar de llevar una pierna ortopédica, desarrollara una actividad tan atlética como la de cualquier vaquero.
—Hola —le dijo su tío, mirándolo desde el ordenado escritorio.
Al otro lado de la oficina estaba la mesa de Michael, siempre llena de papeles y archivos. El desorden era su forma de rebelión.
No obstante, era cumplidor y trabajaba bien. Puede que llegara tarde a las reuniones o que se emborrachara algún viernes que otro. Pero no había tocado jamás los extremos a los que había llegado Reed.
Michael se quitó el sombrero y lo dejó sobre la mesa.
Su tío llevaba aquella trenza característica y que tanto decía sobre el carácter de un indio convencido. Bobby había tratado de instruir tanto a Reed como a Michael en las costumbres de los cheroquees durante su adolescencia. Pero ambos muchachos habían hecho caso omiso de sus enseñanzas.
Por suerte, el tiempo había logrado que aquellas sabias enseñanzas acabaran por hacer mella en sus duros cerebros, aunque fuera levemente.
—¿Tienes un minuto? —le preguntó Michael.
—Sí, claro. ¿Qué ocurre?
—Heather ha vuelto.
La expresión de su tío se paralizó. —¿Está en tu casa? —Sí.
—¿Y?
Bobby se levantó y se sentó sobre el escritorio de Michael.
—Ella... bueno... —¿cómo iba a mentir a su tío, el hombre que había cuidado de él tras la muerte de su madre, que lo había tratado como a un hijo?
—¿Qué ha sucedido? ¿Dónde ha estado?
—Con Reed. Al parecer su hermano se estaba ocultando de unos criminales y Heather tuvo que huir a su lado.
—¿Reed está bien?
—Creo que sí —dijo Michael sin dar detalles—. Lo más importante es que Heather ha regresado con un bebé. Mi bebé.
Ya estaba, lo había hecho. Acababa de mentir con toda la convicción de que era capaz
—¡Guau! —su tío estaba atónito—. ¿Es un niño o una niña?
—Un niño y tiene diez meses. Se llama justin.
—¡Es increíble!
—Sí.
Durante unos segundos los dos se quedaron en silencio. Luego su tío dijo:
—¿Cómo te sientes? Sé cuánto te afecta lo de los hijos...
—Ilegítimos —Michael terminó la frase por él.
Michael había prometido hacía tiempo que jamás dejaría a una mujer embarazada sin antes haberse casado con ella. No haría lo que su padre había hecho.
Heather le había puesto en una posición de la que tenía que defenderse: aparentemente, para su tío, él acaba de incumplir una promesa.
—Heather y yo estamos tratando de arreglar las cosas. Pero vamos despacio. Hay mucha tensión en este momento.
—Lo entiendo.
—¿Puedes correr la voz? Cuenta que Heather ha vuelto y menciona a Justin. No quiero tener que contarlo yo —hizo una pausa—. También te agradecería que les dijeras que no nos abrumen. No podría soportar, en este momento, un montón de gente en mi casa con tartas y regalos.
—No te preocupes. Me encargaré de todo.
—Gracias. Ahora me voy. Tengo mucho que hacer.
Bobby agarró la taza de café que tenía en una esquina.
—Hazme saber cuándo puedo ver a Heather y a tu hijo.
Michael asintió, agarró su sombrero y salió por la puerta, sintiéndose culpable por aquel engaño al que se había visto obligado.
Heather no sabía qué hacer. El enorme perro no dejaba de arañar la puerta y de ladrar. Incluso aullaba de vez en cuando.
Iba a despertar al bebé.
Lo había mirado por la ventana y, acto seguido, se había encerrado con llave. Era el bicho más grande y feo que jamás había visto. Probablemente tuviera pulgas y garrapatas, y quién sabe qué más. Quizás incluso la rabia.
Ya estaba bien. Había llegado el momento de llamar a Michael.
Después de todo, aunque los teléfonos estuvieran pinchados, el tema de conversación no sería comprometedor.
—¿Diga? —respondió él.
—Michael, soy Heather —no hubo respuesta—. Hay una enorme bestia en la puerta. Ladra y aúlla como un desesperado.
—Ése es Chester.
—¿Quién?
—Mi perro. ¿Tiene el aspecto de una bestia del infierno?
—Sí.
—Confirmado. Es él. Suele marcharse durante unos días y luego regresa gimiendo y llorando para que le perdone. Déjalo entrar, no te hará nada.
—¿Hablas en serio? Si está asquerosamente sucio.
—Ha debido de estar jugando en el barro. Bueno, espera ahí, que voy a ayudarte.
—Date mucha prisa.
—De acuerdo.
Tras un rato de espera, el bebé se despertó llorando.
Lo tomó en brazos, se lo llevó la salón y, sentada en el sofá, siguió esperando.
—Papá está a punto de llegar —le dijo al pequeño.
—Pa, pa..
Finalmente, oyó que un vehículo se aproximaba y concluyó que era Michael.
Pasado un tiempo prudencial, pensó que la fiera estaría a buen recaudo y se atrevió a abrir la puerta, dejando la mosquitera para que taponara la entrada.
En la distancia, vio a Michael tratando de bañar a la ilustre bestia.
Momentos después, Michael se aproximó a la casa completamente empapado.
Heather no pudo evitar una carcajada.
—¿Quién le ha dado el baño a quién?
—Muy graciosa. ¿Podrías traerme una toalla?
Diligentemente, ella le proporcionó lo que pedía, abriendo la mosquitera un poco para entregárselo.
Michael se secó a sí mismo primero, y luego hizo lo propio con el perro.
—Sal a conocer a Chester.
Heather abrazó al bebé.
—¿Y si muerde a Justin?
—Le gustan los niños.
—Más le vale.
—Te aseguro que no le va a hacer nada.
—De acuerdo.
Abrió completamente la puerta y salió. Michael los guió hacia el columpio del porche y el perro los siguió.
—Chester, dile hola a Heather.
El perro se sentó y le dio la pata.
—¡Cielo santo! —se rió ella ante tan inesperados buenos modales.
—Da... da... da... —dijo Justin.
—¿Tú también quieres saludar al perrito? —le preguntó Michael—. Ven.
Se puso una toalla seca en el regazo y tomó al pequeño en brazos.
Mientras el niño tocaba al can, éste le devolvía el gesto lamiéndole la mano.
—¡Es muy dócil! —dijo Heather. Era tan manso como una oveja, aunque mucho más feo, eso sí—. ¿De dónde lo has sacado?
—De la perrera. Cuando te marchaste... Bueno, necesitaba a alguien que me hiciera compañía. La casa estaba tan silenciosa... Chester le da vida.
—Yo..., lo siento —sintiéndose inmensamente culpable, centró su atención en el perro. El animal había posado la cabeza en la rodilla de Michael y Justin seguía tocándolo.
—¿Lo ves? Se han caído bien.
—Sí —dijo ella, conteniendo las ganas de llorar.
Michael era en aquel instante el retrato del hombre perfecto, con un bebé en brazos y un leal perro a sus pies.
Comenzó a balancear el columpio y Justin se apoyó en su pecho.
Chester se tumbó.
—Se está muy bien aquí fuera —dijo Michael.
Ella asintió. Había un ambiente cálido y el campo estaba exuberantemente florecido.
—El paisaje siempre está más hermoso después de una tormenta.
Justin cerró los ojos y comenzó a quedarse dormido.
—¿Has sacado ya la ropa que te habías dejado en mi dormitorio?
—No, todavía no.
La había visto en el armario mientras buscaba por micrófonos, y le había sorprendido que la tuviera aún allí, que no la hubiera regalado ni quemado durante aquel año y medio de ausencia.
—¿Mi coche está todavía en el garaje?
—Sí, pero no tiene batería.
—Tengo que devolver el de alquiler el viernes.
—Te arreglaré el tuyo.
—Gracias —susurró ella—. Te agradezco de verdad tu ayuda.
Sus miradas se encontraron y Heather sintió un cosquilleo en el estómago.
Él comenzó a acariciar suavemente la espalda del pequeño hasta que, de pronto, se quedó quieto.
Acababa de tomar conciencia de la familiar escena que estaba protagonizando: esposa, hijo y perro.
—Tengo que volver al trabajo.
Le entregó el pequeño a Heather y, aunque se removió, no llegó a despertarse.
—Ya puedes arreglártelas con Chester, ¿verdad?
—Sí. ¿Qué debo darle de comer?
—Cualquier cosa.
—Le daré unas sobras. Para esta noche haré pollo y algo le tocará.
—No cuentes conmigo para la cena —le dijo él—. Probablemente volveré tarde otra vez. No me esperes levantada.
—No lo haré —respondió ella, aún sabiendo que permanecería en la cama, sin poder conciliar el sueño, pensando en él.