Capítulo 4

Heather no podía dormir. Lo intentaba, pero no podía dejar de pensar en Reed, en Beverly y, sobre todo, en Michael.

Echaba de menos ser su compañera, su amante y su amiga.

Se sentó en el sofá del cuarto de estar, con la lámpara alumbrando tímidamente su insomnio.

Chester estaba a su lado, medio dormido.

—Eres un buen perro —le dijo, acariciándole las orejas—. ¿Te sientes solo? —su dueño aún no había aparecido. Ya era la una y cuatro minutos de la madrugada, según el reloj del DVD—. Duermes en su cama, ¿verdad? Tiempo atrás yo también solía hacerlo.

Añoraba el calor de su cuerpo, despertar en sus brazos cada día.

El reloj marcó un minuto más y después otro.

El tiempo pasaba lenta y pesadamente.

De pronto, oyó el motor del vehículo de Michael.

El corazón se le aceleró.

Le había dicho que no lo esperaría despierta y, sin embargo, allí estaba.

La llave sonó en la cerradura.

Ya era muy tarde para fingirse dormida. El perro agitó la cola y se estiró.

Nada más entrar Michael los vio, a Chester y a ella.

El perro se puso de pie y ella se estiró el camisón.

Heather notó un cosquilleo en el estómago. ¿Por qué siempre le afectaba tanto su presencia?

Michael se inclinó a acariciar a Chester, pero sus ojos estaban fijos en Heather.

—No esperaba verte.

—No podía dormir y no quería molestar al bebé.

Él se alzó de nuevo y la visión de su imponente cuerpo la perturbó.

Recordaba a la perfección cada milímetro de su espectacular anatomía: sus hombros anchos, los músculos esculpidos, las caderas estrechas.

Desde su adolescencia se había sentido fascinada por su pujante sexualidad. Como mujer, jamás había dejado de desearlo.

—Fui a El Corral otra vez.

—Lo sé.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque se nota que has bebido.

—No estoy borracho.

También lo sabía, porque Michael jamás conducía borracho.

—No sé qué hacer conmigo mismo. Esto me está resultando muy duro.

Ella se mordió una vez más las ya escasas uñas que tenía.

—Siento causarte tantos problemas.

—Lo superaré.

¿De verdad? No estaba tan segura.

Pero nunca había estado segura de nada cuando se trataba de Michael. Podía sonreír y, acto seguido, mostrarse sombrío. A veces se convertía en su mejor amigo y otras era como un extraño. Había muchas cosas de sí mismo que mantenía ocultas.

Michael dejó las llaves sobre una estantería.

—Me pregunto dónde estará. ¿Tú lo sabes? Heather supo inmediatamente que se refería a Reed.

—No, no lo sé. Pero espero saber algo sobre él en breve.

—¿Cuándo, cómo?

—Quedamos en una llamada de teléfono al final de este mes —Reed necesitaba saber que su hijo estaba bien.

La voz de Michael se volvió amarga.

—¿Una llamada? A mí no me concediste una llamada.

—Esto es distinto. Será con un dispositivo especial que me ha proporcionado él y que encripta la comunicación.

—Eso significa que no importa que la línea esté «pinchada».

—No. Aunque me quedaré más tranquila si de aquí a entonces me hubiera podido asegurar de que tenemos vía libre. Si algo saliera mal... —dejó que las palabras se diluyeran en el silencio de la habitación.

—¿Dónde estaba la última vez que lo viste?

—¿Importa realmente? Ya no estará allí, eso está claro.

—Buen quiebro, Heather.

¿Por qué era tan duro?

—Ojalá no odiaras tanto a Reed.

—Ojalá tú dejaras de defenderlo.

—No puedo —no después de haber compartido tanto dolor, tantas lágrimas. Y no solo en su infancia, sino también en la edad adulta—. Es la única familia que me queda.

—Destrozó nuestras vidas.

—¿Por qué? ¿Porque te mantuvo alejado de mí hasta que tuve la edad adecuada?

—Primero no me permitía tocarte y luego quería obligarme a que me casara contigo. Siempre interfirió en nuestra relación.

—No creo que fuera interferir esperar que te casaras conmigo.

Michael la miró fijamente y ella notó la tensión que había en sus ojos.

—Es más que eso. Tu hermano es un ex convicto, un ladrón.

—Es un buen hombre que ha tomado un mal camino. Y tú le has dado la espalda.

—¿Crees que es darle la espalda asumir una paternidad que no me corresponde?

Ella parpadeó, sorprendida por la emoción que albergaba su tono.

Miró al hombre que tenía delante y los ojos se le llenaron de lágrimas.

No pudo evitar pensar en el otro bebé.

Se había ido a California con el hijo de Michael en su vientre. Pero jamás podría admitir lo que le había sucedido a su hijo.

Michael se volvió hacia la ventana.

—Da miedo.

Ella siguió su mirada, tratando de averiguar a qué se refería.

—¿Qué quieres decir?

—Todo este asunto de la mafia me provoca la sensación de que la noche tiene ojos.

—No hay nadie ahí fuera.

—¿Cómo lo sabes?

—No lo sé.

Se volvió hacia ella.

—¿Cómo fuiste capaz de vivir así durante un año y medio?

—No tenía otra opción —pensó en su bebé otra vez, aquel pequeño ser que había albergado en su vientre.

Él se pasó la mano por el pelo.

—Me gustaría que las cosas hubieran sido diferentes.

—A mí también —susurró ella—. A mí también.

Tres días después, Michael estaba afeitándose, cuando Heather hizo una incursión en el baño alegando, que se le había corrido el maquillaje.

El maldijo para sí. ¿Por qué tenía que estar tan hermosa?

Tiempo atrás solían compartir espacios confinados sin que ello supusiera un problema. Pero en aquel entonces había sido diferente, porque eran amantes.

—Estoy deseando conocer a la mujer de Bobby —dijo ella, mientras se pasaba suavemente un algodón por debajo del ojo.

Michael no respondió. Se estaban preparando para una cena en casa de su tío, la aparición pública de ambos como pareja reconciliada y padres de un bebé de diez meses.

Había aceptado la mentira y ya no tenía más remedio que hacer su papel. ¿Cómo debía comportarse? ¿Sería evidente su confusión y la rabia que aún sentía hacia la mujer que lo había herido?

Acabó de afeitarse y se volvió hacia ella.

Su rostro lucía hermoso, con aquellos ojos azules y los labios sugerentes.

—¿Cómo demonios vamos a superar esto?

—¿Te refieres a esta noche?

—Probablemente se notará que estamos tensos.

Heather se miró las manos. Se había limado las uñas y se las había pintado. Pero seguían siendo una clara muestra de su propio nerviosismo.

—Quizás deberíamos besarnos —dijo ella.

A Michael se le aceleró el pulso.

—¿Qué?

—Para perdernos el miedo.

Él sintió deseos de gritar, de decirle que estaba loca, que lo ultimo que necesitaba era saborear el dulzor de sus labios. Pero al ver cómo se los humedecía, se rindió al deseo.

—¿Crees que eso funcionará?

—Podríamos intentarlo.

En aquel instante él estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de apaciguar su apetito por ella.

—Sólo una vez —dijo él.

Ella volvió a mojarse los labios.

—De acuerdo.

De pronto, el reflejo de ella en el espejo se hizo presente. Su delicado perfil se dibujó sobre el material pulido.

«¡Cielo santo!», se dijo a sí mismo. «No debería estar haciendo esto».

Pero lo hizo de todos modos. Se inclinó sobre ella e inhaló la suave fragancia de su piel.

Ella también se aproximó. Él masculló un sonido ininteligible y sus bocas se unieron, trayendo a la memoria otros besos.

¡Cuánto deseaba abrazarla!

Pero no lo hizo, temeroso de no poder detenerse ahí.

Ella, sin embargo, hundió los dedos entre su pelo y apretó sus labios contra los de él.

A Michael se le nubló la mente, se le pobló de oscuros sueños sobre noches de deseo en brazos de su amada. Al notar que el corazón se le aceleraba, tomó conciencia del error que estaba cometiendo y se apartó de ella.

Sus cuerpos apenas se habían rozado, sus labios apenas se habían sentido. Sin embargo, el tacto de ella quedó vigente en cada centímetro de su cuerpo.

Se volvió hacia el espejo y sus miradas se encontraron.

Notó sus pezones endurecidos y recordó lo fácil que era estimularla. Tan fácil como para ella excitarlo a él.

—Tengo que terminar de prepararme —le dijo.

—Yo iré a ver cómo está Justin —se encaminó hacia la puerta pero se detuvo antes de salir—. Michael...

—¿Sí?

—El beso, ¿te ha ayudado, aunque sólo fuera un poco?

—No —respondió él.

Sólo había conseguido hacer que deseara lo que no podía tener, y hacer que se preguntara si Heather sentía lo mismo.

¿Qué importaba?

Las historias de los cuentos de hadas no se correspondían con la vida real. Él no era el príncipe azul, ni podía darle a ella cuanto necesitaba. Más bien se había convertido en un patético amargado incapaz de pensar en nadie que no fuera él mismo.

—Pensé que quizás... tenía la esperanza...

—sus frases se desvanecieron inconclusas y salió de la habitación dejándolo solo.

Con el corazón dolorido.

Con un espejo.

Ante una imagen de sí mismo que habría deseado quebrar en mil pedazos.

La cena había sido cuidadosamente servida en el comedor. Aunque Michael y Heather eran los únicos invitados, había comida para repetir varias veces.

Justin disfrutaba del guacamole que Heather le daba de su plato con mucho más deleite que de su puré de verduras.

Mientras el recién nacido dormía, Bobby y su esposa, Julianne, intercambiaban pruebas de afecto. El había puesto la mano sobre su rodilla y ella apoyaba la cabeza sobre el hombro de él.

Heather no recordaba ningún momento en el que Michael y ella hubieran estado así.

Siempre había habido entre ellos una intensa pasión, pero jamás se sentían tan relajados.

No importaba cuántos años pasaran juntos: siempre había cierta tensión. Porque ella lo amaba a él, pero él no la amaba a ella.

—Vuestro hijo es encantador —dijo Julianne.

Justin levantó el rostro y sonrió.

La mujer de Bobby era muy hermosa, con un increíble cabello rojo que le enmarcaba el rostro.

—Gracias.

Michael no dijo nada, hasta que su tío añadió:

—Se parece a ti.

—¿Tú crees?

—Sí —dijo Bobby y se levantó para tomar al niño en brazos. El pequeño soltó una carcajada—. ¿Es siempre tan simpático?

—Me temo que sí —dijo Heather, viendo la cálida sonrisa de su sobrino—. Por un lado está bien que le guste la gente pero, por otro, tengo miedo de que confíe en lo extraños.

—No me lo parece —dijo inesperadamente Michael.

—¿A qué te refieres? —preguntó su tío.

—A lo de que se parezca a mí.

Se hizo un silencio tenso en la habitación.

—Es mucho más guapo que yo —declaró finalmente, relajando el incómodo instante. Tratando de reparar el mal hecho, agarró al pequeño. Pero, segundos después, Justin le echó los brazos a Bobby.

Otro extraño momento. Justin parecía saber claramente cuál de los dos hombres se sentía cómodo con él.

—Está claro que tienes espíritu de padre —dijo Michael, apartándose.

—¡Qué dices, si al principio estaba completamente aterrado! —dijo Bobby manteniendo un tono jovial y ligero. Miró a su mujer—. ¿O no?

—Sí, lo estaba, sobre todo durante el embarazo.

—Yo me perdí esa parte —dijo Michael y miró a Heather.

Ella luchó por mantener los ojos bien altos. No quería pensar en el embarazo, en la intensa sensación de tener una vida dentro.

Miró a Justin. El otro bebé, el suyo, dormía apaciblemente entre los ángeles.

—¿Quieres ver la habitación del recién nacido? —le preguntó Julianne.

Heather dejó el plato en la mesa.

—¿No lo despertaremos?

—No. Duerme profundamente. Sólo llora cuando tiene hambre. Pero, eso sí, cuando lo hace, lo hace con fuerza.

Heather sonrió. Era reconfortante oír a otra mujer hablar sobre su hijo.

La habitación era alegre y brillante, con una cuna pintada en rojo y blanco y las paredes decoradas con manzanas de caramelo.

Había un montón de peluches en una esquina.

Heather miró de un lado a otro.

—Es preciosa.

En ese instante entró Bobby con Justin. El pequeño abrió los ojos sorprendido y entusiasmado.

—Creo que le gusta.

—Eso parece —Heather no había visto nunca a Justin tan emocionado con nada. Claro que, hasta entonces, tampoco lo había llevado a ninguna habitación especialmente diseñada para un niño. Su vida había transcurrido entre coches, camping y moteles baratos.

Michael también estaba allí, detrás de su tío, en un segundo plano.

Justin dio un pequeño gritito y Bobby le besó la mejilla.

—Puedes traerlo a jugar aquí cuando quieras —le dijo a Heather.

—Gracias —susurró ella.

—¿Qué tal si tomamos café? —dijo Julianne, y todos regresaron al salón.

Una vez sentados en el sofá, Heather le dio a Justin un zumo de naranja, mientras le acariciaba el pelo.

Después, se quedó dormido mientras se tomaba un biberón.

Heather se bebió su café y Julianne, Bobby y ella charlaron durante el resto de la velada.

Michael permaneció en silencio, buscando ocasionalmente la mirada de Heather, sin que ella pudiera adivinar en qué pensaba.