PRIMERA PARTE
LA TABLA RASA, EL BUEN SALVAJE Y EL FANTASMA EN LA MÁQUINA.
Todo el mundo tiene una teoría sobre la naturaleza humana. Todos hemos de prever la conducta de los demás, lo cual significa que todos necesitamos unas teorías sobre qué es lo que mueve a las personas. En la propia manera de pensar sobre la gente subyace una teoría tácita de la naturaleza humana —a saber, que son los pensamientos y los sentimientos los causantes de la conducta—. Damos cuerpo a esta teoría analizando nuestra mente y suponiendo que nuestros semejantes son como nosotros, así como observando el comportamiento de las personas y formulando generalizaciones. Además, absorbemos otras ideas de nuestro ambiente intelectual: de la experiencia de los expertos y de la sabiduría convencional del momento.
Nuestra teoría sobre la naturaleza humana es la fuente de gran parte de lo que ocurre en nuestra vida. A ella nos remitimos cuando queremos convencer o amenazar, informar o engañar. Nos aconseja sobre cómo mantener vivo nuestro matrimonio, educar a los hijos y controlar nuestra propia conducta. Sus supuestos sobre el aprendizaje condicionan nuestra política educativa; sus supuestos sobre la motivación dirigen las políticas sobre economía, justicia y delincuencia. Y dado que delimita aquello que las personas pueden alcanzar fácilmente, aquello que pueden conseguir sólo con sacrificio o sufrimiento, y aquello que no pueden obtener en modo alguno, afecta a nuestros valores: aquello por lo que pensamos que podemos luchar razonablemente como individuos y como sociedad. Las teorías opuestas de la naturaleza humana se entrelazan en diferentes maneras de vivir y en diferentes sistemas políticos, y han sido causa de grandes conflictos a lo largo de la historia.
Durante siglos, las principales teorías sobre la naturaleza humana han surgido de la religión1. La tradición judeocristiana, por ejemplo, ofrece explicaciones de las materias que hoy estudian la biología y la psicología. Los seres humanos están hechos a imagen de Dios y no guardan relación con los animales2. Las mujeres proceden de los hombres y están destinadas a ser gobernadas por ellos3. La mente es una sustancia inmaterial: cuenta con unos poderes que no se basan puramente en la estructura física, y puede seguir existiendo cuando el cuerpo muere4. La mente está formada por varios componentes, incluidos un sentido moral, una capacidad para amar, una habilidad para razonar que reconoce si un acto se ajusta a los ideales de la bondad y una facultad de decisión que determina cómo comportarse. La facultad de decisión no está sometida a las leyes de causa y efecto, pero tiene una tendencia innata a escoger el pecado. Nuestras facultades cognitivas y perceptivas funcionan con precisión porque Dios implantó en ellas unos ideales que se corresponden con la realidad, y porque él coordina su funcionamiento con el mundo exterior. La salud mental está en reconocer los fines de Dios, en optar por el bien y arrepentirse de los pecados, y en amar a Dios y, por él, al prójimo.
La teoría judeocristiana se basa en sucesos que se narran en la Biblia. Sabemos que la mente de los hombres no tiene nada en común con la mente de los animales porque en la Biblia se dice que los seres humanos fueron creados aparte. Sabemos que la mujer fue creada a partir del hombre porque cuando se habla de la creación de la mujer se dice que Eva surgió de una costilla de Adán. Podemos conjeturar que las decisiones humanas no pueden ser los efectos inevitables de alguna causa ya que Dios declaró a Adán y Eva culpables de haber comido del fruto del árbol del conocimiento, lo cual implica que podían haber tomado otra decisión. Las mujeres están dominadas por el hombre como castigo por la desobediencia de Eva, y hombres y mujeres han heredado la condición pecaminosa de la pareja primigenia.
La concepción judeocristiana todavía sigue siendo la teoría de la naturaleza humana más popular en Estados Unidos. Según encuestas recientes, el 76% de los estadounidenses cree en la versión bíblica de la creación; el 79% cree que los milagros que se narran en la Biblia ocurrieron de verdad; el 76% cree en los ángeles, el demonio y otros seres inmateriales; el 67% cree que existirá de alguna forma después de la muerte; y sólo el 15% cree que la teoría de la evolución de Darwin es la mejor explicación del origen de la vida en la Tierra5. Los políticos de derechas aceptan explícitamente la teoría religiosa, y ningún político de los habituales se atrevería a cuestionarla en público. Pero las ciencias modernas de la cosmología, la geología, la biología y la arqueología hacen imposible que una persona con conocimientos científicos pueda creer que la historia bíblica de la creación realmente ocurriera. En consecuencia, la teoría judeocristiana de la naturaleza humana ya no cuenta con la aprobación explícita de la mayoría de los académicos, periodistas, analistas sociales y otras personas del ámbito intelectual.
No obstante, toda sociedad debe funcionar con una teoría de la naturaleza humana, y la corriente mayoritaria de la intelectualidad cuenta con otra. Una teoría que raras veces se articula o se defiende abiertamente, pero que está en la misma base de una gran cantidad de creencias y políticas. Bertrand Russell afirmó: «Todo hombre, adondequiera que se dirija, lo hace acompañado de un halo de convicciones reconfortantes que se mueven con él como las moscas en un día de verano». Para los intelectuales de hoy, muchas de estas convicciones tienen que ver con la psicología y las relaciones sociales. Me referiré a ellas como la Tabla Rasa: la idea de que la mente humana carece de una estructura inherente y que la sociedad y nosotros mismos podemos escribir en ella a voluntad.
Esta teoría de la naturaleza humana —la que sostiene exactamente que ésta apenas existe— constituye el tema del presente libro. Del mismo modo que en las religiones subyace una teoría de la naturaleza humana, las teorías de la naturaleza humana asumen algunas de las funciones de la religión, y la Tabla Rasa se ha convertido en la religión secular de la vida intelectual moderna. Se la considera una fuente de valores, por lo que no se tiene en cuenta el hecho de que se base en un milagro —una mente compleja que surge de la nada—. El cuestionamiento que de tal doctrina han hecho escépticos y científicos ha empujado a algunos de sus creyentes a una crisis de fe, y a otros, a organizar esos duros ataques que normalmente se destinan a los infieles y los herejes. Y del mismo modo que las tradiciones religiosas al final se concilian con las aparentes amenazas de la ciencia (tales como las revoluciones de Copérnico y de Darwin), así, sostengo yo, nuestros valores sobrevivirán al deceso de la Tabla Rasa.
Los capítulos de esta Primera parte del libro se ocupan de la supremacía de la Tabla Rasa en la vida intelectual moderna, y de la nueva visión de la naturaleza y la cultura humanas que está empezando a cuestionarla. En las partes sucesivas veremos la ansiedad que genera ese cuestionamiento (Segunda parte) y cómo se puede calmar esta ansiedad (Tercera parte). Luego mostraré cómo una concepción más rica de la naturaleza humana puede aportar ideas sobre el lenguaje, el pensamiento, la vida social y la moral (Cuarta parte), y cómo puede aclarar polémicas sobre la política, la violencia, el género, la educación de los hijos y las artes (Quinta parte). Por último, demostraré que la desaparición de la Tabla Rasa es menos inquietante, y en cierto sentido menos revolucionaria, de lo que pueda parecer a primera vista (Sexta parte).