Capítulo 10
—¡Iré a la fosa
en esté instante! —gritó una mujer en la multitud—. ¡Quiero tener
una buena vista del show!
—Yo también —dijo un hombre de pie junto a
ella—. No tiene sentido ver como unos leones devoran a alguien si
no puedes ver que está pasando.
—Bueno, será mejor que nos demos prisa —dijo
el hombre con los granos en la barbilla—. Ya hay toda una multitud
aquí.
Los huérfanos Baudelaire miraron a su
alrededor y vieron que el hombre con los granos estaba diciendo la
verdad.
La noticia de la nueva atracción del
Carnaval Caligari debía de haberse extendido mucho más allá del
hinterlands, porque había muchos más visitantes que el día
anterior, y parecía que cada minuto llegaban más y más.
—Yo los conduciré a la fosa —anunció el
Conde Olaf—. Después de todo, el show de leones fue idea mía, por
lo tanto yo debo ir al frente.
—¿Fue su idea? —le preguntó una mujer que
los niños reconocieron de su estancia en el Hospital Heimlich.
Llevaba un traje gris, y masticaba chicle mientras hablaba por un
pequeño micrófono, y los hermanos recordaron que era una reportera
de El Diario Punctilio—. Me encantaría
escribir acerca de esto en el periódico. ¿Cuál es su nombre?
—¡Conde Olaf! —dijo el Conde Olaf
orgullosamente.
—Ya imagino el titular: «EL CONDE OLAF TIENE
LA IDEA DEL SHOW DE LEONES» —dijo la reportera—. ¡Esperen a que
lectores de El Diario Punctilio lean
esto!
—Esperen un minuto —dijo alguien—. Pensé que
el Conde Olaf había sido asesinado por aquellos tres niños.
—Aquel era el Conde Omar —respondió la
reportera—. Se del tema. He estado escribiendo acerca de los
Baudelaire para El Diario Punctilio. El
Conde Omar fue asesinado por los tres niños Baudelaire, que aún
andan sueltos.
—Bueno, si alguien los encuentra —dijo
alguien entre la multitud—, arrójenlos a
la fosa de los leones.
—Una excelente idea —respondió el Conde
Olaf—, pero entretanto, los leones tendrán una deliciosa comida de
fenómeno. ¡Síganme todos, para una tarde de violencia y de comer
torpemente!
—¡Hurra! —gritaron varios miembros de la
multitud, mientras Olaf hacía una reverencia y comenzaba a dirigir
al publico en dirección de la arruinada montaña rusa donde los
leones estaban esperando.
—Vengan conmigo, fenómenos —ordenó el Conde
Olaf, señalando a los Baudelaire—. Mis ayudantes llevarán a los
demás. Queremos que todos ustedes, los fenómenos, estén presentes
para la ceremonia de selección.
—Yo llevarlos con migo, mi Olaf —dijo Madame
Lulu en su disfrazado acento, saliendo de la carpa de adivinación.
Cuando vio a los Baudelaire, sus ojos se abrieron, y rápidamente
puso sus manos detrás de su espalda—. Tú dirigir multitud a fosa,
por favor, y dar entrevista a diario en el camino.
—Oh, sí —dijo la reportera—. Ya imagino el
titular: «ENTREVISTA EXCLUSIVA CON EL CONDE OLAF, QUE NO ES EL
CONDE OMAR, QUIEN ESTÁ MUERTO». ¡Esperen a que lectores de
El Diario Punctilio lean esto!
—Será muy excitante para la gente leer un
articulo sobre mi —dijo el Conde Olaf—. Muy bien, caminaré con la
reportera, Lulu. Pero date prisa con los fenómenos.
—Sí, mi Olaf —dijo Madame Lulu—. Venir
conmigo, personas monstruosas, por favor.
Lulu extendió sus manos para tomar las de
los Baudelaire, como si fuera su madre ayudándolos a cruzar la
calle, en lugar de una falsa adivina conduciéndolos a una fosa de
leones. Los niños pudieron ver que una de las palmas de Madame de
Lulu tenía una extraña mancha de suciedad, mientras la otra mano
permanecía extrañamente cerrada. Los niños no querían tomar sus
manos y caminar hacia el show de leones, pero había tanta gente
reunida alrededor, esperando impacientemente la violencia, que
parecía que no tenían otra opción. Sunny tomó la mano derecha de
Lulu y Violet la izquierda, y caminaron torpemente juntos en
dirección a la arruinada montaña rusa.
—Olivi... —comenzó a decir Klaus, pero luego
miró a su alrededor a la multitud y se dio cuenta de que sería una
locura llamarla por su verdadero nombre—. Quiero decir, Madame Lulu
—se corrigió a si mismo, y luego se inclinó junto a Violet para
poder susurrar tan bajo como pudo—. Caminemos tan lentamente como
podamos. Quizá podamos encontrar una forma de regresar a la carpa y
desmantelar el dispositivo de relámpagos.
Madame Lulu no respondió, sino que
simplemente movió la cabeza ligeramente para indicar que no era un
buen momento para hablar de esos asuntos.
—Correa ventilador —Sunny le recordó,
susurrando tan bajo como pudo, pero Madame Lulu solo movió la
cabeza.
—Mantuviste tu promesa, ¿Verdad? —murmuró
Klaus, apenas por encima de un susurro, pero Madame Lulu seguía
mirando hacia adelante como si no lo hubiese escuchado.
Klaus le dio un codazo a su hermana mayor
por dentro de la camisa que estaban compartiendo—. Violet —dijo,
atreviéndose apenas a utilizar su nombre real—, pregúntale a Madame
Lulu si puede caminar más lentamente.
Violet miró brevemente a Klaus, y luego
volteó su cabeza para encontrarse con los ojos de Sunny. Los
Baudelaire más jóvenes vieron como su hermana movía levemente la
cabeza, al igual que lo había hecho Madame Lulu, y luego miraron
hacia abajo, donde ella sostenía la mano de la adivina. Entre dos
de los dedos de la mano de Violet, Klaus y Sunny pudieron ver la
punta de un pequeño pedazo de caucho, que reconocieron
inmediatamente. Esa era la parte del dispositivo de relámpagos de
Madame Lulu que se asemejaba a una correa de ventilador...
precisamente lo que Violet necesitaba para transformar los carros
de la montaña rusa en un invento que pudiera llevar a los
Baudelaire fuera del hinterlands y hacia arriba por las Montañas
Mortmain. Pero en lugar de sentirse esperanzados al mirar el
crucial objeto en la mano de Violet, los tres Baudelaire tuvieron
una sensación que era todo menos agradable.
Si alguna vez has experimentado algo que se
siente extrañamente familiar, como si la misma cosa ya te hubiese
sucedido antes, entonces estás experimentando lo que los franceses
llaman “déjà vu”. Como muchas expresiones francesas —“ennui” que es
un termino elegante de decir totalmente aburrido, o “la petite
mort”, que describe la sensación de que una parte de ti ha muerto—
“déjà vu” se refiere a algo que no suele ser muy agradable, y no
fue muy agradable para los huérfanos Baudelaire llegar a la fosa de
los leones y experimentar la nauseabunda sensación de un déjà vu.
Cuando los niños vivieron en el Hospital Heimlich, se encontraron a
si mismos en un quirófano, rodeados por una multitud muy ansiosa
por ver algo violento, como una intervención quirúrgica efectuada
sobre alguien. Cuando los niños vivieron en V.F.D., se encontraron
a si mismos en una llanura, rodeados por una multitud muy ansiosa
por ver algo violento, como quemar a alguien en la hoguera. Y
ahora, mientras Madame Lulu soltaba sus manos, los niños observaron
la enorme y extrañamente familiar multitud junto a la arruinada
montaña rusa rodeándolos. Una vez más, había personas ansiosas por
ver algo violento. Una vez más, los Baudelaire temían por sus
vidas. Y una vez más, todo era culpa del Conde Olaf. Los hermanos
miraron por encima de la multitud que estaba junto a la montaña
rusa, hacia los dos carros que Violet había adaptado. Todo lo que
la invención necesitaba era la correa del ventilador, y los niños
podrían continuar su búsqueda de uno de los padres Baudelaire, pero
mientras Violet, Klaus y Sunny miraban más allá de la fosa a los
dos pequeños carros que estaban unidos con hiedra y modificados
para viajar a través del hinterlands, sintieron la nauseabunda
sensación de un déjà vu y se preguntaron si habría otro infeliz
final esperándolos.
—¡Bienvenidos, señoras y señores, a la tarde
más excitante de sus vidas! —anunció el Conde Olaf, y restallo su
látigo dentro del pozo. El látigo era lo suficientemente largo para
golpear a los inquietos leones, quienes rugían obedientemente y
crujían sus dientes por el hambre.
—Estos leones carnívoros están listos para
devorar a un fenómeno —dijo—. Pero, ¿Qué fenómeno será?
La multitud se apartó, y el Hombre con
Ganchos en vez de Manos entró, liderando a los compañeros de
trabajo de los Baudelaire, haciéndolos caminar en una sola línea
hacia el borde de la fosa donde los Baudelaire se encontraban. Como
era de esperarse, Hugo, Colette, y Kevin habían recibido la orden
de llevar sus vestimentas de fenómenos en lugar de los regalos que
Esmé les había dado, y les dieron una pequeña sonrisa a los
Baudelaire y miraron nerviosamente a los hambrientos leones. Una
vez que los compañeros de trabajo de los niños tomaron sus lugares,
los otros camaradas del Conde Olaf surgieron de la multitud. Esmé
Miseria llevaba un traje rallado y un parasol, que es una pequeña
sombrilla que se utiliza para proteger los ojos del sol, y le
sonrió a la multitud y se sentó en una pequeña silla comprada por
el secuaz calvo de Olaf, quien sostenía un largo y plano trozo de
madera que puso sobre el borde de la fosa, de modo que quedara
suspendido sobre los leones como el trampolín de una piscina. Por
último, las dos mujeres empolvadas dieron un paso hacia adelante,
sosteniendo una pequeña caja de madera con un agujero en la
tapa.
—Estoy tan contento, este será mi último día
usando esta ropa —murmuro Hugo a los Baudelaire, apuntando a su
estrecho abrigo—. Piénsenlo... pronto seré miembro del grupo del
Conde Olaf, y nunca tendré que verme como un fenómeno otra
vez.
—A menos que seas arrojado a los leones
—Klaus no pudo evitar responder.
—¿Estás bromeando? —le susurró Hugo de
vuelta—. Si soy elegido, arrojaré a Madame Lulu a la fosa, como me
dijo Esmé.
—Miren detenidamente a todos estos fenómenos
—dijo el Conde Olaf, mientras varias personas del público se
reían—. Observen la divertida espalda de Hugo. Piensen en lo tonto
que es que Colette pueda doblar su cuerpo en todo tipo posiciones
extrañas. Carcajéense de los absurdos y ambidiestros brazos y
piernas de Kevin. Búrlense de Beverly y Elliot, el fenómeno de dos
cabezas. Y ríanse tan fuerte que apenas puedan respirar de Chabo la
Bebé Lobo.
La multitud estalló en risas, señalando y
riéndose de las personas que creían eran más hilarantes.
—¡Miren los ridículos dientes de Chabo!
—gritó una mujer que tenía teñido su cabello con varios colores a
la vez—. ¡Se ve como una verdadera idiota!
—¡Yo pienso que Kevin es el más divertido!
—respondió su esposo, quien tenía teñido su cabello para combinar
con ella—. Espero que lo arrojen a la fosa. Será divertido ver como
intenta defenderse con ambas manos y pies.
—¡Yo espero que sea el fenómeno con los
ganchos! —dijo una mujer a espalda de los Baudelaire—. ¡Esto hará
las cosas incluso más violentas!
—Yo no soy un
fenómeno —gruñó el Hombre con Ganchos en vez de Manos
impacientemente—. Soy un empleado del Conde Olaf.
—Oh, lo siento —respondió la mujer—. En ese
caso, espero que sea ese hombre con granos en la barbilla.
—¡Yo soy un miembro de la audiencia! —gritó
el hombre—. No soy un fenómeno. Sólo tengo algunos problemas en la
piel.
—En ese caso, ¿Qué me dicen de esa mujer que
lleva ese traje tan estúpido? —preguntó la mujer—. ¿O del sujeto
que tiene una sola ceja?
—Yo soy la novia del Conde Olaf —dijo Esmé—,
y mi traje es muy in, no estúpido.
—Bueno, no me importa quién es un fenómeno y
quién no —dijo alguien entre la multitud—. Lo único que quiero es
ver como alguien es devorado por los leones.
—Lo verás —le prometió el Conde Olaf—. La
ceremonia de selección comenzará en este momento. Los nombres de
todos los fenómenos han sido escritos en pequeños trozos de papel y
se han colocado en la caja que estas dos encantadoras damas llevan
consigo.
Las dos mujeres empolvadas levantaron la
caja de madera e hicieron una reverencia a la audiencia, mientras
Esmé les fruncía el ceño.
—A mí no me parece que sean particularmente
encantadoras —dijo, pero muy poca gente la escuchó sobre los
vítores de la multitud.
—Meteré mi mano dentro de la caja —dijo el
Conde Olaf—, y sacaré un trozo de papel, y leeré el nombre del
fenómeno en voz alta. Luego ese fenómeno caminará por la plancha de
madera y saltará a la fosa, y todos veremos como él es devorado por
los leones.
—O ella —dijo Esmé. Miró a Madame Lulu y
luego a los Baudelaire y a sus compañeros de trabajo. Bajó su
parasol por un momento, levantó sus dos manos con largas uñas e
hizo un pequeño movimiento de empuje para recordarles su
plan.
—O ella —dijo el Conde Olaf, mirando
curiosamente el movimiento de Esmé—. Ahora, ¿Tienen alguna pregunta
antes de que comencemos?
—¿Por qué serás tú el que elegirá el nombre?
—preguntó el hombre con granos.
—Porque todo esto fue mi idea —dijo el Conde
Olaf.
—¿Tengo una pregunta? —preguntó la mujer con
el cabello teñido—. ¿Esto es legal?
—Oh, deja de ser aguafiestas —dijo su
esposo—. Tú querías venir a ver a gente ser devorada por leones,
así que te traje. Si te la vas a pasar haciendo un montón de
preguntas complicadas puedes irte a esperarme en el coche.
—Por favor continúe —dijo la reportera de
El Diario Punctilio.
—Lo haré —dijo el Conde Olaf, y les dio una
vez más unos latigazos a los leones antes de meter su mano en la
caja de madera. Dándole a los niños y a sus compañeros de trabajo
una cruel sonrisa, movió su mano alrededor del interior de la caja
durante bastante tiempo antes de sacar un pequeño trozo de papel
que tenía muchos dobleces. La multitud se inclinó hacia adelante
para ver mejor, y los Baudelaire se pararon de puntillas para poder
ver por encima de todas las cabezas de los adultos que los
rodeaban. Pero el Conde Olaf no desdobló el trozo de papel
inmediatamente.
En vez de eso, lo levantó tan alto como pudo
y le dio al público una gran sonrisa—. Desdoblaré el trozo de papel
muy lentamente —anunció—, para aumentar el suspenso.
—¡Qué inteligente! —dijo la reportera,
mascando su chicle con emoción—. Ya imagino el titular: «EL CONDE
OLAF AUMENTA EL SUSPENSO».
—Aprendí como asombrar a las multitudes
trabajando extensamente como un famoso actor —dijo el Conde Olaf,
sonriéndole a la reportera, mientras seguía sosteniendo el trozo de
papel—. Asegúrate de grabarlo todo.
—Lo haré —dijo la reportera sin aliento, y
puso su micrófono cerca de la boca de Olaf.
—Señoras y señores —gritó el Conde Olaf—.
¡Ahora estoy desdoblando el primer doblez en el trozo de
papel!
—¡Vaya! —gritaron varios miembros de la
audiencia—. ¡Hurra por el primer doblez!
—¡Sólo quedan cinco dobleces más! —dijo
Olaf—. Sólo cinco dobleces más, y sabremos que fenómeno será
arrojado a los leones.
—¡Esto es tan emocionante! —gritó el hombre
con el cabello teñido—. ¡Creo que hasta me podría desmayar!
—Simplemente no te desmayes en la fosa —dijo
su esposa.
—¡Ahora estoy desdoblando el segundo doblez
en el trozo de papel! —anunció el Conde Olaf—. ¡Ahora sólo quedan
cuatro dobleces más!
Los leones rugieron impacientemente, como si
estuvieran cansados de todas esas tonterías con los trozos de
papel, pero el público estaba tan animado por el aumento del
suspenso que no le prestaron atención a las feroces bestias en la
fosa, mirando sólo al Conde Olaf, quien sonreía y mandaba besos a
los visitantes del carnaval. Los Baudelaire, sin embargo, ya no
estaban mirando por encima de las cabezas de la multitud para poder
ver a Olaf hacer su numerito, una frase que aquí significa
“aumentar el suspenso desdoblando lentamente un trozo de papel
donde estaba escrito el nombre de quien se suponía debería saltar a
la fosa de los leones”. Estaban aprovechando el hecho de que nadie
los observaba, y se acercaron los unos a los otros tanto como
pudieron para poder hablar sin ser escuchados.
—¿Crees que podríamos caminar sigilosamente
alrededor de la fosa hasta los carros de la montaña rusa? —murmuró
Klaus a su hermana.
—Creo que está demasiado concurrido
—respondió Violet—. ¿Crees que podríamos conseguir que los leones
no devoren a nadie?
—Creo que están demasiado hambrientos —dijo
Klaus, entrecerrando los ojos para ver a las hambrientas bestias—.
Leí un libro sobre grandes felinos que decía que cuando tienen
hambre, comen prácticamente cualquier cosa.
—¿Hay algo más que hayas leído sobre leones
que pueda ayudarnos? —preguntó Violet.
—No lo creo —respondió Klaus—. ¿Hay algo más
que puedas inventar con esa correa del ventilador que pueda
ayudarnos?
—No lo creo —respondió Violet, con una voz
muy tenue por el miedo.
—¡Déjà vu! —le dijo Sunny a sus hermanos.
Ella quería decirles algo así como “Debemos encontrar algo que nos
pueda ayudar. Ya hemos escapado antes de una multitud sedienta de
sangre”.
—Sunny tiene razón —dijo Klaus—. Cuando
vivimos en el Hospital Heimlich, aprendimos como entretener a una
multitud, cuando pospusimos el plan de Olaf de llevarte a
cirugía.
—Y cuando vivimos en la Villa de la Fabulosa
Desbandada —dijo Violet—, aprendimos sobre la psicología de las
masas, cuando vimos a todos los habitantes tan disgustados que no
podían pensar con claridad. Pero, ¿Qué podemos hacer con esta
multitud? ¿Qué podemos hacer en este momento?
—¡Ambos! —murmuró Sunny, y entonces gruñó
con rapidez en caso de que alguien la estuviera escuchando.
—¡He desdoblado el trozo de papel de nuevo!
—gritó el Conde Olaf, y no creo que tenga que explicarte que aún
faltaban tres dobleces, o que la multitud se animaba cada vez más,
como si él estuvieran haciendo algo muy valiente o muy noble.
Probablemente no tenga que decirte que anunció los tres dobleces
restantes como si fueran eventos muy emocionantes, y que la
multitud se animaba cada vez más, esperando con ansias la violencia
y el comer torpemente que pronto llegarían, y probablemente ni
siquiera tenga que decirte lo que estaba escrito en el trozo de
papel, porque si has leído este miserable libro hasta este punto
entonces conoces muy bien a los huérfanos Baudelaire y sabes qué
tipo de monstruosa suerte tienen. Una persona con suerte normal
llegaría a un carnaval bajo las circunstancias más cómodas, como en
un autobús de dos pisos o en la espalda de un elefante, y
probablemente se la pasaría bien disfrutando de todas las cosas que
un carnaval tiene para ofrecer, volviendo a casa feliz y satisfecha
al final del día.
Pero los Baudelaire habían llegado al
Carnaval Caligari en el maletero de un automóvil, y se habían visto
obligados a ponerse unos incómodos disfraces, a tomar parte de un
humillante show, y a ponerse a si mismos en peligrosas
circunstancias, y, como si su monstruosa suerte no fuera
suficiente, ni siquiera habían encontrado la información que
esperaban encontrar. Por lo tanto, es probable que no te sorprenda
saber que el nombre de Hugo no era el que estaba escrito en el
trozo de papel que el Conde Olaf tenía en la mano, o el nombre de
Colette, o el nombre de Kevin, quien estaba apretando sus dos manos
igualmente hábiles por el nerviosismo a medida que Olaf finalmente
desdoblaba el trozo de papel por completo. Tampoco te sorprenderá
saber que cuando el Conde Olaf anunció el nombre escrito sobre el
trozo de papel, los ojos de toda la multitud cayeron sobre los
disfrazados niños. Pero, aunque posiblemente no estés sorprendido
por el anuncio del Conde Olaf, tal vez podrías estarlo por el
anuncio que uno de los hermanos hizo inmediatamente después—.
Señoras y señores —anunció el Conde Olaf—. Beverly y Elliot, el
fenómeno de dos cabezas, será arrojado a los leones hoy.
—Señoras y señores —anunció Violet
Baudelaire—, estamos muy emocionados de haber sido elegidos.