Capítulo 1

CUANDO mi día de trabajo ha terminado, y he cerrado mi cuaderno de notas, ocultado mi pluma, y he hecho algunos agujeros en mi canoa rentada para que no pueda ser encontrada, a menudo me gusta pasar la tarde conversando con algunos de mis amigos sobrevivientes. A veces hablamos de literatura. A veces hablamos de las personas que están tratando de destruirnos, y si hay alguna esperanza de escapar de ellos. Y a veces hablamos de los aterradores y molestos animales que pueden encontrarse en las cercanías, y este tema siempre conduce a muchos desacuerdos sobre qué parte de las aterradoras y molestas bestias es la más aterradora y molesta. Algunos dicen que los dientes de la bestia, porque sirven para comerse a los niños, y a menudo a sus padres, y para masticar sus huesos. Algunos dicen que las garras de la bestia, porque son utilizadas para desgarrar y hacer trizas las cosas. Y algunos dicen que el pelo de la bestia, porque puede hacer estornudar a las personas alérgicas.
Pero yo siempre insisto en que la parte más aterradora de la bestia son sus entrañas, por la sencilla razón de que si estás viendo las entrañas de la bestia eso significa que ya has visto los dientes de la bestia y las garras de la bestia e incluso el cabello de la bestia, y ahora estás atrapado y probablemente no hay esperanza para ti. Por esta razón, la frase —en las entrañas de la bestia— se ha convertido en una expresión que significa “en el interior de un terrible lugar con pocas posibilidades de escapar con vida”, y no es una expresión que uno desee utilizar muy a menudo. Lamento decirte que este libro utilizará la expresión “en las entrañas de la bestia” tres veces antes de que termine, sin contar todas las veces que he utilizado ya “en las entrañas de la bestia” con el fin de advertirte todas las veces que aparecerá “en las entrañas de la bestia”. Tres veces en el transcurso de esta historia, los personajes estarán dentro de algunos terribles lugares con pocas posibilidades de escapar con vida, y por esta razón te recomiendo que arrojes este libro de inmediato para que puedas escapar con vida, porque esta lamentable historia es tan oscura y tan miserable y tan húmeda que la experiencia de leer esto te hará sentir como si estuvieras en las entrañas de la bestia, y eso no es bueno para nadie.
Los huérfanos Baudelaire se encontraban en las entrañas de la bestia... es decir, en el oscuro y estrecho maletero de un largo y oscuro coche. A menos que seas un pequeño y portátil objeto, probablemente prefieras sentarte en un asiento cuando viajes en coche, para así poder recargarte hacia atrás sobre el respaldo, mirar el paisaje por la ventana, sentirte seguro y protegido con un cinturón de seguridad abrochado que pasa por tu pecho. Sin embargo, los Baudelaire no podían recargarse hacia atrás, y sus cuerpos estaban adoloridos de estar apretándose unos contra otros durante varias horas. No había ninguna ventana por la cual mirar, sólo unos pocos agujeros de bala en el maletero, producto de algún violento encuentro que no he tenido el valor de investigar. Y se sentían de muchas maneras, menos protegidos y seguros, mientras pensaban en los otros pasajeros del coche, y trataban de imaginar a donde iban.
El conductor del automóvil era un hombre llamado Conde Olaf, una perversa persona con una ceja en lugar de dos y un desmedido y ávido deseo de conseguir dinero en lugar de respetar a los demás. Los Baudelaire habían conocido al Conde Olaf después de recibir la noticia de que sus padres habían muerto en un terrible incendio, y pronto descubrieron que él sólo estaba interesado en la enorme fortuna que su madre y su padre les habían heredado. Con incesante determinación —una frase que aquí significa “sin importar a donde fueran los tres niños”— el Conde Olaf los perseguía, utilizando viles técnicas tras otras para poner sus manos sobre la fortuna. Hasta el momento no había tenido éxito, a pesar de que había recibido mucha ayuda de su novia, Esmé Miseria —que era tan perversa como el, aunque con más estilo, una persona que estaba sentada a su lado en el asiento delantero del automóvil— y de una gran variedad de ayudantes, entre ellos un hombre calvo con una enorme nariz, dos mujeres a las que les gustaba usar polvo blanco sobre sus rostros, y un desagradable hombre con ganchos en vez de manos. Todas estas personas estaban sentadas en el asiento trasero del automóvil, donde a veces los niños podían escucharlos hablar por encima del rugido del motor y de los ruidos de la carretera.
Uno podría pensar, con un malvado grupo de personas como compañeros de viaje, que hubiera sido mejor que los hermanos Baudelaire hubieran elegido otra manera de viajar en lugar de entrar furtivamente en el maletero, pero los tres niños habían tenido que huir de las circunstancias, aún más aterradoras y molestas que Olaf y sus ayudantes, y no tuvieron tiempo para ser exigentes. Pero a medida que su viaje avanzaba, Violet, Klaus y Sunny se preocupaban cada vez más y más por su situación. La luz que entraba a través de los agujeros de bala se desvanecía en la tarde, y la carretera debajo de ellos se tornó rugosa y accidentada, y los huérfanos Baudelaire intentaron imaginar a donde iban y que sucedería cuando llegaran allí.
Violet, quien era la mayor de los Baudelaire, se estiró para colocar su mano sobre el rígido hombro de Klaus, y abrazó a su hermana bebé, Sunny, con más fuerza, como para comunicarse con sus hermanos, sin hablar. Esmé Miseria no paraba de hablar acerca de las cosas que eran o no eran in —una palabra que le gustaba usar para “a la moda”— pero el los niños estaban más interesados en oír a donde los llevaba el coche. El hinterlands era un vasto y vacío lugar muy alejado de las afueras de la ciudad, sin ni siquiera un pequeño pueblo a cientos de kilómetros. Hace mucho tiempo los padres Baudelaire habían prometido que llevarían a sus hijos algún día a ver la famosa puesta de sol del hinterlands. Klaus, quien era un lector voraz, había leído en voz alta las descripciones de las puestas de sol, lo que había hecho que toda la familia estuviera deseosa de ir, y Violet, quien tenía un verdadero talento para inventar cosas, había comenzado a construir un horno solar para que la familia pudiera disfrutar de emparedados de queso a la plancha mientras veían la luz de color azul oscuro propagarse inquietamente sobre el hinterlands, mientras que el sol descendía lentamente detrás de las Montañas Mortmain. Los tres hermanos nunca se imaginaron que visitarían el hinterlands por su cuenta, metidos en el maletero del auto de un villano.
—¿Ya llegamos? —la voz del Hombre con Ganchos en vez de Manos rompió un largo silencio.
—Te dije que no me volvieras a preguntar eso —respondió Olaf con un gruñido—. Llegaremos cuando lleguemos ahí, y eso es todo.
—¿Podríamos hacer una breve parada? —le preguntó una de las mujeres empolvadas—. Vi la señal de una estación de servicio a pocos kilómetros.
—No tenemos tiempo para parar en ningún lugar —dijo bruscamente Olaf—. Si necesitas usar el baño, debiste haber ido antes de que nos fuéramos.
—Pero el hospital estaba en llamas —se quejó la mujer.
—Sí, detengámonos aquí —dijo el hombre calvo—. No hemos comido nada desde el almuerzo, y mi estómago está gruñendo.
—No podemos parar —dijo Esmé—. Aquí en el hinterlands no hay restaurantes que sean in.
—Jefe, ¿Está seguro de que es seguro ir por este camino? —preguntó el Hombre con Ganchos en vez de Manos—. Si la policía viene a buscarnos, no habrá lugar donde escondernos.
—Siempre podemos disfrazarnos nuevamente —dijo el hombre calvo—. Todo lo que necesitamos está en el maletero del coche.
—No tenemos que ocultarnos —respondió Olaf—, y no tenemos que disfrazarnos. Gracias a esa estúpida reportera de El Diario Punctilio, todo el mundo piensa que estoy muerto, ¿recuerdas?
—Estás muerto —dijo Esmé con una desagradable risa—, y los tres mocosos Baudelaire son asesinos. No tenemos que ocultarnos... ¡Tenemos que celebrar!
—¡Aún no podemos celebrar! —dijo Olaf—. Hay dos últimas cosas que necesitamos hacer. En primer lugar, tenemos que destruir la última prueba que nos puede enviar a la cárcel.
—El expediente Snicket —dijo Esmé, y los Baudelaire se estremecieron en el maletero. Los tres niños habían encontrado una página del expediente Snicket, que ahora estaba a salvo en el bolsillo de Klaus. Era difícil saberlo a partir de una sola página, pero el expediente Snicket parecía contener información acerca de un sobreviviente de un incendio, y los Baudelaire estaban deseosos de encontrar las páginas restantes antes que Olaf.
—Sí, por supuesto —dijo el Hombre con Ganchos en vez de Manos—. Tenemos que encontrar el expediente Snicket. Pero, ¿cuál es la segunda cosa?
—Tenemos que encontrar a los Baudelaire, idiota —gruñó Olaf—. Si no los encontramos, entonces no podremos robar su fortuna, y todos mis planes habrán sido una perdida de tiempo.
—Yo no creo que sus planes hayan sido una perdida de tiempo —dijo una de las mujeres empolvadas—. Me he divertido mucho con ellos, incluso si no conseguimos la fortuna.
—¿Cree usted que esos irritantes huérfanos salieron del hospital con vida? —preguntó el hombre calvo.
—Esos niños parecen tener toda la suerte del mundo —dijo el Conde Olaf—, así que probablemente todos estén vivos y bien, pero por supuesto que las cosas serían más fáciles si uno o dos de ellos se han reducido a cenizas. Sólo necesitamos a uno de ellos con vida para conseguir la fortuna.
—Espero que sea Sunny —dijo el Hombre con Ganchos en vez de Manos—. Fue divertido ponerla en una jaula, y me gustaría volver a hacerlo.
—Espero que sea Violet —dijo Olaf—. Ella es la más bonita.
—No me importa quién sea —dijo Esmé—. Sólo quiero saber dónde están.
—Bueno, Madame Lulu lo sabrá —dijo Olaf—. Con su bola de cristal será capaz de decirnos en donde están los huérfanos, donde se encuentra el expediente, y cualquier cosa que queramos saber.
—Nunca creí en cosas como las bolas de cristal —dijo una de las mujeres empolvadas—, pero cuando Madame Lulu comenzó decirle como encontrar a los Baudelaire cada vez que escapaban, me di cuenta de que la adivinación es real.
—Sigue conmigo —dijo Olaf—, y aprenderás muchas cosas nuevas. Oh, aquí está la salida hacia el Raro Recorrido por la Ronda (Rarely Ridden Road). Ya casi hemos llegado.
El coche giró a la izquierda, y los Baudelaire giraron con el, rodando por el lado izquierdo del maletero, junto a muchos objetos que Olaf utilizaba para ejecutar sus malvados planes. Violet intentó no toser mientras una de sus falsas barbas le hacia cosquillas en su garganta. Klaus se tapó la cara con las manos para evitar que una caja de herramientas que se deslizaba rompiera sus gafas. Y Sunny cerró su boca para evitar que una de las camisetas sucias de Olaf se enredara en sus afilados dientes. El Raro Recorrido por la Ronda era incluso más accidentado que la carretera por la que habían estado viajando, y el coche hacía tanto ruido que los niños no pudieron escuchar más de la conversación hasta que Olaf detuvo el automóvil con un crujiente alto.
—¿Ya llegamos? —preguntó el Hombre con Ganchos en vez de Manos.
—Por supuesto que ya llegamos, imbécil —dijo Olaf—. Mira, ahí está la señal que dice Carnaval Caligari.
—¿Dónde está Madame Lulu? —preguntó el hombre calvo.
—¿Dónde crees? —preguntó Esmé, y todos se rieron.
Las puertas del automóvil se abrieron con un rasposo sonido, y el coche se tambaleó mientras todos bajaban.
—¿Quiere que saqué el vino del maletero, jefe? —preguntó el hombre calvo.
Los Baudelaire se paralizaron.
—No —respondió el Conde Olaf—. Madame Lulu tendrá muchos refrigerios para nosotros.
Los tres niños se quedaron muy quietos y permanecieron en silencio mientras Olaf y su grupo caminaban alejándose del coche. Los pasos sonaban cada vez más distantes hasta que los hermanos sólo pudieron escuchar la brisa del atardecer que silbaba a través de los agujeros de bala, y hasta que finalmente les pareció seguro, los huérfanos Baudelaire comenzaron a hablar entre ellos.
—¿Qué vamos a hacer? —susurró Violet, alejando la barba de ella.
—Merrill —dijo Sunny. Al igual que muchas personas de su edad, la Baudelaire más joven a veces utilizaba un lenguaje que resultaba difícil de comprender para algunas personas, pero sus hermanos comprendieron inmediatamente que quería decir algo así como “Será mejor que salgamos del maletero”.
—Tan pronto como sea posible —coincidió Klaus—. No sabemos cuanto tiempo tardaran en volver Olaf y su grupo. Violet, ¿crees que puedas inventar algo para sacarnos de aquí?
—No debería ser demasiado difícil —dijo Violet—, con todo este material en el maletero —ella movió su mano y tentó las cosas a su alrededor hasta que encontró el mecanismo que mantenía el maletero cerrado—. He estudiado este tipo de cerraduras antes —dijo—. Todo lo que necesito para abrirlo es un trozo de cuerda resistente. Tienten a su alrededor, veamos si podamos encontrar algo.
—Hay algo enredado alrededor de mi brazo izquierdo —dijo Klaus, retorciéndose—. Por la textura, podría ser parte del turbante que Olaf llevaba cuando se disfrazó como el entrenador Gengis.
—Eso es demasiado grueso —dijo Violet—. Es necesario deslizarla entre dos partes de la cerradura.
—¡Semja! —dijo Sunny.
—Esa es una agujeta de mi zapato, Sunny —dijo Klaus.
—La usaremos como último recurso —dijo Violet—. Si logramos escapar no podemos dejar que tropieces por todo el lugar. Esperen, creo que he encontrado algo bajo el neumático de repuesto.
—¿Qué es?
—No lo sé —dijo Violet—. Se siente como una cuerda muy delgada sujeta a una cosa redonda y plana en un extremo.
—Apuesto a que es un monóculo —dijo Klaus—. Ya sabes, aquella graciosa cosa que Olaf llevaba en su ojo cuando fingía ser Gunther, el subastador.
—Creo que tienes razón —dijo Violet—. Pues bien, este monóculo ayudó a Olaf con su plan, y ahora nos ayudará con los nuestros. Sunny, trata de moverte un poco más para que pueda ver si esto funciona.
Sunny se arrastró y se apartó lo más que pudo, y Violet, pasando su brazo por encima de sus hermanos, deslizó la cuerda del monóculo de Olaf alrededor de la cerradura del maletero. Los tres niños permanecieron en silencio mientras Violet movía su invención alrededor del pestillo, y sólo unos pocos segundos después oyeron un ligero ¡click! y el maletero se abrió balanceándose con un largo y lento creeeak. Mientras el aire fresco entraba a toda prisa, los Baudelaire permanecieron absolutamente inmóviles en caso de que el ruido producido por el maletero hubiera llamado la atención de Olaf, pero parecía ser que él y sus ayudantes estaban demasiado lejos como para escucharlo, porque después de unos segundos los niños no podían escuchar nada más que el canto nocturno de los grillos y un tenue ladrido de un perro.
Los Baudelaire se miraron entre sí, entrecerrando los ojos por la tenue luz, y sin otra palabra Violet y Klaus salieron del maletero y luego sacaron a su hermana a la noche. La famosa puesta de sol del hinterlands estaba a punto de finalizar, y todo lo que los niños veían estaba bañado en un tono azulado, como si el Conde Olaf los hubiera empujado a las profundidades del océano. En un gran letrero de madera estaban escritas, con una tipografía del tipo antigua, las palabras CARNAVAL CALIGARI, junto con una descolorida pintura de un león persiguiendo un asustado niño pequeño. Detrás del letrero había una pequeña boletería, y una cabina telefónica que brillaban con la azulada luz. Detrás de estas dos había una enorme montaña rusa, una frase que aquí significa —una serie de pequeños carros en donde la gente puede sentarse e ir a toda velocidad de arriba hacia abajo por unas aterradoras y empinadas montañas de rieles, sin una entendible razón—, pero era evidente, incluso ante la tenue luz, que la montaña rusa no había sido utilizada desde hace bastante tiempo, porque las rieles y los carros estaban cubiertos de hiedra y de otras sinuosas plantas, lo que daba la impresión de que la atracción del carnaval estuvieran a punto de hundirse en la tierra. Detrás de la montaña rusa, había una fila de enormes carpas, estremeciéndose en la brisa del atardecer como medusas en el mar, y al lado de cada una de las carpas había una caravana, que es un vehículo con ruedas usado como hogar por personas que viajan con frecuencia. Todas las caravanas y carpas tenían pintados diferentes diseños a ambos lados, pero los Baudelaire supieron inmediatamente cual era la caravana de Madame de Lulu porque estaba decorada con un enorme ojo. El ojo era idéntico al ojo tatuado en el tobillo izquierdo del Conde Olaf, el mismo que los Baudelaire habían visto tantas veces en su vida, y se estremecieron ante la idea de que no podían escapar de él incluso en el hinterlands.
—Ahora que estamos fuera del maletero —dijo Klaus—, vámonos de aquí. Olaf y su grupo podrían volver en cualquier momento.
—¿Pero a dónde vamos a ir? —preguntó Violet—. Estamos en el hinterlands. Olaf y su grupo dijeron que no hay ningún lugar donde esconderse.
—Bueno, vamos a tener que encontrar uno —dijo Klaus—. No es seguro estar en cualquier lugar en donde el Conde Olaf es bienvenido.
—¡Ojo! —dijo Sunny de acuerdo, apuntando a la caravana de Madame Lulu.
—Pero no podemos caminar por el campo otra vez —dijo Violet—. La última vez que lo hicimos terminamos incluso con problemas más graves.
—Quizás podríamos llamar a la policía desde la cabina telefónica —dijo Klaus.
—¡Dragnet! —dijo Sunny, lo que significaba algo así como “¡Pero la policía cree que somos asesinos!”.
—Supongo que podríamos intentar contactar al Sr. Poe —dijo Violet—. No respondió al telegrama que le enviamos pidiendo ayuda, pero tal vez tengamos más suerte con el teléfono.
Los tres hermanos se miraron entre sí con escepticismo. El Sr. Poe era el Vicepresidente de Asuntos de Orfandad de la Corporación Fraudusuaria, un banco de gran tamaño en la ciudad, y parte de su trabajo era supervisar los asuntos de los Baudelaire después del incendio. El Sr. Poe no era una mala persona, pero él erróneamente los había colocado bajo la tutela de tantas personas malvadas que había sido casi tan malvado como una verdadera persona malvada, y los niños no estaban particularmente deseosos de ponerse en contacto con él otra vez, incluso si era en lo único en lo que podían pensar.
—La posibilidad de que pueda ser de alguna ayuda es muy remota —admitió Violet—, pero, ¿Qué podemos perder?
—No pensemos en eso —respondió Klaus, y caminó hacia la cabina telefónica—. Tal vez el Sr. Poe por lo menos nos permita explicarle lo que paso.
—Veriz —dijo Sunny, lo que significa algo así como “Vamos a necesitar dinero para hacer una llamada telefónica”.
—No tengo nada —dijo Klaus, buscando en sus bolsillos—. ¿Tienes dinero, Violet?
Violet negó con la cabeza.
—Podemos llamar al operador y ver si hay alguna manera de que podamos realizar una llamada sin pagar por ello.
Klaus asintió y abrió la puerta de la cabina para que él y sus hermanas pudieran entrar. Violet cogió el teléfono y marcó la O de operador, mientras que Klaus levantaba a Sunny para que así, los tres hermanos, pudieran oír la conversación.
—Operador —dijo el operador.
—Buenas noches —dijo Violet—. Mis hermanos y yo quisiéramos hacer una llamada.
—Por favor introduzca la cantidad adecuada de dinero —señaló el operador.
—No tenemos la cantidad adecuada de dinero —dijo Violet—. De hecho, no tenemos nada de dinero. Pero esto es una emergencia.
Hubo un ligero y sibilante ruido en el teléfono, y los Baudelaire se dieron cuenta de que el operador suspiraba por la línea.
—¿Cuál es la naturaleza exacta de su emergencia?
Violet miró hacia abajo a sus hermanos y vio el último resplandor azulado de la puesta del sol que se reflejaba en las gafas de Klaus y en los dientes de Sunny. Mientras la oscuridad se formaba a su alrededor, la naturaleza de su emergencia parecía tan enorme que le tomaría el resto de la noche explicarle todo al operador telefónico, y la mayor de los Baudelaire trató de averiguar de que manera podría resumirla, una palabra que aquí significa “contar su historia de manera que pudiera convencer al operador de que los dejara hablar con el Sr. Poe sin pagar”.
—Bien —comenzó—, mi nombre es Violet Baudelaire, y estoy aquí con mi hermano, Klaus, y mi hermana, Sunny. Nuestros nombres pueden sonarle un poco familiares, porque El Diario Punctilio recientemente publicó un artículo diciendo que somos Verónica, Klyde y Susie Baudelaire, y que somos los asesinos que mataron al Conde Omar. Pero el Conde Omar es en realidad el Conde Olaf, y él no está muerto. Se hizo pasar por muerto asesinando a otra persona que tenía el mismos mismo tatuaje que el, y nos adjudicó el asesinato. Recientemente destruyó un hospital, mientras intentaba capturarnos, pero nos las arreglamos para escondernos en el maletero de su coche mientras conducía su automóvil con sus compañeros. Ahora hemos salido del maletero, y estamos tratando de comunicarnos con el Sr. Poe ya que él puede ayudarnos a encontrar el expediente Snicket, lo que consideramos podría explicar el significado de las iniciales de V.F.D., y si uno de nuestros padres sobrevivió al incendio después de todo. Ya sé que es una historia muy complicada, y puede parecer increíble, pero estamos solos en el hinterlands y no sabemos qué hacer.
La historia era tan terrible que Violet había llorado un poco mientras la contaba, y se limpió las lágrimas de sus ojos mientras esperaba la respuesta del operador. Pero ninguna voz salió del teléfono. Los tres Baudelaire escucharon atentamente, pero todo lo que pudieron oír fue el distante y vacío sonido de una línea telefónica.
—¿Hola? —dijo Violet finalmente.
El teléfono no dijo nada.
—¿Hola? —dijo Violet nuevamente—. ¿Hola? ¿Hola? El teléfono no contestó.
—¿Hola? —dijo Violet, tan fuerte como se atrevió.
—Creo que es mejor que cuelgues —dijo Klaus en voz baja.
—Pero, ¿por qué nadie responde? —exclamó Violet.
—No lo sé —dijo Klaus—, pero no creo que el operador nos ayude.
Violet colgó el teléfono y abrió la puerta de la cabina. Ahora que el sol se había puesto el aire comenzaba a enfriarse, y se estremeció con la brisa del anochecer.
—¿Quién nos ayudará? —preguntó—. ¿Quién cuidará de nosotros?
—Tendremos que cuidar de nosotros mismos —dijo Klaus.
—Ephrai —dijo Sunny, lo que significaba algo así como “Pero ahora estamos realmente en problemas”.
—Por supuesto —coincidió Violet—. Estamos en medio de la nada, sin un lugar donde escondernos, y todo el mundo piensa que somos criminales ¿Cómo es que los criminales cuidan de sí mismos en el hinterlands?
Los Baudelaire escucharon una risa, como si les hubieran respondido. La risa era muy tenue, pero en el silencio de la noche los sorprendió e hizo saltar a los niños. Sunny señaló con el dedo, y los niños pudieron ver una luz en una de las ventanas de la caravana de Madame Lulu. Varias sombras se movían detrás de la ventana, y los niños se dieron cuenta de que el Conde Olaf y su grupo se encontraban en el interior, charlando y riendo mientras los huérfanos Baudelaire temblaban afuera en la oscuridad.
—Hay que ir a ver —dijo Klaus—. Vayamos a averiguar cómo los criminales cuidan de sí mismos.