Capítulo 1
CUANDO mi día de trabajo ha terminado, y
he cerrado mi cuaderno de notas, ocultado mi pluma, y he hecho
algunos agujeros en mi canoa rentada para que no pueda ser
encontrada, a menudo me gusta pasar la tarde conversando con
algunos de mis amigos sobrevivientes. A veces hablamos de
literatura. A veces hablamos de las personas que están tratando de
destruirnos, y si hay alguna esperanza de escapar de ellos. Y a
veces hablamos de los aterradores y molestos animales que pueden
encontrarse en las cercanías, y este tema siempre conduce a muchos
desacuerdos sobre qué parte de las aterradoras y molestas bestias
es la más aterradora y molesta. Algunos dicen que los dientes de la
bestia, porque sirven para comerse a los niños, y a menudo a sus
padres, y para masticar sus huesos. Algunos dicen que las garras de
la bestia, porque son utilizadas para desgarrar y hacer trizas las
cosas. Y algunos dicen que el pelo de la bestia, porque puede hacer
estornudar a las personas alérgicas.
Pero yo siempre insisto en que la parte más
aterradora de la bestia son sus entrañas, por la sencilla razón de
que si estás viendo las entrañas de la bestia eso significa que ya
has visto los dientes de la bestia y las garras de la bestia e
incluso el cabello de la bestia, y ahora estás atrapado y
probablemente no hay esperanza para ti. Por esta razón, la frase
—en las entrañas de la bestia— se ha convertido en una expresión
que significa “en el interior de un terrible lugar con pocas
posibilidades de escapar con vida”, y no es una expresión que uno
desee utilizar muy a menudo. Lamento decirte que este libro
utilizará la expresión “en las entrañas de la bestia” tres veces
antes de que termine, sin contar todas las veces que he utilizado
ya “en las entrañas de la bestia” con el fin de advertirte todas
las veces que aparecerá “en las entrañas de la bestia”. Tres veces
en el transcurso de esta historia, los personajes estarán dentro de
algunos terribles lugares con pocas posibilidades de escapar con
vida, y por esta razón te recomiendo que arrojes este libro de
inmediato para que puedas escapar con vida, porque esta lamentable
historia es tan oscura y tan miserable y tan húmeda que la
experiencia de leer esto te hará sentir como si estuvieras en las
entrañas de la bestia, y eso no es bueno para nadie.
Los huérfanos Baudelaire se encontraban en
las entrañas de la bestia... es decir, en el oscuro y estrecho
maletero de un largo y oscuro coche. A menos que seas un pequeño y
portátil objeto, probablemente prefieras sentarte en un asiento
cuando viajes en coche, para así poder recargarte hacia atrás sobre
el respaldo, mirar el paisaje por la ventana, sentirte seguro y
protegido con un cinturón de seguridad abrochado que pasa por tu
pecho. Sin embargo, los Baudelaire no podían recargarse hacia
atrás, y sus cuerpos estaban adoloridos de estar apretándose unos
contra otros durante varias horas. No había ninguna ventana por la
cual mirar, sólo unos pocos agujeros de bala en el maletero,
producto de algún violento encuentro que no he tenido el valor de
investigar. Y se sentían de muchas maneras, menos protegidos y
seguros, mientras pensaban en los otros pasajeros del coche, y
trataban de imaginar a donde iban.
El conductor del automóvil era un hombre
llamado Conde Olaf, una perversa persona con una ceja en lugar de
dos y un desmedido y ávido deseo de conseguir dinero en lugar de
respetar a los demás. Los Baudelaire habían conocido al Conde Olaf
después de recibir la noticia de que sus padres habían muerto en un
terrible incendio, y pronto descubrieron que él sólo estaba
interesado en la enorme fortuna que su madre y su padre les habían
heredado. Con incesante determinación —una frase que aquí significa
“sin importar a donde fueran los tres niños”— el Conde Olaf los
perseguía, utilizando viles técnicas tras otras para poner sus
manos sobre la fortuna. Hasta el momento no había tenido éxito, a
pesar de que había recibido mucha ayuda de su novia, Esmé Miseria
—que era tan perversa como el, aunque con más estilo, una persona
que estaba sentada a su lado en el asiento delantero del automóvil—
y de una gran variedad de ayudantes, entre ellos un hombre calvo
con una enorme nariz, dos mujeres a las que les gustaba usar polvo
blanco sobre sus rostros, y un desagradable hombre con ganchos en
vez de manos. Todas estas personas estaban sentadas en el asiento
trasero del automóvil, donde a veces los niños podían escucharlos
hablar por encima del rugido del motor y de los ruidos de la
carretera.
Uno podría pensar, con un malvado grupo de
personas como compañeros de viaje, que hubiera sido mejor que los
hermanos Baudelaire hubieran elegido otra manera de viajar en lugar
de entrar furtivamente en el maletero, pero los tres niños habían
tenido que huir de las circunstancias, aún más aterradoras y
molestas que Olaf y sus ayudantes, y no tuvieron tiempo para ser
exigentes. Pero a medida que su viaje avanzaba, Violet, Klaus y
Sunny se preocupaban cada vez más y más por su situación. La luz
que entraba a través de los agujeros de bala se desvanecía en la
tarde, y la carretera debajo de ellos se tornó rugosa y
accidentada, y los huérfanos Baudelaire intentaron imaginar a donde
iban y que sucedería cuando llegaran allí.
Violet, quien era la mayor de los
Baudelaire, se estiró para colocar su mano sobre el rígido hombro
de Klaus, y abrazó a su hermana bebé, Sunny, con más fuerza, como
para comunicarse con sus hermanos, sin hablar. Esmé Miseria no
paraba de hablar acerca de las cosas que eran o no eran in —una palabra que le gustaba usar para “a la
moda”— pero el los niños estaban más interesados en oír a donde los
llevaba el coche. El hinterlands era un vasto y vacío lugar muy
alejado de las afueras de la ciudad, sin ni siquiera un pequeño
pueblo a cientos de kilómetros. Hace mucho tiempo los padres
Baudelaire habían prometido que llevarían a sus hijos algún día a
ver la famosa puesta de sol del hinterlands. Klaus, quien era un
lector voraz, había leído en voz alta las descripciones de las
puestas de sol, lo que había hecho que toda la familia estuviera
deseosa de ir, y Violet, quien tenía un verdadero talento para
inventar cosas, había comenzado a construir un horno solar para que
la familia pudiera disfrutar de emparedados de queso a la plancha
mientras veían la luz de color azul oscuro propagarse inquietamente
sobre el hinterlands, mientras que el sol descendía lentamente
detrás de las Montañas Mortmain. Los tres hermanos nunca se
imaginaron que visitarían el hinterlands por su cuenta, metidos en
el maletero del auto de un villano.
—¿Ya llegamos? —la voz del Hombre con
Ganchos en vez de Manos rompió un largo silencio.
—Te dije que no me volvieras a preguntar eso
—respondió Olaf con un gruñido—. Llegaremos cuando lleguemos ahí, y
eso es todo.
—¿Podríamos hacer una breve parada? —le
preguntó una de las mujeres empolvadas—. Vi la señal de una
estación de servicio a pocos kilómetros.
—No tenemos tiempo para parar en ningún
lugar —dijo bruscamente Olaf—. Si necesitas usar el baño, debiste
haber ido antes de que nos fuéramos.
—Pero el hospital estaba en llamas —se quejó
la mujer.
—Sí, detengámonos aquí —dijo el hombre
calvo—. No hemos comido nada desde el almuerzo, y mi estómago está
gruñendo.
—No podemos parar —dijo Esmé—. Aquí en el
hinterlands no hay restaurantes que sean in.
—Jefe, ¿Está seguro de que es seguro ir por
este camino? —preguntó el Hombre con Ganchos en vez de Manos—. Si
la policía viene a buscarnos, no habrá lugar donde
escondernos.
—Siempre podemos disfrazarnos nuevamente
—dijo el hombre calvo—. Todo lo que necesitamos está en el maletero
del coche.
—No tenemos que ocultarnos —respondió Olaf—,
y no tenemos que disfrazarnos. Gracias a esa estúpida reportera de
El Diario Punctilio, todo el mundo piensa
que estoy muerto, ¿recuerdas?
—Estás muerto —dijo Esmé con una
desagradable risa—, y los tres mocosos Baudelaire son asesinos. No
tenemos que ocultarnos... ¡Tenemos que celebrar!
—¡Aún no podemos celebrar! —dijo Olaf—. Hay
dos últimas cosas que necesitamos hacer. En primer lugar, tenemos
que destruir la última prueba que nos puede enviar a la
cárcel.
—El expediente Snicket —dijo Esmé, y los
Baudelaire se estremecieron en el maletero. Los tres niños habían
encontrado una página del expediente Snicket, que ahora estaba a
salvo en el bolsillo de Klaus. Era difícil saberlo a partir de una
sola página, pero el expediente Snicket parecía contener
información acerca de un sobreviviente de un incendio, y los
Baudelaire estaban deseosos de encontrar las páginas restantes
antes que Olaf.
—Sí, por supuesto —dijo el Hombre con
Ganchos en vez de Manos—. Tenemos que encontrar el expediente
Snicket. Pero, ¿cuál es la segunda cosa?
—Tenemos que encontrar a los Baudelaire,
idiota —gruñó Olaf—. Si no los encontramos, entonces no podremos
robar su fortuna, y todos mis planes habrán sido una perdida de
tiempo.
—Yo no creo que sus planes hayan sido una
perdida de tiempo —dijo una de las mujeres empolvadas—. Me he
divertido mucho con ellos, incluso si no conseguimos la
fortuna.
—¿Cree usted que esos irritantes huérfanos
salieron del hospital con vida? —preguntó el hombre calvo.
—Esos niños parecen tener toda la suerte del
mundo —dijo el Conde Olaf—, así que probablemente todos estén vivos
y bien, pero por supuesto que las cosas serían más fáciles si uno o
dos de ellos se han reducido a cenizas. Sólo necesitamos a uno de
ellos con vida para conseguir la fortuna.
—Espero que sea Sunny —dijo el Hombre con
Ganchos en vez de Manos—. Fue divertido ponerla en una jaula, y me
gustaría volver a hacerlo.
—Espero que sea Violet —dijo Olaf—. Ella es
la más bonita.
—No me importa quién sea —dijo Esmé—. Sólo
quiero saber dónde están.
—Bueno, Madame Lulu lo sabrá —dijo Olaf—.
Con su bola de cristal será capaz de decirnos en donde están los
huérfanos, donde se encuentra el expediente, y cualquier cosa que
queramos saber.
—Nunca creí en cosas como las bolas de
cristal —dijo una de las mujeres empolvadas—, pero cuando Madame
Lulu comenzó decirle como encontrar a los Baudelaire cada vez que
escapaban, me di cuenta de que la adivinación es real.
—Sigue conmigo —dijo Olaf—, y aprenderás
muchas cosas nuevas. Oh, aquí está la salida hacia el Raro
Recorrido por la Ronda (Rarely Ridden Road). Ya casi hemos
llegado.
El coche giró a la izquierda, y los
Baudelaire giraron con el, rodando por el lado izquierdo del
maletero, junto a muchos objetos que Olaf utilizaba para ejecutar
sus malvados planes. Violet intentó no toser mientras una de sus
falsas barbas le hacia cosquillas en su garganta. Klaus se tapó la
cara con las manos para evitar que una caja de herramientas que se
deslizaba rompiera sus gafas. Y Sunny cerró su boca para evitar que
una de las camisetas sucias de Olaf se enredara en sus afilados
dientes. El Raro Recorrido por la Ronda era incluso más accidentado
que la carretera por la que habían estado viajando, y el coche
hacía tanto ruido que los niños no pudieron escuchar más de la
conversación hasta que Olaf detuvo el automóvil con un crujiente
alto.
—¿Ya llegamos? —preguntó el Hombre con
Ganchos en vez de Manos.
—Por supuesto que ya llegamos, imbécil —dijo
Olaf—. Mira, ahí está la señal que dice Carnaval Caligari.
—¿Dónde está Madame Lulu? —preguntó el
hombre calvo.
—¿Dónde crees? —preguntó Esmé, y todos se
rieron.
Las puertas del automóvil se abrieron con un
rasposo sonido, y el coche se tambaleó mientras todos
bajaban.
—¿Quiere que saqué el vino del maletero,
jefe? —preguntó el hombre calvo.
Los Baudelaire se paralizaron.
—No —respondió el Conde Olaf—. Madame Lulu
tendrá muchos refrigerios para nosotros.
Los tres niños se quedaron muy quietos y
permanecieron en silencio mientras Olaf y su grupo caminaban
alejándose del coche. Los pasos sonaban cada vez más distantes
hasta que los hermanos sólo pudieron escuchar la brisa del
atardecer que silbaba a través de los agujeros de bala, y hasta que
finalmente les pareció seguro, los huérfanos Baudelaire comenzaron
a hablar entre ellos.
—¿Qué vamos a hacer? —susurró Violet,
alejando la barba de ella.
—Merrill —dijo Sunny. Al igual que muchas
personas de su edad, la Baudelaire más joven a veces utilizaba un
lenguaje que resultaba difícil de comprender para algunas personas,
pero sus hermanos comprendieron inmediatamente que quería decir
algo así como “Será mejor que salgamos del maletero”.
—Tan pronto como sea posible —coincidió
Klaus—. No sabemos cuanto tiempo tardaran en volver Olaf y su
grupo. Violet, ¿crees que puedas inventar algo para sacarnos de
aquí?
—No debería ser demasiado difícil —dijo
Violet—, con todo este material en el maletero —ella movió su mano
y tentó las cosas a su alrededor hasta que encontró el mecanismo
que mantenía el maletero cerrado—. He estudiado este tipo de
cerraduras antes —dijo—. Todo lo que necesito para abrirlo es un
trozo de cuerda resistente. Tienten a su alrededor, veamos si
podamos encontrar algo.
—Hay algo enredado alrededor de mi brazo
izquierdo —dijo Klaus, retorciéndose—. Por la textura, podría ser
parte del turbante que Olaf llevaba cuando se disfrazó como el
entrenador Gengis.
—Eso es demasiado grueso —dijo Violet—. Es
necesario deslizarla entre dos partes de la cerradura.
—¡Semja! —dijo Sunny.
—Esa es una agujeta de mi zapato, Sunny
—dijo Klaus.
—La usaremos como último recurso —dijo
Violet—. Si logramos escapar no podemos dejar que tropieces por
todo el lugar. Esperen, creo que he encontrado algo bajo el
neumático de repuesto.
—¿Qué es?
—No lo sé —dijo Violet—. Se siente como una
cuerda muy delgada sujeta a una cosa redonda y plana en un
extremo.
—Apuesto a que es un monóculo —dijo Klaus—.
Ya sabes, aquella graciosa cosa que Olaf llevaba en su ojo cuando
fingía ser Gunther, el subastador.
—Creo que tienes razón —dijo Violet—. Pues
bien, este monóculo ayudó a Olaf con su plan, y ahora nos ayudará
con los nuestros. Sunny, trata de moverte un poco más para que
pueda ver si esto funciona.
Sunny se arrastró y se apartó lo más que
pudo, y Violet, pasando su brazo por encima de sus hermanos,
deslizó la cuerda del monóculo de Olaf alrededor de la cerradura
del maletero. Los tres niños permanecieron en silencio mientras
Violet movía su invención alrededor del pestillo, y sólo unos pocos
segundos después oyeron un ligero ¡click!
y el maletero se abrió balanceándose con un largo y lento
creeeak. Mientras el aire fresco entraba
a toda prisa, los Baudelaire permanecieron absolutamente inmóviles
en caso de que el ruido producido por el maletero hubiera llamado
la atención de Olaf, pero parecía ser que él y sus ayudantes
estaban demasiado lejos como para escucharlo, porque después de
unos segundos los niños no podían escuchar nada más que el canto
nocturno de los grillos y un tenue ladrido de un perro.
Los Baudelaire se miraron entre sí,
entrecerrando los ojos por la tenue luz, y sin otra palabra Violet
y Klaus salieron del maletero y luego sacaron a su hermana a la
noche. La famosa puesta de sol del hinterlands estaba a punto de
finalizar, y todo lo que los niños veían estaba bañado en un tono
azulado, como si el Conde Olaf los hubiera empujado a las
profundidades del océano. En un gran letrero de madera estaban
escritas, con una tipografía del tipo antigua, las palabras
CARNAVAL CALIGARI, junto con una descolorida pintura de un león
persiguiendo un asustado niño pequeño. Detrás del letrero había una
pequeña boletería, y una cabina telefónica que brillaban con la
azulada luz. Detrás de estas dos había una enorme montaña rusa, una
frase que aquí significa —una serie de pequeños carros en donde la
gente puede sentarse e ir a toda velocidad de arriba hacia abajo
por unas aterradoras y empinadas montañas de rieles, sin una
entendible razón—, pero era evidente, incluso ante la tenue luz,
que la montaña rusa no había sido utilizada desde hace bastante
tiempo, porque las rieles y los carros estaban cubiertos de hiedra
y de otras sinuosas plantas, lo que daba la impresión de que la
atracción del carnaval estuvieran a punto de hundirse en la tierra.
Detrás de la montaña rusa, había una fila de enormes carpas,
estremeciéndose en la brisa del atardecer como medusas en el mar, y
al lado de cada una de las carpas había una caravana, que es un
vehículo con ruedas usado como hogar por personas que viajan con
frecuencia. Todas las caravanas y carpas tenían pintados diferentes
diseños a ambos lados, pero los Baudelaire supieron inmediatamente
cual era la caravana de Madame de Lulu porque estaba decorada con
un enorme ojo. El ojo era idéntico al ojo tatuado en el tobillo
izquierdo del Conde Olaf, el mismo que los Baudelaire habían visto
tantas veces en su vida, y se estremecieron ante la idea de que no
podían escapar de él incluso en el hinterlands.
—Ahora que estamos fuera del maletero —dijo
Klaus—, vámonos de aquí. Olaf y su grupo podrían volver en
cualquier momento.
—¿Pero a dónde vamos a ir? —preguntó
Violet—. Estamos en el hinterlands. Olaf y su grupo dijeron que no
hay ningún lugar donde esconderse.
—Bueno, vamos a tener que encontrar uno
—dijo Klaus—. No es seguro estar en cualquier lugar en donde el
Conde Olaf es bienvenido.
—¡Ojo! —dijo Sunny de acuerdo, apuntando a
la caravana de Madame Lulu.
—Pero no podemos caminar por el campo otra
vez —dijo Violet—. La última vez que lo hicimos terminamos incluso
con problemas más graves.
—Quizás podríamos llamar a la policía desde
la cabina telefónica —dijo Klaus.
—¡Dragnet! —dijo Sunny, lo que significaba
algo así como “¡Pero la policía cree que somos asesinos!”.
—Supongo que podríamos intentar contactar al
Sr. Poe —dijo Violet—. No respondió al telegrama que le enviamos
pidiendo ayuda, pero tal vez tengamos más suerte con el
teléfono.
Los tres hermanos se miraron entre sí con
escepticismo. El Sr. Poe era el Vicepresidente de Asuntos de
Orfandad de la Corporación Fraudusuaria, un banco de gran tamaño en
la ciudad, y parte de su trabajo era supervisar los asuntos de los
Baudelaire después del incendio. El Sr. Poe no era una mala
persona, pero él erróneamente los había colocado bajo la tutela de
tantas personas malvadas que había sido casi tan malvado como una
verdadera persona malvada, y los niños no estaban particularmente
deseosos de ponerse en contacto con él otra vez, incluso si era en
lo único en lo que podían pensar.
—La posibilidad de que pueda ser de alguna
ayuda es muy remota —admitió Violet—, pero, ¿Qué podemos
perder?
—No pensemos en eso —respondió Klaus, y
caminó hacia la cabina telefónica—. Tal vez el Sr. Poe por lo menos
nos permita explicarle lo que paso.
—Veriz —dijo Sunny, lo que significa algo
así como “Vamos a necesitar dinero para hacer una llamada
telefónica”.
—No tengo nada —dijo Klaus, buscando en sus
bolsillos—. ¿Tienes dinero, Violet?
Violet negó con la cabeza.
—Podemos llamar al operador y ver si hay
alguna manera de que podamos realizar una llamada sin pagar por
ello.
Klaus asintió y abrió la puerta de la cabina
para que él y sus hermanas pudieran entrar. Violet cogió el
teléfono y marcó la O de operador, mientras que Klaus levantaba a
Sunny para que así, los tres hermanos, pudieran oír la
conversación.
—Operador —dijo el operador.
—Buenas noches —dijo Violet—. Mis hermanos y
yo quisiéramos hacer una llamada.
—Por favor introduzca la cantidad adecuada
de dinero —señaló el operador.
—No tenemos la cantidad adecuada de dinero
—dijo Violet—. De hecho, no tenemos nada de dinero. Pero esto es
una emergencia.
Hubo un ligero y sibilante ruido en el
teléfono, y los Baudelaire se dieron cuenta de que el operador
suspiraba por la línea.
—¿Cuál es la naturaleza exacta de su
emergencia?
Violet miró hacia abajo a sus hermanos y vio
el último resplandor azulado de la puesta del sol que se reflejaba
en las gafas de Klaus y en los dientes de Sunny. Mientras la
oscuridad se formaba a su alrededor, la naturaleza de su emergencia
parecía tan enorme que le tomaría el resto de la noche explicarle
todo al operador telefónico, y la mayor de los Baudelaire trató de
averiguar de que manera podría resumirla, una palabra que aquí
significa “contar su historia de manera que pudiera convencer al
operador de que los dejara hablar con el Sr. Poe sin pagar”.
—Bien —comenzó—, mi nombre es Violet
Baudelaire, y estoy aquí con mi hermano, Klaus, y mi hermana,
Sunny. Nuestros nombres pueden sonarle un poco familiares, porque
El Diario Punctilio recientemente publicó
un artículo diciendo que somos Verónica, Klyde y Susie Baudelaire,
y que somos los asesinos que mataron al Conde Omar. Pero el Conde
Omar es en realidad el Conde Olaf, y él no está muerto. Se hizo
pasar por muerto asesinando a otra persona que tenía el mismos
mismo tatuaje que el, y nos adjudicó el asesinato. Recientemente
destruyó un hospital, mientras intentaba capturarnos, pero nos las
arreglamos para escondernos en el maletero de su coche mientras
conducía su automóvil con sus compañeros. Ahora hemos salido del
maletero, y estamos tratando de comunicarnos con el Sr. Poe ya que
él puede ayudarnos a encontrar el expediente Snicket, lo que
consideramos podría explicar el significado de las iniciales de
V.F.D., y si uno de nuestros padres sobrevivió al incendio después
de todo. Ya sé que es una historia muy complicada, y puede parecer
increíble, pero estamos solos en el hinterlands y no sabemos qué
hacer.
La historia era tan terrible que Violet
había llorado un poco mientras la contaba, y se limpió las lágrimas
de sus ojos mientras esperaba la respuesta del operador. Pero
ninguna voz salió del teléfono. Los tres Baudelaire escucharon
atentamente, pero todo lo que pudieron oír fue el distante y vacío
sonido de una línea telefónica.
—¿Hola? —dijo Violet finalmente.
El teléfono no dijo nada.
—¿Hola? —dijo Violet nuevamente—. ¿Hola?
¿Hola? El teléfono no contestó.
—¿Hola? —dijo
Violet, tan fuerte como se atrevió.
—Creo que es mejor que cuelgues —dijo Klaus
en voz baja.
—Pero, ¿por qué nadie responde? —exclamó
Violet.
—No lo sé —dijo Klaus—, pero no creo que el
operador nos ayude.
Violet colgó el teléfono y abrió la puerta
de la cabina. Ahora que el sol se había puesto el aire comenzaba a
enfriarse, y se estremeció con la brisa del anochecer.
—¿Quién nos ayudará? —preguntó—. ¿Quién
cuidará de nosotros?
—Tendremos que cuidar de nosotros mismos
—dijo Klaus.
—Ephrai —dijo Sunny, lo que significaba algo
así como “Pero ahora estamos realmente en problemas”.
—Por supuesto —coincidió Violet—. Estamos en
medio de la nada, sin un lugar donde escondernos, y todo el mundo
piensa que somos criminales ¿Cómo es que los criminales cuidan de
sí mismos en el hinterlands?
Los Baudelaire escucharon una risa, como si
les hubieran respondido. La risa era muy tenue, pero en el silencio
de la noche los sorprendió e hizo saltar a los niños. Sunny señaló
con el dedo, y los niños pudieron ver una luz en una de las
ventanas de la caravana de Madame Lulu. Varias sombras se movían
detrás de la ventana, y los niños se dieron cuenta de que el Conde
Olaf y su grupo se encontraban en el interior, charlando y riendo
mientras los huérfanos Baudelaire temblaban afuera en la
oscuridad.
—Hay que ir a ver —dijo Klaus—. Vayamos a
averiguar cómo los criminales cuidan de sí mismos.