Capítulo 5

SI alguna vez has experimentado algo que se siente extrañamente familiar, como si la misma cosa ya te hubiese sucedido antes, entonces estás experimentando lo que los franceses llaman “déjà vu”. Como muchas expresiones francesas —“ennui” que es un termino elegante de decir totalmente aburrido, o “la petite mort”, que describe la sensación de que una parte de ti ha muerto”— “déjà vu” se refiere a algo que no suele ser muy agradable, y no fue muy agradable para los huérfanos Baudelaire quedarse de pie frente a la caravana de los fenómenos escuchando al Conde Olaf y experimentando la nauseabunda sensación de un déjà vu.
—¡Los leones serán la atracción más emocionante del Carnaval Caligari! —anunció Olaf, mientras más y más gente se acercaba a ver a que se debía tanto alboroto—. Como todos ustedes saben, a menos que sean increíblemente estúpidos, una mula tozuda se moverá en la dirección deseada si tiene una zanahoria delante y un palo detrás. La mula se moverá hacia la zanahoria porque quiere la recompensa de la comida, y se alejará del palo porque no quiere el castigo del dolor. Asimismo estos leones harán lo mismo.
—¿Qué está sucediendo? —preguntó Hugo a los niños, al salir de la caravana con Colette y Kevin detrás.
—Déjà —dijo Sunny amargamente. Incluso la Baudelaire más joven reconoció el cruel discurso del Conde Olaf acerca de la mula tozuda de cuando los tres niños habían estado viviendo en casa de Olaf. En ese entonces, el villano había hablado de una mula tozuda para convencer a Violet de casarse con él, un plan que afortunadamente se frustró en el último minuto, pero ahora estaba utilizando las mismas palabras para cocinar otro plan, y eso hizo que los hermanos se sintieran un poco mareados al observar lo que estaba pasando.
—¡Estos leones —dijo el Conde Olaf—, harán lo que yo digo, porque quieren evitar el castigo de este látigo! —con un gesto dramático restalló su látigo ante los leones nuevamente, quienes temblaban detrás de los barrotes, y algunos de los visitantes del carnaval aplaudieron.
—Pero si el látigo representa el palo —preguntó el hombre calvo—. ¿Qué representa a la zanahoria?
—¿La zanahoria? —repitió Olaf, y se rio desagradablemente—. La recompensa para los leones que me obedezcan será una deliciosa comida. Los leones son carnívoros, lo que significa que comen carne, y aquí en el Carnaval Caligari tendrán la mejor carne que se les pueda ofrecer —se volteó y apuntó con su látigo a la entrada de la caravana de los fenómenos, donde los Baudelaires estaban parados con sus compañeros de trabajo—. Los fenómenos que ven aquí no son personas normales, y por lo tanto llevan vidas deprimentes —anunció—. Se sentirán felices de ser útiles en nombre del entretenimiento.
—Por supuesto que lo estaremos —dijo Colette—. Lo hacemos todos los días.
—Entonces no te importará ser la parte más importante del show de los leones —respondió Olaf—. No alimentaremos regularmente a estos leones, por lo tanto estarán muy, muy hambrientos cuando el show comience. Cada día, en lugar de un show de la Casa de los Fenómenos, seleccionaremos a un fenómeno al azar y veremos como lo devoran los leones.
Todos aplaudieron una vez más, con la excepción de Hugo, Colette, Kevin, y los tres hermanos, los cuales se quedaron horrorizados en silencio.
—¡Eso si que será emocionante! —dijo el hombre con granos en la cara—. ¡Sólo piénsenlo, violencia y comer torpemente combinados en un sólo show!
—¡No podría estar más de acuerdo! —dijo una mujer que estaba cerca—. ¡Fue muy hilarante ver al fenómeno de dos cabezas comer, pero va a ser aún más hilarante ver como el fenómeno de dos cabezas es devorado!
—Preferiría ver como devoran al jorobado —dijo alguien más en la multitud—. ¡Él es tan divertido! ¡Ni siquiera tiene una espalda normal!
—¡La diversión comenzará mañana por la tarde! —gritó el Conde Olaf—. ¡Hasta entonces!
—No puedo esperar —dijo la mujer, mientras la multitud comenzaba a dispersarse, una palabra que aquí significa “salir de la caravana de regalos o dejar el carnaval”—. Les diré a todos mis amigos.
—Le llamaré a la reportera de El Diario Punctilio —dijo el hombre con granos, dirigiéndose hacia la cabina telefónica—. El carnaval está a punto de volverse muy popular, y quizás pueda escribir un artículo sobre él.
—Tiene razón, jefe —dijo el Hombre con Ganchos en vez de Manos—. Las cosas van a ponerse mucho mejor aquí.
—Por supuesto que él tener razón, por favor —dijo Madame Lulu—. Él ser hombre brillante, y hombre valiente y hombre generoso. Ser brillante por pensar en show de leones, por favor. Él ser hombre valiente por golpear leones con látigo, por favor. Y ser hombre generoso por dar leones a Lulu.
—¿Él te dio los leones? —preguntó una siniestra voz—. ¿Son un regalo?
Ahora que la mayoría de los visitantes del carnaval se habían marchado, los Baudelaire pudieron ver a Esmé Miseria salir por la puerta de otra caravana y caminar hacia el Conde Olaf y Madame Lulu. Al pasar junto al remolque de los leones, pasó sus enormes y largas uñas por los barrotes y los leones gimieron de miedo—. Entonces le diste a Madame Lulu algunos leones —dijo—. ¿Qué me vas a dar a mí?
El Conde Olaf se rascó la cabeza con una desaliñada mano, y se veía un poco avergonzado.
—Nada —admitió—. Pero si quieres podemos compartir mi látigo.
Madame Lulu se inclinó y le dio la Olaf un beso en la mejilla.
—El regalarme leones a mí, por favor, porque yo hacer maravillosa adivinación.
—Deberías haberlo visto, Esmé —dijo Olaf—. Lulu y yo entramos a la carpa de adivinación y apagamos todas las luces, luego la bola de cristal comenzó a zumbar con un mágico zumbido. Entonces, un relámpago mágico destelló por encima de nuestras cabezas, y Madame Lulu me dijo que cerrara los ojos para que ella pudiera concentrarse. Mientras tenía cerrados mis ojos, ella le dio un vistazo a su bola de cristal y me dijo que uno de los padres Baudelaire seguía con vida, escondido en las Montañas Mortmain. Como recompensa, le he dado estos leones.
—¿De modo que Madame Lulu también necesita una zanahoria, eh? —dijo riendo el Hombre con Ganchos en vez de Manos.
—Mañana por la mañana —continuó Olaf—, Madame Lulu, consultará a su bola de cristal de nuevo, y me dirá donde se encuentran los Baudelaire.
Esmé miró ferozmente a Lulu.
—¿Y qué tipo de regalo le darás después, Olaf?
—Se razonable, querida —le dijo el Conde Olaf a su novia—. Los leones harán al Carnaval Caligari mucho más popular, de modo que Madame Lulu podrá dedicarse por completo a la adivinación y proporcionarnos la información que necesitamos para finalmente robar la fortuna Baudelaire.
—No me gusta criticar —dijo Hugo vacilante—, pero, ¿Hay alguna manera de que podamos hacer el carnaval más popular sin ser devorados por los leones? Debo confesar que estoy un poco nervioso por esa parte.
—Escuchaste a la multitud cuando les conté acerca de la nueva atracción —dijo el Conde Olaf—. No pueden esperar para ver que los leones te devoren, y todos tenemos que dar de nuestra parte para darle a la gente lo que quiere. Tu parte consiste en volver y permanecer en la caravana de los fenómenos hasta mañana. Y el resto de nosotros daremos nuestra parte comenzando a cavar una fosa.
—¿Una fosa? —preguntó una de las mujeres empolvadas—. ¿Para qué necesitamos cavar una fosa?
—Para meter a los leones ahí —respondió Olaf—, de manera que sólo coman fenómenos que salten en el. Cavaremos cerca de la montaña rusa.
—Buena idea, jefe —dijo el hombre calvo.
—Haber palas en caravana de herramientas —dijo Lulu—. Yo mostrarte, por favor.
—Yo no voy a cavar ninguna fosa —anunció Esmé mientras los demás se alejaban—. Podría romperme una uña. Además, necesito hablar con el Conde Olaf a solas.
—Oh, está bien —dijo el Conde Olaf—. Vamos a la caravana de huéspedes para que nadie nos moleste.
Olaf y Esmé caminaron en una dirección, y Madame Lulu llevó a los secuaces por otra, dejando a los tres niños solos con sus compañeros de trabajo.
—Bien, será mejor que entremos —dijo Colette—. Quizá podamos pensar en una manera de no ser devorados.
—Oh, no pensemos en esas aterradoras criaturas —dijo Hugo dijo estremeciéndose—, en su lugar juguemos otro juego de dominó.
—Chabo, mi otro cabeza, y yo nos quedaremos aquí un momento —dijo Violet—. Queremos terminarnos nuestros chocolates calientes.
—Creo que será mejor que lo disfruten —dijo Kevin abatidamente, siguiendo a Hugo y Colette de regreso a la caravana de los fenómenos—. Podría convertirse en la última taza de chocolate caliente que beban en sus vidas.
Kevin cerró la puerta con ambas manos, y los Baudelaire se distanciaron un poco de la caravana para poder hablar sin ser escuchados.
—Agregarle canela al chocolate caliente fue una estupenda idea, Sunny —dijo Violet—, pero tengo problemas para disfrutarlo.
—Ificat —dijo Sunny, y quería decir algo así como “Yo también”.
—El último plan del Conde Olaf me dejó un mal sabor de boca —dijo Klaus—, y no creo la canela ayude.
—Tenemos que entrar a la carpa de adivinación —dijo Violet—, y esta puede ser nuestra única oportunidad.
—¿En realidad crees que sea verdad? —preguntó Klaus—. ¿Piensas que Madame Lulu realmente vio algo en su bola de cristal?
—No lo sé —dijo Violet—, pero gracias a mis estudios sobre la electricidad sé que un relámpago no puede aparecer dentro de una carpa. Algo misterioso está sucediendo, y necesitamos averiguar de qué se trata.
—¡Chow! —dijo Sunny, lo que significaba algo así como “¡Antes de que seamos arrojados a los leones!”.
—¿Pero crees que sea verdad? —preguntó Klaus.
—No lo sé —dijo Violet exasperada, una palabra que aquí significa “con su voz normal, olvidando su disfraz porque cada vez estaba más frustrada e irritada”—. No sé si Madame Lulu es una adivina. No sé cómo el Conde Olaf siempre sabe dónde estamos. No sé donde está el expediente Snicket, o por qué alguien llevaría un tatuaje idéntico al de Olaf, o lo que significa V.F.D., o por qué hay un pasadizo secreto que conduce a nuestra casa, o...
—¿Nuestros padres están vivos? —interrumpió Klaus—. ¿Sabrá en realidad si uno de nuestros padres sigue con vida?
Las voz del Baudelaire de en medio se quebró y sus hermanas se volvieron hacia el —una proeza que fue difícil para Violet, quien aún seguía compartiendo su camisa— y vieron que estaba llorando. Violet se inclinó todo lo que pudo hasta que su cabeza tocó la de él, Sunny colocó su taza en el suelo y gateó hasta llegar a sus rodillas y abrazarlas, y los Baudelaire se quedaron en silencio juntos por unos momentos.
Pena, un tipo de tristeza que ocurre más a menudo cuando has perdido a un ser querido, es algo escurridizo, porque puede desaparecer por un tiempo y de repente aparecer inmediatamente cuando menos te lo esperas. Cada vez que puedo, salgo a caminar a Playa Salada, muy temprano por la mañana, que es el mejor momento para recolectar información importante sobre el caso Baudelaire, y el océano es tan tranquilo que me siento lleno de paz, demasiado, como si ya no estuviera llorando la muerte de la mujer que amé y que jamás volveré a ver. Pero luego, cuando tengo frío y me refugio en un salón de té donde el propietario me espera, vasta con tomar el Azucarero para que mi pena regrese, y me encuentre llorando tan fuerte que otros clientes me preguntan si ni podría llorar más bajo. En el caso de los huérfanos Baudelaire, su pena era como un objeto muy pesado que cada uno cargaba por turnos para evitar llorar, pero a veces el objeto se volvía tan pesado para uno solo que no podían moverlo sin ponerse a llorar, así que Violet y Sunny se acercaron a Klaus, recordándole que ese era un objeto que podían cargar todos juntos hasta que al final pudieran encontrar un lugar seguro donde ponerlo.
—Lo siento, estaba exasperada, Klaus —dijo Violet—. Hay tantas cosas que no sabemos que es difícil pensar en todas a la vez.
—Chithvee —dijo Sunny, y quería decir “Pero no puedo dejar de pensar en nuestros padres”.
—Yo tampoco —admitió Violet—. Sigo preguntándome si uno de ellos sobrevivió al incendio.
—Pero si lo hubieran hecho —dijo Klaus—. ¿Por qué se esconde en un lugar tan lejano? ¿Por qué no han intentado encontrarnos?
—Quizás lo han hecho —dijo Violet tranquilamente—. Tal vez están buscándonos por todas partes, pero no nos pueden encontrar porque nos hemos estado ocultando y disfrazando durante tanto tiempo.
—Pero, ¿Por qué no nuestra madre o padre no se han contactado con el Sr. Poe? —preguntó Klaus.
—Nosotros hemos intentado contactarnos con el —señaló Violet—, pero no respondió a nuestro telegrama, y no pudimos llamarlo por teléfono. Si uno de nuestros padres sobrevivió al incendio, tal vez esté teniendo la misma mísera suerte.
—Galfuskin —señaló Sunny. Por “Galfuskin” quería decir algo así como “Todas estas cosas son puras conjeturas... vayamos a la carpa de adivinación para ver si podemos averiguar algo con certeza, y más nos vale hacerlo pronto antes de que regresen los demás”.
—Tienes razón, Sunny —dijo Violet, y puso su taza junto a la de Sunny. Klaus también puso su taza en el suelo, y los tres Baudelaire se alejaron, con disfrazados pasos, de su chocolate caliente. Violet y Klaus caminaban torpemente en sus pantalones compartidos, apoyándose uno sobre el otro con cada paso, y Sunny iba al lado de ellos, aun gateando para seguir pareciendo mitad lobo por si alguien los veía en su camino hacia la carpa de adivinación. Pero nadie estaba viendo a los huérfanos Baudelaire. Los visitantes del carnaval ya se habían ido a sus casas a contarles a sus amigos acerca del show de leones que sucedería el día siguiente. Los compañeros de trabajo de los niños estaban en la caravana de los fenómenos entregándose a su suerte, una palabra que aquí significa “jugando dominó, en vez de intentar pensar en una forma de salir de sus problemas”.
Madame Lulu y los secuaces de Olaf se encontraban cavando una fosa, junto a la montaña rusa aun cubierta de hiedra. El Conde Olaf y Esmé Miseria estaban peleando en la caravana de huéspedes, que se encontraba al otro extremo del carnaval, donde una vez me quedé con mi hermano hace mucho tiempo, y los demás empleados de Madame de Lulu se ocupaban de cerrar el carnaval con la esperanza de algún día poder trabajar en un lugar menos miserable. Así que nadie estaba viendo a los niños cuando se acercaron a la carpa que estaba junto a la caravana de Lulu, y se detuvieron un minuto delante del telón que servía como puerta de entrada y que daba al interior.
La carpa de adivinación ya no se encuentra en el Carnaval Caligari, ni en cualquier otro lugar. Cualquier persona que pasara el día de hoy a través del ennegrecido y desolado hinterlands, difícilmente sería capaz de imaginar que alguna vez hubo alguna carpa en ese lugar. Pero incluso aunque todas las carpas siguieran exactamente en el mismo lugar en el que estaban cuando los huérfanos Baudelaire estuvieron ahí, es poco probable que un viajero pudiera entender que es lo que significaban las decoraciones en las carpas, ya que en la actualidad hay pocos expertos especializados en la materia que siguen con vida, y los expertos que quedan se encuentran todos en terribles circunstancias, o bien, como en mi caso, al borde de unas terribles circunstancias con la esperanza de que se vuelvan menos terribles. Pero los huérfanos Baudelaire —que, como recordaras, habían llegado al carnaval la noche anterior, y que, por lo tanto, nunca habían visto la carpa de adivinación durante el día hasta ese momento— pudieron ver cómo estaba decorada la carpa, motivo por el cual se detuvieron para observarla.
A primera vista, la pintura sobre la carpa de adivinación parecía representar un ojo, como el ojo decorativo sobre la caravana de Madame de Lulu y como el tatuaje en el tobillo del Conde Olaf. Los tres niños siempre miraban ojos similares a donde quiera que iban, desde un edificio con forma de ojo cuando trabajaron en un aserradero, hasta un bolso con forma de ojo, de Esmé Miseria, cuando estaban escondidos en un hospital, incluso hasta un enorme enjambre de ojos que los rodeaban en sus peores pesadillas; y aunque los hermanos nunca habían entendió exactamente lo que esos ojos significaban, estaban tan cansados de contemplarlos que nunca se habían detenido a mirarlos detalladamente. Pero hay muchas cosas en la vida que se convierten en otras si las observas detenidamente durante mucho tiempo, y cuando los niños se detuvieron frente a la carpa de adivinación, la pintura pareció cambiar ante sus ojos, hasta que no se asemejó a una pintura en absoluto, sino a una insignia. Una insignia es una especie de marca que normalmente representa a una organización o un negocio, y puede tener diversas formas. A veces una insignia puede tener una forma simple, como una línea ondulada para indicar que se trata de una organización que está relacionada con los ríos u océanos, o un cuadrado para indicar que se trata de una organización relacionada con la geometría o los cubos de azúcar. A veces una insignia puede ser una pequeña imagen de algo, como una antorcha, para indicar que una organización es inflamable, o como la niña con tres ojos fuera de la Casa de los Fenómeno, que indica que en su interior se exhiben personas con características muy inusuales. Y a veces una insignia puede ser parte del nombre de una organización, tales como sus primeras letras o sus iniciales. Los Baudelaire, por supuesto, no estaban vinculados a ningún tipo de negocio, además de estar disfrazados como fenómenos de carnaval, y por lo que sabían no eran miembros de ninguna organización de ningún tipo, y nunca antes habían ido al hinterlands hasta que el coche de Olaf los llevó por el Raro Recorrido por la Ronda, pero aun así los tres niños le dieron una larga mirada a la insignia que se encontraba en la carpa de Madame Lulu, porque sabían que era importante para ellos de alguna manera, como si la persona que había pintado la insignia supiera que ellos irían ahí, esperando conducirlos al interior de la carpa.
—Piensas que... —dijo Klaus, su voz se desvaneció mientras contemplaba la carpa.
—No lo había notado a primera vista —dijo Violet—, pero después de haberlo visto mejor...
—Volu... —dijo Sunny, y sin otra palabra los tres niños le echaron un vistazo a la entrada y al ver que no había ninguna señal de que hubiera alguien dentro, dieron unos pasos hacia adelante. Si alguien hubiese visto a los jóvenes, los habría mirado dar unos pasos vacilantes mientras entraban a la carpa de adivinación tan silenciosamente como les era posible. Pero nadie los estaba viendo. No había nadie viendo como el telón se cerraba tranquilamente detrás de ellos, con lo cual la carpa se sacudió un poco, y nadie se dio cuenta de que la pintura sobre la carpa se había sacudido también. No había nadie viendo a los huérfanos Baudelaire mientras se acercaban para encontrar las respuestas a sus preguntas, o para resolver los misterios de sus vidas. Y tampoco había nadie que observara durante un tiempo la pintura sobre la carpa para darse cuenta de que esa no era la imagen de un ojo, como parecía ser a primera vista, sino una insignia que representaba a una organización que los niños sólo conocían como V.F.D.