Capítulo 4
—¿QUÉ? —preguntó Hugo, bostezando y
frotándose los ojos—. ¿Qué es lo que dijo?
—Dije que la caravana de regalos casi se ha
quedado sin figuritas —dijo el Hombre con Ganchos en vez de Manos
desde detrás de la puerta—. Pero eso no te concierne. Las personas
ya están llegando al carnaval, por lo que ustedes fenómenos tendrán
que estar listos en 15 minutos.
—¡Espere un momento, señor! —dijo Violet,
recordando justo a tiempo disfrazar su voz haciéndola sonar grave,
bajando junto a su hermano de su hamaca, compartiendo aún su único
par de pantalones. Sunny ya estaba en el piso, demasiado
sorprendida para recordar gruñir—. ¿Ha dicho que uno de los padres
Baudelaire sigue con vida?
La puerta de la caravana se abrió de un
golpe, y los niños pudieron ver la cara del Hombre con Ganchos en
vez de Manos observándolos sospechosamente.
—¿Y a ustedes qué les importa, fenómenos?
—preguntó.
—Bueno —dijo Klaus, pensando con rapidez—,
hemos estado leyendo acerca de los Baudelaire en El Diario Punctilio. Estamos muy interesados en el
caso de esos tres niños asesinos.
—Bueno —dijo el Hombre con Ganchos en vez de
Manos—, se suponía que los padres de esos niños estaban muerto,
pero Madame Lulu dio un vistazo a su bola de cristal y descubrió
que uno de ellos seguía con vida. Es una larga historia, pero
significa que todos estaremos muy ocupados.
El Conde Olaf y Madame Lulu tuvieron que
irse temprano esta mañana para hacer unos recados muy importantes,
así que ahora estoy a cargo de la Casa de los Fenómenos. Eso quiere
decir que seré su jefe, ¡Así que dense prisa y prepárense para el
espectáculo!
—¡Grr! —gruñó Sunny.
—Chabo ya está lista —dijo Violet—, y el
resto de nosotros estaremos listos muy pronto.
—Será mejor que así sea —dijo el Hombre con
Ganchos en vez de Manos, y comenzó a cerrar la puerta pero se
detuvo por un momento—. Es gracioso —dijo—. Parece ser que una de
tus cicatrices se nota menos.
—Eso es porque está sanando —dijo
Klaus.
—Lastima —dijo el Hombre con Ganchos en vez
de Manos—. Te hace lucir menos monstruoso —cerró la puerta y los
hermanos pudieron oírlo caminar alejándose de la caravana.
—Lo siento por ese hombre —dijo Colette,
doblando su cuerpo mientras bajaba de su hamaca, retorciéndose en
una contorsión sobre el suelo—. Cada vez que él y el Conde Olaf
vienen de visita, me siento mal de sólo mirar sus ganchos.
—Él es mejor que yo —dijo Kevin, bostezando
y estirando sus ambidiestros brazos—. Al menos uno de sus ganchos
es más fuerte que el otro. Mis brazos y piernas tienen exactamente
la misma fuerza.
—Y los míos son muy flexibles —dijo
Colette—. Bueno, será mejor hacer lo que dijo el hombre y
prepararnos para el show.
—Eso es cierto —dijo Hugo, tomando un
cepillo de dientes de un estante junto a su hamaca—. Madame Lulu
dice que siempre debemos darle a la gente lo que quiere, y ese
hombre quiere que estemos listos de inmediato.
—Ven, Chabo —dijo Violet, mirando hacia
abajo a su hermana—. Te ayudaremos a afilar tus dientes.
—¡Grr! —contestó Sunny, y los dos Baudelaire
mayores se inclinaron hacia abajo juntos, levantaron a Sunny y la
llevaron hasta una esquina cerca del espejo donde los tres niños
podrían hablar en susurros, mientras que Hugo, Colette, y Kevin se
preparaban para el escenario, una frase que aquí significa “hacer
los necesario para comenzar su día como fenómenos de
carnaval”.
—¿Qué piensas? —preguntó Klaus—. ¿Crees que
sea realmente posible que uno de nuestros padres siga con
vida?
—No lo sé —dijo Violet—. Por un lado, es
difícil de creer que Madame Lulu tenga realmente una bola de
cristal mágica. Por otro lado, ella siempre le decía al Conde Olaf
donde nos encontrábamos. No sé qué creer.
—Carpa —susurró Sunny.
—Creo que tienes razón, Sunny —dijo Klaus—.
Si pudiésemos escabullirnos en la carpa de adivinación, quizás
podríamos averiguar algo por nuestra cuenta.
—Ustedes están susurrando acerca de mi, ¿No
es cierto? —dijo Kevin desde el otro extremo de la caravana—.
Apuesto que están diciendo “¡Kevin si que es un fenómeno! ¡A veces
se afeita con su mano izquierda, y otras veces se afeita con su
mano derecha, pero no hay ninguna diferencia porque son exactamente iguales!”.
—No estábamos hablando acerca de ti, Kevin
—dijo Violet—. Estábamos discutiendo el caso Baudelaire.
—Nunca había escuchado nada de esos
Baudelaire —dijo Hugo, peinando su cabello—. ¿Te escuché decir que
eran asesinos?
—Eso es lo que dicen en El Diario Punctilio —dijo Klaus.
—Oh, nunca leo los periódicos —dijo Kevin—,
sostenerlo con mis dos manos igualmente fuertes me hace sentirme
como un fenómeno.
—Eso es mejor de lo que me sucede a mí —dijo
Colette—. Puedo contorsionarme en una posición con la que soy capaz
de recoger un periódico con mi lengua. ¡Hablando de
fenómenos!
—Es un dilema interesante —dijo Hugo,
agarrando uno de los abrigos idénticos del perchero—, pero creo que
todos somos igualmente fenómenos. ¡Ahora, vayamos ahí y ofrezcamos
un buen show!
Los Baudelaire siguieron a sus compañeros de
trabajo, saliendo de la caravana y entrando en la carpa de la Casa
de los Fenómenos, en donde el Hombre con Ganchos en vez de Manos
esperaba impaciente, sosteniendo algo largo y húmedo en uno de sus
ganchos.
—Entren y ofrezcan un buen espectáculo —les
ordenó, señalando el telón de la carpa que servía como puerta de
entrada—. Madame Lulu dice que estoy autorizado a utilizar este
tagliatelle grande si no le dan al
público lo que quiere.
—¿Qué es un tagliatelle
grande? —peguntó Colette.
—Tagliatelle es
una especie de pasta italiana —explicó el Hombre con Ganchos en vez
de Manos, desenrollando el largo y húmedo objeto—, y grande significa “gigantesco” en italiano. Este es
un gran fideo que un trabajador del carnaval cocinó para mí esta
mañana —el camarada de Olaf restalló el gran fideo por encima de
sus cabezas, y los Baudelaire y sus compañeros de trabajo
escucharon un débil sonido sibilante como si se moviera lentamente
a través del aire, como si una gran lombriz se estuviera
arrastrando cerca—. Si no hacen lo que yo digo —continuó el Hombre
con Ganchos en vez de Manos—, los golpearé con el tagliatelle grande, y he escuchado que es una
desagradable, húmeda y pegajosa experiencia.
—No se preocupe, señor —dijo Hugo—. Somos
profesionales.
—Me alegra escuchar eso —dijo el Hombre con
Ganchos en vez de Manos burlándose, y siguió a todos dentro de la
Casa de los Fenómenos. Dentro, la carpa parecía aún más grande,
sobre todo porque no había mucho que ver en ese gran espacio. Había
un escenario de madera con algunas sillas plegables colocadas sobre
el, y una pancarta colgada que decía CASA DE LOS FENÓMENOS con
grandes y descuidadas letras. También había un pequeño quiosco
donde una de las mujeres empolvadas estaba vendiendo bebidas frías.
Y había siete u ocho personas que ya esperaban con impaciencia a
que comenzara el show.
Madame Lulu había mencionado que el negoció
iba mal en el Carnaval Caligari, pero aun así los hermanos habían
pensado que habría más gente viendo a los fenómenos del carnaval.
Cuando los niños y a sus compañeros de trabajo se acercaron al
escenario, el Hombre con Ganchos en vez de Manos comenzó a hablar
con el pequeño grupo de personas como si estuviera frente a una
gran multitud.
—Damas y caballeros, niños y niñas,
adolescentes de ambos géneros —anunció—. ¡Dense prisa y compren sus
deliciosas bebidas frías, porque el show de la Casa de los
Fenómenos está a punto de comenzar!
—¡Miren a todos esos fenómenos! —dijo riendo
uno de los miembros del público, un hombre de mediana edad con
varios enormes granos en la barbilla—. ¡Hay un hombre con ganchos
en vez de manos!
—¡Yo no soy parte del show! —gruñó el Hombre
con Ganchos en vez de Manos—. ¡Yo trabajo aquí en el
carnaval!
—Oh, lo siento —dijo el hombre—. Pero si me
permite decirlo, si comprara un par de manos realistas nadie lo
confundiría.
—No es educado hablar sobre la apariencia de
los demás —le reprendió el Hombre con Ganchos en vez de Manos—.
¡Ahora, señoras y señores, miren con horror a Hugo, el jorobado!
¡En lugar de una espalda normal él tiene una gran joroba que lo
hace verse muy monstruoso!
—¡Es cierto! —dijo el hombre con granos,
quien parecía estar dispuesto a reírse de una persona u otra—.
¡Vaya fenómeno!
El Hombre con Ganchos en vez de Manos
restalló su gran fideo en el aire como un humedo y pegajoso
recordatorio para los Baudelaire y sus compañeros de trabajo.
—¡Hugo! —gritó—. ¡Ponte tu abrigo!
Mientras el público reía, Hugo caminó al
frente del escenario y trató de ponerse el abrigo que llevaba en la
mano. Usualmente, si alguien tiene un cuerpo con una forma inusual,
contrata a un sastre para adecuar su ropa a su cuerpo, para que sea
confortable y atractiva, pero cuando Hugo comenzó a luchar con el
abrigo fue evidente que ningún sastre había sido contratado. La
joroba de Hugo arrugaba la parte de atrás del abrigo, luego lo
estiró, y finalmente lo rasgó, mientras se caían los botones. Unos
momentos más tarde el abrigo no fue más que trozos de tela
desgarrada. Avergonzado, Hugo se retiró hacia el fondo del
escenario y se sentó en una silla plegable mientras los miembros de
la pequeña audiencia bramaban de tanto reír.
—¿No les parece hilarante? —dijo el Hombre
con Ganchos en vez de Manos—. ¡Ni siquiera puede ponerse un abrigo!
¡Que persona tan monstruosa! ¡Pero esperen, señoras y señores, aún
hay más! —el secuas de Olaf restalló el tagliatelle grande otra vez, mientras que con su
otro gancho, sonriendo perversamente, sacó una mazorca de maíz y la
levantó para que el público pudiera verla—. Se trata de una simple
mazorca de maíz —anunció—. Es algo que cualquier persona normal
puede comer. Pero aquí, en el Carnaval Caligari, no tenemos una
Casa de Personas Normales. ¡Tenemos una Casa de los Fenómenos, con
un flamante nuevo fenómeno que convertirá esta mazorca de maíz en
un hilarante desastre!
Violet y Klaus suspiraron y caminaron hacia
el centro del escenario, y no creo que tenga que seguir
describiendo este lamentable espectáculo por más tiempo. Sin duda
puedes adivinar que los dos mayores Baudelaire se vieron obligados
a comer otra mazorca de maíz mientras que un pequeño grupo de
personas se reían de ellos, y que Colette se vio obligada a torcer
su cuerpo en formas y posiciones poco comunes, y que Kevin tuvo que
escribir su nombre con su mano derecha e izquierda, y que
finalmente la pobre de Sunny se vio obligada a gruñirle a la
audiencia, aunque ella no era una persona feroz por naturaleza y
hubiera preferido saludarlos educadamente. Y puedes imaginar cómo
reaccionó la multitud cada vez que el Hombre con Ganchos en vez de
Manos anunciaba a cada persona y los obligaba a hacer estas cosas.
Las siete u ocho personas se reían y los llamaban con crueles
nombres, haciendo bromas de mal gusto, y una mujer incluso le tiró
su bebida fría, con el vaso de papel y todo, a Kevin, como si
alguien que era capaz de ser diestro y zurdo al mismo tiempo de
alguna manera mereciera tener mojadas y pegajosas manchas en su
camisa. Pero lo que quizás no puedas ser capaz de imaginar, a menos
de que hayas tenido una experiencia similar, es lo humillante que
fue participar en semejante espectáculo. Tal vez puedas pensar que
ser humillado, al igual que montar en bicicleta o decodificar un
mensaje secreto, puede ser mucho más llevadero una vez que ya has
pasado por ello un par de veces, pero los Baudelaire habían sido
objeto de burlas en más de una ocasión y eso no hacía que su
experiencia en la Casa de los Fenómenos fuera más llevadera en
absoluto.
Violet recordaba a una chica llamada
Carmelita Polainas que se reía de ella y la insultaba, cuando los
niños fueron estudiantes en la Academia Preparatoria Prufrock, pero
aun así sus sentimientos fueron heridos cuando el Hombre con
Ganchos en vez de Manos anunció que ella era algo hilarante. Klaus
recordaba cuando Esmé Miseria lo había insultado en el número 667
de la Avenida Oscura, pero aun así se sintió avergonzado cuando la
audiencia comenzó a señalarlo con el dedo y a reírse cada vez que
la mazorca de maíz se le caía de las manos. Y Sunny recordaba todas
las veces que el Conde Olaf se había reído de los tres Baudelaire y
de sus desgracias, pero aun así se sentía avergonzada y algo
enferma cuando las personas la llamaron “lobo fenómeno” mientras
seguía a los demás intérpretes fuera de la carpa cuando terminó el
show. Claro que los huérfanos Baudelaire sabían que ellos no eran
en realidad una persona con dos cabezas y un bebé lobo, pero cuando
se sentaron en la caravana de los fenómenos con sus compañeros de
trabajo, se sintieron tan humillados que casi parecía que eran tan
monstruosos como todos pensaban.
—No me gusta este lugar —dijo Violet a Kevin
y a Colette, compartiendo una silla junto a su hermano en la mesa
de la caravana, mientras que Hugo hacía chocolate caliente en la
estufa. Estaba tan enojada que casi olvidó hablar en voz grave—. No
me gusta que me miren, y no me gusta que se rían de mí. Si la gente
piensa que es gracioso cuando a alguien se le cae una mazorca de
maíz, deberían quedarse en casa y hacerlas caer por su
cuenta.
—¡Kiwoon! —dijo Sunny de acuerdo, olvidando
gruñir. Quería decir algo así como “Pensé que iba a llorar cuando
todas esas personas me llamaron ‘fenómeno’”, pero por suerte sólo
sus hermanos le habían entendido, por lo que no había arruinado su
disfraz.
—No se preocupen —dijo Klaus a sus
hermanas—. No creo que nos vayamos a quedar aquí por mucho tiempo.
La carpa de adivinación está cerrada hoy porque el Conde Olaf y
Madame Lulu están haciendo recados importantes —el Baudelaire de en
medio no vio necesario añadir que sería un buen momento para
infiltrarse en la carpa y averiguar si la bola de cristal de Lulu
realmente tenía las respuestas que buscaban.
—¿Por qué te importa si la carpa de Lulu
está cerrada? —preguntó Colette—. Eres un fenómeno, no un
adivino.
—¿Y por qué no se quieren quedar aquí?
—preguntó Kevin—. El Carnaval Caligari no ha sido muy popular
últimamente, pero no hay ningún otro lugar al que un fenómeno pueda
ir.
—Por supuesto que lo hay —dijo Violet—.
Muchas personas son ambidiestras, Kevin. Hay floristas
ambidiestros, controladores de tráfico aéreo ambidiestros, y todo
tipo de cosas.
—¿En realidad crees eso? —Kevin
preguntó.
—Claro que si —dijo Violet—. Y lo mismo
ocurre con los contorsionistas y los jorobados. Todos nosotros
podríamos encontrar algún otro tipo de trabajo en el que la gente
no crea que somos monstruosos.
—No estoy seguro de que eso sea verdad —dijo
Hugo desde la estufa—. Creo que una persona con dos cabezas sería
considerada bastante monstruosa independientemente de a dónde
vaya.
—Y probablemente ocurra lo mismo con una
persona ambidiestra —dijo Kevin suspirando.
—Intentemos olvidar nuestros problemas y
juguemos dominó —propuso Hugo, llevándoles una bandeja con seis
humeantes tazas de chocolate caliente—. Pensé que tal vez las dos
cabezas preferirían beber por separado —explicó con una sonrisa—,
sobre todo porque este chocolate caliente es un poco inusual. Chabo
la Bebé Lobo le añadió un poco de canela.
—¿Chabo le añadió? —preguntó Klaus con
sorpresa, mientras Sunny gruñía modestamente.
—Sí —dijo Hugo—. Al principio pensé que era
una monstruosa receta de lobo, pero en realidad es muy
sabroso.
—Es una idea muy inteligente, Chabo —dijo
Klaus, y dio a su hermana una brillante sonrisa. Hasta hace muy
poco tiempo la Baudelaire más pequeña no podía caminar, y era tan
pequeña como para caber dentro de una jaula de pájaros, y ahora
estaba desarrollando sus propios intereses, y era lo
suficientemente grande como para parecer mitad lobo.
—Deberías estar muy orgullosa de tí misma
—dijo Hugo de acuerdo—. Si no fueras un fenómeno, Chabo, podrías
crecer hasta llegar a ser un excelente chef.
—Ella podría ser un chef de todas formas
—dijo Violet—. ¿Elliot, te importaría si salimos para disfrutar de
nuestro chocolate caliente?
—Es una buena idea —dijo Klaus rápidamente—.
Siempre he considerado que el chocolate caliente se debe beber al
aire libre, y me gustaría echarle un vistazo a la carava de
regalos
—Grr —gruñó Sunny, pero sus hermanos sabían
que quería decir algo así como “Iré con ustedes” y gateó hasta
donde estaban Violet y Klaus tratando de levantarse torpemente de
la silla.
—No tarden mucho —dijo Colette—. No nos es
permitido vagar por el carnaval.
—Sólo beberemos nuestro chocolate caliente y
volveremos —prometió Klaus.
—Espero que no se metan en problemas —dijo
Kevin—. No me gustaría ver que el tagliatelle
grande los golpeara en sus cabezas.
Los Baudelaire estaban a punto de señalar
que un golpe con el tagliatelle grande
probablemente no dolería ni un poco, cuando oyeron un ruido que era
mucho más aterrador que un gran fideo restallando en el aire.
Incluso desde el interior de la caravana, los niños pudieron
escuchar un fuerte y chirriante sonido que reconocieron debido a su
largo viaje hacia el hinterlands.
—Debe ser aquel caballero, amigo de Madame
Lulu —dijo Hugo—. Es el sonido de su coche.
—También hay otro sonido —dijo Colette—.
Escuchen.
Los niños escucharon y pudieron comprobar
que la contorsionista decía la verdad. Acompañando el rugido del
motor había otro rugido, uno que sonaba más profundo y encolerizado
que cualquier automóvil. Los Baudelaire sabían que no se puede
juzgar algo por su sonido, al igual que no se puede juzgar a
alguien por su apariencia, pero ese rugido era tan fuerte y feroz
que los jóvenes no podían imaginar que aquello fuera una buena
noticia.
Aquí me veo obligado a interrumpir la
historia que estoy escribiendo, y a contarte otra historia con el
fin de demostrarte un punto importante. Esta segunda historia es
ficticia, palabra que aquí significa “alguien que la inventó un
día”, en contraposición a la historia de los huérfanos Baudelaire,
que alguien simplemente se limitó a escribir, usualmente durante la
noche. Se llama “La Historia de la Reina Debbie y su Novio Tony” y
dice más o menos así: La Historia de la Reina Debbie y su Novio
Tony.
Érase una vez una reina ficticia llamada
Reina Debbie, quien gobernaba sobre la tierra en la que esta
historia transcurre, que es inventada. Esta tierra ficticia tenía
árboles de piruletas que crecían por todas partes, y ratones
cantores que se ocupaban de todas las labores, y había feroces
leones ficticios que custodiaban el palacio contra enemigos
ficticios. La Reina Debbie tenía un novio llamado Tony, quien vivía
en el ficticio reino vecino. Debido a que vivían tan lejos el uno
del otro, Debbie y Tony no podían verse muy a menudo, pero de tanto
en tanto salían a cenar y al cine, o a hacer otras ficticias cosas
juntos.
El cumpleaños de Tony llegó, y la Reina
Debbie, a causa de unos asuntos reales, no pudo viajar a verlo,
pero le envío una bonita tarjeta y un ave miná en una brillante
jaula. Lo que hay que hacer si recibes un regalo, por supuesto, es
escribir una nota de agradecimiento, pero Tony no era
particularmente una persona que hiciera lo adecuado, y llamó a
Debbie para quejarse.
—Debbie, soy Tony —dijo Tony—. Recibí el
regalo de cumpleaños que me enviaste, y no me gustó en
absoluto.
—Lamento escuchar eso —dijo la reina Debbie,
arrancado una piruleta de un árbol cercano—. Elegí el ave
especialmente para tí ¿Qué tipo de regalo prefieres?
—Yo creo que deberías darme un puñado de
diamantes valiosos —dijo Tony, quien era tan codicioso como
ficticio.
—¿Diamantes? —dijo la Reina Debbie—. Pero el
ave miná puede animarte cuando estés triste. Puedes enseñarle a
posarse sobre tu mano, y a veces incluso a hablar.
—Quiero diamantes —dijo Tony.
—Pero los diamantes son muy valiosos —dijo
la Reina Debbie—. Si yo te enviara los diamantes por correo,
probablemente serían robados en el camino, y entonces no tendrías
ningún regalo de cumpleaños.
—Quiero diamantes —se quejó Tony, quien ya
estaba comenzando a ser aburrido.
—Ya sé que haré —dijo la Reina Debbie con
una tenue sonrisa—. Haré que mis leones reales se coman mis
diamantes, y entonces enviaré a los leones a tu reino. Nadie osaría
atacar a un puñado de feroces leones, por lo que los diamantes
llegarán sanos y salvos.
—Date prisa —dijo Tony—. Se supone que este
debería ser mi día especial.
Fue fácil para la Reina Debbie darse prisa,
porque los ratones cantores que vivían en su palacio se ocupaban de
todas las labores, por lo que sólo tardó unos minutos en alimentar
a sus leones con un puñado de diamantes, cubriendo primero las
joyas con atún para que los leones accedieran a comérselas.
Entonces les ordenó a los leones viajar al reino vecino para
entregar el regalo.
Tony pasó el resto del día esperando con
impaciencia fuera de su casa, comiéndose todo el helado y el pastel
de cumpleaños y burlándose de su ave miná, y por último, justo a la
puesta de sol, vio a los leones aproximándose por el horizonte y se
fue corriendo a recoger su regalo.
—¡Denme los diamantes, leones estúpidos!
—gritó Tony, y no hay necesidad de relatarles el resto de esta
historia, que tiene una moraleja bastante obvia “A león regalado
nunca le mires los colmillos”.
El punto es que hay ocasiones en que la
llegada de un montón de leones es una buena noticia, sobre todo en
una historia ficticia donde los leones no son reales y por lo
tanto, probablemente no te harán daño. Y hay algunos casos, como en
el caso de la Reina Debbie y su novio, Tony, en donde la llegada de
leones significa que la historia está a punto de ponerse mucho
mejor.
Pero lamento tener que decirte que el caso
de los huérfanos Baudelaire no es uno de esos momentos. La historia
de los Baudelaire no transcurre en una tierra ficticia donde las
piruletas crecen en los arboles y donde ratones cantores se
ocupaban de todas las labores. La historia de los Baudelaire
transcurre en el mundo real, donde algunas personas se rieron de
ellos sólo por tener aspectos poco comunes, y en el que los niños
podían encontrarse solos en el mundo, intentando comprender el
siniestro misterio que les rodeaba, y en este mundo real la llegada
de leones significaba que la historia estaba a punto de ponerse
mucho peor, así que si no tienes estómago para esta historia —así
como los leones no tienen estomago para diamantes cubiertos de
atún— será mejor que des media vuelta en este momento y corras en
otra dirección, al igual que los Baudelaire deseaban hacerlo en ese
momento mientras salían de la caravana y veían lo que el Conde Olaf
había traído con él cuando regresó de sus recados.
El Conde Olaf conducía su negro automóvil
entre las filas de caravanas, casi atropellando a varios visitantes
del carnaval, deteniéndose justo frente a la carpa de la Casa de
los Fenómenos, y apagó el motor, terminando así el chirriante
rugido que los niños habían reconocido. Pero el otro encolerizado
rugido continuó mientras Olaf salía del automóvil, seguido de
Madame Lulu, y señaló con un gesto teatral el remolque enganchado
al automóvil. El remolque era en realidad una jaula metálica sobre
ruedas, y a través de las barras de la jaula los Baudelaire
pudieron ver lo que el villano estaba señalando.
El remolque estaba llenó de leones,
embalados de una manera tan apretada que los niños no podían
distinguir exactamente cuántos eran. Los leones estaban irritados
por viajar tan apretados, y mostraban su irritación arañando la
jaula con sus garras, encajándose unos sobre otros sus dientes, y
rugiendo tan fuerte y tan ferozmente como podían. Algunos de los
secuaces del Conde Olaf se reunieron alrededor, junto a varios
visitantes del carnaval, para ver que sucedía, y Olaf intentó
decirles algo, pero nadie pudo escucharlo por el fuerte rugido de
los leones. Con el ceño fruncido, el villano sacó un látigo de su
bolsillo y les dio unos latigazos a los leones a través de las
barras de la jaula. Al igual que las personas, los animales se
asustan y es probable que hagan lo que les digas si les das los
latigazos suficientes, y finalmente los leones se quedaron quietos
y Olaf pudo dar su anuncio.
—Damas y caballeros —dijo—, niños y niñas,
fenómenos y personas normales, el Carnaval Caligari se enorgullece
en anunciar la llegada de estos feroces leones, que se utilizarán
en un nueva atracción.
—Esa si que es una buena noticia —dijo
alguien entre la multitud—, porque los suvenires en la caravana de
regalos son pésimos.
—Esta es una muy
buena noticia —dijo el Conde Olaf de acuerdo, con un gruñido, y
miró a los Baudelaire. Sus ojos estaban brillando muy intensamente,
y los hermanos temblaron en sus disfraces, mientras miraba a los
niños y después a la reunida multitud—. Las cosas están a punto de
ponerse mucho mejor por aquí —dijo, y los huérfanos Baudelaire
sabían que eso era algo tan ficticio como cualquier cosa que
pudieran imaginar.