Capítulo 4

—¿QUÉ? —preguntó Hugo, bostezando y frotándose los ojos—. ¿Qué es lo que dijo?
—Dije que la caravana de regalos casi se ha quedado sin figuritas —dijo el Hombre con Ganchos en vez de Manos desde detrás de la puerta—. Pero eso no te concierne. Las personas ya están llegando al carnaval, por lo que ustedes fenómenos tendrán que estar listos en 15 minutos.
—¡Espere un momento, señor! —dijo Violet, recordando justo a tiempo disfrazar su voz haciéndola sonar grave, bajando junto a su hermano de su hamaca, compartiendo aún su único par de pantalones. Sunny ya estaba en el piso, demasiado sorprendida para recordar gruñir—. ¿Ha dicho que uno de los padres Baudelaire sigue con vida?
La puerta de la caravana se abrió de un golpe, y los niños pudieron ver la cara del Hombre con Ganchos en vez de Manos observándolos sospechosamente.
—¿Y a ustedes qué les importa, fenómenos? —preguntó.
—Bueno —dijo Klaus, pensando con rapidez—, hemos estado leyendo acerca de los Baudelaire en El Diario Punctilio. Estamos muy interesados en el caso de esos tres niños asesinos.
—Bueno —dijo el Hombre con Ganchos en vez de Manos—, se suponía que los padres de esos niños estaban muerto, pero Madame Lulu dio un vistazo a su bola de cristal y descubrió que uno de ellos seguía con vida. Es una larga historia, pero significa que todos estaremos muy ocupados.
El Conde Olaf y Madame Lulu tuvieron que irse temprano esta mañana para hacer unos recados muy importantes, así que ahora estoy a cargo de la Casa de los Fenómenos. Eso quiere decir que seré su jefe, ¡Así que dense prisa y prepárense para el espectáculo!
—¡Grr! —gruñó Sunny.
—Chabo ya está lista —dijo Violet—, y el resto de nosotros estaremos listos muy pronto.
—Será mejor que así sea —dijo el Hombre con Ganchos en vez de Manos, y comenzó a cerrar la puerta pero se detuvo por un momento—. Es gracioso —dijo—. Parece ser que una de tus cicatrices se nota menos.
—Eso es porque está sanando —dijo Klaus.
—Lastima —dijo el Hombre con Ganchos en vez de Manos—. Te hace lucir menos monstruoso —cerró la puerta y los hermanos pudieron oírlo caminar alejándose de la caravana.
—Lo siento por ese hombre —dijo Colette, doblando su cuerpo mientras bajaba de su hamaca, retorciéndose en una contorsión sobre el suelo—. Cada vez que él y el Conde Olaf vienen de visita, me siento mal de sólo mirar sus ganchos.
—Él es mejor que yo —dijo Kevin, bostezando y estirando sus ambidiestros brazos—. Al menos uno de sus ganchos es más fuerte que el otro. Mis brazos y piernas tienen exactamente la misma fuerza.
—Y los míos son muy flexibles —dijo Colette—. Bueno, será mejor hacer lo que dijo el hombre y prepararnos para el show.
—Eso es cierto —dijo Hugo, tomando un cepillo de dientes de un estante junto a su hamaca—. Madame Lulu dice que siempre debemos darle a la gente lo que quiere, y ese hombre quiere que estemos listos de inmediato.
—Ven, Chabo —dijo Violet, mirando hacia abajo a su hermana—. Te ayudaremos a afilar tus dientes.
—¡Grr! —contestó Sunny, y los dos Baudelaire mayores se inclinaron hacia abajo juntos, levantaron a Sunny y la llevaron hasta una esquina cerca del espejo donde los tres niños podrían hablar en susurros, mientras que Hugo, Colette, y Kevin se preparaban para el escenario, una frase que aquí significa “hacer los necesario para comenzar su día como fenómenos de carnaval”.
—¿Qué piensas? —preguntó Klaus—. ¿Crees que sea realmente posible que uno de nuestros padres siga con vida?
—No lo sé —dijo Violet—. Por un lado, es difícil de creer que Madame Lulu tenga realmente una bola de cristal mágica. Por otro lado, ella siempre le decía al Conde Olaf donde nos encontrábamos. No sé qué creer.
—Carpa —susurró Sunny.
—Creo que tienes razón, Sunny —dijo Klaus—. Si pudiésemos escabullirnos en la carpa de adivinación, quizás podríamos averiguar algo por nuestra cuenta.
—Ustedes están susurrando acerca de mi, ¿No es cierto? —dijo Kevin desde el otro extremo de la caravana—. Apuesto que están diciendo “¡Kevin si que es un fenómeno! ¡A veces se afeita con su mano izquierda, y otras veces se afeita con su mano derecha, pero no hay ninguna diferencia porque son exactamente iguales!”.
—No estábamos hablando acerca de ti, Kevin —dijo Violet—. Estábamos discutiendo el caso Baudelaire.
—Nunca había escuchado nada de esos Baudelaire —dijo Hugo, peinando su cabello—. ¿Te escuché decir que eran asesinos?
—Eso es lo que dicen en El Diario Punctilio —dijo Klaus.
—Oh, nunca leo los periódicos —dijo Kevin—, sostenerlo con mis dos manos igualmente fuertes me hace sentirme como un fenómeno.
—Eso es mejor de lo que me sucede a mí —dijo Colette—. Puedo contorsionarme en una posición con la que soy capaz de recoger un periódico con mi lengua. ¡Hablando de fenómenos!
—Es un dilema interesante —dijo Hugo, agarrando uno de los abrigos idénticos del perchero—, pero creo que todos somos igualmente fenómenos. ¡Ahora, vayamos ahí y ofrezcamos un buen show!
Los Baudelaire siguieron a sus compañeros de trabajo, saliendo de la caravana y entrando en la carpa de la Casa de los Fenómenos, en donde el Hombre con Ganchos en vez de Manos esperaba impaciente, sosteniendo algo largo y húmedo en uno de sus ganchos.
—Entren y ofrezcan un buen espectáculo —les ordenó, señalando el telón de la carpa que servía como puerta de entrada—. Madame Lulu dice que estoy autorizado a utilizar este tagliatelle grande si no le dan al público lo que quiere.
—¿Qué es un tagliatelle grande? —peguntó Colette.
—Tagliatelle es una especie de pasta italiana —explicó el Hombre con Ganchos en vez de Manos, desenrollando el largo y húmedo objeto—, y grande significa “gigantesco” en italiano. Este es un gran fideo que un trabajador del carnaval cocinó para mí esta mañana —el camarada de Olaf restalló el gran fideo por encima de sus cabezas, y los Baudelaire y sus compañeros de trabajo escucharon un débil sonido sibilante como si se moviera lentamente a través del aire, como si una gran lombriz se estuviera arrastrando cerca—. Si no hacen lo que yo digo —continuó el Hombre con Ganchos en vez de Manos—, los golpearé con el tagliatelle grande, y he escuchado que es una desagradable, húmeda y pegajosa experiencia.
—No se preocupe, señor —dijo Hugo—. Somos profesionales.
—Me alegra escuchar eso —dijo el Hombre con Ganchos en vez de Manos burlándose, y siguió a todos dentro de la Casa de los Fenómenos. Dentro, la carpa parecía aún más grande, sobre todo porque no había mucho que ver en ese gran espacio. Había un escenario de madera con algunas sillas plegables colocadas sobre el, y una pancarta colgada que decía CASA DE LOS FENÓMENOS con grandes y descuidadas letras. También había un pequeño quiosco donde una de las mujeres empolvadas estaba vendiendo bebidas frías. Y había siete u ocho personas que ya esperaban con impaciencia a que comenzara el show.
Madame Lulu había mencionado que el negoció iba mal en el Carnaval Caligari, pero aun así los hermanos habían pensado que habría más gente viendo a los fenómenos del carnaval. Cuando los niños y a sus compañeros de trabajo se acercaron al escenario, el Hombre con Ganchos en vez de Manos comenzó a hablar con el pequeño grupo de personas como si estuviera frente a una gran multitud.
—Damas y caballeros, niños y niñas, adolescentes de ambos géneros —anunció—. ¡Dense prisa y compren sus deliciosas bebidas frías, porque el show de la Casa de los Fenómenos está a punto de comenzar!
—¡Miren a todos esos fenómenos! —dijo riendo uno de los miembros del público, un hombre de mediana edad con varios enormes granos en la barbilla—. ¡Hay un hombre con ganchos en vez de manos!
—¡Yo no soy parte del show! —gruñó el Hombre con Ganchos en vez de Manos—. ¡Yo trabajo aquí en el carnaval!
—Oh, lo siento —dijo el hombre—. Pero si me permite decirlo, si comprara un par de manos realistas nadie lo confundiría.
—No es educado hablar sobre la apariencia de los demás —le reprendió el Hombre con Ganchos en vez de Manos—. ¡Ahora, señoras y señores, miren con horror a Hugo, el jorobado! ¡En lugar de una espalda normal él tiene una gran joroba que lo hace verse muy monstruoso!
—¡Es cierto! —dijo el hombre con granos, quien parecía estar dispuesto a reírse de una persona u otra—. ¡Vaya fenómeno!
El Hombre con Ganchos en vez de Manos restalló su gran fideo en el aire como un humedo y pegajoso recordatorio para los Baudelaire y sus compañeros de trabajo.
—¡Hugo! —gritó—. ¡Ponte tu abrigo!
Mientras el público reía, Hugo caminó al frente del escenario y trató de ponerse el abrigo que llevaba en la mano. Usualmente, si alguien tiene un cuerpo con una forma inusual, contrata a un sastre para adecuar su ropa a su cuerpo, para que sea confortable y atractiva, pero cuando Hugo comenzó a luchar con el abrigo fue evidente que ningún sastre había sido contratado. La joroba de Hugo arrugaba la parte de atrás del abrigo, luego lo estiró, y finalmente lo rasgó, mientras se caían los botones. Unos momentos más tarde el abrigo no fue más que trozos de tela desgarrada. Avergonzado, Hugo se retiró hacia el fondo del escenario y se sentó en una silla plegable mientras los miembros de la pequeña audiencia bramaban de tanto reír.
—¿No les parece hilarante? —dijo el Hombre con Ganchos en vez de Manos—. ¡Ni siquiera puede ponerse un abrigo! ¡Que persona tan monstruosa! ¡Pero esperen, señoras y señores, aún hay más! —el secuas de Olaf restalló el tagliatelle grande otra vez, mientras que con su otro gancho, sonriendo perversamente, sacó una mazorca de maíz y la levantó para que el público pudiera verla—. Se trata de una simple mazorca de maíz —anunció—. Es algo que cualquier persona normal puede comer. Pero aquí, en el Carnaval Caligari, no tenemos una Casa de Personas Normales. ¡Tenemos una Casa de los Fenómenos, con un flamante nuevo fenómeno que convertirá esta mazorca de maíz en un hilarante desastre!
Violet y Klaus suspiraron y caminaron hacia el centro del escenario, y no creo que tenga que seguir describiendo este lamentable espectáculo por más tiempo. Sin duda puedes adivinar que los dos mayores Baudelaire se vieron obligados a comer otra mazorca de maíz mientras que un pequeño grupo de personas se reían de ellos, y que Colette se vio obligada a torcer su cuerpo en formas y posiciones poco comunes, y que Kevin tuvo que escribir su nombre con su mano derecha e izquierda, y que finalmente la pobre de Sunny se vio obligada a gruñirle a la audiencia, aunque ella no era una persona feroz por naturaleza y hubiera preferido saludarlos educadamente. Y puedes imaginar cómo reaccionó la multitud cada vez que el Hombre con Ganchos en vez de Manos anunciaba a cada persona y los obligaba a hacer estas cosas. Las siete u ocho personas se reían y los llamaban con crueles nombres, haciendo bromas de mal gusto, y una mujer incluso le tiró su bebida fría, con el vaso de papel y todo, a Kevin, como si alguien que era capaz de ser diestro y zurdo al mismo tiempo de alguna manera mereciera tener mojadas y pegajosas manchas en su camisa. Pero lo que quizás no puedas ser capaz de imaginar, a menos de que hayas tenido una experiencia similar, es lo humillante que fue participar en semejante espectáculo. Tal vez puedas pensar que ser humillado, al igual que montar en bicicleta o decodificar un mensaje secreto, puede ser mucho más llevadero una vez que ya has pasado por ello un par de veces, pero los Baudelaire habían sido objeto de burlas en más de una ocasión y eso no hacía que su experiencia en la Casa de los Fenómenos fuera más llevadera en absoluto.
Violet recordaba a una chica llamada Carmelita Polainas que se reía de ella y la insultaba, cuando los niños fueron estudiantes en la Academia Preparatoria Prufrock, pero aun así sus sentimientos fueron heridos cuando el Hombre con Ganchos en vez de Manos anunció que ella era algo hilarante. Klaus recordaba cuando Esmé Miseria lo había insultado en el número 667 de la Avenida Oscura, pero aun así se sintió avergonzado cuando la audiencia comenzó a señalarlo con el dedo y a reírse cada vez que la mazorca de maíz se le caía de las manos. Y Sunny recordaba todas las veces que el Conde Olaf se había reído de los tres Baudelaire y de sus desgracias, pero aun así se sentía avergonzada y algo enferma cuando las personas la llamaron “lobo fenómeno” mientras seguía a los demás intérpretes fuera de la carpa cuando terminó el show. Claro que los huérfanos Baudelaire sabían que ellos no eran en realidad una persona con dos cabezas y un bebé lobo, pero cuando se sentaron en la caravana de los fenómenos con sus compañeros de trabajo, se sintieron tan humillados que casi parecía que eran tan monstruosos como todos pensaban.
—No me gusta este lugar —dijo Violet a Kevin y a Colette, compartiendo una silla junto a su hermano en la mesa de la caravana, mientras que Hugo hacía chocolate caliente en la estufa. Estaba tan enojada que casi olvidó hablar en voz grave—. No me gusta que me miren, y no me gusta que se rían de mí. Si la gente piensa que es gracioso cuando a alguien se le cae una mazorca de maíz, deberían quedarse en casa y hacerlas caer por su cuenta.
—¡Kiwoon! —dijo Sunny de acuerdo, olvidando gruñir. Quería decir algo así como “Pensé que iba a llorar cuando todas esas personas me llamaron ‘fenómeno’”, pero por suerte sólo sus hermanos le habían entendido, por lo que no había arruinado su disfraz.
—No se preocupen —dijo Klaus a sus hermanas—. No creo que nos vayamos a quedar aquí por mucho tiempo. La carpa de adivinación está cerrada hoy porque el Conde Olaf y Madame Lulu están haciendo recados importantes —el Baudelaire de en medio no vio necesario añadir que sería un buen momento para infiltrarse en la carpa y averiguar si la bola de cristal de Lulu realmente tenía las respuestas que buscaban.
—¿Por qué te importa si la carpa de Lulu está cerrada? —preguntó Colette—. Eres un fenómeno, no un adivino.
—¿Y por qué no se quieren quedar aquí? —preguntó Kevin—. El Carnaval Caligari no ha sido muy popular últimamente, pero no hay ningún otro lugar al que un fenómeno pueda ir.
—Por supuesto que lo hay —dijo Violet—. Muchas personas son ambidiestras, Kevin. Hay floristas ambidiestros, controladores de tráfico aéreo ambidiestros, y todo tipo de cosas.
—¿En realidad crees eso? —Kevin preguntó.
—Claro que si —dijo Violet—. Y lo mismo ocurre con los contorsionistas y los jorobados. Todos nosotros podríamos encontrar algún otro tipo de trabajo en el que la gente no crea que somos monstruosos.
—No estoy seguro de que eso sea verdad —dijo Hugo desde la estufa—. Creo que una persona con dos cabezas sería considerada bastante monstruosa independientemente de a dónde vaya.
—Y probablemente ocurra lo mismo con una persona ambidiestra —dijo Kevin suspirando.
—Intentemos olvidar nuestros problemas y juguemos dominó —propuso Hugo, llevándoles una bandeja con seis humeantes tazas de chocolate caliente—. Pensé que tal vez las dos cabezas preferirían beber por separado —explicó con una sonrisa—, sobre todo porque este chocolate caliente es un poco inusual. Chabo la Bebé Lobo le añadió un poco de canela.
—¿Chabo le añadió? —preguntó Klaus con sorpresa, mientras Sunny gruñía modestamente.
—Sí —dijo Hugo—. Al principio pensé que era una monstruosa receta de lobo, pero en realidad es muy sabroso.
—Es una idea muy inteligente, Chabo —dijo Klaus, y dio a su hermana una brillante sonrisa. Hasta hace muy poco tiempo la Baudelaire más pequeña no podía caminar, y era tan pequeña como para caber dentro de una jaula de pájaros, y ahora estaba desarrollando sus propios intereses, y era lo suficientemente grande como para parecer mitad lobo.
—Deberías estar muy orgullosa de tí misma —dijo Hugo de acuerdo—. Si no fueras un fenómeno, Chabo, podrías crecer hasta llegar a ser un excelente chef.
—Ella podría ser un chef de todas formas —dijo Violet—. ¿Elliot, te importaría si salimos para disfrutar de nuestro chocolate caliente?
—Es una buena idea —dijo Klaus rápidamente—. Siempre he considerado que el chocolate caliente se debe beber al aire libre, y me gustaría echarle un vistazo a la carava de regalos
—Grr —gruñó Sunny, pero sus hermanos sabían que quería decir algo así como “Iré con ustedes” y gateó hasta donde estaban Violet y Klaus tratando de levantarse torpemente de la silla.
—No tarden mucho —dijo Colette—. No nos es permitido vagar por el carnaval.
—Sólo beberemos nuestro chocolate caliente y volveremos —prometió Klaus.
—Espero que no se metan en problemas —dijo Kevin—. No me gustaría ver que el tagliatelle grande los golpeara en sus cabezas.
Los Baudelaire estaban a punto de señalar que un golpe con el tagliatelle grande probablemente no dolería ni un poco, cuando oyeron un ruido que era mucho más aterrador que un gran fideo restallando en el aire. Incluso desde el interior de la caravana, los niños pudieron escuchar un fuerte y chirriante sonido que reconocieron debido a su largo viaje hacia el hinterlands.
—Debe ser aquel caballero, amigo de Madame Lulu —dijo Hugo—. Es el sonido de su coche.
—También hay otro sonido —dijo Colette—. Escuchen.
Los niños escucharon y pudieron comprobar que la contorsionista decía la verdad. Acompañando el rugido del motor había otro rugido, uno que sonaba más profundo y encolerizado que cualquier automóvil. Los Baudelaire sabían que no se puede juzgar algo por su sonido, al igual que no se puede juzgar a alguien por su apariencia, pero ese rugido era tan fuerte y feroz que los jóvenes no podían imaginar que aquello fuera una buena noticia.
Aquí me veo obligado a interrumpir la historia que estoy escribiendo, y a contarte otra historia con el fin de demostrarte un punto importante. Esta segunda historia es ficticia, palabra que aquí significa “alguien que la inventó un día”, en contraposición a la historia de los huérfanos Baudelaire, que alguien simplemente se limitó a escribir, usualmente durante la noche. Se llama “La Historia de la Reina Debbie y su Novio Tony” y dice más o menos así: La Historia de la Reina Debbie y su Novio Tony.
Érase una vez una reina ficticia llamada Reina Debbie, quien gobernaba sobre la tierra en la que esta historia transcurre, que es inventada. Esta tierra ficticia tenía árboles de piruletas que crecían por todas partes, y ratones cantores que se ocupaban de todas las labores, y había feroces leones ficticios que custodiaban el palacio contra enemigos ficticios. La Reina Debbie tenía un novio llamado Tony, quien vivía en el ficticio reino vecino. Debido a que vivían tan lejos el uno del otro, Debbie y Tony no podían verse muy a menudo, pero de tanto en tanto salían a cenar y al cine, o a hacer otras ficticias cosas juntos.
El cumpleaños de Tony llegó, y la Reina Debbie, a causa de unos asuntos reales, no pudo viajar a verlo, pero le envío una bonita tarjeta y un ave miná en una brillante jaula. Lo que hay que hacer si recibes un regalo, por supuesto, es escribir una nota de agradecimiento, pero Tony no era particularmente una persona que hiciera lo adecuado, y llamó a Debbie para quejarse.
—Debbie, soy Tony —dijo Tony—. Recibí el regalo de cumpleaños que me enviaste, y no me gustó en absoluto.
—Lamento escuchar eso —dijo la reina Debbie, arrancado una piruleta de un árbol cercano—. Elegí el ave especialmente para tí ¿Qué tipo de regalo prefieres?
—Yo creo que deberías darme un puñado de diamantes valiosos —dijo Tony, quien era tan codicioso como ficticio.
—¿Diamantes? —dijo la Reina Debbie—. Pero el ave miná puede animarte cuando estés triste. Puedes enseñarle a posarse sobre tu mano, y a veces incluso a hablar.
—Quiero diamantes —dijo Tony.
—Pero los diamantes son muy valiosos —dijo la Reina Debbie—. Si yo te enviara los diamantes por correo, probablemente serían robados en el camino, y entonces no tendrías ningún regalo de cumpleaños.
—Quiero diamantes —se quejó Tony, quien ya estaba comenzando a ser aburrido.
—Ya sé que haré —dijo la Reina Debbie con una tenue sonrisa—. Haré que mis leones reales se coman mis diamantes, y entonces enviaré a los leones a tu reino. Nadie osaría atacar a un puñado de feroces leones, por lo que los diamantes llegarán sanos y salvos.
—Date prisa —dijo Tony—. Se supone que este debería ser mi día especial.
Fue fácil para la Reina Debbie darse prisa, porque los ratones cantores que vivían en su palacio se ocupaban de todas las labores, por lo que sólo tardó unos minutos en alimentar a sus leones con un puñado de diamantes, cubriendo primero las joyas con atún para que los leones accedieran a comérselas. Entonces les ordenó a los leones viajar al reino vecino para entregar el regalo.
Tony pasó el resto del día esperando con impaciencia fuera de su casa, comiéndose todo el helado y el pastel de cumpleaños y burlándose de su ave miná, y por último, justo a la puesta de sol, vio a los leones aproximándose por el horizonte y se fue corriendo a recoger su regalo.
—¡Denme los diamantes, leones estúpidos! —gritó Tony, y no hay necesidad de relatarles el resto de esta historia, que tiene una moraleja bastante obvia “A león regalado nunca le mires los colmillos”.
El punto es que hay ocasiones en que la llegada de un montón de leones es una buena noticia, sobre todo en una historia ficticia donde los leones no son reales y por lo tanto, probablemente no te harán daño. Y hay algunos casos, como en el caso de la Reina Debbie y su novio, Tony, en donde la llegada de leones significa que la historia está a punto de ponerse mucho mejor.
Pero lamento tener que decirte que el caso de los huérfanos Baudelaire no es uno de esos momentos. La historia de los Baudelaire no transcurre en una tierra ficticia donde las piruletas crecen en los arboles y donde ratones cantores se ocupaban de todas las labores. La historia de los Baudelaire transcurre en el mundo real, donde algunas personas se rieron de ellos sólo por tener aspectos poco comunes, y en el que los niños podían encontrarse solos en el mundo, intentando comprender el siniestro misterio que les rodeaba, y en este mundo real la llegada de leones significaba que la historia estaba a punto de ponerse mucho peor, así que si no tienes estómago para esta historia —así como los leones no tienen estomago para diamantes cubiertos de atún— será mejor que des media vuelta en este momento y corras en otra dirección, al igual que los Baudelaire deseaban hacerlo en ese momento mientras salían de la caravana y veían lo que el Conde Olaf había traído con él cuando regresó de sus recados.
El Conde Olaf conducía su negro automóvil entre las filas de caravanas, casi atropellando a varios visitantes del carnaval, deteniéndose justo frente a la carpa de la Casa de los Fenómenos, y apagó el motor, terminando así el chirriante rugido que los niños habían reconocido. Pero el otro encolerizado rugido continuó mientras Olaf salía del automóvil, seguido de Madame Lulu, y señaló con un gesto teatral el remolque enganchado al automóvil. El remolque era en realidad una jaula metálica sobre ruedas, y a través de las barras de la jaula los Baudelaire pudieron ver lo que el villano estaba señalando.
El remolque estaba llenó de leones, embalados de una manera tan apretada que los niños no podían distinguir exactamente cuántos eran. Los leones estaban irritados por viajar tan apretados, y mostraban su irritación arañando la jaula con sus garras, encajándose unos sobre otros sus dientes, y rugiendo tan fuerte y tan ferozmente como podían. Algunos de los secuaces del Conde Olaf se reunieron alrededor, junto a varios visitantes del carnaval, para ver que sucedía, y Olaf intentó decirles algo, pero nadie pudo escucharlo por el fuerte rugido de los leones. Con el ceño fruncido, el villano sacó un látigo de su bolsillo y les dio unos latigazos a los leones a través de las barras de la jaula. Al igual que las personas, los animales se asustan y es probable que hagan lo que les digas si les das los latigazos suficientes, y finalmente los leones se quedaron quietos y Olaf pudo dar su anuncio.
—Damas y caballeros —dijo—, niños y niñas, fenómenos y personas normales, el Carnaval Caligari se enorgullece en anunciar la llegada de estos feroces leones, que se utilizarán en un nueva atracción.
—Esa si que es una buena noticia —dijo alguien entre la multitud—, porque los suvenires en la caravana de regalos son pésimos.
—Esta es una muy buena noticia —dijo el Conde Olaf de acuerdo, con un gruñido, y miró a los Baudelaire. Sus ojos estaban brillando muy intensamente, y los hermanos temblaron en sus disfraces, mientras miraba a los niños y después a la reunida multitud—. Las cosas están a punto de ponerse mucho mejor por aquí —dijo, y los huérfanos Baudelaire sabían que eso era algo tan ficticio como cualquier cosa que pudieran imaginar.