Capítulo 3
ADEMÁS de cortarte con hojas papel varias
veces en el mismo día o de recibir la noticia de que alguien en tu
familia te ha entregado a tus enemigos, una de las experiencias más
desagradables en la vida es una entrevista de trabajo. Es algo que
crispa los nervios el explicarle a alguien todas las cosas que
sabes hacer con la esperanza de que te paguen por hacerlas. Una vez
tuve una entrevista de trabajo muy difícil en la que no sólo tuve
que explicar como podía asestarle con un arco y una flecha a una
aceituna, memorizar hasta tres páginas de poesía, y determinar si
había veneno mezclado con el queso fondue sin probarlo, sino que
también tuve que demostrar que podía hacer todas esas cosas
poniéndolas en práctica. En la mayoría de los casos, la mejor
estrategia para una entrevista de trabajo es ser bastante honesto,
porque lo peor que puede pasar es que no consigas el trabajo y
pases el resto de tu vida en busca de alimento en el desierto y en
busca de refugio bajo un árbol o una marquesina de una bolera que
ha quebrado, pero en el caso de la entrevista de trabajo de los
huérfanos Baudelaire con Madame Lulu, la situación era mucho más
desesperada. No podían ser honestos del todo, porque estaban
disfrazados de personas totalmente diferentes, y lo peor que podía
pasar era ser descubiertos por el Conde Olaf y su grupo y pasar el
resto de sus vidas en circunstancias tan terribles que los niños no
podían soportar pensar en ellas.
—Siéntense, por favor, y Lulú los
entrevístará para trabajo en carnaval —dijo Madame Lulu, señalando
hacia la mesa redonda donde Olaf y su grupo estaban sentados.
Violet y Klaus se sentaron en una silla con
dificultad, y Sunny gateó hasta otra mientras todos miraban en
silencio. El grupo, con los codos sobre la mesa, comía los
refrigerios que Lulu les había proporcionado, mientras que Esmé
Miseria bebía su suero de mantequilla, y el Conde Olaf se reclinaba
en su silla y observaba a los Baudelaire muy, muy
cuidadosamente.
—Ustedes me son muy familiares —dijo.
—Tal vez hayas visto antes a los fenómenos,
mi Olaf —dijo Lulu—. ¿Cuáles ser los nombres de los
fenómenos?
—Mi nombre es Beverly —dijo Violet, con su
grave y disfrazada voz, inventando un nombre con la misma rapidez
que con la que hubiera inventado un burro de planchar—. Y esta es
mi otra cabeza, Elliot.
Olaf se inclinó sobre la mesa para
estrecharles la mano, y Violet y Klaus se quedaron quietos por un
momento para averiguar de quien era el brazo que sobresalía de la
manga derecha.
—Es un placer conocerlos —dijo—. Debe ser
muy difícil tener dos cabezas.
—Oh, sí —dijo Klaus, en un tono de voz tan
agudo como pudo—. No puede imaginar lo problemático que resulta
encontrar ropa.
—Estaba observando su camisa —dijo Esmé—. Es
muy in.
—Sólo porque seamos fenómenos —dijo Violet—,
no significa que no nos preocupemos por la moda.
—¿Cómo le hacen para comer? —dijo el Conde
Olaf, con sus brillantes ojos—. ¿Tienen problemas para comer?
—Bueno, yo... quiero decir, bueno,
nosotros... —dijo Klaus, pero antes de que pudiera continuar, Olaf
agarró una larga mazorca de maíz de un plato sobre la mesa y se la
extendió a los niños.
—Vamos a ver cuantas dificultades tienen
—gruñó, mientras sus secuaces comenzaban a reírse—. Come la mazorca
de maíz, fenómeno de dos cabezas.
—Sí —coincidió Madame Lulu—. Es la mejor
manera de ver si tu poder trabajar en carnaval. ¡Comer maíz! ¡Comer
maíz!
Violet y Klaus se miraron entre sí, entonces
cada uno extendió una de sus manos para tomar el maíz de las manos
de Olaf y mantenerlo con torpeza frente a sus bocas. Violet se
inclinó hacia delante para tomar el primer bocado, pero el
movimiento hizo resbalar el maíz de la mano de Klaus haciendo que
cayera sobre la mesa, y la habitación estalló en crueles
carcajadas.
—¡Mírenlos! —una de las mujeres empolvadas
se echo a reír—. ¡Ni siquiera pueden comer una mazorca de maíz! ¡Si
que son unos fenómenos!
—Inténtenlo de nuevo —dijo Olaf con una
repugnante sonrisa—. Levanten el maíz de la mesa, fenómenos.
Los niños recogieron el maíz y los
sostuvieron frente a sus bocas una vez más. Klaus entrecerró los
ojos y trató de tomar un bocado, pero cuando Violet intentó mover
el maíz para ayudarlo, lo golpeó con el en la cara y todos —excepto
Sunny, por supuesto— rieron una vez más.
—Ustedes ser fenómenos graciosos —dijo
Madame Lulu. Ella se estaba riendo tan fuerte que tuvo que
limpiarse las lágrimas de sus ojos con un pañuelo, y, cuando lo
hizo, una de sus dramáticas cejas se corrió un poco, provocando una
mancha y haciéndola ver como si tuviera un pequeño moretón sobre un
ojo—. Intentarlo de nuevo, fenómenos Beverly y Elliot!
—Esto es lo más gracioso que he visto en mi
vida —dijo el Hombre con Ganchos en vez de Manos—. Siempre pensé
que las personas con defectos de nacimiento eran desafortunadas,
pero ahora me doy cuenta de que son muy graciosos.
Violet y Klaus querían señalar que a un
hombre con ganchos en vez de manos le sería, seguramente,
igualmente difícil comer una mazorca de maíz, pero sabían que una
entrevista de trabajo rara vez es un buen momento para debatir, por
lo que los hermanos se tragaron sus palabras y comenzaron a
deglutir el maíz. Después de unos mordiscos, los niños comenzaron a
orientarse, una frase que aquí significa “averiguar cómo dos
personas, utilizando sólo dos manos, pueden comer una mazorca de
maíz al mismo tiempo”, pero aun así era una tarea bastante difícil.
La mazorca de maíz estaba cubierta de mantequilla que les humedecía
los labios y se escurría por su mentón. A veces la mazorca de maíz
se encontraba en el ángulo perfecto para que uno de ellos pudiera
morderla, pero golpeaba al otro en la cara. Y a menudo la mazorca
de maíz simplemente se les caía de las manos, y todos se reían de
nuevo.
—¡Esto es más divertido que el secuestro!
—dijo el asociado calvo de Olaf, quien se sacudía de la risa—.
¡Lulu, este fenómeno atraerá a muchas personas a millas a la
redonda, y lo único que necesitas es una mazorca de maíz!
—Cierto, por favor —coincidió Madame Lulu,
mirando a Violet y Klaus—. Multitudes aman ver comer torpemente a
los demás —dijo ella—. Están contratados para el show de la Casa de
los Fenómenos.
—¿Y ese otro? —preguntó Esmé, riendo y
limpiándose restos del suero de mantequilla de su labio superior—.
¿Qué es ese fenómeno? ¿Alguna especie de bufanda viviente?
—¡Chabo! —dijo Sunny a sus hermanos. Ella
quería decir algo así como “¡Yo sé que esto es humillante, pero por
lo menos nuestros disfraces están funcionando!”, pero Violet se
apresuró a disfrazar su traducción.
—Ésta es Chabo la Bebé Lobo —dijo ella, con
su voz grave—. Su madre era una cazadora que se enamoró de un
atractivo lobo, y ésta es su pobre hija.
—Yo ni siquiera sabía que eso fuera posible
—dijo el Hombre con Ganchos en vez de Manos.
—Grr —gruñó Sunny.
—Podría ser gracioso verla comer maíz
también —dijo el hombre calvo, y tomó otra mazorca de maíz y se la
extendió a la Baudelaire más joven—. ¡Aquí Chabo! ¡Toma una mazorca
de maíz!
Sunny abrió su boca, pero cuando el hombre
calvo vio las puntas de sus dientes asomándose a través de la barba
retiró su mano asustado.
—¡Caray! —dijo—. ¡Ese fenómeno es
feroz!
—Aún es un poco salvaje —dijo Klaus, en un
tono de voz tan agudo como pudo—. De hecho, tenemos todas estas
horribles cicatrices de burlarnos de ella.
—Grr —Sunny gruñó de nuevo, y mordió un
cubierto de plata para demostrar lo salvaje que era.
—Chabo será excelente atracción de carnaval
—comentó Madame Lulu—. A gente siempre gustar violencia, por favor.
Estás contratada, también, Chabo.
—Sólo manténganla alejada de mí —dijo Esmé—.
Una bebé lobo como esa probablemente arruinaría mi ropa.
—¡Grr! —gruñó Sunny.
—Ahora, anómalas personas —dijo Madame
Lulu—. Madame Lulu les mostrará caravana, por favor, donde ustedes
dormir.
—Nosotros permaneceremos aquí bebiendo más
vino —dijo el Conde Olaf—. Felicitaciones por los nuevos fenómenos,
Lulu. Sabía que tendrías buena suerte conmigo alrededor.
—Contigo, todos siempre la tienen —dijo
Esmé, y besó a Olaf en la mejilla. Madame Lulu frunció el seño, y
sacó a los niños de su caravana hacía la oscuridad de la
noche.
—Seguirme, fenómenos, por favor —dijo—.
Vivirán, por favor, en caravana de fenómenos. Tendrán que
compartirla con otros fenómenos. Estar Hugo, Colette, y Kevin,
todos fenómenos. Cada día será show de la Casa de los Fenómenos.
Beverly y Elliot, ustedes comerán maíz, por favor. Chabo, tu
atacarás a público gruñendo y mostrando dientes, por favor. ¿Tener
alguna fenómena pregunta?
—¿Nos pagarán? —preguntó Klaus. Pensaba que
un poco de dinero podría ayudarles, ya encontradas las respuestas a
sus preguntas y teniendo la oportunidad de escapar del
carnaval.
—No, no, no —dijo Madame Lulu—. Madame Lulu
no dará dinero a los fenómenos, por favor. Si eres fenómeno, ser
afortunado de que alguien te dé trabajo. Mirar al hombre con
ganchos. Él ser agradecido de hacer trabajos para el Conde Olaf,
incluso aunque Olaf no le dará nada de fortuna Baudelaire.
—¿Conde Olaf? —preguntó Violet, pretendiendo
que su peor enemigo era un completo desconocido—. ¿Es el caballero
con una ceja?
—Ese ser Olaf —dijo Lulu—. Un hombre
brillante, pero ser mejor nunca decir nada malo de él, por favor.
Madame Lulu siempre decir tu siempre deber dar a la gente lo que
quiere, por lo tanto siempre decir a Olaf que es un hombre
brillante.
—Recordaremos eso —dijo Klaus.
—Bueno, por favor —dijo Madame Lulu—. Ahora,
aquí estar caravana de fenómenos. Bienvenidos fenómenos, a su nuevo
hogar.
La adivina se detuvo frente a una caravana
con la palabra FENÓMENOS pintada sobre ella con grandes letras
descuidadas. Las letras estaban manchadas y escurridas en varias
partes, como si la pintura estuviera fresca, pero la palabra estaba
tan descolorida que los Baudelaire comprendieron que había sido
pintada hace muchos años.
Junto a la caravana había una gastada carpa
con varios agujeros en ella y un cartel que decía BIENVENIDO A LA
CASA DE LOS FENÓMENOS, con un pequeño dibujo de una niña con tres
ojos. Madame Lulu pasó por el cartel y tocó la puerta de madera de
la caravana.
—¡Fenómenos! —gritó Madame Lulu—. ¡Por
favor, despierten, por favor! ¡Nuevos fenómenos estar aquí para que
ustedes les digan hola!
—Sólo un minuto, Madame Lulu —contestó una
voz detrás de la puerta.
—No sólo un minuto, por favor —dijo Madame
Lulu—. ¡Ahora! ¡Yo soy la jefa del carnaval!
La puerta oscilante se abrió para revelar a
un somnoliento hombre con una joroba, una palabra que aquí
significa “una espalda con un bulto cerca del hombro, dándole a la
persona una apariencia algo irregular”. Llevaba puesto un pijama
que tenía una rasgadura a la altura del hombro para darle espacio a
su joroba, y sostenía una pequeña vela para ayudarle a ver en la
oscuridad.
—Sé que usted es la jefa, Madame Lulu —dijo
el hombre—, pero estamos en medio de la noche. ¿No desea que sus
fenómenos estén bien descansados?
—Madame Lulu particularmente no importar el
sueño de fenómenos —dijo Lulu altivamente—. Por favor comunicar a
nuevos fenómenos qué hacer para show de mañana. Fenómeno con dos
cabezas comerá maíz, por favor, y pequeña lobo fenómena atacar a
público mostrando dientes.
—Violencia y comer torpemente —dijo él, y
suspiró—. Creo que a la multitud le gustará eso.
—Por supuesto que a multitud le gustará
—dijo Lulu—, y entonces carnaval conseguirá mucho dinero.
—¿Y entonces usted tal vez nos pague?
—preguntó el hombre.
—Gran oportunidad, por favor —respondió
Madame Lulu—. Buenas noches, fenómenos.
—Buenas noches, Madame Lulu —contestó
Violet, quien hubiera preferido ser llamada por su propio nombre,
incluso si se trataba del que había inventado, en lugar de
simplemente “fenómeno”, pero la adivina se alejó sin mirar atrás.
Los Baudelaire permanecieron de pie frente a la puerta de la
caravana por un momento, viendo a Lulu desaparecer en la oscuridad,
antes de mirar al hombre y presentarse un poco más
cortésmente.
—Mi nombre es Beverly —dijo Violet—. Mi
segunda cabeza se llama Elliot, y esta es Chabo la Bebé Lobo.
—¡Grr! —gruñó Sunny.
—Yo soy Hugo —dijo el hombre—. Será muy
agradable tener nuevos compañeros de trabajo. Entren a la caravana,
les presentaré a los demás.
Aún con dificultades para caminar, Violet y
Klaus siguieron a Hugo adentro, y Sunny siguió a sus hermanos,
prefiriendo gatear en lugar de caminar, porque le hacía parecer más
mitad lobo. La caravana era pequeña, pero a la luz de la vela de
Hugo pudieron ver que estaba limpia y ordenada. En el centro había
una pequeña mesa de madera, con un grupo de fichas de dominó
apiladas en el centro y varias sillas alrededor. En una esquina
había un perchero con ropa colgada en el, incluyendo una larga fila
de abrigos idénticos, y un gran espejo donde podrías peinarte y
asegurarte de que te ves presentable. Había una pequeña estufa para
cocinar, con algunas ollas y sartenes apilados junto a ella, y
algunas plantas en macetas alineadas en una fila junto a una
ventana para poder recibir suficiente luz solar. A Violet le
hubiera gustado añadirle una pequeña mesa de trabajo que ella
podría utilizar mientras inventaba cosas, a Klaus le hubiera
complacido ver, entrecerrando los ojos, alguna biblioteca y Sunny
hubiera preferido ver una pila de zanahorias crudas u otros
alimentos que son agradables de morder, pero por lo demás la
caravana parecía un lugar acogedor para vivir. La única cosa que
parecía faltar era un lugar donde dormir , pero mientras Hugo se
adentraba más en la habitación, los niños vieron que había tres
hamacas, que son largos y anchos trozos de tela utilizados como
camas, colgando de ganchos en las paredes. Una hamaca estaba vacía
—los Baudelaire supusieron que esa era donde Hugo dormía— pero en
otra pudieron ver a una mujer muy delgada con cabello rizado
viéndolos con los ojos entrecerrado, y en la tercera estaba un
hombre con un rostro muy arrugado que aún dormía.
—¡Kevin! —gritó Hugo al hombre que aún
dormía—. ¡Kevin, levántate! Tenemos nuevos compañeros de trabajo, y
necesito tu ayuda para colgar más hamacas.
El hombre frunció el ceño y miró hacia abajo
a Hugo lanzándole una mirada sombría.
—Desearía que no me hubieras despertado
—dijo Kevin—. Estaba teniendo un sueño maravilloso en el que no
había nada extraño en mí, en lugar de ser un fenómeno —los
Baudelaire le dieron un buen vistazo a Kevin mientras bajaba de la
hamaca y no pudieron ver nada anómalo en el; por otra parte, él
miraba a los Baudelaire como si hubiese visto un fantasma—. Les doy
mi palabra —dijo—, de que ustedes dos son tan anómalos como
yo.
—Tratar de ser educado, Kevin —dijo Hugo—.
Ellos son Beverly y Elliot, y la que está en el suelo es Chabo la
Bebé Lobo.
—¿Bebé Lobo? —repitió Kevin, estrechando la
mano derecha que compartían Violet y Klaus—. ¿Es peligrosa?
—No le gusta ser molestad —dijo
Violet.
—A mi tampoco —dijo Kevin, y bajó la
cabeza—. Pero a donde quiera que voy siempre escucho a la gente
susurrando: “Ahí va Kevin, el fenómeno ambidiestro”.
—¿Ambidiestro? —preguntó Klaus—. ¿No
significa que eres zurdo y diestro al mismo tiempo?
—De modo que has escuchado de mí —dijo
Kevin—. ¿Esa es la razón por la que viajaron ustedes hasta el
hinterlands, sólo para ver a alguien que puede escribir su nombre
tanto con su mano izquierda como con la derecha?
—No —dijo Klaus—. Conozco la palabra
“ambidiestro” por un libro que leí.
—Tuve la impresión de que eran inteligentes
—dijo Hugo—. Después de todo, tienen dos veces más cerebro que la
mayoría de las personas.
—Yo sólo tengo un cerebro —dijo Kevin
tristemente—. Un cerebro, dos brazos ambidiestros y dos piernas
ambidiestras. ¡Que Fenómeno!
—Es mejor que ser un jorobado —dijo Hugo—,
tus manos pueden ser anómalas, pero tienes hombros absolutamente
normales.
—¿De que sirve tener hombros normales —dijo
Kevin—, si están conectados a unas manos que pueden usar con la
misma facilidad un tenedor y un cuchillo?
—Oh, Kevin —dijo la mujer, y bajó de su
hamaca para darle una palmadita en la espalda—. Sé que es
deprimente ser tan anómalo, pero tratar de ver el lado positivo.
Por lo menos eres mejor que yo —ella se volvió a los niños y les
dio una tímida sonrisa—. Mi nombre es Colette —dijo—, y si se van a
reír de mí, prefiero que lo hagan ahora y que terminen de una vez
por todas.
Los Baudelaire miraron a Colette y, a
continuación, entre ellos.
—¡Renuf! —dijo Sunny, lo que significa algo
así como “Yo no veo nada anómalo en ti, pero incluso si lo viera no
me reiría de ti porque no sería educado”.
—Apuesto a que es alguna especie de risa de
lobo —dijo Colette—, pero no puedo culpar a Chabo por reírse de una
contorsionista.
—¿Contorsionista? —preguntó Violet.
—Sí —Suspiró Colette—. Puedo doblar mi
cuerpo en todo tipo de posiciones inusuales. Miren.
Los Baudelaire vieron como Colette suspiró
una vez más e inició una rutina de contorsionista. Primero se
inclinó hacia abajo hasta poner su cabeza entre sus piernas y se
enroscó hasta parecer una diminuta pelota en el suelo. Lugo puso
una mano contra el suelo y levantó su cuerpo entero con sólo unos
cuantos dedos, trenzando sus piernas en forma de espiral. Por
último, se impulsó y dio unas volteretas en el aire, balaceándose
por un momento sobre su cabeza, y juntó sus brazos y piernas
retorciéndolos como una masa de cordeles antes de ver a los
Baudelaire con un triste ceño levantado.
—¿Lo ven? —dijo Colette—. Soy un completo
fenómeno.
—¡Wow! —exclamo Sunny.
—Creo que fue increíble —dijo Violet—, y
también Chabo lo cree.
—Es muy amable de tu parte decir eso —dijo
Colette—, pero estoy avergonzada de ser una contorsionista.
—Pero si estás avergonzada de eso —dijo
Klaus—. ¿Por qué simplemente no mueves tu cuerpo con normalidad, en
lugar de hacer contorsiones?
—Porque estoy en la Casa de los Fenómenos,
Elliot —dijo Colette—. Nadie me pagaría por ver mover mi cuerpo con
normalidad.
—Es un dilema interesante —dijo Hugo,
utilizando una palabra elegante para “problema” que los Baudelaire
habían aprendido de un libro de leyes en la biblioteca de Justicia
Strauss—. Nosotros tres preferiríamos ser personas normales en
lugar de fenómenos, pero mañana por la mañana las personas estarán
esperando en la carpa para ver a Colette contorsionar su cuerpo en
las posiciones más extrañas, a Beverly y Elliot comer maíz, a Chabo
gruñir y atacar a la multitud, a Kevin que escriba su nombre con
ambas manos, y a mi probándome esos abrigos. Madame Lulu dice que
siempre debemos darle a la gente lo que quiere, y la gente quiere
ver un espectáculo de fenómenos. Ya es muy tarde. Kevin, échame una
mano para colgar unas hamacas para los recién llegados, y después
intentemos todos dormir un poco.
—Creo que bien podría echarte dos manos —dijo Kevin desanimado—. Ambas son
idénticamente eficientes. Oh, como me hubiese gustado haber sido
diestro o zurdo.
—Intenta animarte —dijo Colette
gentilmente—. Tal vez mañana ocurra un milagro y todos obtendremos
lo que más deseamos.
Nadie en la caravana dijo nada más, pero
mientras Hugo y Kevin preparaban dos hamacas para los tres
Baudelaire, los niños pensaban en lo que había dicho Colette. Los
milagros son como las albóndigas, porque nadie puede estar
exactamente de acuerdo sobre como están hechas, de dónde vienen, o
con qué frecuencia deben aparecer. Algunas personas dicen que el
amanecer es un milagro, porque es algo misterioso y a menudo muy
hermoso, pero otras personas dicen que es simplemente un hecho de
la vida, porque ocurre todos los días y muy temprano por la mañana.
Algunas personas dicen que el teléfono es un milagro, porque a
veces parece maravilloso poder hablar con alguien que está a miles
de millas de distancia, y otras personas dicen que es simplemente
un dispositivo manufacturado, hecho de piezas metálicas, circuitos
electrónicos, y alambres que pueden ser cortados muy fácilmente. Y
algunas personas dicen que salir subrepticiamente de un hotel es un
milagro, especialmente si el vestíbulo está plagado de policías, y
otras personas dicen que es simplemente un hecho de la vida, porque
ocurre todos los días y muy temprano por la mañana. Por lo tanto
podrías pensar que hay tantos milagros en el mundo que apenas
pueden contarse, o que hay tan pocos que apenas vale la pena
mencionarlos, dependiendo, claro, de si gastas tus mañanas mirando
un hermoso amanecer o bajando hacia un callejón con una cuerda
hecha a base de toallas.
Pero había un milagro en el que los
Baudelaire estaban pensando mientras yacían en sus hamacas e
intentaban dormir, y este era el tipo de milagro que parecía ser
más grande que cualquier albóndiga que el mundo haya visto jamás.
Las hamacas crujían en la caravana mientras Violet y Klaus
intentaban ponerse cómodos en su única prenda de vestir y Sunny
trataba de peinar la barba de Olaf para que no picara tanto, y los
tres jóvenes pensaron en un milagro tan maravilloso y bello que
hizo que sus corazones les dolieran de pensar en él. El milagro,
por supuesto, era que uno de sus padres estaba vivo después de
todo, que, o bien, su padre o su madre de alguna manera habían
sobrevivido al incendio que había destruido su hogar y que dio
comienzo al catastrófico viaje de los niños. Que un Baudelaire más
siguiera con vida era un milagro tan enorme y tan poco probable que
los niños casi tenían miedo de desearlo, pero lo deseaban
igualmente. Los jóvenes pensaron en lo que Colette había dicho —de
que tal vez mañana ocurriría un milagro y que todos obtendrían lo
que más deseaban— y esperaban a que la mañana llegara, cuando la
bola de cristal de Madame Lulu por fin podría anunciarles el
milagro que los Baudelaire tanto deseaban escuchar.
Por fin salió el sol, como todos los día y
muy temprano por la mañana. Los tres niños habían dormido muy poco
y deseado mucho, y ahora observaban como lentamente la caravana se
iluminaba, y escucharon a Hugo, Colette, y Kevin bajar de sus
hamacas, y se preguntaron si el Conde Olaf ya habría entrado a la
carpa de la adivina, obteniendo las respuestas a sus preguntas. Y
justo cuando no podían aguantar más, escucharon el sonido de unos
pasos apresurados y de un fuerte golpe metálico sobre la
puerta.
—¡Despierten! ¡Despierten! —dijo la voz del
Hombre con Ganchos en vez de Manos, pero antes de que escriba lo
que dijo debo decirles que existe una similitud más entre un
milagro y una albóndiga, y es que ambos parecen ser una cosa pero
resultan ser otra. Eso me sucedió una vez en una cafetería, cuando
resultó ser que había una pequeña cámara oculta en el almuerzo que
recibí. Y eso es lo que les sucedió a Violet, Klaus y Sunny en ese
momento, aunque tardaron bastante tiempo en darse cuenta de que lo
que el Hombre con Ganchos en vez de Manos les dijo resultó ser algo
totalmente diferente de lo que pensaron haberle escuchado decir
fuera de la puerta de la caravana de los fenómenos.
—¡Despierten! —dijo una vez más el Hombre
con Ganchos en vez de Manos, y tocó a la puerta—. ¡Despierten y
dense prisa! Estoy de muy mal humor y no tengo tiempo para sus
tonterías. Es un día muy atareado en el carnaval.
Madame Lulu y el Conde Olaf están haciendo
recados, yo estoy a cargo de la Casa de los Fenómenos, la bola de
cristal reveló que uno de los padres de los malditos Baudelaire aún
sigue con vida, y la caravana de regalos casi se ha quedado sin
figuritas.