badTop-09

Nathan cambió de postura en el estrecho espacio que había entre la pared y el contenedor de basura, ubicado en la parte trasera, en el patio de la policía y que, por suerte para él, era contiguo a un edificio de ladrillo de tres pisos. El espacio olía muy mal, posiblemente debido a que era utilizado por los vagabundos y probablemente por algunos agentes, como urinario al aire libre.

Era muy estrecho para alguien de su tamaño, pero ese rincón le permitía unas vistas privilegiadas a la salida trasera de la comisaría para la que trabajaba Terri. En la última hora había visto a agentes y detectives entrar y salir a cuentagotas mientras observaba los coches patrulla, los Sedán de color oscuro y un Mini Cooper azul aparcados en el aparcamiento. Hacía diez minutos Terri había colocado su coche a dos plazas del contenedor.

El anochecer se cernió sobre el pequeño aparcamiento y eso despertó a bichos de todo tipo que ahora empezaban a husmear por la basura. Bostezó y se quedó sorprendido. Hacía tiempo que no pasaba más de cuarenta horas seguidas sin dormir. Esta noche tenía otra parada que hacer en cuanto Terri llegara al trabajo y de momento se quedaría vigilando un rato. Había dejado el coche en la manzana siguiente. Estaba lo bastante cerca para llegar hasta él deprisa para poder seguir a Terri, pero lo suficientemente lejos para vigilarla desde fuera del edificio.

Se abrió la puerta de la comisaría y salieron dos agentes que hablaban de algo. Se subieron a un coche patrulla y se marcharon. Llegaron un par de coches más, de los que salieron sendas parejas de agentes de ambos sexos.

Un Ford Crown Victoria de color azul marino entró al aparcamiento y lo cruzó lentamente, como si el conductor buscara un lugar de primera clase donde detenerse. Ya podía haberlo marcado con un «agente federal» en la puerta. El coche se detuvo detrás del de Terri y luego pasó por detrás en la hilera siguiente, en una plaza que estaba frente a la puerta trasera de la comisaría.

Tendría que haberse ido antes pero el conductor permaneció en el coche veinte minutos… hasta que Terri salió del edificio.

Un hombre fornido de pelo castaño despeinado salió del coche azul. Aunque al traje le faltaba un planchado, era del FBI, de la DEA o similar. Nathan se acercó al borde del contenedor, cerca de donde ella había aparcado.

Cruzó el aparcamiento pavimentado a toda prisa hacia el coche y el contenedor. Llevaba vaqueros, una cazadora y zapatillas de deporte. Esa ropa le preocupó. Se llevaba algo entre manos.

El federal salió del Sedán y gritó:

—Oye, Mitchell, espera.

Cuando Terri se detuvo junto a su coche, la frente arrugada que pronto relajó dejó entrever que no quería que la vieran.

—Brady. ¿Qué haces aquí?

Nathan no podía seguirla toda la noche si quería hacer la próxima parada. Estaba sopesando sus opciones cuando Brady dijo:

—Tenemos que hablar de Drake.

•• • ••

«Ahora no, Brady». Terri se apoyó en el coche, disimulando cómo cargaba el peso en la pierna más fuerte.

—Tengo que ponerme en marcha. La policía no me paga para perder el tiempo.

—Pero si tú eres tu propia jefa, ¿no? —le dijo para ponerla a prueba más que como una forma retórica—. No tienes que fichar para entrar ni para salir.

—Cierto, pero se espera que le dé al cliente lo que paga. ¿Qué quieres? —Tenía que seguir con sus investigaciones, gracias a la información que le había facilitado Sammy. Brady la estaba entreteniendo.

—De acuerdo, iré directo al grano. En la DEA circulan muchos rumores sobre el cadáver de Drake. Mi jefe y otros tantos de arriba creen que nos ocultas información y que, o bien sabes dónde está el cadáver o conoces a alguien que lo sabe.

—¡Qué! ¿Pero quién empezaría ese rumor infundado? —Terri repiqueteó los dedos sobre el capó de su coche, pensativa. Entonces dejó de mover los dedos. La cerda de Josie era la que le estaba haciendo eso.

—Oye, hago todo lo que puedo para ayudarte, Terri. He intentado decirle a mi jefe que no serías capaz de algo así, que no ocultabas información… ni protegías a nadie.

—¿Proteger a alguien? ¿Como quién? —Pero sabía casi con certeza hacia dónde quería llegar. ¿Acaso Brady esperaba su camaradería de ella por problemas con el agente especial que estaba al cargo de su división? Estaba perdiendo el tiempo.

—Un informador. —Su réplica cortó el aire suavemente como un cuchillo bien afilado.

—No estoy protegiendo a un criminal, si eso es lo que insinúas. —Terri se alejó del coche—. Y no sé dónde está el cadáver. No soy el enemigo, maldita sea. —Le dio un manotazo al capó. El único informador con el que hablaba era el hombre que todos creían que era Drake, pero eso no se lo iba a decir.

—Oye, para el carro. —Brady levantó los brazos en señal de rendición—. Yo no he dicho que estuvieras protegiendo a un criminal. Estoy de tu lado. Me ha caído una buena bronca del jefe por el cadáver y por no haber recibido el chivatazo sobre el alijo de drogas del muelle antes que nadie.

—No puedo ayudarte con el cadáver y no creo que puedas culparme por no haber recibido el chivatazo primero. —Aunque sí podía echarle la culpa de que le hubieran arrebatado el contenedor a la DEA, si bien dudaba de que debiera enterarse del favor de Joe.

—Mira, Terri. Te defendí cuando mataron a Conroy, le dije a todo el mundo que os habían tendido una emboscada.

—Y te lo agradezco… y tampoco he olvidado lo que hiciste aquella noche. —De repente se sintió culpable. Él disparó al tipo que la estaba acuchillando.

—No es mi intención hacerte sentir mal o que creas que me debes nada, solo… es que no quiero que te pase nada, sobre todo después de todo por lo que has pasado. Aún significas mucho para mí.

Se metió las manos en los bolsillos, bajó la vista y hundió la punta de la bota en la gravilla, como si estuviera pensando. Cuando dejó de moverse y levantó la vista, la sinceridad de su mirada la hizo sentir mezquina por haberle evitado.

—Mira, si trabajas conmigo y compartes tu información, yo también te diré cuanto pueda. Ese es el único modo de evitar que te echen la culpa por el cadáver desaparecido.

Esta vez fue ella quien bajó la vista. Si daba un paso en falso o confiaba en la persona equivocada, otra vez, Josie destrozaría toda la credibilidad que pudiera haber vuelto a ganar en la policía. Por otro lado, si no trabajaba con Brady, Josie no tendría que destrozarle la vida si el cuerpo no aparecía pronto.

—¿Y qué harás con Josie? Ha empezado una caza de brujas para cogerme a mí o a Conroy. ¿Te lo puedes creer? Si no consigue demostrar que yo estaba ayudando a Marseaux con la droga, ensuciará la memoria de Conroy. Y cree que el cadáver está relacionado con todo esto, incluso me ha amenazado si te ayudo.

Brady soltó una palabrota y algo despectivo sobre lo mal que le caían las mujeres criadas en buena cuna.

—Solo invierte tiempo en un caso cuando puede obtener un ascenso. Y ahora no tendría las opciones que tiene si hubieras seguido en la DEA. No te llega ni a la suela de los zapatos en cuanto a puntería o a dotes de investigación. Sin embargo, te la has quitado de encima un par de días. —Sonrió—. Acaba de recibir un chivatazo que apunta a que el cadáver de Drake está retenido en una funeraria de Baton Rouge.

Terri esbozó una sonrisa por ese chivatazo que Brady debió de haber orquestado. Apreciaba el piropo por sus habilidades, pero Josie no se quedaba atrás.

—Así pues, tenemos un día más o menos antes de que descubra que ha sido una búsqueda inútil.

—Exactamente.

—De acuerdo, ¿qué quieres de mí?

—Necesito saber qué había dentro del contenedor —le dijo, con una mirada penetrante—. La DEA tendría que haber entrado allí primero.

—Por favor, no esperes que te compadezca porque la DEA perdiera ese maldito concurso que se lleva.

Brady levantó la mano en señal de tregua.

—Pongámonos de acuerdo o en desacuerdo. Necesito algo que los tranquilice por lo del cadáver desaparecido para que mi jefe crea que aún sigo al mando del caso.

—Aún no me has dicho de qué caso se trata —le señaló ella.

Él se la quedó mirando con un aire que le resultaría intimidante si no le conociera.

—Seguimos detrás de Marseaux, pero a diferencia de cuando estabas en el caso, ahora se trata de algo más que de drogas. Creemos que está proporcionando armas a un grupo terrorista o les está dando fondos a cambio de unas mejores relaciones internacionales. Estamos trabajando conjuntamente con la ATF, la oficina de control de bebidas alcohólicas, tabaco y armas de fuego.

Ella asintió y se mostró comprensiva para que pensara que era información nueva para ella. Entonces, la DEA tenía el mismo objetivo que el BAD.

—De acuerdo, ahora te toca a ti. No veo que hay de malo en que me digas lo que la policía ha encontrado en el contenedor o algo relacionado, ya que al final lo veré en un informe. Pero si dispusiera de esa información antes para hablarlo con mi superior me sería de gran ayuda.

Terri dio unos golpecitos a la chapa del coche, pensativa. ¿Qué problema había en compartir información no clasificada con él si eso significaba tener algún chivatazo de la DEA? No veía ninguno. Una cosa que le habían enseñado en el BAD era que las reglas tenían que infringirse en ocasiones en pos de un bien mayor.

—De acuerdo —repuso ella—. El cargamento de droga iba sellado en el interior de unos tubos metálicos soldados juntos y que formaban una especie de caja para un generador. La noche que fui a inspeccionar el contenido antes de que el laboratorio criminalístico se presentara para empolvarlo todo, alguien se me adelantó y le sorprendí allí dentro.

—¿No te haría daño, no?

—No. —Terri se sintió mal por su preocupación. Solo podría trabajar bien con Brady en este punto si mantenían su relación en un terreno estrictamente profesional—. Y tampoco creo que se llevara nada. —Se quedó callada. De momento eso era suficiente.

—¿Cuándo entregarán el contenedor a la DEA?

No hasta que ella le diera el visto bueno a la Policía de Nueva Orleans.

—No lo sé, pero puedo preguntarlo.

—Bien. —Brady miró por encima del hombro cuando un coche patrulla entró y aparcó cerca del edificio, entonces volvió a mirarla—. ¿Quieres venir a comer algo?

—Lo siento pero tengo que marcharme y hacer un par de cosas en casa. —Interiormente quiso morir al ver ese breve destello de lástima en su mirada, pero se apresuró a esconderla y la besó en la mejilla.

—Bueno, no pasa nada porque yo también tengo que volver. Ya hablaremos —le dijo mientras se dirigía hacia su coche.

Terri esperó a que saliera él antes de poner rumbo a su próximo destino, uno que no iba a contarle a nadie. En el mismo instante que empezaba a rodar, Sammy salió por la puerta trasera hablando consigo mismo o con el suelo, ya que tenía la cabeza agachada.

Ella se rio. ¿Qué podría haber puesto de malhumor al señor «Buen Rollo»? Detuvo el coche delante de él.

Sammy levantó la cabeza junto con una mirada iracunda; la mirada de un hombre a punto de usar su lenguaje más callejero hasta que la reconoció. Entonces se acercó a la ventanilla que acababa de bajar.

—¿Qué te ha puesto de tan mala leche? —le preguntó, sonriendo.

—Perdona por esta cara. —Sacudió la cabeza y luego apoyó el codo en el marco de la puerta y le explicó—: Me ha tocado el turno de noche de doce a siete para custodiar ese maldito contenedor. Y mañana por la noche, y este fin de semana también.

—Pensaba que le tocaba a Taggart.

—Y así era, pero a ese viejo chocho debe de haberle gustado algo. El capitán pidió a un tío de la empresa transportista que verificara el contenido y este se subió por las paredes cuando vio que habían desaparecido cosas que nuestros agentes habían inventariado.

—¿Cómo qué? —También pensó en montar en cólera pero no con Sammy. Quería la cabeza de Taggart por manipular el contenido—. ¿Y qué dice Taggart?

—No sé lo que ha cogido. Taggart jura que no ha tocado nada. Le ha recordado al capitán que ya habían asaltado el contenedor así que cualquiera podría haber cogido algo, bla, bla, bla. No digas nada. El capitán me pidió que guardara el secreto. Está cabreado pero no quiere que despidan a Taggart y pierda la pensión. Según él, puede que devuelva sea lo que sea que haya cogido anónimamente y por correo.

Comprendía a Sammy, pero el capitán había acertado al poner de guardia a alguien competente.

—¿Eso interfiere con una cita?

—No a menos que salgas tú conmigo. —Sammy sonrió y arqueó las cejas.

Era encantador, una ricura, pero solo bromeaba.

—Me siento halagada, pero soy lo bastante mayor para ser tu… hermana.

Sammy se rio.

—Tengo novia; hace unos seis meses que salimos. De hecho, incluso estoy pensando en hacerle la gran pregunta la semana que viene, en su cumpleaños.

—Me alegro mucho por ti. Es una chica afortunada. Asegúrate de hacerme llegar una invitación. —Terri sintió una punzada de anhelo por lo que compartían él y su novia. Nunca había sentido una atracción tan grande por ningún hombre.

Hasta que conoció a ese fantasma en la noche. Pero eso estaba rotundamente mal.

—Claro que sí. Nos vemos mañana. —Y se fue hacia su coche patrulla.

Terri salió del aparcamiento, cogió la interestatal 10, luego la 610 hacia el oeste. Veinte minutos más tarde tomaba la primera salida pasado el aeropuerto y siguió las indicaciones del GPS hacia el polígono industrial marcado en el informe. Dejó el coche en el aparcamiento de una empresa de alquiler de maquinaria que estaba cerrada por la noche.

Prácticamente había anochecido. Dio marcha atrás hacia un lugar más escondido junto a un camión de plataforma y cerró el coche con llave. Estiró las piernas un poco antes de dar la vuelta sigilosamente por el edificio contiguo. Coches y furgonetas pasaban a cuentagotas. Cuando llegó a la esquina de un aparcamiento lleno de pinaza, se abrió camino entre la maleza hasta que llegó a un árbol que estaba junto a una valla de tela metálica que rodeaba las instalaciones de una empresa naviera. Una relacionada con Marseaux, si la información proporcionada por el amigo detective de Sammy era correcta.

Pensó en todas las maneras en las que alguien podía advertir su presencia y concluyó que el peor peligro serían los cables trampa conectados a una alarma silenciosa.

Se sacó del bolso una gorra azul marino y se la caló, metiendo todos los rizos dentro. Examinó el terreno una vez más antes de salir corriendo de detrás del árbol hacia la base de la valla de seguridad de unos tres metros de altura.

La zona de oficinas frontal estaba a oscuras y el aparcamiento había cerrado tras la jornada laboral. Pero había unas luces en el patio, detrás del edificio. A través de una maleza que le llegaba por la rodilla, finalmente pudo llegar hasta unos arbustos descuidados detrás de los que pudo esconderse. Gruñó por lo incómoda que estaba y se inclinó hacia delante hasta ver qué sucedía en el interior del patio vallado.

Unos hombres se movían por la dársena y parecía que dos de ellos cargaban con una gran caja de madera.

El único problema era que la distancia hasta la dársena no le dejaba oír nada, pero esto lo había decidido en el último momento. Después de esta noche, haría una lista de equipo de vigilancia para traérselo. Para alcanzar un escondite mejor tenía que cruzar una zona de tierra sin arbustos que la escondieran.

¿Qué probabilidades tenía de cruzar esos casi veinte metros sin que la vieran? Pues algunas, si gateaba lo suficientemente agachada para que la escondieran los arbustos. Se puso de rodillas, preparada para gatear. «Por favor que no haya serpientes entre la hierba».

—No lo hagas —le susurró una voz masculina tan cerca que casi le entró un ataque al corazón.

Terri se quedó helada y empezó a jadear. El corazón le latía a mil por hora. Se dio la vuelta lentamente y encontró a un hombre encapuchado y agazapado a su lado. Llevaba el rostro oculto por una máscara de media negra, algo que aún tendría que haberla asustado más… si no se hubiera dado cuenta de quién era.

—¿Qué haces aquí? —siseó ella.

—Te lo diré si me cuentas qué haces tú aquí —respondió él.

—No. Vete. —«¿Pero qué les pasaba a los hombres de su vida?».

—No. Vete tú.

—¿Qué somos, niños de cuatro años? No tengo tiempo para esto.

—Claro que sí. Incluso si llegaras al otro extremo de la valla donde podrías oír mejor, entonces, una vez allí, ¿qué?

¿Cómo sabía lo que estaba haciendo?

—No voy a compartir mis planes contigo.

—Porque no tienes ninguno.

—No subestimes mis habilidades.

—No lo hago, pero pongo en duda tu sentido común al venir aquí sin compañero.

En eso tenía razón, pero lo llevaba claro si quería que se lo admitiera a un tipo de quien incluso desconocía el nombre.

Alguien gritó en la dársena.

Terri se dio la vuelta para observar mejor y él la empujó hacia sí antes de que tuviera tiempo para mirar.

—¿Quieres que te vuelen la tapa de los sesos?

«¿Y ahora se enfadaba?».

—No especialmente. —Empezó a decir algo más pero notó que él tenía el corazón acelerado y los músculos tensos debajo de esa camiseta ajustada.

Él la abrazó más fuerte hasta que su aliento le rozó el cuello. En voz baja le dijo:

—Uno de los hombres lleva un rifle con mira telescópica. Si te hubieras movido un poco más, podría haberte visto.

—Ni un águila me hubiera visto la cabeza con esta gorra y con tan poca luz.

—No quería arriesgarme a tener razón.

¿Había temido por su vida?

Eso estaba… bien. Notó un cosquilleo en el estómago. Sus brazos la rodeaban y se sentía segura. Cuando su abuela la acogió estaba tan recelosa como un perro abandonado, temerosa de confiar en nadie. A su madre la habían disparado en plena noche —estaba en el momento y el lugar equivocado— entre los brazos del hombre al que amaba.

El que le disparó creyó que estaba matando al hombre que había asesinado a su amigo. Durante el interrogatorio, el tirador dijo no tener ni idea de que las balas que le disparó a ese hombre en la cama habían matado también a la mujer, la madre de Terri, que dormía bajo las sábanas. O que ese hombre era, de hecho, un agente secreto que intentaba encontrar al asesino de verdad.

Por mucho que Terri quisiera disfrutar de esta sensación decadente de sentirse a salvo en los brazos de un hombre, aunque solo fuera por poco tiempo, tenía un trabajo que hacer. Este también era un momento inoportuno en un lugar equivocado.

Él aflojó un poco los brazos pero no la soltó.

—Si te vas, te diré lo que averigüe esta noche. Te lo prometo.

¿Pero por qué tenía que ser ella la que debía irse?

—Esto no es negociable.

Nathan resopló de frustración y susurró:

—Me estás volviendo loco.

Ella sonrió al captar ese tono de «no sé lo que voy a hacer contigo». Pero ya le estaba bien porque él también la estaba volviendo loca.

—¿Y si no me voy?

—Pues entonces serás un cómplice de algo y no, no te voy a decir de qué. ¿Qué esperabas conseguir esta noche?

—Solamente quería observar.

—Pues entonces haz lo que te digo y te daré más información de la que hubieras podido conseguir fuera de la valla y, además, sin hacerte daño. Además, tú no quieres estar aquí esta noche.

—¿Pero por qué no quieres decirme lo que vas a hacer? —Se dio la vuelta para mirarle a la cara. La noche había llegado de repente así que no se veía gran cosa, incluso con la luz de los halógenos que parpadeaba en el patio.

Él sacudió la cabeza.

—Eso sería tan malo como que entraras conmigo.

—¿Vas a entrar?

Otro suspiro de impaciencia.

—¿Lo ves? Ahora ya sabes qué voy a hacer.

Ella se estremeció al pensar en él entrando ahí solo y con la posibilidad de que le hicieran daño. O algo peor. Le frotó los brazos.

Maldita sea. Quería sacarle de allí, protegerle de sí mismo.

—¿Tienes ganas de morir?

—Ya no.

¿Que se suponía que significaba eso? Terri contempló varias opciones, pero no entraría y tampoco quería ser cómplice de un crimen, independientemente de que este fuera contra un cabronazo que trapicheara con drogas.

—De acuerdo, me iré —convino ella al final—. Pero me gustaría que tú también lo hicieras.

—Entonces esto no acabará nunca y en cuanto esté hecho, antes podré hacer lo que tengo ganas de hacer. Venga, vayamos a gatas; será mejor para tu pierna que andar agachada. —No le dio opción a decir nada más cuando le cogió la mano y tiró de ella.

Terri le siguió mientras él zigzagueaba hasta la calle por otro camino. ¿Cómo conocía tan bien el lugar? Cuando se incorporaron, la tomó por la cintura y la guio para cruzar la calle… hasta su coche.

¿Entonces la había seguido? ¿Dónde tenía él el suyo?

A unos pasos de llegar al coche, se dio cuenta de que la máscara de media negra le colgaba del cinturón. ¿Cuándo se la había quitado? Andaban bajo una farola que estaba junto al edificio donde había aparcado el coche. Si le engatusaba para que se diera la vuelta quizá pudiera verle la cara.

—¿Qué es lo que quieres hacer? —le preguntó ella.

El chirrido de unos neumáticos en el aparcamiento la puso de los nervios. Antes de que pudiera decir «escóndete», la empujó contra la pared y le cubrió la boca con unos labios tan ardientes que pensaba que los suyos se derretirían. Él la besó desenfrenadamente. Ella le devolvió el beso, hambrienta por lo que él le ofrecía. Con una mano le levantó el trasero y la atrajo hacia sí. Llevándola hasta su erección.

Él le acarició el pelo y la abrazó, haciendo aún más intenso el beso.

«No pares. Por favor, no pares».

Sus manos le recorrían el pecho y la espalda y luego le rodeó la cara. Estuvo tentada de quitarle la capucha, sentir su pelo y su rostro, pero no quería arriesgarse a terminar el beso.

Los dedos que surcaban su pelo bajaron hasta el cuello y más abajo, hasta el pecho.

Ella se puso tensa con esa oleada de calor que le recorría desde los pechos hasta la ingle y se estremecía cada vez que se movían sus dedos.

—¡Largaos a follar a un hotel! —gritó alguien desde un coche que pasaba. La música sonaba a todo volumen. Lo que parecía una lata de cerveza golpeó la pared a unos tres metros de distancia y luego se oyeron unas risas cuando el coche cruzó el aparcamiento zumbando.

Eso tendría que haberla hecho bajar de las nubes pero no podía desconectar ni física ni mentalmente. Se agarró a sus hombros y arqueó la espalda, jadeando al notar su roce.

Quería eso. Le quería a él.

Y entonces él paró. ¡Paró!

—Ya se han ido. Vámonos —dijo con voz ronca; parecía que se hubiera quedado sin aliento. ¿Tan cansado resultaba besarla?

En aquel momento se le encendió una lucecita. Solo la había besado para que no les vieran la cara. Obviamente, él no había sentido la misma conexión.

Y cuando se quiso dar cuenta, volvió a llevarla a la oscuridad y ella reprimió las ganas de gritar.

Sí, ese beso fue una estupidez porque él podía ser peligroso. Pero si quería hacerle daño ya había tenido muchas otras oportunidades.

Estaban a punto de llegar al coche cuando le entró una rampa en el muslo que le hizo perder el paso. Dio un traspiés y él se dio la vuelta y la cogió antes de que cayera al suelo. El hombre tenía unos reflejos increíbles.

—Perdona. Tendría que haber sido más cuidadoso. —Él se quedó quieto, respirando con dificultad. No creía que tuviera nada que ver con cansancio físico, así que quizá sí que le había afectado el beso a pesar de todo. Que se lo dijeran a ella lo de los sentimientos abrumadores.

—Estoy bien —le dijo.

—Prueba con la pierna.

Nadie más le prestaba atención a la pierna. ¿Cómo la conocía tan bien? Terri cambió de postura y apretó los dientes de dolor, pero dijo:

—Está bien.

Él fue apartándose poquito a poco hasta que ella pudo ponerse de pie completamente. Usó el mando para abrir el coche. Cuando llegó a la puerta del conductor, él la abrió pero siguió con la cabeza ladeada.

—Antes me has preguntado qué quería hacer, ¿verdad? —dijo él.

—Sí.

Él se dio un poco la vuelta pero seguía sin mirarla de frente.

—Besarte.

Como si su corazón no palpitara ya a mil por hora, volvió a saltar al oír eso. Ella se sentó en el asiento de piel y sin levantar la vista dijo:

—¿Quién eres? —Pero esta vez se lo preguntó con dulzura y en voz baja.

—No puedo decírtelo hasta que saberlo no te ponga en peligro o en una posición delicada, sobre todo con tu agencia.

—Nunca dije que trabajara para una agencia.

—No hizo falta. ¿Dónde irás ahora?

—A la comisaría.

—Hazme un favor y quédate ahí una hora más, como mínimo. —Cerró la puerta y echó a andar.

Ella introdujo la llave, le dio al contacto y pulsó el botón del elevalunas para bajar la ventanilla. Circuló a su lado:

—Si no trabajas para la policía o una agencia del gobierno, ¿por qué es tan importante lo que tienes que hacer allí dentro si cabe la posibilidad de que mueras?

Él se detuvo.

—Por el mismo motivo por el que tú no puedes dejar el caso… justicia. —Y dicho eso, se fue andando.

Intentó tragar saliva para aliviar el nudo que tenía en la garganta mientras él desaparecía en la noche.

¿Un fantasma? Era posible. ¿Un tío bueno? Definitivamente. ¿Y qué más?

Pisó el acelerador y cogió la salida a la autopista. Seguramente seguía observándola.

Terri le dio unos golpecitos al volante. Algo estaba pasando en ese almacén. Quizá Brady le diera alguna pista si le incluía ahora. ¿Pero dónde dejaría eso a su hombre misterioso?

•• • ••

—No cabe duda de que Terri Mitchell trabaja para alguna agencia porque el papeleo está enterrado bajo tantas capas que nadie puede averiguar quién autorizó su contrato de asesoría —dijo Duff por los auriculares de su Bluetooth. Fra Bacchus le había enviado un mensaje para que le llamara de inmediato, aunque en realidad no había ninguna emergencia. A veces el vino le daba al Fra muchas más ganas de hablar que en ninguna otra ocasión. Duff miró a un par de chicas que pasaban por delante del Café Du Monde, donde acababa de citarse con un contacto. La pelirroja con las botas brillantes era un bombón, pero la rubia… esa era un ejemplar de primera clase.

—No me gusta —repuso Fra Bacchus—. ¿Y qué pasa con el producto?

—Tengo el contenedor vigilado las veinticuatro horas. Anoche pusieron a un solo agente. Si esta noche es lo mismo, no deberíamos tener ningún problema.