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Tengo que pasar por la oficina. —Terri se cepilló el pelo cuantas veces fue necesario para que los bucles tuvieran buen aspecto.

—Eres asesora. —El reflejo de Nathan apareció en el espejo, detrás de ella.

«Bonitos pectorales», pensó ella.

—¿Terri?

—¿Qué? —dijo, al tiempo que levantaba la vista—. Hay un policía desaparecido, faltan objetos del contenedor y un posible… —Se detuvo antes de que le saliera lo del «atentado terrorista».

Él ladeó la cabeza y arqueó una ceja.

Mierda. Ella se dio la vuelta y se apoyó en la pila.

—Soy responsable de esta investigación.

—Hay algo más que no me cuentas. —Se cruzó de brazos.

—Sí, pero no puedo.

Algo pasó por la mirada de Nathan que podía describirse como decepción.

—Voy a ayudarte primero, y luego terminaré lo que he venido a hacer. Así pues, si decides que puedes confiar en mí, aquí estoy.

Eso la hizo reflexionar. Obviamente le había confiado su cuerpo y quería que él compartiera lo que sabía, así que ¿por qué se resistía ahora? Nathan era su mejor informante. Su único informante, a decir verdad.

—Supongo que no se lo dirás a nadie —musitó. Ya se había decidido.

Él sacudió la cabeza y esbozó una sonrisa irónica.

Ella dejó el cepillo sobre el mueble y se dio la vuelta.

—Deja que me vista y hablamos.

—Buena idea, o esta va a ser una charla muy corta. —La cogió por la cintura, por encima de las braguitas, y empezó a subir las manos hasta que pudo acariciarle las copas del sujetador y notó que se le endurecían los pezones.

Ella le agarró los antebrazos.

—Para o me harás llegar tarde. —Sin embargo, eso no le salió muy convincente.

Él la besó, jugueteando con la lengua al mismo ritmo que sus pulgares y las rodillas amenazaron con doblarse. Se estremeció e intentó oír esa vocecilla que le recordaba que debía irse a la oficina.

Nathan terminó el beso y dejó de jugar con sus senos, pero no dejó de abrazarla. Era mejor así, ya que ella no sentía ningún músculo más debajo de la ingle.

Abrió los ojos.

—Te odio.

—No me odias —dijo él con una sonrisa malvada.

—Claro que sí. Tengo que seguir. Debo marcharme y ahora voy a estar deprimida todo el día.

—Solo te doy algo que desear más tarde. —La soltó y la ayudó a poner los pies en el suelo—. Pensaba que tenías que vestirte.

Terri resopló y puso los ojos en blanco.

—Hombres…

Se puso unos pantalones marrones de pana, un suéter beis y se calzó unas botas; con semejante atuendo estaba preparada para cualquier cosa que pudiera suceder durante el día.

Cuando entró en la cocina, Nathan le dio una taza de café. Era el hombre ideal.

—Te diré lo que sé hasta ahora —empezó ella—. Mi antiguo compañero, Conroy, se había infiltrado en una panda de mulas que intentaban estar en nómina de Marseaux. Mientras intentaban llegar hasta él, los hombres se enteraron de una oferta de una mujer desconocida para venderles información. No quisieron saber nada, pero Conroy convenció al líder que podía investigarla y sonsacarle información sin gastar nada, aunque estaba dispuesto a pagar a la mujer si tenía información de calidad. Al final quedó con ella tras unas negociaciones enrevesadas que la CIA hubiera admirado. La mujer decía haber sido, a su pesar, miembro de una poderosa organización que está manipulando a todo el mundo, desde Marseaux hasta el gobierno.

—¿Una conspiración? —Nathan parecía tan escéptico como ella en un principio.

—Sé lo que piensas: una excéntrica. También fue mi primera reacción. Incluso Conroy reconoció que su primera impresión fue que la mujer estaba loca de atar. Decía tener veintitrés años. Me dijo que parecía haber sido una rubia impresionante en algún momento, lo que significa que era menudita y con mucho pecho, pero que para su edad parecía algo cascada. —Terri resopló entre dientes—. Hombres.

—¿Qué?

—Me estoy cansando ya de que me juzguen entre «no muy alta» y «demasiado desarrollada para ser menuda».

—¿Conroy era muy corpulento?

Terri ladeó la cabeza.

—Medía un metro setenta y era algo delgado. ¿Por qué?

—Pues porque le gustarían las mujeres que le hicieran sentir grande. A mí me gusta una mujer que sea… completa. —Le sonrió con picardía.

Ella sacudió la cabeza.

—Bueno, yo nunca he sido menudita. Mi desarrollo fue bastante precoz y casi con el mismo pecho que tengo ahora. Mi primer año en la DEA sentía que todos los hombres del departamento no podían ver más allá de la talla del sujetador.

Nathan le acarició la mejilla.

—Eres inteligente, atractiva, hermosa y apasionada. El tío que solo se fija en tus pechos, por muy hermosos que sean, se está perdiendo todo el envoltorio y la mujer auténtica que llevas dentro.

Para un hombre tosco y de pocas palabras como él, sabía encantar a cualquier mujer. Terri tenía que encontrar la manera de tenerle cerca hasta que pudieran limpiar su nombre. Se acercó para abrazarle y le besó en el pecho. Luego se apartó, esperando que lo que hubiera en su corazón no se reflejara en sus ojos.

Él la estudió con una expresión curiosa, luego parpadeó y se apartó también, cruzándose de brazos mientras se apoyaba en la pared.

—¿Qué más le contó esa mujer a Conroy?

Sí, le había visto esa mirada. Terri suspiró y continuó:

—Conroy dijo que no dejaba de hablar y de girar la cabeza continuamente, como si previera algún tipo de peligro. Iba a darle unos pavos y cancelar la cita cuando le contó que sabía lo que le había pasado a un agente de la DEA en California que llevaba dos meses desaparecido. Le dio el nombre del agente secreto y su nombre real… y le contó cómo le asesinaron.

—¿Encontraron el cadáver?

—No.

—¿Y cómo es que la creyó?

—Porque tenía una foto del agente muerto con la cabecera de un periódico que mostraba la fecha y que encajaba con la fecha en que nuestra oficina de la costa Oeste perdió el contacto con él. La foto era la prueba de que el contrato había finalizado. Sacó la foto pensando que valdría el dinero suficiente para sacarla del país, pero no quiso decirle a Conroy dónde vivía. Se había criado en una familia sueca adinerada que le dijo desde el primer día que era especial y que la educaban para un gran honor. A los diecinueve, la enviaron aquí con un fra.

—¿Un fra? ¿Qué narices es eso? —Frunció el ceño.

—Quiere decir hermano en italiano. Conroy se ofreció a ponerla en contacto con una amiga, yo, para llevarla a una casa segura ya que él no podía comprometer su operación encubierta, pero le dijo que primero quería el nombre de la organización. Ella se puso nerviosa y dijo que ni siquiera podía nombrarla por miedo a poner en peligro a su familia si alguien se enteraba de que era ella quien se había ido de la lengua.

—¿Tenía información importante?

—Sabía lo de Marseaux, lo que confirmó algunas de las cosas que nosotros sabíamos y ella también: que un cargamento de droga iba a llegar esa misma semana.

—¿Dijo quién era el comprador?

—No, empezó a divagar sobre los peligros ocultos del cargamento y que estaban atacando a inocentes. Han probado la droga: de primera calidad, nada añadido. —Terri había reconstruido todo lo que recordaba después del ataque que sufrió, pero le faltaba algo.

—¿Y entonces por qué acudía a él ahora?

—Le dijo a Conroy que detestaba estar al servicio de este viejo fra, pero que tenía miedo de escapar después de enterarse de lo que les había pasado a otras mujeres que lo habían intentado. Las mujeres bajo esta esclavitud eran todas rubias como ella, salvo por una ayudante morena que la sustituía a ella de vez en cuando para darle un respiro en la cama del viejo. Después de oír a unos hombres decirle al fra que necesitaban a gente para probar un virus, le entró el pánico. Le aterraba terminar como un conejillo de indias; el fra acababa de llamarla inútil porque estaba enferma y no dejaba de llorar. Estaba embarazada y no se lo había dicho. Mientras este estaba en la cama con su ayudante, ella entró sigilosamente en su despacho y encontró fotos de muertes horribles que los hombres habían traído consigo. Eso la alentó a escapar.

—¿Tenía alguna de esas fotos?

Eso hubiera sido demasiado fácil. Terri negó con la cabeza.

—No, tenía miedo de coger algo tan reciente por si él se daba cuenta. Rebuscó hasta encontrar la foto del agente de la DEA con el nombre y el alias escritos detrás.

—¿Y cómo encaja todo esto con el envío de Marseaux?

—No lo sé. He revisado ese contenedor una y otra vez, y no he visto que falte nada aparte de las herramientas de carpintero de madera. Ojalá hubiera desmontado toda esa caja. Si el lunes es el día del ataque terrorista, solo tenemos un par de días.

—¿Te has puesto en contacto con alguien del Departamento de Defensa?

—Seamos serios, no tengo pruebas suficientes. Supe todo esto la noche que me reuní con Conroy. Al final la convenció para que me conociera. Recibí un mensaje para quedar con Conroy acerca de un gran descubrimiento en el caso Marseaux, que es lo que le conté a nuestro agente especial a cargo el día que fui a ver a Conroy. Cuando quedamos, me lo contó todo, incluyendo que esta organización de fratelli tenía a gente trabajando en secreto en cada agencia gubernamental… incluso en la DEA. Por eso tuvo mucho cuidado al hablar por el móvil. Nos tendieron una emboscada antes de que pudiera llevarme hasta la mujer.

—¿Es así como te hirieron?

—Sí.

La mirada salvaje de Nathan la dejó helada.

—¿Quién más estaba al corriente de la reunión?

—Todos los que trabajaban en el caso Marseaux. Teníamos a unos veinte agentes y detectives de la Policía de Nueva Orleans. Llevaba un chip localizador en el móvil. Lo único que tenía que hacer era marcar un número de tres cifras y luego darle a enviar, algo que podía hacer sin mirar el teléfono, para que vinieran refuerzos.

—¿Sabes lo que le pasó a la mujer?

—No, pero dudo que lo haya conseguido. —Terri había pensado en ella muchas noches, deseando poderla haber ayudado—. Ha habido muchos casos de desapariciones de muchachas rubias. Hay cinco en los últimos ocho meses que encajan con la descripción. Cuando estuve recuperada, me abrieron una investigación por la muerte de Conroy y me declararon sospechosa de jugar en el bando de Marseaux. Incluso aparecieron pruebas incriminatorias. No me he puesto en contacto con ninguna agencia por esta información porque no sé en quién puedo confiar. Si pudiera encontrar pruebas sólidas que demostraran que puede haber un atentado, al menos las enviaría de forma anónima. Lo he investigado todo acerca de esa fecha y no hay ningún gran evento organizado: el presidente no va a viajar a ningún sitio, la fecha tampoco tiene un significado especial como el 11 de septiembre ni tampoco van a venir dignatarios de otros países. No tengo ningún lugar que señalar como objetivo ni tampoco tengo una persona a la que proteger. —Inspiró hondo y lo soltó deprisa, como si eso pudiera ahuyentar la frustración que sentía por no estar más cerca del final llegados a este punto.

—¿Quién se tomaría tantas molestias para incriminarte?

Eso era algo que ella misma deseaba saber.

—Mi primera idea es Josie, ya que me odia tanto, pero no me acaba de encajar. Ha sido una pesada desde el día que nos conocimos, pero tengo que reconocer que ha llevado a cabo varias redadas e insiste mucho en jugar respetando las reglas. Nunca he confiado en el compañero de Brady, Donnie Sinclair, pero puede que sea algo más personal que otra cosa. Me pone de los nervios con sus chistes groseros.

—¿Y qué me dices de Brady?

Debería de haber respondido rápidamente y con decisión, pero se quedó en blanco, no sabía cómo explicar su relación con él.

—No, y si dejas de fruncir el ceño te lo explicaré. Nosotros… bueno, salimos durante un tiempo. Nunca intimamos del todo —se apresuró a añadir—. Y él aún está interesado, pero yo no. Me siguió aquella noche porque luego me dijo que hacía tiempo que sospechaba de Conroy y estaba preocupado por mí. Discutimos sobre eso cuando estaba en el hospital, pero no podía culparle. Si no hubiera aparecido y le hubiera disparado al tipo que me estaba atacando con el cuchillo, la segunda puñalada me hubiera partido el pecho.

—Eso no significa que sea de fiar —señaló él con fuerza.

Ella empezó a defender a Brady, pero se dio cuenta de que Nathan hablaba como un hombre con el que acababa de acostarse y recelaba de cualquier hombre.

—Me ha dado información, así que por ahora tendré que confiar en él.

—Yo no. Repasemos todo lo que tenemos entre los dos. No he tenido la oportunidad de contarte que encontré las notas de Jamie.

—¿De verdad? —Esperó a observar algún signo de emoción, pero no dejaba entrever nada con esa dura expresión. Siempre mantenía sus emociones a buen recaudo. No podía reprochárselo a la luz de todo lo que le había sucedido.

—Jamie encontró esa misma fecha en la correspondencia que mantenía Marseaux con un hombre llamado V. Jamie comprobó cada fecha y cada evento y no encontró nada. Pensaba en una guerra biológica o en un escape químico.

—Nada encaja. ¿Cómo podría transportarse eso en herramientas? El pequeño serrucho y la garlopa tenían unas asas decoradas en la madera de teca. En la escuadra había madera maciza. No miré más en la caja, pero no había nada sospechoso.

—No lo sé —murmuró él para sí mismo—. Estamos pasando por alto algo significativo.

Ella miró el reloj.

—Tengo que irme. Si no aparezco hoy en comisaría, llamaré la atención y no es lo que necesitamos precisamente en este momento.

—Entonces, vete.

Nathan volvía a sus frases cortas.

—¿Qué vas a hacer hoy? —preguntó ella.

—Cubrirte las espaldas.

—Estaré bien.

—De eso me voy a asegurar yo. —Le cogió el rostro entre las manos y la besó con tanta ternura que ella se quiso derretir. Cuando paró, Nathan dijo—: Yo… —Se detuvo.

—¿Qué? —Intentó leerle la mirada, pero él sacudió la cabeza como si quisiera recapacitar. Entonces la besó en la frente.

—Si necesitas un móvil, dímelo y se lo pediré a Stoner. Quédate mi número.

—No puedo hacer nada si estoy preocupada por ti, deambulando por las calles y con todo el mundo buscándote para colgarte.

Nathan suspiró y le cogió la mano.

—Confía en mí. Puedo ocuparme de esto.

No dudaba de sus habilidades, pero sí que se preocupaba por lo que haría en cuanto encontrara al asesino de su hermano. ¿De verdad esperaría a la justicia?

* * *

Brady y Donnie la estaban esperando en su despacho cuando Terri entró. No tenía tiempo para ellos.

—Tengo prisa, hay mucho que hacer hoy.

—No tardaremos. —Miró alrededor y luego a ella—. Necesitamos un sitio tranquilo donde hablar.

Estuvo a punto de discutir, pero Brady le dijo que iría rápido así que sería oportuno hablar con él.

—Sígueme. —Cuando Donnie se movió, ella quiso decirle que se detuviera.

—Espérame fuera —le dijo Brady a su compañero, que hizo una mueca, visiblemente molesto, pero hizo lo que se le ordenó.

Ella guio a Brady hasta una pequeña sala de reuniones y bajó las persianas mientras él cerraba la puerta. Terri se dio la vuelta pero no se sentó. Le había dicho que no tardaría, así que podían quedarse de pie.

—Llamé a la prisión donde Jamie Drake estaba cumpliendo condena. Lleva fuera desde el martes de carnaval. No comprendía por qué lo habían soltado antes, pero tampoco comprendía que hubieran visto al otro Drake. El celador me dijo que se habían perdido sus papeles.

Eso encajaba con lo que Nathan le había contado. La sospecha que se cernía sobre este último comentario de Brady le picó la curiosidad por lo del papeleo perdido, pero se alegraba de que algo le hubiera salido bien a Nathan. Siguió callada, esperando que le dijera algo más.

—El celador no habló demasiado hasta que le dije que teníamos una serie de muertes relacionadas con el asesinato de Drake desde que habían dejado libre a Jamie. Jamie Drake es oficialmente un sospechoso.

Terri se quedó helada al oír eso.

—¿Qué asesinatos crees que ha cometido?

—Los de Bennie Larriot, FinMan y ahora Hacha.

—¿Hacha? ¿El tipo que entró en mi casa y a quién arrestamos? —Eso no podía estar bien y lo sabía—. Lo tenemos bajo custodia.

Brady negó con la cabeza.

—Vosotros lo teníais bajo custodia. Le dispararon con un rifle de largo alcance de camino a la vista del acta de recusación.

—¿Cuándo?

—Ayer a las 17:10.

El disparo se hizo después de que ella se marchara al contenedor. No había visto a Nathan en todo el día, no hasta las 18 horas. Aunque eso no quería decir que fuera culpable.

Pero otra muerte mientras él andaba por la ciudad tampoco era bueno.

—¿Qué te hace pensar que el asesino es Jamie Drake? —preguntó ella con escepticismo.

Brady frunció ligeramente el ceño, lo suficiente para que se diera cuenta de que parecía estar demasiado a la defensiva.

—Quiero decir que lo primero que haría yo es buscar a Marseaux —se afanó a decir para subsanar su error.

—No es el estilo de Marseaux. Normalmente los fulmina de cerca y luego deja los cadáveres irreconocibles. Ninguno de los cadáveres fue asesinado de esa manera. Se supone que los tres fueron interrogados por Nathan Drake. Él y Jamie eran gemelos idénticos.

Ella entrecerró los ojos.

—Algo que olvidaste mencionar aquella noche en el depósito de cadáveres.

Brady se encogió de hombros y esquivó la mirada lo suficiente para minar la confianza en lo que fuera que él creía digno de compartir.

—Lo supe cuando empecé a sospechar que era el Drake de la cárcel el que iba tras la gente de Marseaux. La información que obtuvimos cuando hice el trato con Nathan no lo incluía. No estoy ocultando nada. Además, ya he dicho más de lo que debería.

No podía discutirle eso último, pero seguía sin querer aceptar que Nathan estaba matando a gente a sangre fría. Terri escudriñó su rostro en busca de un indicio que dijera que mentía o que le ocultaba algo.

Sus miradas se cruzaron y él la sostuvo, sin vacilar.

Bastante convincente, lo que significaba que tenía que aceptar lo que le contara. Incluso si las víctimas eran criminales, no podía aceptar el asesinato y aún menos que se tomara la justicia por su mano. No después de que esta persona hubiera matado a su madre, alguien que simplemente pasaba por ahí.

Brady carraspeó en señal de advertencia.

—Tenemos que encontrar a este tío. Está loco de atar, es peligroso. Y creemos que es Nathan, no Jamie.

—¿Por qué?

—He investigado al Drake que estaba en prisión y dudo que Jamie hubiera sobrevivido dos años allí dentro. Eso añadido a lo que hemos oído de que hay un fantasma suelto, creemos que es más probable que fuera Jamie al que asesinaron.

Terri dominó su expresión y adquirió un aire profesional, frío, pero se le hizo un nudo en el estómago al ver que Brady y su equipo estaban empezando a atar cabos. Debería dar las gracias por lo que fuera que retrasó el papeleo de la cárcel, o Brady se hubiera enterado mucho antes.

Pero aún no había terminado.

—Si estamos en lo cierto, nos enfrentamos a alguien que tiene preparación especial en las Fuerzas Especiales y tiene sed de venganza por cualquiera que considere culpable de la muerte de su hermano. Una mezcla peligrosa.

Ella tragó el nudo de ansiedad que tenía trabado en la garganta y que amenazaba con ahogarla. El Nathan al que se había acercado no era un vengador justiciero. Estaba… ¿Qué?

Estaba localizando a la gente involucrada en la muerte de su hermano.

Por supuesto, ella nunca había aclarado qué iba a hacer él cuando tuviera esas pruebas.

Terri sintió que debía señalar algo, pero mantuvo un tono clínico.

—Dijiste que Nathan huyó o que estaba desaparecido en combate, elige lo que quieras, y que regresó a casa para cuidar a su madre enferma. ¿Y ahora me dices que suplantó a su hermano en prisión hace dos años?

—Parece bastante noble fuera de contexto, pero se nos acumulan los cadáveres así que yo solo busco pruebas con objetividad.

Eso hizo mella. Pasar la noche en brazos de Nathan había minado cualquier esperanza de objetividad.

—Supongo que tienes razón.

—Terri, este tipo era una máquina de matar antes de entrar en la cárcel. ¿Crees que eso le suavizó la personalidad? No. Va a por sangre y en cuanto sepa que fui yo quien hizo el trato con su hermano, probablemente seré el siguiente. —Se encogió de hombros pero le lanzó una rápida mirada. Sus ojos buscaron en los suyos alguna reacción. ¿Compasión, quizá?

—Creo… —¿Qué? ¿Que Brady se equivocaba porque ella se había acostado con Nathan y eso demostraba su inocencia? Peor. Se preocupaba por él. Menudo embrollo. Brady esperaba que terminara la frase—… que deberíamos aunar fuerzas para encontrar a este hombre que va matando a la gente. —Fuera quien fuera.

—Yo también, pero quiero que vayas con cuidado. Me preocupa que estés trabajando en algo más aparte de un caso de drogas, sino de algo que puede hacerte daño.

—¿Por qué dices eso?

—Sé lo del asalto al contenedor y del agente de policía desaparecido.

Nada se filtra más deprisa que las noticias en una comisaría de policía.

—¿Y qué tiene que ver eso con nada?

—A ver, por eso no he dejado que Donnie entrara con nosotros. Voy a serte sincero. ¿Te acuerdas del brote de virus que hubo en América del Sur hace dos años?

Ella asintió.

—Esas muertes están relacionadas con las del Congo del año pasado y las de India de esta semana. Tengo un contacto que cree que esos brotes están relacionados y cree que debe de ser algún tipo de prueba biológica. Necesito información que pueda tener relación, por poco clara que sea.

Precisamente lo que Conroy temía, pero no podía decírselo a Brady. Cuando este disparó al asesino y fue a llamar a la ambulancia, gateó hasta Conroy, que había perdido tanta sangre que ni siquiera podía verle las heridas. Le abrazó, a sabiendas de que no iba a sobrevivir.

Conroy le susurró:

—No se lo digas… a nadie… ni siquiera… a Brady.

Le había dado su palabra a Conroy, así que se limitó a decir:

—Ojalá tuviera algo que decirte pero no es así.

—¿Y qué hay del asalto al contenedor?

—Es cierto, alguien entró —admitió. No servía de nada negarle eso.

—El rumor es que antes de eso ya faltaba parte del envío. —Le lanzó una mirada del tipo «no me cuentes milongas».

¿Cuánto sabía de los materiales desaparecidos? ¿Sabía lo de las herramientas de teca o tanteaba en busca de información?

Ella se encogió de hombros.

—Philborn no me lo cuenta todo. ¿Cómo crees que está todo esto relacionado?

Brady frunció el ceño; no estaba plenamente satisfecho con su respuesta.

—A estas alturas sabría si este tal Drake no es el que está liquidando a los informantes. Si esto termina en un brote vírico, será el responsable de entorpecer mi investigación.

—Eso es ir demasiado lejos. —De nuevo, había respondido demasiado rápido y a la defensiva. Cerró la boca de golpe.

—Va detrás de todos los que están relacionados con Marseaux. Los entendidos dicen que es mejor esconderse hasta que lo atrapen o lo maten, así que la información se nos está secando más rápido que la lluvia en el Sahara. —Brady levantó las manos en un gesto de desdén—. Puede que se esté fraguando una amenaza nacional y no tenemos manera de determinar de qué se trata, dónde sucederá o quién hay detrás. Cuanto más ande suelto este tipo, más difícil será encontrar respuestas.

Terri tenía que hacer algo y todo remitía a lo que transportaba ese maldito contenedor. Si él estaba en lo cierto, los contenidos desaparecidos podían ser la clave de todo eso. ¿Habría robado Taggart algo que pudiera darles una pista? Tenía que averiguarlo, y pronto. Con tantas vidas inocentes en juego, la rapidez y la eficiencia eran esenciales, pero la advertencia de Conroy de no confiar en nadie le reprimía la necesidad de contarle más cosas.

Entonces, ¿qué esperaba sacar de esta reunión?

—¿En qué puedo ayudarte?

Le lanzó una mirada calculadora que hubiera hecho estremecer a los demás, pero ella le devolvió la mirada hasta que se rompió el contacto visual y le dijo:

—Cuando tengas alguna pista sobre Drake, dímelo, independientemente de quién de los dos hermanos sea.

—Buscaré por ahí a ver qué encuentro. —Se dirigió hasta la puerta.

Brady asintió y salió por la puerta que ella le acababa de abrir.

Tenía que encontrar a Taggart para averiguar si se había llevado alguna de las herramientas del cargamento. Pero antes debía hablar con Nathan. Tenía unas preguntas para él. Lo que hiciera con él después dependería de sus respuestas.

Que ella misma se pusiera en la línea de fuego era una cosa pero no podía arriesgarse a poner en peligro a gente inocente.

Se dejó caer en su silla. Las llaves del coche y el móvil estaban sobre un montón de papeles con una nota del mecánico diciendo que suponía que buscaría el teléfono y que ya tenía el coche listo. Abrió el teléfono que, ¡sí, señor!, parecía funcionar bien.

El buzón de voz estaba lleno de mensajes tensos de Nathan, luego había uno de la abuela, que había llamado para decirle que no se encontraba muy bien y que quizá volvería antes, pero que no se preocupara. Esperaba que estuviera haciendo algo aparte de trabajar toda la noche. Si ella supiera…

Esa llamada era de hacía una hora. Ojalá la hubiera llamado a casa o a comisaría. La abuela tenía los dos números. Intentó localizarla en el móvil pero le saltó el contestador. Era mejor que no se pusiera nerviosa. Estaba con amigos que tenían su número, pero eso no evitaba que se preocupara. Volvió a escuchar los mensajes de Nathan. Nunca decía más de seis palabras y no dejaba su nombre, aunque oía su preocupación.

No actuaba como un asesino ni sonaba como tal. Pero ya se había equivocado antes y esta vez las consecuencias podían ser mortales.

•• • ••

Duff ya no podía ignorar más el teléfono que no dejaba de vibrar. Que Fra Bacchus decidiera llamarle en lugar de enviarle un mensaje significaba que estaba enfadado.

—Sí, señor.

—No me has enviado el informe.

—No hay nada de qué informar, señor.

—¿Qué ha pasado? —dijo él, arrastrando las palabras. Era la hora de comer, lo que quería decir que iba por la segunda botella del día.

—La persona con la que tenía una cita no se presentó. —¿Dónde había ido Terri Mitchell anoche? Se acercó a su casa, fue al contenedor y luego a la comisaría, donde tenía el coche aparcado. Llegó un mecánico para toquetearlo un rato y luego lo dejó con el capó levantado.

—¿Toda la noche? —El tono burlón de Fra Bacchus le puso de los nervios.

—El coche tenía problemas y ella se quedó en la oficina trabajando toda la noche. —No era cierto exactamente. Duff esperó a que saliera. Seguramente Mitchell se fue a casa sin su coche, porque precisamente hoy había ido andando a la comisaría. Alguien la debió de llevar. El mecánico ha vuelto por la mañana para terminar lo que fuera que empezó anoche, pero él ya se había aprovechado de encontrar el capó levantado para hacerle unos trabajillos mientras el coche estaba abierto.

—Se aproxima la fecha tope para este proyecto —dijo el Fra.

—No hay problema. Manipulé su coche para acelerar la transmisión de información. Sigo pensando que tendré el producto mañana por la mañana a más tardar; el cliente ya está avisado. —Había instalado un transmisor activado por voz que detectaría cualquier conversación dentro del vehículo.

—¿Seguro que trabajaste toda la noche?

—Toda la noche —repitió él con convicción. El Fra no lo entendería. No podía responsabilizarle. Si los viales hubieran estado ayer en el contenedor, ya habría acabado su trabajo. El Fra tenía mujeres al alcance de la mano. Un hombre tan viejo y escabechado con vino no tenía ni idea de la presión bajo la que había estado sometido él durante las dos últimas semanas.

Si hubiera encontrado a Mitchell primero, hubiera cometido una transgresión peor que el pecado de la carne; tendría que haber explicado una muerte innecesaria.

Tal como estaban las cosas, estaba tranquilo después de sus juegos con una muchacha que conoció en Canal Street. Su zona de recreo preferida.

—A partir de ahora, ponte en contacto cada cuatro horas hasta que esta tarea esté terminada.

Duff levantó el puño y lo blandió en el aire. «No me trates como a un crío, maldita sea». Abrió la mano y se frotó la cabeza.

—Sí, señor. ¿Algo más, señor?

—Sí. La cita que intentabas tener es ahora necesaria.

Duff sintió una oleada de excitación. ¿Necesaria como una muerte necesaria?

—Sí, señor. Ejecutaré el contrato —respondió en clave.

—Exactamente —confirmó el Fra antes de colgar.

Duff cerró los ojos y se echó hacia atrás, sonriendo. Tiempo extra. Se imaginó a la voluptuosa rubia de anoche que se deslizó en el asiento de al lado de su Jaguar de alquiler. Casi tan fácil como su cuerpo desnudo al deslizarse por la borda de su barco cuatro horas después, con un peso atado al cuello y a los tobillos. Los cangrejos limpiarían el cadáver en muy poco tiempo.

Duff repiqueteó los dedos sobre el volante. Mitchell tenía que saber dónde estaban los otros dos viales. Si no lo sabía o se negaba a obedecer, tenía la manera de sonsacarle información que sabía que le llevaría hasta las ampollitas.

Entonces la dejaría bien escondida para su banquete de medianoche.