–Voy de camino, Sammy. ¿Cómo está el contenedor del muelle? —Terri abrió una carpeta mientras se dirigía a la oficina. Con toda esa gente que salía de trabajar de la ciudad, las carreteras estaban atestadas y casi hubiera llegado antes a la comisaría de haber ido andando desde casa de su abuela.
—La Policía de Nueva Orleans y la DEA se han peleado por la jurisdicción y el derecho a la posesión de las pruebas, pero por una vez hemos ganado la batalla. El capitán Philborn ha pedido que un trailer recoja el contenedor. Ahora mismo viene de camino a nuestro patio vigilado. Tengo una nota para ti… en algún sitio. —Le siguió el ruido del papeleo y de sus murmullos.
—No me sorprende que el capitán se haya salido con la suya. Es bastante persuasivo. —Terri se cambió a un carril más rápido.
—Qué bien que nos den un respiro de vez en cuando, pero nos lo hemos ganado porque el chivatazo nos lo dio un contacto que pertenece a uno de nuestros agentes. Maldita sea… ¿dónde está el mensaje? —Más ruido de papeles.
—Es obvio que el caso le pertenece a la Policía de Nueva Orleans —convino ella, que no se sentía nada culpable por su papel en todo esto.
Después de la llamada de Sammy esa mañana para ponerla al corriente de la redada antidroga en el muelle, llamó al jefe del BAD, Joe Q. Public —sí, ese era su nombre y si alguien se atrevía a mofarse no tardaba mucho en arrepentirse— para que la ayudara. Joe tenía un amigo en la DEA que le debía un favor así que la disputa se zanjó muy pronto. Había tenido tiempo para llevar a la abuela al médico, comer algo y ponerse el serio traje gris. Esta vez era un traje pantalón en lugar de falda.
Joe logró quitarle a la DEA el contenedor con unas maniobras ágiles para que la policía pudiera echarle un vistazo antes. Quería que primero lo inspeccionara un agente del BAD y ella quería ser la escogida. Necesitaba intentarlo la primera para ver qué más había dentro aparte de las drogas.
¿Sería el cargamento que Conroy quería comentarle la noche que les tendieron la trampa? ¿El que tenía algo más que un alijo de cocaína, algo mortal? Si Conroy estuviera vivo, hubiera conocido a la mujer que le contó aquella extraña historia de conspiración que tenía que ver con un material secreto transportado en uno de los cargamentos de droga de Marseaux.
Había algo que la cabreaba. ¿Por qué el soplón había esperado tanto antes de llamar para contarle a la policía lo de la droga? ¿Por qué ahora?
—Aquí está. —Con un aire triunfante, Sammy leyó el nombre de Brady y su número de teléfono.
—¿Ha llamado alguien más? —Se ocuparía de Brady a su debido tiempo. Quizá quería hablar del cadáver… o de ir de copas. Esperaba que no.
—Esta mañana llamó alguien preguntando por ti.
—¿Sí? ¿Quién?
—No lo dijo. Me pasaron la llamada. Este tío quería saber si estabas con la Policía de Nueva Orleans. Le dije que eras asesora y entonces me preguntó que qué tipo de asesoría hacías. Le respondí que no podía darle esa información.
—Bien. Quizá era alguien con el que hablé por lo del cadáver en el muelle, lo que me recuerda… ¿La DEA ha encontrado ya el cuerpo? —Pisó el freno y se quejó por la lentitud del tráfico. Odiaba el tráfico pero le encantaba la ciudad. Y mejor, porque no se quería apartar de su abuela, que llevaba viviendo en el barrio francés mucho antes de que fuera chic tener un apartamento ahí.
—No, aún no se sabe nada del cadáver. Y ese tipo que llamó preguntando por ti, no creo que fuera nadie a quien entrevistaste.
—¿Por qué no? —Levantó el vaso de café y le dio un sorbo.
—Pues porque me preguntó si asesorabas sobre allanamientos.
Terri escupió el café en el volante y se maldijo. Suerte que solo le había echado un traguito. Dejó el vaso de papel en el soporte y cogió un pañuelo con el que se secó la pernera del pantalón.
—¿Estás bien?
«No». Se limpió las manos y el volante y luego protestó por las manchas que llevaba en la ropa.
—Sí, estoy bien. Alguien me ha cerrado el paso y me he tirado el café encima. Ese tío parece un lunático. No le hagas ni caso. Estaré ahí en un momento.
Colgó el teléfono y se pasó la mano por la frente. ¿Cómo la había encontrado ese criminal? ¿Y quién era en realidad? ¿Cómo supo dar con ella en comisaría?
No se comportaba como un ladrón común. Empezaba a parecer un acosador. O alguien de otra agencia.
Y empezaba a hartarse.
Dejó el coche en el aparcamiento reservado para la gente eventual de la comisaría y se dirigió hacia el edificio de dos plantas, todo lo deprisa que le permitía la pierna. Los músculos se le agarrotaban cuando llevaba sentada más de quince minutos y le dolían a rabiar cuando los estiraba.
Cuando llegó a su mesa, se sentó en la silla despacio e hizo una mueca cuando llegó a ese punto en el que al doblar la pierna se le revolvía el estómago del dolor.
Sonó el teléfono antes de tener las manos libres. Como fuera ese ladrón de la casa de Drake, le iba a… ¿Qué?
No lo sabía pero en cuanto lo supiera, se iba a enterar. Cogió el auricular y respondió rápidamente:
—Terri Mitchell.
—Soy Sammy.
Estiró el cuello para mirar a la gente que había entre su mesa y la de Sammy, que sonreía y movía la mano.
—¿Qué necesitas, ricura?
—Una visita viene para aquí.
—¿Quién?
Pero supo la respuesta antes de que Sammy dijera:
—Josie Silversteen de la oficina de la DEA.
La mujer estaba saliendo del ascensor en ese mismo momento y se acercaba a Terri con pasos decididos. De metro setenta y cinco incluso sin los zapatos de tacón con los que andaba a zancadas, su traje de rayas azul marino y rojo se ajustaba perfectamente a su cuerpo tonificado. Tenía el aire de una víbora con un hacha que afilar.
Se detuvo frente a la mesa de Terri y la fulminó con la mirada.
—¿Me quieres decir lo que ha pasado con el cadáver de Drake? —La melena castaña le cayó sobre los hombros cuando se inclinó hacia delante y limpió la silla de madera para las visitas con grandes aspavientos.
Terri parpadeó, tratando de recobrar la compostura. ¿Qué hacía aquí aquel engendro de Satanás? ¿Por qué la reina de las víboras bajaba del trono a visitar a los mortales?
Josie chasqueó los dedos en el aire cuando se sentó en la silla. Milagrosamente, no se le desgarró esa falda tan ceñida que llevaba.
—Mitchell, ¿estás aquí o qué?
Terri parpadeó un par de veces y reprimió la mirada que de verdad quería lanzarle a Josie. —Aquí estoy.
La mujer hizo ese ruido que Terri tanto odiaba. El que sonaba como el chasquido del vapor al salir del pitorro de una tetera.
—¿Te lo tengo que repetir? —le dijo con un marcado acento de Jersey—. ¿Qué pasa? ¿No me sigues? A ver, usaré palabras sencillas para que no vuelvas a perderte, capisce?
Terri hizo una mueca al oír ese sarcasmo que cada día conseguía hacerle infeliz a un ciento diez por cien en la DEA. Josie empezó a hacer campaña para conseguir su puesto el primer día que Terri pasó en el hospital después del incidente.
Y, maldita sea, al final consiguió el trabajo.
Silversteen sabía poner ese falso acento callejero, pero provenía de una familia adinerada de Nueva Jersey. ¿Por qué no se quedó en ese lujo en lugar de ser un grano en el culo de Terri?
—De acuerdo, esta vez te lo repetiré despacito…
Terri se la quedó mirando.
—Esto no es el depósito de cadáveres. ¿Qué? ¿Te has perdido? —dijo imitando su acento—. Si has llegado a un punto muerto con el cadáver, es tu problema, no el mío. Perdona por el juego de palabras. —Terri repiqueteó con los dedos en la mesa, ansiosa por terminar con esa reunión imprevista.
—Muy graciosa. El asesinato de Drake pertenece a nuestra jurisdicción. —Josie se apuntó al pecho con el dedo índice de uña granate. Algún policía nos ha hecho una jugarreta.
—¿Por qué tendría que hacerlo? —Terri le dio un golpe a un montón de papeles y se inclinó hacia delante—. Mira, tengo prisa y no me interesa la desaparición de tu cadáver. ¿Por qué no llamas a Dolly Parton, Jane Fonda y a Pamela Anderson y formáis un pelotón de búsqueda hacia los lavabos del hospital y dejas de malgastar mi tiempo?
Josie miró la manicura perfecta que llevaba.
—Fuiste la última en ver el cadáver. De hecho, Brady me dijo que lo mirabas con lascivia. A mí nunca me ha ido la necrofilia, pero supongo que a una coja le es difícil follar.
A Terri se le encendió el rostro de vergüenza. Rica, hermosa y buena en su trabajo, Josie pulsaba directamente los botones que destruían la confianza femenina en las otras mujeres y nunca desaprovechaba la oportunidad de explotar un punto débil. Terri se aferró al borde de la mesa para mantener los dedos ocupados para no usar nada que la rodeara como arma.
—Ay, perdona —susurró ella en un tono falso y se llevó la mano al inmenso pecho. ¿Cómo podía estar tan delgada con esos melones?—. Culpa mía. No tendría que mencionarte lo de la pierna. ¿Y cómo llevas la rehabilitación? Me sorprende que hayas vuelto a investigar después de… ya sabes, la metedura de pata.
—Yo no metí la pata.
—Eso díselo a la viuda de Conroy.
Eso le hirió en lo más vivo y tuvo que frenarse mucho para no abalanzarse encima de ella y arrancarle la melena. Los nudillos se le pusieron blancos de la fuerza que hacía para no moverlos.
—Si eso es lo único que querías decirme, ya sabes dónde está la puerta. ¿O te enseño cómo llegar a la calle, con el culo por delante?
Josie alzó sus delicadas cejas y ladeó un poco la cabeza para mirarla de una forma que transmitía que no la consideraba amenaza alguna. Craso error. Terri podía derribarla en menos de lo que cantaba un gallo.
—No, eso no es todo. Hablar conmigo te interesa.
—¿Por qué?
—Por si lo has olvidado… lo sé, es un verdadero problema para las rubias, sigues bajo investigación. Negarte a trabajar con la DEA podría considerarse una actitud hostil.
El instinto más callejero de Terri entró en ebullición, y quiso estallar y enseñarle a esta víbora lo hostil que era en realidad.
—No lo he olvidado y no he sido hostil. —Aún—. Así que volvamos al tema…
—Este es el tema —dijo en un arrullo—. Ahora llevo la investigación sobre ti y Conroy.
—¿A qué te refieres con Conroy? Está muerto, por el amor de Dios.
—La investigación se ha movido en otra dirección de la que no estoy autorizada a hablar. Sabemos que alguien compartía información de la DEA con Marseaux. Ahora mismo las pruebas apuntan a uno de los dos. Si es Conroy, la pobre Sally no recibirá prestación alguna. —Hizo un mohín como si estuviera preocupada—. Sin embargo, si eres tú… —Sonrió, entusiasmada de verdad—. Tendrás las mismas prestaciones que las demás reclusas. Entonces, ¿quieres de buenas o tengo que buscar las respuestas en otro sitio?
Asombrada por el descaro de esa amenaza, Terri no terminaba de creerse lo dispuesta que estaba a hundirla. Que sospecharan que Conroy y ella hubieran trabajado para Marseaux era un disparate, pero que le negaran a su viuda las prestaciones era el insulto final.
Sally tenía problemas de hígado y de espalda. La única posibilidad que tenía era si Josie usaba todo el peso de la ley para acabar con Terri primero.
Por muchas ganas que tuviera de sacársela de encima, tenía que ser lista para ganar. Eso quería decir tenerla cerca mientras buscaba la manera de limpiar su nombre y el de Conroy.
—¿Por qué me has metido en esta investigación? —preguntó Terri.
Josie arqueó las cejas a modo de sorpresa.
—Buena pregunta. Se ve que al final tienes cerebro y todo. Sé que piensas que voy a por ti, pero la verdad es que no todo gira a tu alrededor. Encontraré la filtración de la agencia y el cadáver desaparecido de Drake. Si quieres un trato justo en esta investigación, no trabajes contra mí.
—No soy tan ingenua para creer que trabajar juntas tiene algo que ver con un trato justo y no con cuantos peldaños de la escalera de la DEA puedes subir con esa falda de ramera que llevas. ¿Qué quieres saber? —le preguntó con el mismo entusiasmo de una telefonista.
Josie llegó a fruncir el ceño lo máximo que Terri le había visto pero se detuvo a medio camino, antes de arrugar su frente perfecta.
—¿Sabes algo de un tipo llamado FinMan?
Sí, pero no quería compartir más información con Josie ya que FinMan era una de las comadrejas de Marseaux.
—He oído su nombre por ahí.
—Es un contacto con el que he estado tratando. Le vende a todo el mundo pero sobre todo a los narcotraficantes. Me llamó esta mañana bastante conmocionado, algo que dice mucho para ser un hombre con ese trabajo. Dijo que a eso de las dos recibió la visita de un hombre que le colgó por los tobillos para hacerle hablar.
—A mí no me suena tan mal. —Terri sonrió para sus adentros; al menos el cabrón recibía su propia medicina. Había oído más de lo que quería recordar sobre el lado más pervertido de FinMan y cómo había herido a varias prostitutas. Merecía que le colgaran desnudo, y peor.
—Pues lo sería si fueras un hombre, colgado boca abajo, desnudo, te pusieras nervioso y te mearas encima. En ese momento la gravedad no está de tu parte.
—Qué asco. Ahórrate esa información para cuando estés en el lavabo de los hombres… actualizando la información sobre tus contactos.
Josie se inclinó hacia delante y le lanzó una mirada divertida.
—¿Sabes, Mitchell? No eras tan lista cuando trabajabas en la agencia.
—¿No? —Terri copió sus movimientos y apoyó ambas manos en los reposabrazos de la silla—. Pensé que era bastante gracioso cada vez que te eclipsaba disparando y cerraba más casos que nadie en mi departamento. Ahora que ya no tengo que apuñalar a mis compañeros por la espalda, mi sentido del humor no ha hecho más que mejorar. —Probablemente no era aconsejable provocar a una cobra, pero Josie sospecharía de ella si se volvía simpática de repente.
—Atrapaste a muchos objetivos de papel, pero fallaste a lo grande en tu última misión. —Cruzó las piernas y se le acercó, apoyando los brazos sobre las rodillas. Bajó un poco la voz—. Una cosa es matar un objetivo de práctica y otra eliminar una amenaza. Yo nunca hubiera permitido que le dispararan a mi compañero por la espalda.
A Terri se le encogía el corazón cada vez que le recordaban aquella noche y la muerte de Conroy. Ojalá recordara todos los detalles, pero la habían golpeado por detrás y se despertó con un loco encima blandiendo un cuchillo. Tenía que vivir con sus errores y esas pesadillas, pero ya no tenía por qué tragar con la porquería de Josie.
—Lo que tú digas. Ya te he contado lo que sé. Si no tienes nada más que decir, Silversteen, he terminado.
—Aunque me gustaría pasar mi tiempo investigando a alguien mejor cualificado que tú, sé poner un caso por delante de las diferencias personales. Incluso si eso significa husmear entre tu mierda para encontrar el cuerpo desaparecido y cerrar la investigación. Pero si tú no sabes priorizar el trabajo o quieres que llegue a una conclusión yo sola, dímelo.
Terri repiqueteó con el bolígrafo sobre un montón de informes. Tenía que averiguar qué quería y luego seguir adelante.
—De acuerdo. He oído hablar de FinMan por aquí. Se ve que tiene un par de guardaespaldas a tiempo completo. ¿Qué tiene que ver FinMan con el cadáver desaparecido?
—Son más de un par, y este hombre fantasma los eliminó a todos sin ser visto salvo a uno que estaba fuera de la ciudad, y llegó hasta FinMan.
Terri dejó de mover la mano.
—¿Qué quieres decir con lo de hombre fantasma?
—Eso es lo que intento decirte, rubita. Me dijo que el muerto del depósito de cadáveres había ido a por él. Que le colgó y le amenazó con cortarle los huevos, dejar que se desangrara poco a poco y que nunca pudiera volver a empalmarse.
¿El muerto estaba vivo? No, no era ni remotamente posible.
—Entiendo que eso le aterrorizara, pero dudo que las prostitutas locales hicieran una colecta para un implante. ¿Quién cree que es el tío?
Josie resopló.
—Eres lenta de verdad… Una vez más, FinMan me dijo que era el muerto.
Terri apartó el brazo.
—Eso es imposible. ¿Qué dice Brady?
—Que le jodan a Brady. Trabaja para otro departamento y si él no comparte información, ¿por qué debería hacerlo yo? Mi jefe quiere que encontremos el cadáver lo antes posible. Pienso matar dos pájaros de un tiro ya que en la mayoría de sitios que visito en busca de información sobre ti y Conroy puede que sepan algo del cadáver. Así que si oyes algo del muerto, llámame primero. ¿Lo captas? De hecho, y es un consejo, no le vuelvas a dar tanta confianza a Brady.
Terri no tenía intención de hacerse amiguita de nadie, y menos aún de Brady, ¿pero qué se creía esta imbécil para decirle con quién tenía que hablar o no?
—¿Me estás amenazando? —Terri se levantó de la silla despacio. Mantenía un aire de tranquilidad aunque tenía ganas de aplastar a esta bruja.
—No, no confundas eso con algo tan simple como una amenaza. —Josie se incorporó y la miró por encima del hombro—. Como compartas con Brady algo de lo que te he dicho, te prometo que vendré a buscarte. Eres un blanco fácil ahora que ya no eres una agente del Estado, y eres la primera en mi lista. Usa la cabeza por una vez. No te metas en mi camino.
—No te preocupes, siempre y cuando tú no te metas en el mío —le espetó ella.
—Ayyyy, qué preocupada estoy. ¿Me darás una patada en el culo con la única pierna buena?
«No, pero puede que te saque los ojos y juegue a las canicas con ellos».
—Buena suerte con lo del cadáver de Drake. Al menos no tendrá problemas para empalmarse contigo. —Intentó retener esas palabras antes de que se le escaparan, pero como siempre su temperamento fue más rápido que su cerebro.
Conroy fue uno de los pocos agentes que no intentaron ligar con Josie en su primer año. A ella le daba igual que estuviera felizmente casado. Josie lo encontró un día de mal humor, bebiendo solo en un garito de mala muerte mientras su mujer estaba fuera de la ciudad. Ella puso toda la carne en el asador para hacerle caer. Él le dijo que no. Cuando le llamó picha floja, él sonrió y le dijo que solo tenía problemas de erección con putas.
Josie cogió el bolso; su rostro era una máscara de calma.
—Disfruta de la libertad mientras puedas. Tic tac. —Salió de las oficinas con los aires majestuosos de una reina.
Terri le hizo una mueca infantil por la espalda.
La sala se quedó en silencio. Miró alrededor y vio que un par de tipos la miraban, así que ella les lanzó otra mirada para hacerles callar y se dejó caer en la silla.
¡Maldita sea! A quienquiera que hubiera decidido ponerlos a todos en una sala común tendrían que castigarle con una plaga en sus partes pudendas.
El teléfono volvió a sonar. Lo cogió de golpe.
—¡Qué!
—Joder, Terri, no me muerdas.
Se relajó al oír el suave acento latino. Esa era la única voz que podía atenuar su rabia.
—Perdona, Carlos. ¿Qué tienes?
—Una colección de vinos estupenda y sábanas de seda del mejor hilo.
Terri sonrió. Carlos Delgado fue el primer agente que conoció en el BAD cuando el compañero de Joe, Tee, le enseñó las instalaciones. Carlos tenía esa media sonrisilla que significaba desde que no te tomaba en serio hasta que le gustaría desnudarte. Como mujer, inmediatamente leyó la segunda acepción, que no consiguió arrancarle más que un suspiro. Tenía el suficiente sentido común para saber que era mejor no liarse con un compañero de equipo, aunque con ello ofendiera a un dios latino.
—Me alegras el día, Carlos.
—Cualquier cosa para servirte. Y lo digo en todos los sentidos de la palabra.
Ella se echó a reír, olvidándose por un momento de su enfado.
—¿Qué pasa?
—Está claro que me va a costar mucho trabajo llevarte a cenar, pero soy un hombre paciente. Volvamos al tema. El contenedor está en el patio. Joe le ha dado papeleo a Philborn para tenerle entretenido unas dos horas, empezando desde ahora, antes de que el laboratorio criminalístico pueda examinar las huellas o borrar cualquier prueba. Necesitamos a alguien que lo registre y tome fotos de todo, no solo de las drogas.
—Iré para allá ahora mismo.
—Espérame y te recojo. Ya estaría allí de no ser por este maldito tráfico que hay para cruzar el lago Pontchartrain.
—No necesito que nadie me acompañe. Si voy ahora será por lo menos media hora más.
—Joe y Tee accedieron a dejarte trabajar sola… hasta cierto punto. Todo el mundo lleva refuerzo alguna vez, Terri.
—¿Incluso tú?
—Cuando creo que lo necesito, sí.
—Entonces dame la misma libertad. —Bajó la voz y se dio la vuelta para que no la oyera ningún curioso—. Reconócelo, Carlos. No le dirías a ningún otro agente que esperara para ver el contenedor con este margen de tiempo. No me trates como si no supiera hacer mi trabajo.
Carlos masculló algo en español y tuvo la sensación que significaba algo así como lo mucho que le molestaban las mujeres difíciles.
—Que no tenga que arrepentirme.
—No te preocupes. —Ganar esa pequeña batalla la hizo sentir bien—. Dame la dirección y salgo pitando. —Escribió la dirección en una pequeña libreta.
—Una cosa más. Hemos recibido información algo extraña en relación a Marseaux. Aguza bien los oídos por si hay algo raro con el cadáver de Drake.
¿Cómo podía ser tan popular un cadáver?
—¿A qué te refieres? —Mantuvo la voz baja y se dio la vuelta por si había alguien en la sala que pudiera estar escuchando la conversación.
—Rodaine el Napias acabó en el hospital con una conmoción cerebral y algunas costillas rotas.
Eso no la sorprendía.
—Seguramente le dio el chivatazo a la persona equivocada. ¿Por qué hay que preocuparse?
—Tampoco me importaría si apareciera flotando boca abajo en el Mississippi ya que no es uno de mis contactos. Trabaja estrechamente con el clan de Marseaux, pero eso no es lo más raro. Johnny Boy también está en el hospital con un brazo roto y la rótula hecha trizas. Su historia coincide con la de Rodaine y ya sabes que esos dos se odian a muerte.
—¿Qué historia?
—Dicen que un fantasma intentó matarles.
Terri se quedó helada.
—¿Qué clase de fantasma?
—Dicen que es el espíritu de Drake que ha vuelto de la tumba. Y no te pierdas esto: se ve que va en un coche trucado. Nadie ha visto el coche pero dicen que se sabe si está cerca por el ruido de los silenciadores. Mira a ver qué encuentras sobre este Drake. Creo que era más que una mula.
Se le puso la carne de gallina y se frotó el brazo, notando cómo la embargaba una oleada de frío. ¿Qué estaba pasando?
—Pues ya son tres.
—¿Tres? ¿Lo dices en serio? ¿A quién más han atacado?
—A FinMan, el chivato favorito de todo el mundo.
—Le conozco. Trabaja para los más pudientes y se rodea de enormes trozos de carne a los que llama guardaespaldas. Terri asintió.
—Ese mismo. Una agente de la DEA me ha dicho que a FinMan le colgaron del revés por los tobillos, desnudo, y le amenazaron con truncar su carrera de estrella del porno si no hablaba.
—¿Ah, sí? —Carlos soltó una carcajada.
—También dice que fue el muerto. ¿Qué está pasando?
—Probablemente es un buen maquillador o tiene uno, y quiere joder a esos tíos.
—Quizá, pero eso no tiene sentido. —¿Qué relacionaba a todas estas personas?
—Sí. ¿Qué quiere este tío? Nadie nos dirá qué le dijeron a Drake o quienquiera que les diera la paliza. Todos juran que no le dijeron nada. Es mejor sufrir en silencio a que Marseaux crea que se derrumbaron y lo contaron todo sobre él.
No era de extrañar. Marseaux haría algo más que amenazarles.
—A FinMan le colgaron antes de la redada antidroga, así que hay que preguntarse si le entró el pánico, descubrió el pastel y está detrás de la filtración.
Terri miró el reloj. ¿Intentaba Carlos mantenerla al teléfono hasta que llegara?
Era lo más seguro.
—Gracias por llamar. A mi ego femenino le ha ido muy bien. Tengo que irme.
—Podría hacerte otras cosas que te hicieran sentir bien.
—Lo tendré en cuenta. —Se echó a reír, haciendo caso omiso de la oferta.
Colgó, se apresuró hacia el garaje y colocó en el asiento del pasajero la gran bolsa con el instrumental de investigación.
En los días de invierno el sol desaparecía demasiado temprano y dejaba el mundo oscuro y sombrío bajo un dosel de nubes. En esta época del año, Nueva Orleans tenía siempre un aspecto espeluznante. Sin embargo, no se imaginaba viviendo en ningún otro sitio. Amaba esta ciudad, que era más que su hogar. Era parte de ella.
Cuando Terri llegó al aparcamiento enseñó su identificación y la animó mucho saber que se le permitía el acceso. Joe era tremendamente eficiente.
Se registró, recogió una llave para el cerrojo y condujo a través de los almacenes que habían donado a la ciudad con este pedazo de tierras. Coches último modelo, barcos ultrarrápidos y otros objetos ilegales confiscados ocupaban dos tercios de la extensión total.
El contenedor blanco estaba sobre un pequeño montículo; la caja de metal parecía tan fuera de lugar como un elefante blanco perdido entre esos vehículos confiscados en redadas antidroga.
Terri aparcó en una zona de gravilla. Cogió la bolsa y extrajo una linterna gigante a pilas que iluminaba un radio de tres metros. Cuando la gravilla dio paso a un polvo fino, empezó a andar suavemente para no hacerse más daño en el muslo.
¿De quién fue la idea de colocar el contenedor cuesta arriba? Tembló al notar la brisa invernal que corría por el patio y se arremolinaba en los espacios abiertos. Tendría que haber cogido la chaquetilla de lana, pero tenía demasiada prisa por llegar. Además, no debería tardar mucho en determinar si había algo del cargamento de droga que tuviera relación con la investigación secreta para el BAD.
Cuando llegó al contenedor, el candado colgaba de la puerta, ligeramente abierto. ¿Es que los de seguridad que transportaron el contenedor no se aseguraron de que el candado estuviera cerrado? Que estuviera dentro del patio vallado no quería decir que tuvieran que dejarlo así de accesible.
La puerta izquierda chirrió al abrirla y metió la cabeza dentro. Una luz que provenía de la parte trasera la dejó ciega momentáneamente.
Oyó el ruido de unos pasos corriendo hacia ella por detrás.
Se quedó inmóvil. Le dio la impresión de que el tiempo se enturbiaba y se volvía más lento, pero todo pasó en cuestión de milésimas de segundo mientras metía la mano en la bolsa para sacar su 9 mm.
Primero unos dedos la agarraron por el brazo y la arrastraron fuera del contenedor.
Una bala rebotó en la puerta, justo donde había estado su cabeza antes de que la arrastraran.
Terri se tambaleó y perdió el equilibrio cuando tropezó con un surco cubierto de hierba y raíces del suelo. Se le cayó el bolso del hombro. De camino al suelo y justo antes de que se golpeara la cabeza con algo duro, vio una silueta negra recortada en el contenedor blanco. El dolor le abrasaba el cuero cabelludo.
Se sumió en un mar oscuro rodeado de estrellas.
•• • ••
Nathan hizo una mueca al oír el mamporrazo que se había dado la mujer al caer al suelo. De los labios le salió un leve gemido. Maldita sea. Estaba a punto de llegar junto a ella cuando abrió la puerta. No le había dejado otro remedio que arrastrarla hacia fuera antes de que el criminal que estaba dentro del contenedor le volara la cabeza en mil pedazos.
Lo único que podía hacer por ella ahora era quedarse entre su cuerpo y la amenaza que seguramente volvería para terminar el trabajo.
Una única luz halógena sobre un poste metálico en un extremo del aparcamiento de gravilla iluminaba suavemente esa zona. Nathan no podía verle el rostro, pero esperaba que lo peor que le hubiera pasado era que le saliera un chichón.
Se pegó a la puerta cerrada de la derecha, esperando a que saliera el tirador. La boca de una pistola salió tímidamente por la obertura y entonces una sombra cruzó por la puerta abierta.
Le agarró el brazo y lo sacó hacia fuera. El tirador se dio la vuelta con soltura y le dio una patada a Nathan en el costado. Se le cortó la respiración pero le devolvió el favor con otra patada y dos golpes rápidos en el brazo con el que estaba seguro que sostenía el arma. Cuando oyó algo de metal rebotando contra un coche, tuvo una milésima de segundo para estudiar a su oponente.
Rápido, ágil e infalible. Profesional. No era un bestia o un matón de pacotilla. Este hombre se ganaba la vida haciendo daño a la gente.
En el aire se oyó el silbido de las manos y los pies que volaban. Nathan interceptó un golpe y recibió otros en la cara, pecho y brazos cada vez que hacía un movimiento equivocado.
Con tan poca luz luchaba a ciegas, pero no creía que el otro llevara gafas de visión nocturna, así que ninguno de los dos tenía ventaja.
Nathan siguió atacando, dando golpes y patadas con una velocidad de vértigo cada vez que la luz le ayudaba con un poco de claridad.
Los gemidos del esfuerzo y el ruido sordo de un golpe tras otro invadían la noche. Nathan tenía resistencia pero ese tipo tenía rapidez, algo que había perdido en la cárcel con la falta de entrenamiento más allá de las pesas.
Su mejor ofensiva era atacar con más agresividad y esperar un descanso. Le dio un buen mamporro que hizo caer al tipo hacia atrás, pero en cuanto el cabrón rozó el suelo, dio una vuelta y se fue corriendo, perdiéndose entre la oscuridad.
Nathan esperó mientras trataba de recobrar el aliento. ¿Dónde estaba ese cabrón de mierda? ¿Se habría marchado o estaría agazapado en el algún rincón, al acecho?
Un gemido a su espalda le llamó la atención. Retrocedió, atento por si captaba algún movimiento. Cuando llegó junto a Mitchell, se arrodilló y la levantó para palparle la parte de detrás de la cabeza. Era un chichón, tal como pensaba, aunque esperaba que no fuera una conmoción cerebral.
Ella inclinó la cabeza hacia él y levantó la mano hacia su pecho. Murmuró algo ininteligible. Él se quedó inmóvil, con la extraña sensación de que el simple roce le revolvía las entrañas. Hacía mucho tiempo que no le tocaba una mujer. Ella se le agarró a la camisa como si necesitara un punto de apoyo o quisiera consuelo.
Nathan la abrazó contra el pecho; sentía la necesidad de protegerla.
Alguien andaba arrastrando los pies y no estaba muy lejos. Volvió a concentrarse rápidamente.
La levantó en brazos y entró en el contenedor. Con sus manos como únicas armas, no tenía modo de neutralizar una amenaza con una pistola y apostaba a que el agresor ya habría encontrado su arma por ahora.
Pero un profesional no cometería el error de entrar en el contenedor sin saber si Nathan iba armado o no. Tampoco se iría si lo que había ido a buscar seguía ahí dentro. Al menos, no si tenía la esperanza de recuperarlo.
En cuanto Nathan determinó que la mujer estaba bien, quiso examinar los contenidos y ver si había algo fuera de lugar.
Cambió de posición el cuerpo suave que llevaba en brazos, haciendo caso omiso del deseo de notar sus manos en su pecho, pero esta vez consciente.
«Olvídate».
Ese no era su plan cuando siguió el contenedor desde el muelle al patio de la policía.
Tras un buen rato colgado y desnudo, FinMan le había dado el chivatazo sobre el último cargamento de droga de Marseaux en el muelle. Nathan llegó allí y se encontró a la policía examinando uno en particular. La Policía de Nueva Orleans lo mantuvo vigilado hasta que llegó un trailer y lo trajo hasta estas instalaciones de almacenaje. Entonces se quedó vigilando la zona durante dos horas, esperando a que cayera la noche.
Cuando el crepúsculo empezó a desvanecerse y la única luz provenía de solo un poste en todo el aparcamiento, recortó el alambre de la valla y entró.
Fue entonces cuando vio al otro intruso corriendo a hurtadillas de un extremo a otro del terreno irregular. Se contuvo y esperó a ver si podía seguirle.
Era un buen plan hasta que apareció Terri Mitchell. La reconoció en cuanto salió del coche y empezó a subir la colina. Tenía los andares más atractivos que hubiera visto nunca en una mujer, al menos que recordara, y que tardaría en olvidar. Desafortunadamente.
Tampoco olvidaría su olor y su piel suave. O su boca que pedía que la besaran. Podía robarle un beso pero no le parecía correcto, aunque ella fuera policía.
Ella se movió otra vez en sus brazos. Su cuerpo le suscitaba unos pensamientos que literalmente hacía años que no invocaba. Como que echaba muchísimo de menos pasar la noche en una cama cómoda con una mujer a la que pudiera dedicarle horas de placer.
Pero una mujer como ella seguramente quisiera algo más que un revolcón entre sábanas frías.
Más que a un hombre tan frío y muerto por dentro como él.
Mitchell volvió en sí sobresaltada y entre jadeos.
Pensó en dejarla en el suelo, pero no estaba seguro de lo que esta haría cuando recobrara la consciencia en la oscuridad. No había mucho espacio para moverse si le entraba el pánico. Supo cuando estuvo consciente por lo rígido que se volvió su cuerpo en sus brazos.
—Bájame. —Su orden tenía un deje de incomodidad.
Nathan le bajó los pies primero y la ayudó a recobrar el equilibrio hasta que se apartó de él. Oyó cómo arrastraba los pies en el suelo de madera del contenedor, retrocediendo.
Él le dijo en voz baja:
—Estate quieta o volverás a caer.
—¿Quién eres? ¿Qué buscas aquí?
—No alces la voz. Y antes de que te hagas la poli mala, recuerda que te he salvado la vida ahí fuera.
—¿Y eso cómo puedo saberlo?
¿Lo decía en serio?
—A ver, usemos la lógica. Has metido la cabeza por aquí. Alguien ha intentado usarla como una diana de práctica, pero he tirado de ti antes de que te volara los sesos. Si fuera yo el tirador ya estarías muerta y no estaríamos hablando ahora mismo.
—Tú eres ese tipo —susurró, sorprendida—. El de la casa. La casa de Nathan Drake.