Sabía tan suculenta como la fruta prohibida. La palabra clave era «prohibida». Nathan era consciente de todos los motivos para no besarla, que serían más fáciles de aceptar si ella no le rozara la pelvis.
Dios mío, era tan apasionada.
Terri jadeaba y los senos subían y bajaban contra su pecho, haciéndole papilla el cerebro.
Con la lengua, Nathan le acarició los labios, que ella abrió al instante. Terri le besó desenfrenadamente. Le agarró con fuerza la camiseta, que aprovechó para atraerle aún más hacia ella.
Él la apoyó en el coche. No podían acercarse mucho más a menos que él empezara a quitarse la ropa que les estorbaba. Ella le rozó la erección con un movimiento de cadera. Él tragó saliva y le puso una mano en la cadera para que dejara de contonearse o averiguaría el tiempo que hacía que no notaba algo tan provocativo. Le acarició el abdomen, disfrutando del tacto de una mujer de curvas suaves.
Ella le pasó la mano por el cuello para que sus labios no se separaran. Se preparaba para contar y no dejar de hacerlo hasta llegar a cien.
Él le cogió un pecho y ella tembló. Cuando le acarició el pezón ella gimió y arqueó la espalda.
Nathan no podía más, al ofrecer resistencia se veía embargado por una oleada de energía.
Oyeron unas sirenas en la carretera principal, a un kilómetro y medio de allí, que cada vez eran más fuertes. Se acercaban a ellos.
Eso fue como una ducha de agua fría.
—Cariño, tenemos que irnos. —Empezó a apartarse de ella. «Disfruta de este recuerdo». Perfecto. Cuando ella entrara en el coche y llegara a la carretera, ya habría recuperado la consciencia.
—¿Dónde tienes las llaves? —De repente, se notó la voz ronca.
—Mmmm, mmmm. —Era toda codos y brazos, tratando de desenmarañarse para coger el bolso.
Nathan le cogió las llaves de las manos en cuanto las vio, le abrió el coche y le abrochó el cinturón. No quería que condujera medio dormida.
—¡Ya está! —se quejó ella.
Él sonrió. Ya estaba volviendo en sí y estaría bien sola.
—No excedas el límite de velocidad y no hagas movimientos bruscos.
Ella cerró de un portazo y encendió el motor, luego bajó la ventanilla.
—¿Tengo que recordarte que estoy con la policía?
Bien visto.
—Estaré justo detrás. —Se subió al Javelin y encendió también los motores. Dio la vuelta, esquivando los árboles y siguió al Mini Cooper por el bosque.
No llevaban mucho tiempo circulando por la carretera de dos carriles cuando un coche patrulla y una ambulancia pasaron por el otro carril. Por el retrovisor, Nathan vio a los dos vehículos reducir la marcha para girar hacia la empresa naviera. ¿Quién había llamado a la policía para que acudiera al negocio de Marseaux? El propio traficante no era muy probable.
Repasó mentalmente todo lo que había ocurrido en el almacén. Al final recordó lo que Zink le dijo y que le carcomía:
«Marseaux tiene mayores preocupaciones que la droga de ese cargamento».
¿A qué más hacía referencia con eso? ¿A las cajas que había estado registrando el intruso? ¿Qué demonios contenían?
* * *
Terri aparcó y salió del coche. Se quedó mirando la entrada, esperando. ¿Por qué no había parado Nathan detrás? Ese coche sonaba como si tuviera un motor lo bastante potente para seguirla y rebasarla.
¿Qué haría cuando él llegara? ¿Invitarlo a tomar un café? ¿Pedirle si quería cenar con ella para charlar un rato? ¿Quizá alquilar una película mientras les disparaban?
O aún mejor, ¿cómo podía estar vivito y coleando? ¿De quién era ese cadáver del depósito? Tenía mucho que contarle. No le importaba tener que pasar la noche en vela; quería respuestas.
Aunque, pensándolo bien, tendrían mayores problemas si pasaban la noche juntos. No podía conjurar ni una pizca de sentido común cuando estaban en la misma habitación.
«Eres tan hermosa».
En los últimos dos años varios hombres habían flirteado con ella pero no era nada que pudiera tomarse en serio. No eran ofertas que le apeteciera aceptar.
Nathan no flirteaba. Apenas había dicho nada, pero le había dejado claro que estaba interesado en algo más que besos robados. Al menos eso fue lo que le parecía cuando no le gruñía. Tenía que pulir más su encanto.
En lugar de la típica cháchara educada, quizá debiera ser directa y decirle lo que hacía días que le rondaba por la cabeza: él.
Para que luego Brady dijera que no sabía lo que quería. ¡Ja! Quería un hombre del que no supiera nada, alguien cuya identidad hubiera averiguado una hora antes. Eso era lo que quería.
Qué triste.
Ningún Javelin se acercaba por la calle. ¿Por qué accedió a esperarle hasta que entrara en casa? Estaba armada, cansada y con ganas de un buen baño. Si no aparecía inmediatamente, dejaría de esperarle.
Terri se subió el bolso al hombro, sacó la SIG y cerró la puerta del coche con la cadera. Buscó las llaves de camino a la puerta de la cocina. Tras subir los dos peldaños del porche trasero y después de que se le cayeran las llaves dos veces, encontró la correcta y la introdujo en el cerrojo. Entonces se detuvo.
El ruido que había oído no era muy fuerte pero esta vez estaría preparada. Se dio la vuelta con el arma en alto.
—Quieto.
—No me dispares; soy yo.
—¿Quién te ha enseñado a moverte como un fantasma? —dijo con el aliento entrecortado.
—Te dije que me esperaras. —Nathan salió de entre la oscuridad. No se detuvo hasta que la levantó de los escalones.
—¿Dónde has dejado el coche?
—Fuera de la vista. ¿Estamos un poco malhumorados, no?
—Es que estoy cansada de que no me respondas.
Nathan abrió la puerta despacio. Cuando ella subió el peldaño para entrar primero, él la detuvo con la mano.
—Quédate detrás.
—De acuerdo —susurró—. Me darás una mejor diana así.
El resoplido de cansancio que dio la hizo sentir un poco culpable por haberle hablado de ese modo. Era un agente de algún tipo con formación de elite. El sentido común le decía que entrara él primero, pero su orgullo estaba cansado de que lo pisotearan tanto últimamente.
—No me discutas esto, Terri —le dijo en un tono algo cansado. ¿Cuántos días llevaba sin parar? ¿Dónde había estado durmiendo? ¿En casa de los Drake? No era un lugar seguro para él.
Ella accedió.
—Adelante.
Cuando Nathan entró, ella le siguió e intentó andar a hurtadillas como él, algo que no era tan sencillo como creía. En cuestión de minutos, la llevó de vuelta a la cocina y dejó que encendiera la luz de la campana.
Terri dejó el bolso en la encimera y vio una bolsa de gimnasio en el suelo, junto a la puerta. Le hizo caso omiso por el momento y se dio la vuelta para verle.
Nathan apartó una silla, se sentó y apoyó los codos sobre la mesa para sujetarse la cabeza. Ahora que podía verle mejor, parecía abatido, quizá tanto por el estrés como por la falta de sueño. Pero necesitaba saber más cosas de él. Había dejado que sus emociones se mezclaran y no podía seguir andando en la cuerda floja.
O era un criminal o no lo era. Tendría que optar por confiar en él o recelar.
—Venga, pregunta lo que sea —le dijo.
—Necesito saber si eres un criminal.
—Eso depende.
Ella quiso gritar.
—Deja de darme respuestas crípticas. Estoy hablando con un hombre que estaba en la plancha de mármol del depósito de cadáveres hace apenas una semana. He llegado a un compromiso contigo y tú tendrías que darme lo mismo.
Él se rascó la barbilla, se pasó la mano por el pelo y se enderezó en la silla mientras se cruzaba de brazos.
—Viste el cadáver de mi hermano Jamie.
Terri frunció el ceño.
—¿Pero cómo puede ser? Sigue en la cárcel.
—Ya te dije que era complicado. Cuanto más te cuente, más complicado se pone porque tendrás que decidir a quién creer, si a mí… o al resto de la gente.
Ella se apoyó en la encimera y escuchaba atentamente todo lo que le contaba. Él hizo que fuera elección suya el involucrarse aún más con él de lo que ya estaba. Si le preguntaba qué más escondía, tendría que decidir en qué parte de la línea invisible quería situarse; si en su lado o en el de la ley.
Había arriesgado su vida para protegerla. Estuvo dispuesto a entregarse a Marseaux en su lugar. Hacía mucho tiempo que respetaba las reglas y se había quemado. Quizá era hora de que apostara por su instinto de nuevo. Le dejaría hablar y luego decidiría qué hacer con lo que le contara.
—Quiero oírlo todo —le dijo.
Él asintió.
—Jamie y yo somos gemelos idénticos.
Tenía una cuenta que ajustar con Brady. No le había dicho ese pequeño detalle. De hecho, eso tendría que haber aparecido en el ordenador cuando Sammy investigó a su familia. ¿Por qué no constaba en los expedientes?
—Sigue.
—Yo estaba en el ejército hace dos años cuando Marseaux le jodió la vida a Jamie.
—Entonces tu hermano traficaba con drogas para Marseaux.
—No. —Esa negación rotunda no permitía discusiones—. Jamie no tomó nunca nada más fuerte que una aspirina y bebía cerveza en contadas ocasiones. Era bastante estrecho de miras y listo como un zorro… brillante, de hecho.
La admiración que apreciaba en su voz le tocaba la fibra sensible.
—¿Y cómo llegó a mezclarse con Marseaux?
—Papá murió cuando teníamos ocho años, así que solo estábamos los tres. Me fui al ejército en cuanto tuve la edad, pensando en ahorrar el dinero suficiente para enviar a Jamie a la universidad y yo poder formarme en la academia militar. Él tenía buenas notas pero no encontró ningún sitio donde le becaran. Mientras yo estaba fuera, declararon en ruina la zona donde estaban viviendo él y mi madre. La casa no era gran cosa pero era de su propiedad. Necesitaban más dinero para poder mudarse.
—Sé lo duro que ha sido todo desde el Katrina. Tengo suerte de que la abuela haya pasado tanto tiempo conmigo. ¿Qué hizo tu madre con la casa?
—Yo estaba en una misión, totalmente desconectado, o hubiera pensado en un plan. Jamie acudió a una de las supuestas empresas legales de Marseaux, un grupo de inversiones, para pedir un préstamo. El director le dijo que el préstamo era discutible pero si Jamie trabajaba para una de las empresas en las que tenían acciones, tendría mejores opciones con ese crédito limitado del que disponía. Jamie era brillante a la par que ingenuo. El típico genio que necesitaba ayuda incluso para atarse los zapatos. —Nathan sonrió; tenía la vista fija en nada en particular mientras un cálido recuerdo le pasaba ante los ojos.
Terri esperó a que continuara, pero empezaba a tener un mal presentimiento sobre dónde iba a parar.
—Sea como fuere, Jamie descubrió demasiado tarde que había caído en un nido de serpientes y que querían que hiciera de mula. Quiso salir, algo que nadie se atrevería a hacerle a Marseaux, porque entonces supone que vas a delatarle. Así que lo siguiente que supe fue por una llamada de Jamie en la que me decía que en una semana le iban a enviar a prisión. Además, acabábamos de enterarnos de que mamá tenía cáncer de ovarios.
Maldita sea, no podía imaginarse tener que asumir tanto en tan poco tiempo.
—Lo siento —susurró, aunque no estaba segura de que le hubiera oído.
—Dejé el ejército para… ocupar su lugar.
Ella se quedó helada.
—¿Quieres decir que volviste a casa para cuidar de tu madre?
—No. —Se inclinó hacia delante, apoyó los antebrazos sobre las rodillas y agachó la cabeza—. Me hice pasar por Jamie durante la última semana de juicio.
A principio no llegaba a entender lo que decía, luego fue consciente del panorama.
—¿Cumpliste condena por él? ¿Dos años en la cárcel?
Terri se había acercado también, esforzándose por comprender por qué alguien iría a la cárcel por voluntad propia.
—¿Por qué?
Él levantó la cabeza como si tuviera un resorte. Se levantó, imponente a su lado.
—¿Que por qué? Pues porque Jamie nunca hubiera sobrevivido. Hubiera muerto en una semana, si llegaba. Nuestra madre necesitaba a alguien aquí y yo… —Tragó saliva con fuerza. El dolor que se escondía tras sus ojos le partió el alma—. A diferencia de él, sabía cómo sobrevivir. Tenía que protegerles.
¿Pero quién le protegía a él?
Había ido a la cárcel para mantener vivo a su hermano. La mayoría de la gente solo podía soñar con ese tipo de amor y devoción. Podía imaginarse la agonía al descubrir que, a pesar de todo, habían matado a su hermano.
¿Cómo había mantenido la cordura?
Terri se le acercó y él retrocedió, receloso como un animal enjaulado.
—No todo el mundo es tu enemigo, Nathan. Seguro que hay alguien que quiere ayudarte si sales de ese muro que te has construido.
—Tú no puedes ayudarme. No quiero meterte en lo que estoy haciendo.
¿Cómo podía llegar hasta un hombre que pensaba de ese modo? ¿Cuánto tiempo llevaba luchando solo contra el mundo? Terri se rodeó con los brazos, reprimiendo así las ganas de abrazarle.
—Si ese es el caso, ¿por qué me besaste?
—No debería haberlo hecho.
—Eso no es lo que te he preguntado. ¿Por qué me besaste?
—Por el mismo motivo que tenía que olerte aquella primera vez. Te deseo. —Se la quedó mirando, estudiando su rostro, y luego añadió—: Pero no volveré a hacerlo. Te doy mi palabra.
Le conmovía esa sinceridad tan directa. Podría haber salido con una lista entera de excusas, pero optó por la cruda realidad. Y estaba segura de que le resultaba difícil admitir que quería algo para sí mismo. Que quería dejarla sin aliento. Ella le deseaba también, sin duda.
Nathan negó con la cabeza.
—No tendría que haberte besado. Voy a protegerte mientras averigüe qué quiere Marseaux. Necesito que hagas lo que te digo y no corras ningún riesgo. No quiero que te hagan daño.
Pero estaba dispuesto a desangrarse por todos aquellos que le importaban. Las emociones le hicieron un nudo en la garganta. Su sentido común y su formación en la ley y el orden no evitaron que se le acercara y le abrazara.
—No. —Estaba rígido como una estatua.
—Sí. —Le frotó la espalda de arriba abajo mientras le hacía cogerle la otra mano.
Él permaneció unos segundos más sin moverse, pero luego estalló la tensión que llevaba acumulada. La abrazó con una desesperación que dudaba hubiera demostrado antes.
Terri siguió acariciándole, con la esperanza de aliviar esa profunda melancolía. Él le había dado las gracias por haberle dejado abrazarla la otra noche. ¿Cuánto hacía que nadie le abrazaba?
Dos años de sobrevivir en la cárcel para luego salir a un mundo amargo donde había perdido a todos los que amaba.
Terri se estremeció al pensar en esa crueldad. En el dolor que debía llevar encima a cada paso del camino. Igual que ella. Nunca había conocido a su padre. Este se fugó en cuanto supo que su madre estaba embarazada y nunca regresó. En su primer año en la DEA le investigó y averiguó que había muerto hacía años de una sobredosis.
Terri era una adolescente cuando perdió a su madre y pensaba que nunca superaría ese dolor, pero aprendió a vivir con ello por la abuela, que la había acogido y amado.
Nathan no tenía a nadie.
Él le acarició el pelo para domarle los bucles una y otra vez. Luego la besó en la coronilla. Ella echó la cabeza hacia atrás y se asomó a sus ojos grises azulados.
—Ahora ya sabes por qué no quería contártelo —le dijo—. Me preguntaste si era un criminal, ¿no? Me ausenté sin permiso, defraudé al gobierno y oficialmente soy un ex convicto con antecedentes. Por eso te he dicho que la respuesta depende de tu punto de vista.
Brady le había dicho que desapareció en combate pero eso no podía decírselo sin divulgar una confidencia con un agente de la DEA.
—¿Te conocía Stoner cuando desapareciste?
Él asintió.
—Estábamos con otros dos en una misión que acabábamos de completar e iban a recogernos al día siguiente, es decir que íbamos a dar parte de la misión. Nos hubieran entretenido diez días más, mínimo. Y aún hubiera tardado más en que aprobaran un permiso para ir a casa con Jamie y mamá.
—Pero esta noche te ha cubierto las espaldas. —Quería que se diera cuenta de lo importante que era eso.
—Sí. Es la única persona en quien podría confiar, además de mi hermano.
—¿Y yo? ¿Es que no confías en mí?
Él le cogió el rostro con ambas manos y la miró con esos ojos tan atribulados.
—Visto lo que he compartido contigo esta noche, ya deberías conocer la respuesta.
Terri sonrió. No estaba segura de cómo acabaría todo esto, pero no podía tacharle como criminal.
—Tengo que esconderme mientras esté a tu lado o te verás en un aprieto para explicar qué haces conmigo.
Tenía razón en eso.
—Tienes que esconderte hasta que averigüemos quién mató a tu hermano y, además, tiene mucho interés en verte muerto. —Sentía su pérdida enormemente, y lo último que quería era hacerle más daño—. Siento muchísimo lo de Jamie.
Él asintió. Tenía los ojos llorosos.
—Yo también.
—¿Sabes dónde está su… ejem, cadáver?
Su mirada se oscureció.
—Sí. Llevé su cadáver a alguien para que le enterrara como era debido en una cripta, un amigo cuyo padre era amigo del nuestro. No quería que nadie cortara a mi hermano en pedazos durante una autopsia. Que lo añadan a mis crímenes.
Y Nathan volvió a su tono amargo, pero ella empezaba a darse cuenta de lo fácil que le resultaba a él esperar repulsa antes que comprensión.
—¿Sabes quién lo mató?
—Aún no, pero lo averiguaré. —La fría determinación en su voz le hizo temblar.
—¿Sabes qué hacía Jamie con Marseaux? —Terri tenía que ir con cuidado para no contarle nada que hubiera oído de Brady. Aunque no se llevara bien con la DEA, no quería joderle a él.
—No gran cosa. Visité a un par de asociados de Marseaux que me dijeron que Jamie trabajaba en la empresa, pero nada fuera de lo común. No sé por qué iría a trabajar a uno de los frentes de Marseaux.
«Porque la DEA hizo un trato con él para que se infiltrara, porque pensaban que Jamie eras tú y él creyó que podría ayudarte a salir de la condena en la que te había metido». Maldita sea, eso era horrible. ¿Cómo iba a recibir Nathan esas felices noticias? Le matarían.
Sabía que debía contárselo, pero no quería hacerle daño. Dios sabía que ya le habían herido lo suficiente. Lo único que deseaba hacer ahora era protegerle y sacarle vivo de ese embrollo. Y evitar que le metieran en la cárcel.
Le acarició el hombro con la mejilla.
—¿Entonces no crees que Jamie supiera que Marseaux estaba metido en eso?
—Creo que cuando murió ya lo sabía, pero no sé si era consciente de ello cuando fue a trabajar a la naviera. De saberlo, no entiendo por qué aceptó el empleo. No después de lo que habíamos hecho para que no fuera a la cárcel.
Ella cerró los ojos con fuerza. «Intentaba sacarte a ti». Pero decirle eso sería herirle más de lo que ya estaba. Nathan le había dado más sobre la operación de Marseaux que lo que había recibido de nadie, pero aún no había terminado. ¿Dónde terminaría esa rabia cuando supiera toda la verdad?
—¿Nathan? —Con cuidado trató de disimular su preocupación—. ¿Te dejó pistas sobre por qué le fijaron como objetivo?
—La verdad es que no. Tengo aquella nota que viste en la nevera y me hace pensar que sospechaba que podía estar en peligro. Había una insignia detrás del papel.
—¿Qué tipo de insignia?
Se sacó la nota del bolsillo trasero, desdobló el papel amarillo y le dio la vuelta.
Terri se quedó mirando el dibujo que ya había visto previamente. Conroy le había enseñado el mismo logotipo en la esquina de un papel de lino muy caro que había sido incapaz de localizar.
Ante el silencio de Nathan, ella levantó las cejas al ver su mirada expectante, obviamente esperaba que fuera más comunicativa. Su compañero había muerto justo después de descubrir el papel y compartir esa información con ella. Ella tenía demasiadas cosas encima. Había llegado al límite de lo que podía compartir, pero tenía motivos auténticos para no entregar a Nathan o contarle al BAD más de lo que consideraba necesario. Ahora él era su nuevo informador.
—¿Qué sabes de la muerte de Jamie? —preguntó él.
—Estuve examinando el cadáver de tu hermano en el depósito durante unos quince minutos. Se especulaba que trabajaba para Marseaux y podía haber intentado chafarle un intercambio de droga.
Fue una equivocación sugerirlo.
La mirada acerada de Nathan se volvió de un negro abismal.
—Jamie nunca trabajaría para…
—Oye, he dicho que «se especulaba», no que yo pensara que fuera un traficante. No conocía a tu hermano.
Nathan se apoyó en la pared y soltó un suspiro.
—Lo siento, pero estoy seguro de que cualquier implicación que tuviera con Marseaux era inocente.
—¿Dejó más notas?
—Imagino que sí, pero no las he encontrado.
—Por eso estaban abiertos los cajones en casa de tu madre.
—Sí, pero Jamie no dejaría notas en sitios tan fáciles de encontrar. En otras casas solíamos tener un escondrijo común para las cosas de valor. Nunca he vivido en esta. No sé dónde dejaría lo que fuera que quisiera guardar, pero sé que me hubiera dejado la información… en algún sitio.
Terri se fijó en las arrugas de cansancio y de preocupación que enmarcaban los ojos de Nathan. Necesitaba descansar. Ahora mismo no quería presionarle. Le señaló hacia la puerta con un movimiento de cabeza y le preguntó:
—¿Esa de ahí es tu bolsa?
—Esta noche me quedo aquí. Puedo echarme en el suelo.
—¿Y si te digo que no?
—Pues entraré cuando te hayas dormido y me tumbaré en el suelo igualmente.
Ella intentó no reírse por la irritación que le evocaban esas palabras. Sabía que lo decía en serio. Brady le advertiría que estaba pidiendo a gritos un peligro del que podía prescindir, pero había corrido mayores riesgos de adolescente que dejar que un extraño durmiera en el suelo una noche. Especialmente un hombre que le había salvado el pellejo más de una vez y podía ser la clave para descifrar esta investigación.
—¿Por qué no te das una ducha y luego me ducho yo? —sugirió ella.
—Se me ocurre algo mejor: acompáñame, duchémonos juntos.