Nathan puso primera a toda velocidad y salió disparado del café. Buscó la tarjeta de Terri en el bolsillo y tecleó el número con rabia. Estuvo a punto de chocar contra otro coche.
Tres tonos y la llamada pasó al contestador.
Entonces llamó a Stoner.
—¿Qué has averiguado?
—Demasiado para contártelo ahora. —No creía que la línea fuera segura. Los nubarrones se cernían sobre la ciudad como una especie de dosel sombrío.
—Ya entiendo. —Y sabía que era cierto.
—¿Dónde estás?
—En la I-610, cerca del aeropuerto. ¿Dónde quieres que nos veamos?
Con ningún otro sitio por dónde empezar, Nathan le dio a Stoner la dirección del contenedor y esperaba que Terri hubiera ido allí también para seguir investigando.
—Hazme un favor y pásate por la comisaría a verla. Di que ella te ha pedido que te pases, a ver si puedes conseguir información acerca de dónde ha ido.
—De acuerdo. Estaremos en contacto.
Nathan intentó llamarla otra vez. Buzón de voz. Pisó el acelerador a fondo.
•• • ••
La espuma blanquecina moteaba las olas en el canal. Duff navegaba tranquilamente con su Pro-Line de siete metros y miraba por encima del hombro como un buen navegante, para contemplar lo que dejaba atrás. Sin embargo, las orondas nubes se cernían en el aire sobre el horizonte de Nueva Orleans, como un inmenso edificio que parecía que le siguiera.
En fin, un tiempo perfecto para salir en barco.
El aire salado le despeinaba y se le introducía en la nariz. Le encantaba vivir tan cerca del golfo de México. Nueva Orleans era el lugar perfecto para vivir.
Le gustaban las tormentas, encontraba cierto consuelo en los truenos y relámpagos. Por eso se había unido a los fratelli cuando tenía diecinueve años cuando un general de Fra Bacchus se lo propuso. Hasta entonces no se había dado cuenta de lo mucho que deseaba formar parte de un grupo tan dominante. De poder crear un mundo gobernado por hombres brillantes con una visión de futuro y los recursos suficientes para asegurar el éxito de esa visión.
Cuando llegó a las dos últimas boyas del canal, levantó las hélices de los dos fueraborda y guio el barco hacia aguas menos profundas más allá del acceso. Dejó caer el ancla, ya que la tormenta estaba amainando a medida que se acercaba a la orilla, y así no tuvo que orientar el barco hacia el viento. Apagó motores y puso dos cañas de pescar en sendos soportes en la popa del barco. Sin embargo, de los anzuelos no colgaba ningún cebo.
Los relámpagos se dibujaron fugazmente en el cielo. Las gotas de agua salpicaron la cubierta y su rostro. Comprobó el amarre una vez más —la cuerda estaba tensa—, y bajó hacia el camarote, donde le esperaba su recompensa.
Era muy guapa: de piel cremosa, labios rosados y pelo rubio de verdad. Alguna vez se había llevado una decepción al ver que las cortinas no hacían juego con la alfombra, como sus compañeros de instituto solían decir en broma.
Se quitó la camiseta y los pantalones cortos, se quedó desnudo como cuando vino al mundo.
Ella abrió los ojos y miró a su alrededor desesperadamente, asimilando lo que la rodeaba. Tiró de las cuerdas que le inmovilizaban las muñecas por encima de la cabeza. A su vez, las cuerdas de nailon estaban atadas a un soporte que él mismo había preparado y clavado en el extremo del mamparo.
Cuando ella levantó la cabeza unos centímetros, le vio y puso unos ojos como platos.
—¡Suélteme!
Nunca. Esa mierda de reglas eran para hombres corrientes. Él era general de los Fratelli di il Sovrano, y estaba por encima de esas sandeces. Además, de momento el Fra le había dado carta verde para tomar sus decisiones. De esa manera pensaba él interpretar las instrucciones del Fra.
Se acercó más a la cama que él mismo había pasado horas construyendo de modo que casi todo el camarote era una especie de cuarto de juegos enorme. Odiaba golpearse la cabeza en cuartos más estrechos.
—Déjeme ir, por favor. —Intentaba zafarse moviendo las piernas pero esas preciosas extremidades estaban separadas y los tobillos asegurados también con cuerdas.
—¿De verdad creías que eso de «Déjame ir, por favor» iba a funcionar? —Se echó a reír.
—Por favor, no me haga esto —le dijo de manera entrecortada, con los pechos que subían y bajaban con elegancia tras cada aliento.
Excitante… pero eso no se la ponía dura.
Duff sacó un cuchillo del soporte que había en la pared y se dio unos golpecitos en la pierna con él. Los truenos retumbaban en el exterior, amortiguando sus gritos.
—¿No te acuerdas de mí, verdad?
—No me haga esto —le rogaba, con unos ojos vidriosos por el miedo.
Aunque rogar le había funcionado en el pasado, le hubiera gustado encontrar a una mujer que le gustara que la dominaran. Entonces podría haber sentado la cabeza y fundar una familia. Pero eso sucedía en la vida de algún cabrón con suerte.
—¿Qué quiere? —Seguía tirando de las cuerdas que le cortaban la piel hasta que dejó de resistirse, sollozando entre ruegos.
—Pienso decirte todo lo que quiero, pero sin prisas, ¿de acuerdo? Llevo mucho tiempo esperando tener una oportunidad contigo.
•• • ••
—¿Estaba allí? —le preguntó Nathan a Stoner. Sujetaba el móvil con una mano mientras conducía el Javelin por la carretera que llevaba al almacén de la policía donde custodiaban el contenedor. La lluvia golpeaba el cristal con fuerza y los limpia-parabrisas se agitaban rápidamente.
—No. Me costó un buen rato hablando con casi todos los de la comisaría, pero al final averigüé que Terri salió hacia el almacén hace una hora.
Justo lo que él temía.
—Ya debería estar ahí ahora mismo. Estoy a punto de llegar. —Aceleró y luego redujo al acercarse a la entrada, donde había coches patrulla aparcados. Rezaba por ver su pequeño Mini Cooper aparcado en el aparcamiento de gravilla.
No había ni rastro.
¿Por qué creía que su suerte iba a cambiar?
—He intentado contactar con ella varias veces, pero lo único que oigo es su buzón de voz. Quizá no haya venido aquí primero. —Nathan echó un vistazo al almacén y encontró un lugar donde dar la vuelta en la entrada de una empresa cerrada. Dejó el coche en punto muerto, pensativo.
No podía conducir en círculos una y otra vez.
—Oí algo en comisaría mientras me hacían esperar hasta que alguien me cogiera la llamada —añadió Stoner—. Conseguí colocar dos transmisores de corto alcance en sitios estratégicos mientras preguntaba por Terri para poder rastrear las conversaciones con el teléfono móvil. Un policía llamado Sammy que anoche vigilaba el contenedor ha desaparecido. Y alguien lo desvalijó.
—Eso quiere decir que ya no hace falta que nos preocupemos de que ese tipo vuelva al contenedor, pero Marseaux sigue allá fuera buscando a Terri.
—Y a ti también.
—Eso espero. Quiero encontrar a ese maldito cabrón de mierda.
—Lo sé. Me acercaré a su casa a buscar el coche.
—De acuerdo. Veo luces y agentes moviéndose alrededor del contenedor. Entraré a ver si Terri ha pasado por aquí antes. Si no encuentro nada en diez minutos, iré directo a su casa en la misma ruta que ella siguió el otro día. —No hacía falta que le dijera a Stoner que buscaría por si encontraba su coche abandonado.
Se le hizo un nudo en el estómago al pensar en la posibilidad de dar con el coche vacío en la carretera, pero trató de olvidarse de esa imagen desgarradora y se centró en localizarla. No quería perderla.
—Si no sé nada de ti cuando llegue a su casa, iré hacia donde estés —sentenció Stoner.
—Te llamaré en cuanto salga de aquí. —Nathan colgó y aparcó el coche donde no lo viera nadie, y luego se acercó al almacén de la policía andando. La lluvia amortiguaba cualquier ruido que pudiera hacer. Localizó la abertura de la valla que él mismo había practicado y luego la ocultó con una enredadera. En cuanto estuvo dentro, se movió sin hacer ruido de un lugar escondido a otro, hasta que pudo oír lo que sucedía en el interior del contenedor.
El agua se filtraba por la capucha de la sudadera y le empapaba la cara. Sin embargo, parecía no importarle el mal tiempo; estaba concentrado en la actividad que había alrededor del contenedor.
Un agente se paseaba frotándose las manos y luego se ayudó de la linterna para mirar el reloj. La frente se le arrugó por la impaciencia. Se quitó las gafas y las limpió con un pañuelo, luego metió la cabeza por la puerta abierta y dijo:
—Me voy a la garita a por café. ¿Quieres uno?
Le respondieron con un «no» apagado.
—Volveré en diez minutos.
—De acuerdo.
El agente bajó la pendiente sin darse demasiada prisa. Eso quería decir que había dejado a otro agente armado allí dentro.
Tenía diez minutos para echarle un vistazo al contenedor y averiguar si el policía del interior sabía si Terri había estado allí o no. Pero el policía podría pensar que él era quien había asaltado el contenedor con anterioridad. Con eso podría infundirle el miedo suficiente para no tener que recurrir a hacerle daño y sonsacarle así la respuesta.
En el exterior del contenedor habían instalado unas luces que funcionaban con baterías. No era el mejor escenario para mantenerse oculto, pero tampoco tenía tiempo para esperar a una situación mejor.
La vida de Terri podía estar en juego. Tenía que encontrar a alguien que supiera dónde estaba o bien cómo ponerse en contacto con ella.
Tomó un camino bastante largo para llegar a la parte frontal sin pasar por la zona iluminada. Un vistazo rápido a la garita le confirmó que el segundo agente no tenía mucha prisa en regresar bajo la fría lluvia.
Nathan se escabulló hacia la parte delantera. La puerta abierta impedía que le vieran desde la garita, lo que era un error de planificación por su parte pero una ventaja para él. La luz que emanaba del interior del contenedor se apagó.
Mierda. Tenía que detener al policía antes de que saliera de ahí. Miró el interior del contenedor, ahora a oscuras. ¿Dónde estaba el policía? Lo único que veía era una linterna que alguien había encendido y dejado en el suelo. Por detrás de un montón de cajas, cerca de la linterna, oyó unos pasos.
Con tres zancadas, Nathan llegó al lugar en el mismo momento que una persona le apuntaba con un arma.
—¿Qué cojones haces aquí? —le espetó Terri.
—¡Shhh! No hagas ruido —le ordenó.
—¿Ruido? El único ruido que vas a oír es el de la detonación de mi pistola como no dejes de aparecer así de repente. —Le fulminaba con la mirada.
¿Por qué estaba tan enfadada? ¿Y lo que le había hecho pasar ella a él durante la última hora? Se mordió la lengua para no contestarle ya que el agente uniformado podría regresar en cualquier momento.
—Oye Terri… —El agente había vuelto.
Sus ojos pasaron de mostrar enfado a preocupación en dos segundos. ¿Por él? Vaya, eso le había funcionado.
—¿Sí, Ed? —Miró alrededor y luego le señaló un espacio entre ella y las dos grandes cajas.
Nathan se agachó en el momento justo que las pisadas llegaban al umbral del contenedor.
—¿Cómo va por aquí?
—Muy bien. Pronto habré terminado.
Pronto no, terminaría ahora mismo. Nathan le agarró la pierna y la apretó.
Cuando ella le miró, él le sonrió y le dijo moviendo los labios:
«Vete ahora».
—El relevo llegará de un momento a otro. Tu coche no está listo aún. El mecánico ha dicho que no tocará la pieza hasta mañana a primera hora. Es una suerte que no te haya arrancado en el aparcamiento o te hubieras quedado tirada en mitad de la carretera. Puedo llevarte de vuelta a la comisaría o a casa si lo prefieres. Tú decides.
Nathan le apretó la pierna otra vez para que se moviera de una vez.
Ella le dio una patada en la espinilla.
Él apretó los dientes y luego optó por otra táctica para llamar su atención. Subió la mano por el interior de la pierna hasta llegar al muslo izquierdo y allí le masajeó el músculo.
Terri abrió la boca. Se lamió los labios y al final dijo:
—Ya estoy… lista.
Eso era lo que él quería oírle decir.
—¿Y si vas calentando motores? —le dijo ella al agente.
—Perfecto. Ahora mismo vuelvo a buscarte. —Se dio la vuelta para irse.
Nathan subió un poquito más la mano y ella gritó.
Los pasos se detuvieron.
—¿Dices algo, Terri? —preguntó el policía.
Ella le enseñó los dientes a Nathan.
—He dicho que no hace falta que vuelvas. Yo misma cierro y bajo enseguida.
—Te doy un minuto como máximo, Philborn ha llamado mientras estaba en la garita y me ha caído una buena bronca por dejarte sola tanto rato.
Eso es lo que debía hacer. Nathan no hubiera sido tan permisivo si a Terri le hubieran hecho daño.
—De acuerdo —dijo ella, casi sin aliento. Pero en cuanto dejaron de oírse los pasos, le apartó la mano de un manotazo—. ¿Pero qué crees que estás haciendo? —le espetó, furiosa.
—Sacarte de aquí inmediatamente, llevarte a casa y mañana ya recogerás el coche.
—¿Dónde vas?
—A tu casa, también.
—Bien, porque tenemos unas cosillas que discutir. —Cogió su bolso y la linterna, pero se detuvo al llegar a la puerta.
Nathan estaba justo detrás y se le acercó para susurrarle:
—Me quedaré cerca hasta que estés en el coche.
—Con el humor que tengo hoy, quizá será mejor que mantengas las distancias.
Pensaba que estaba enfadada por haberla sorprendido al presentarse sin avisar, pero parecía que le pasaba algo más.
—Creo que Ed está de vuelta —le advirtió ella, aún furiosa.
Nathan se escondió entre las sombras, sin perderla de vista mientras cerraba el contenedor y Ed la acompañaba al coche patrulla.
Cuando Nathan llegó a su Javelin, llamó a Stoner para decirle que había encontrado a Terri. Ambos acordaron ponerse en contacto por la mañana para que Nathan pudiera informarle de lo que había descubierto en el USB de Jamie. Terri debía de estar enfadada porque había interrumpido lo que fuera que estaba haciendo allí dentro, pero no le importaba.
Preocuparse por ella le había puesto muy nervioso. Lo único en que podía pensar era en ella a merced de Marseaux, un hombre incapaz de apiadarse de nadie.
Se aferraba tan fuerte al volante que los nudillos se le pusieron blancos. Por suerte, ahora estaba a salvo en ese coche. Aunque, por mucho que se dijera a sí mismo, no se tranquilizaría hasta que la tuviera al alcance de la mano. A partir de ahora mismo, Terri se quedaría a su lado. Y no estaba dispuesto a escuchar reproches.
Hasta que esto terminara, haría lo que él le dijera.
•• • ••
Terri le dio las gracias a Ed y subió por el caminito que llevaba a su casa. Tenía muy poco que decirle a Nathan, que esta noche había estado a punto de quedarse sin sus queridas joyas de la familia. Si Ed les hubiera visto juntos, no podría haber explicado qué hacía él allí. Philborn perdería los estribos y el BAD… ¿qué? ¿La mataría?
Sacudió la cabeza. «No pienses en el mal humor de Tee». No podía ser tan mala, ¿no? Había evitado a Carlos dos veces en lo que iba de día y siempre le prometía que tendría la información mañana.
Probablemente estaba dedicando más energías en el caso en India ya que no había conseguido aún pistas sólidas en el caso Marseaux, pero no podía seguir evitándole mucho más sin levantar sospechas.
Nathan apareció por la puerta trasera.
Ella dio un salto.
—Maldita sea, ¿quieres dejar de hacer eso?
—Claro, si tú me prometes que no volverás a asustarme así.
Había un tono de crispación en su voz. Terri abrió la puerta y le miró. ¿Por qué estaba molesto? Como si tuviera algún motivo para estarlo. Era ella la que tenía una investigación que había descarrilado, en la que se habían perdido pruebas, además, había desaparecido un agente y, si Conroy estaba en lo cierto, parecía estar todo vinculado con un posible ataque de algún tipo previsto para el lunes.
Si supiera quién planeaba ese ataque, qué tipo de ataque esperar y la ubicación o las personas en el punto de mira, podría avisar a las agencias pertinentes. Pero tal como estaban las cosas, ni siquiera podía informar al BAD porque Conroy la había convencido de que la gente detrás de ese ataque secreto se había infiltrado en las agencias del orden en muchos niveles. DEA, FBI, policía local… ¿quién le decía que no estaban también en el BAD?
Hasta que encontrara el origen o información fiable sobre el ataque, no se arriesgaría a contárselo a la persona equivocada en un grupo de la ley y el orden que pudiera matarla luego.
Terri dio dos pasos hasta la cocina, donde estaba encendida la luz de la campana, dejó el bolso sobre la mesa y se dio la vuelta para decirle a Nathan lo que de verdad pensaba.
Este cerró de un portazo y se acercó a ella.
—Esta tarde me has puesto en apuros. —Terri quería ser la primera en poner sus quejas sobre la mesa.
—Pues tú me has dado un susto de muerte. —Él no iba a aflojar el ritmo hasta que la estrechara entre sus brazos y la besara.
Y tanto que lo hizo.
Terri perdió la cabeza en cuanto él la acarició con los dedos. Se olvidó de su enfado y del suelo que había bajo sus pies ya que le parecía que flotaba en el aire. Los labios de él la recorrían con urgencia, con desesperación. Ella no tenía ni idea de por qué había cambiado de parecer, pero tampoco iba a quejarse.
Con el corazón desbocado, se frotó contra él, desafiándole a apartarse de ella. Pero su inhalación brusca la animó a volver a hacerlo.
Terri le acarició el pecho y notó su corazón latiendo con fuerza por el roce. Ella se apartó.
—¿Qué te pasa?
—No te encontraba por ningún sitio. No me cogías el teléfono. Pensé que Marseaux te había cogido. —La furia salvaje en sus ojos debería de haberla asustado, pero sabía que no iba dirigida a ella. Le preocupaba que le hubieran hecho daño, o algo peor.
Se preocupaba por ella. Había perdido tantas cosas que sabía que no quería volver a sentir nada por nadie otra vez, y eso avivaba su enfado.
—Lo siento, se acabó la batería. Me enfadé y lo tiré al asiento del pasajero. Pero luego el coche no arrancaba y tenía prisa por llegar al contenedor, así que me lo olvidé allí dentro —dijo, y luego se apresuró a besarle en la cara, el cuello, los labios…
Él dudó. Ella notaba la guerra que se libraba en su interior para hacer siempre lo correcto y se apartó. No si tenía algo que decir al respecto, y ella estaba dispuesta a hacerse escuchar. Encontraría la manera de solucionar la situación y salvarle de sí mismo.
No le dejaría desvanecerse en la noche. Había vivido entre las sombras demasiado tiempo y se merecía algo de luz. Lo cogió por la pechera y lo atrajo hacia sí.
—Acaríciame. Por todas partes.
Nathan tragó saliva. «No me digas eso». Su autocontrol pendía de un hilo por lo que respectaba a Terri. No quería tocarla pero en cuanto entró en esa casa y la vio, perdió toda esperanza de mantenerse alejado de esta mujer.
Los labios de ella rozaron los suyos. Ahora mismo agradecería algo de ayuda.
—¿Me deseas? —le susurró tan de cerca, que él sintió cómo las palabras le rozaban la piel y la quemaban.
Justo le preguntaba si la deseaba y entre los dos apareció una apremiante erección. Nathan abrió los ojos y se quedó mirando su rostro, de pura pasión.
«Vete. Vete ahora mismo».
La deseó desde el primer momento que olió su perfume y lo ocurrido la noche anterior no había hecho más que aumentar el nivel de lo que quería. Olía a una vida entera de regalos envueltos en dulzura y una piel sedosa. Nathan se acercaba peligrosamente al filo y se debatía, buscaba la fuerza para resistirse a ella.
Ella le dijo:
—Estoy caliente y húmeda por ti.
Toda la sangre que le circulaba por el cuerpo fluyó disparada hasta la ingle para celebrarlo.
Esta vez la caída fue más rápida y más dura.
La abrazó con más fuerza y la levantó; los labios se fundieron en un beso ardiente que parecía no tener fin. Ella le rodeó el cuello con los brazos y lo atrajo hacia sí, más cerca de la llama.
Ella le deseaba ahora, en la oscuridad de la noche, pero ¿qué pasaría más tarde, cuando el sol volviera a inundar el mundo?
Terri jadeó y masculló ciertas demandas que no podía rechazar. Ya se preocuparía más tarde, cuando sus labios no fueran como una navaja que le desgarraba la piel.
La apoyó contra una pared y le hizo levantar los brazos por encima de la cabeza. El apasionado beso lo dejó fuera de órbita, igual que su capacidad para razonar y pensar. Ella lo envolvió con su cuerpo, frotando su erección, que latía con cada roce.
Nathan le soltó los brazos y le quitó la chaqueta, luego le desabotonó la camisa y dejó que cayera al suelo.
La visión de su cuerpo bañado de luz le dejó sin respiración esta vez.
Sus exuberantes curvas, la piel suave y unos pechos perfectos. Era una mujer increíblemente espectacular.
Terri alargó los brazos para aferrarse a su camisa que procedió a quitársela rápidamente por la cabeza. Él sostuvo su rostro entre las manos y la besó, perdido en la sensación de su boca con la suya. Le bajó la cremallera y le empujó los vaqueros hacia abajo.
Nathan tensó los músculos al notar sus manos por doquier, pero no iba a quejarse. Entonces introdujo los dedos en los calzoncillos y se los fue bajando mientras le besaba en el abdomen y jugueteaba con su ombligo. Acarició su erección y la levantó ligeramente antes de rozar con el dedo su húmeda punta.
Nathan se apoyó en la pared con ambas manos e hizo un gran esfuerzo por no correrse y, en aquel momento, contuvo la respiración.
Con la otra mano, ella le masajeó los testículos lentamente.
Él jadeó y apretó los dientes por la presión que notaba en la ingle. Alargó los brazos hasta encontrarla y la subió hasta incorporarla de nuevo.
—Te deseo, me apetece mucho esto, pero si no me paro ahora y me pongo un preservativo… no va a poder ser.
—Hay uno… en mi mesita de noche —dijo entrecortadamente.
Él la abrazó; le encantaba sentirla entre sus brazos. Ella le rodeó la cintura con las piernas y él terminó de desvestirse. Fue hacia el dormitorio, donde la bajó hasta el suelo y la besó. Alargó el brazo para llegar a la mesita, encontró el tirador y la abrió mientras ella le torturaba una y otra vez. Si seguía así, el polvo iba a ser más rápido que la primera vez que follaron. En esta ocasión pudo ver bien el cajón y con cierto alivio observó que no tenía una caja muy grande de preservativos.
Terri se lo quitó de las manos y lo llevó al borde de la locura cuando se lo puso.
Levantó esa mirada felina de ojos verdes y se lamió los labios. En sus venas, la sangre fluía como lava derretida que impulsaba su erección.
Iba a explotar, pero no hasta que ella lo hiciera.
Ella lo empujó hacia la pared y le acarició el torso, las caderas y luego cada vez más cerca de su pene. Él le agarró las muñecas con una mano y se las levantó por encima de la cabeza, luego la puso a ella contra la pared.
Volvió a besarla. Madre mía, era puro fuego ardiente.
Lentamente, se arrodilló y tanteó con la lengua su suave piel. Hizo una pausa para disfrutar de sus pechos hasta que sus jadeos le amenazaron con destruirle. Nathan le bajó los pantalones hasta los muslos y se detuvo.
Le besó las finas braguitas de seda que cubrían su objetivo y luego introdujo un dedo entre las piernas y empezó a trazar círculos alrededor de su clítoris.
Ella empezó a temblar y se aferró a sus hombros.
—¡Nathan!
Con un dedo, empezó a bajarle las delicadas braguitas muy poco a poco, junto con sus pantalones, hasta quitárselo todo. Por el camino iba besando sus piernas torneadas. Le pasó una mano por el interior de una pierna, regresó a la unión de ambas y se hundió en su calor, mientras tanteaba sus pliegues con dulzura.
Su lamento vibró en la habitación, amenazándole con desintegrar su disciplina, que menguaba con cada jadeo. Se abrió de piernas y le permitió el acceso al paraíso.
Nathan siguió acariciando esa región tan delicada. Su respiración entrecortada y los gemidos contenidos le alentaron a seguir dándole placer. Se tensó por lo que pareció un minuto muy largo, anhelando alcanzar ese punto y luego arqueó la espalda que acompañó con un estremecimiento. Su suave gemido de victoria retumbó en la oscuridad del dormitorio.
Nathan la sostuvo mientras se incorporaba, la acogió entre sus brazos y la levantó.
La pasión abrasaba en su mirada. Volvió a rodearle la cintura con las piernas y él tuvo que contenerse para no entrar en ella en ese momento. La levantó aún más arriba, besándole los pezones con movimientos circulares de la lengua. Ella se contoneaba y se frotaba aún más contra su erección.
—Quiero… quiero sentirte ahora.
Nathan recorrió con la lengua el camino sensual entre sus senos, luego subió hasta la barbilla y la oreja y la bajó despacio, hundiendo la cabeza de su erección. Cada músculo se estremecía por la tensión de la espera, tirantes por la expectativa de ese momento en el que su calor le envolvería por completo.
Terri le clavó las uñas en los hombros, arqueó la espalda y le apretó los pechos contra su torso.
Cuando Nathan terminó de entrar en ella totalmente, ella gimió. Él jadeó y se quedó inmóvil un instante, tratando de conservar suficiente sangre en la cabeza para mantenerse erecto. Nada en sus anteriores tentativas igualaba la sincera respuesta de la mujer que tenía en brazos.
Besarla había llevado sus fantasías a otro nivel. Cuidar de ella había sido un placer no exento de tortura. Hacerle el amor iba más allá de su imaginación. Y él que se creía un pensador de lo más creativo.
Terri se movía hacia arriba y hacia abajo, pidiéndole más. Llegados a este punto, estaba claro que Nathan no iba a decirle que no aunque era más bien un «aún no».
Él embistió con más fuerza, entrando en ella más adentro y la llevó hacia atrás para que la pared le sirviera de apoyo. Con los dedos acariciaba las tersas cimas de sus pezones y ella le hundió aún más las uñas. Inclinando la cadera hacia delante, la penetraba y se retiraba con movimientos acompasados; era un esclavo de sus gemidos. Le rozó un pezón con el pulgar, entreteniéndose en su delicada punta, y luego bajó la otra mano entre los dos.
La presión que notaba en la ingle amenazaba con explotar en cualquier momento, pero contuvo esa necesidad de un modo implacable. El viaje iba a ser más largo esta vez. Se hundió en ella más y más profundamente, y luego más rápido.
—Vamos, cariño —le decía, encantado con su respuesta.
La necesidad de su propia liberación le retorcía las entrañas y le amenazaba con adelantarse peligrosamente. Le acarició los rizos y jugó con el calor que encontró.
Ella se le aferró con las piernas con fuerza mientras se arqueaba, en otro arrebato de pasión. Cuando se dejó caer sobre él, Nathan le cogió las nalgas con ambas manos y le embistió con ganas.
Perdió el control y los espasmos le sacudieron desde su centro de placer. Los músculos cedieron ante esa pasión desbordada. No supo cuándo terminaron los escalofríos, solo el momento en que perdió la realidad de vista para luego hallarse abrazado a ella, besándola en la cabeza, ambos recuperando el aliento.
Le vino una idea extraña que le liberó de la mazmorra de su alma antes de que su conciencia pudiera bloquearla.
Quería a esta mujer hoy, mañana… para siempre.
Terri le besó en el pecho. Tenía un sabor salado y masculino. La esencia del amor nublaba el ambiente.
Se aferró a él cuando la llevó por la habitación y la acostó en la cama, luego le vio irse hacia el lavabo. «Su cuerpo cincelado no tiene ni una pizca de grasa».
La primera vez que notó su presencia en la oscuridad se imaginó que era una rata de gimnasio pero poco creía ella que fuera todo un adonis.
Regresó con una toalla húmeda y ella le dejó que la limpiara, luego se tumbó en la cama y la abrazó, envolviéndola con su cuerpo de forma protectora.
Nathan la había rescatado en más de una ocasión, pero esta vez de las garras de la desesperación. No era porque no supiera qué quería o porque no fuera de las que se casan.
Terri al fin se dio cuenta de la verdad. Nunca había querido arriesgarse a preocuparse por una persona como lo hacía por Nathan y nunca había conocido a un hombre al que temiera perder. Pero ahora no quería ni oír hablar de perderle, no cuando acababa de encontrarle. Una satisfacción repentina la embargó, abrigándole el alma.
¿Y Nathan estaría dispuesto a luchar por su libertad y quedarse? Creía que no tenía futuro. Se había ganado su confianza, pero ¿podría ganarse su corazón?
La sensación de bienestar empezó a difuminarse.
La inseguridad le había vuelto a ganar terreno a su satisfacción. Ella le había dicho que no buscaba compromiso, que no quería complicarse. Pero algo había cambiado y ahora no quería rendirse, pasara lo que pasara.
Él la besó en el pelo.
—Solo estás callada cuando estás pensando. ¿Qué sucede?
Ella inspiró hondo, intentando que parte de esa satisfacción regresara para luchar contra sus dudas.
—Tú, espero. —Él le dio un pellizco en el trasero y la hizo sonreír.
Si solo tenía el presente con él, lo aprovecharía al máximo y aceptaría su decisión cuando llegara el momento, si es que él estaba realmente decidido a irse. Pero eso no significaba que no pudiera intentar hacerle cambiar de opinión. Nathan había dado la vida por su familia, había hecho cualquier sacrificio que se le pidió. A ella le importaba demasiado para pasar a ser otra persona más para la que tuviera que sacrificarse.
No quería esperar más de él de lo que él pudiera ofrecerle. Si ahora le rompían el corazón, no podía echarle las culpas a Nathan.
Él la hizo rodar por la cama y la besó. Se hizo fuerte en esa posición, encima de ella. La besó con ganas pero con infinita ternura; de la manera en que un hombre debía besar a una mujer. Ella le acarició el pecho y notó una herida que no había cicatrizado aún. Tenía que ser de la cárcel. Terri se incorporó un poco y la besó. Ojalá pudiera llegar a todas sus heridas tan fácilmente.
Él le acarició la pierna y se detuvo a la altura de esa cicatriz tan fea en el interior de su pierna derecha.
—¿Te duele?
—Ahora mismo no.
—Esta vez será mucho más lento —le dijo, y luego le dio un mordisquito.
—Como si mi corazón pudiera soportarlo.
—Tu corazón puede con todo.
Y eso esperaba. De cualquier modo, ella estaba empeñada en intentarlo y en llevarlo todo, y a él, hasta el límite.