«Que le acompañe? ¿Que me duche con él?».
Terri parpadeó, incrédula; no sabía cómo responder a esa oferta tan atrevida. La respuesta más adecuada era «no», si es que conseguía que cuerpo y mente se pusieran de acuerdo. Debería establecer unas reglas básicas para la convivencia, por muchas ganas que tuviera de ver ese cuerpo desnudo.
La conciencia que había desarrollado desde que se fuera a vivir con su abuela tenía que ser lo que motivó su respuesta:
—No lo creo.
Él estuvo a punto de sonreír. Pero solamente a punto.
—No me refería a dentro de la ducha, técnicamente, sino en el lavabo para que pueda oírte.
Sí, claro. ¿En qué universo estaría este bello ejemplar interesado en verla desnuda? Actuaba como si la deseara en la oscuridad pero ¿a la luz del día? Quizá no. Se esforzó por encontrar una réplica que le ayudara a esconder el rubor que le encendía las mejillas. Pero él le ahorró las molestias al mirarla de arriba abajo con una intimidad manifiesta.
—Puedes darte la vuelta cuando salga… o no.
Ahora notaba calor no solo en el rostro. «No pienses siquiera en sentarte cerca de ese hombre, desnudo y con el agua resbalándole por ese cuerpo terso y cincelado. Respira hondo y dile —otra vez— cómo funcionan las cosas».
—Aprecio tu preocupación pero estoy segura de que lo peor que puede pasarme sin ti es que me haga un corte con un papel. Tenemos que respetar el espacio personal o no dejaré que pases la noche aquí.
Y ahí estaba ese esbozo de sonrisa otra vez. Seguía dudando de sus habilidades.
Tendría que haberle disparado cuando tuvo la oportunidad.
—Las toallas están en el armario del lavabo.
—Ahora mismo vuelvo. —Nathan se dio la vuelta y desaparecido en el salón para regresar inmediatamente después y cerrar la puerta de la cocina con pestillo—. Ambas puertas están seguras. ¿Hay ventanas abiertas?
—No. —Se llevó una mano a la cadera—. ¿Quieres montar un sistema de monitorización del perímetro ya que estamos? Sé dónde hay una tienda de electrónica que no cierra nunca.
—Buena idea. Entonces puedo construir un chip de identificación por radiofrecuencia para inyectártelo luego y poder controlar tu paradero las veinticuatro horas.
Ella puso los ojos en blanco. Era incansable.
—Lo que sea. Dúchate para que luego pueda entrar yo. —Cogió el bolso y lo dejó en su dormitorio, luego se alejó por el pasillo. Cogió un par de toallas del armario de la ropa blanca que había junto a la puerta y luego entró en el pequeño lavabo.
La abuela había reformado algunas cosas a lo largo de los años salvo esta habitación. La casa de ochenta años de antigüedad no había cambiado demasiado, lo que significaba que había el espacio justo para una persona. Otro motivo más por el cual Terri no tenía intenciones de permanecer en ese cuarto mientras él se duchaba. Desnudo. Mojado. Hermoso.
De repente notó que la ropa le apretaba y le producía demasiado calor, sobre todo en ese espacio tan limitado. Dejó la ropa sobre la encimera, junto a la pila y se dio media vuelta para gravar esa imagen erótica en su mente pero de repente, se topó con Nathan, cuyo cuerpo era tan sólido como las paredes de la casa.
Él la cogió por los hombros para detenerla.
—Oye, ¿qué sucede?
Cada centímetro imponente de él le bloqueaba el paso. El destello de calor que le iluminó la mirada le aceleró el pulso y agravó aún más su vergüenza, que sacó lo peor de ella: un temperamento de mil demonios.
—No te me aparezcas así de repente, joder —le espetó cual arpía, pero cada vez que se acercaba a hombres atractivos se convertía en una idiota de remate.
—Me dijiste que entrara.
—No seas tonto. Apártate.
A él le brillaron los ojos.
—No —dijo meneando la cabeza lentamente—. No te quiero tan lejos mientras me ducho. Me veré obligado a atarte al retrete.
Por el momento no podía ir demasiado lejos tampoco.
—Mira, amigo. Tengo una buena formación. Estoy harta y llevo un arma cargada encima. Deberías prestar especial atención a lo del arma cargada cuando me estás molestando.
—¿Y por qué estás tan molesta?
Otra vez se había metido ella solita en un aprieto, pero no quiso perder la batalla.
—Pues no lo sé. Quizá porque tengo en mi casa a un hombre que tanto la policía como la DEA creen que está muerto… y cuyo cadáver están buscando. Y si le encuentran en mi casa, el último resquicio de carrera que me quedaba se habrá terminado. ¿Tienes idea de si en McDonald’s necesitan personal? Puede que necesite enchufe. —Se cruzó de brazos, haciendo caso omiso de la vocecilla en su interior que se mofaba de ella por evitar lo más importante: lo mucho que odiaba perder el control de las cosas.
Estar tan cerca de este hombre le volvía el mundo patas arriba.
Nathan se perdió en sus ojos verdes, unos ojos inteligentes que le juzgaban en cada parpadeo. Y era lo que debía hacer. La irritación se mezclaba con la curiosidad. Le gustaba pensar que la curiosidad era puro interés femenino, pero no quería llevarse a engaño. Esta mujer era una agente del orden.
«Ten eso en cuenta si quieres conservar la esperanza de seguir libre y dar caza al asesino de Jamie».
Si aún le quedaba instinto de supervivencia, no debería pasar la noche en la misma casa que la voluptuosa Terri Mitchell, pero no iba a dejarla sola después de lo que había pasado esta noche.
Por no decir que Marseaux volvería a por los dos y Terri sería la más fácil de localizar.
—Arrea. —Ella inclinó la cabeza e hizo un gesto exagerado de impaciencia.
Nathan no estaba acostumbrado a que le contradijeran pero no tenía modo de mantenerla encerrada allí dentro.
—Hagamos un trato.
—Te escucho.
—Enciende la luz del pasillo. Coge la pistola y siéntate en un rincón oscuro de tu habitación hasta que yo salga. Ahora mismo es el lugar desde donde podrás defenderte mejor. Sé que eres una agente bien formada, pero también has visto qué clase de monstruos son y lo que le hacen a la gente tan capaz como tú. Así que, por favor te lo pido, por mi cordura, hazme caso.
Vio cómo se lo pensaba. Esta mujer se tomaba su palabra muy seriamente o le hubiera dicho que sí solo para que se fuera. Su respeto hacia ella subió unos peldaños más.
—De acuerdo, pero solo para poder ducharme luego, antes de que amanezca. Pero ni se te ocurra pensar que vas a llevar la voz cantante en mi casa o en mi investigación.
—No se me había pasado por la cabeza. —Debería decirle la verdad, que iba a llevar la voz cantante para mantenerla con vida, pero dado su humor actual, su orgullo podría anular su sentido común.
Nathan salió hacia atrás. Cuando ella se dio la vuelta y se alejó por el pasillo, esperó a que entrara en su dormitorio con el arma antes de ducharse y afeitarse en un tiempo récord. Fuera del lavabo, salió al pasillo bien iluminado y aguzó el oído por si oía ruidos. En dos zancadas, metió la cabeza por el umbral lentamente y susurró:
—¿Terri?
—¿Qué?
Esbozó una sonrisa al oír ese tono tan molesto.
—Tu turno.
Se le ajustó la vista a la oscuridad mientras ella salía del rincón más lejano junto a la ventana. Buena elección.
Ella abrió un cajón, lo revolvió, luego lo cerró y finalmente sacó una bata rosa del armario. Nathan se hizo a un lado cuando ella se acercó a la puerta. En cuanto salió a la luz, vio lo que había sacado del cajón: un tanga de encaje de color rojo cereza pensado para hacer que un hombre suplicara a sus pies.
Se le secó la boca tan deprisa que no podría haber hablado ni aunque esas palabras pudieran salvarle la vida.
Ella captó la dirección de su mirada y se quedó inmóvil.
La tensión se cernió sobre los dos e hizo que Nathan desviara la atención de la braguita a su rostro. Los ojos de Terri asimilaban todo lo que él había dejado al descubierto en ese breve momento.
Supo sin duda que ella le había leído el deseo en el rostro. ¿En el rostro?, maldita sea, había visto más que eso. Estaba tan empalmado como el cañón de la SIG que ella sostenía en la otra mano y le resultaba difícil disimularlo dentro de esos vaqueros.
Carraspeó, tan incómodo como en su primera cita.
Ella le sonrió… maldita mujer.
—Me alegro al ver que una ducha caliente no se ha cargado tu virilidad. —Bajó la vista hacia su entrepierna y luego lo esquivó rápidamente.
Menuda diablesa.
—Terri.
Ella se detuvo y se dio la vuelta.
—¿Qué?
—Una pequeña advertencia solamente.
Su máscara de confianza vaciló un instante, pero supo refrenar esa inseguridad momentánea.
—Dime.
—No tientes a un león que ha estado dos años vagando solo por la selva.
•• • ••
Terri se dio la vuelta en la cama por cuarta vez en veinte minutos. ¿Cómo podía estar él cómodo en el salón, y en un sofá que era medio metro más corto que él?
Sin embargo él no quiso oír hablar de comodidad; dijo que el mejor sitio era aquel desde el que pudiera oír a alguien entrar por alguna de las dos puertas.
Apartó la manta de una patada y salió de la cama. El parqué estaba frío, un cambio que agradecía porque se estaba asando debajo de las sábanas. No tenía pensado ponerse más que ropa interior para acostarse pero tampoco podía corretear desnuda por la casa, así que se puso una camiseta interior que apenas le llegaba a las braguitas rojas.
Se acercó a la ventana y apartó las cortinillas con los dedos para mirar a través de las rendijas de la persiana. Se dio la vuelta y se paseó por la habitación iluminada por la lamparita. Quizá encendería la mini lámpara de lectura para leer un rato. Cuando llegó al montoncito de novelas por leer, se oyó un estruendo fuera.
Nathan apareció de la nada y entró a la habitación de un salto, agarrándola de bajada al tiempo que caían sobre la cama como si fueran uno solo. Entonces se dio la vuelta para dejarla a ella debajo.
—¿Qué sucede? —Forcejeaba para moverse, pero él la tenía bien sujeta.
—Shhh.
¿Era por ese ruido?
—Eso era el petardeo de un tubo de escape, no un arma.
Él no dijo nada. Eso bastó para acallarla. Terri se retorció hasta que pudo verle el rostro, entonces deseó no haberlo hecho.
Vio la mandíbula apretada, las mejillas prominentes y los ojos oscuros de un depredador peligroso que se anticipaba al miedo y se preparaba para atacar. Miró por la ventana pero sabía que aguzaba el oído por si oía algún cambio o un ruido.
Terri se notaba el corazón acelerado. Este hombre había estado en las Fuerzas Especiales y había sobrevivido a dos años de cárcel pero nunca le haría daño. Lo sabía con una certeza en la que no había querido pensar mucho, y aún menos creer. Su mente evocaba sermones que ella volvía a desterrar, preparada para volver a confiar en su instinto.
Había intimado con un par de hombres que creía especiales, pero se dio cuenta de que ninguno se hubiera jugado el cuello por ella. Nathan lo había hecho y más de una vez.
Incluso ahora, la protegía con un cuerpo hecho para la fuerza. Unos músculos definidos le cubrían el torso. Flexionó un brazo y se le marcó el bíceps sin querer, esculpido tras horas de ejercicio implacable, sin duda. Su pecho se cernía sobre ella en actitud protectora, pero a la vez se ayudaba de los fuertes antebrazos para no hacerle cargar con su peso. Salvo de cintura para abajo, donde se rozaban de una forma íntima. Ella notó su mirada antes de levantar la vista. La delicada tela de las braguitas dejaba claro su estado de excitación. Lo único que tenía que hacer era levantar las caderas para sentir cada centímetro.
«No tientes a un león que ha estado dos años vagando solo por la selva».
Ya se lo había advertido. Ella sería la responsable si sucedía algo después de eso. Le daba vueltas la cabeza de tanta indecisión. «No dejes pasar esta oportunidad. Está interesado. No seas tonta. Es un fugitivo». Cerró los ojos. Ojalá pudiera acallar los pensamientos tan fácilmente.
Podría usar la excusa del ruido afuera para disipar ese calor que estaba a punto de estallar entre ambos. O sugerirle que la dejara levantarse para ir a preparar algo de café ya que ambos estaban despiertos.
Abrió los ojos. Él la escudriñaba con una mirada que se oscurecía por momentos, hasta que esos ojos le recordaron a una negra nube de tormenta esperando a deshacerse en rayos y truenos. Él respiraba con dificultad; el pecho le subía y le bajaba rítmicamente.
Cuanto más se perdía en su intensa mirada, menos le importaban los tubos de escape, el café o moverse aunque fuera un centímetro.
Se lamió los labios, perdida en la tempestad que se fraguaba entre los dos. Levantó una mano y le acarició el rostro.
Él cerró los ojos y sintió un escalofrío. Saber que podía excitarle tanto era estimulante. Nunca se había creído una tigresa o una diosa del sexo, pero ver a este hombre imponente reaccionar así a sus caricias era embriagador. Y muy tentador. Quería más.
Terri le frotó la mejilla y luego bajó un dedo hasta sus labios. Él se lo besó y luego lo succionó para mordisquearlo suavemente y juguetear con la lengua. Después le dio un beso en la palma mientras le enredaba la mano en el pelo.
Ella llevó la otra mano a su pecho y notó que se aceleraban sus latidos. Él bajó la mano hasta su nuca y pasó los dedos sobre su piel sedosa, atormentándola con la ligereza de su tacto.
Terri cerró los ojos y dejó que se intensificaran los otros sentidos. Se dejó llevar por su esencia masculina, estimulando así partes de su mente y de su cuerpo que habían permanecido latentes demasiado tiempo.
Notó sus dedos rozándole los hombros y bajando hasta el pecho. Contuvo el aliento, esperando sus caricias con anticipación… hasta que su dedo encontró un pezón que tiraba de la fina camiseta. Sujetó el tierno brote entre los dedos y lo rozó con el pulgar despacio, torturándola poquito a poco.
La sensación bajó hasta donde apretaba los muslos. Entre ellos se notaba cálida y húmeda, necesitada. Levantó las caderas hasta rozarle y él gimió, para luego quedarse quieto, como sin aliento.
—Terri, soy un caso perdido.
—Yo no lo creo.
Él clavó la vista al frente, tragó saliva y luego le lanzó una mirada tan preñada de anhelo que sintió que quería derretirse.
—No puedo qued…
Ella le cubrió la boca; no quería oír nada porque sabía con certeza que le contaría la verdad más desgarradora. Por supuesto, pensaba salir corriendo pero ella quería tener la oportunidad de evitarlo. Si se lo contaba, huiría de sus brazos, siempre dispuesto a proteger a los demás.
Bueno, esta vez no. Nunca conocería a un hombre como conocía a Nathan. Podría vivir con las consecuencias, pasara lo que pasara.
Terri le acarició la mejilla, recién afeitada.
—Deja de tratarme como si no pudiera tomar mis propias decisiones. Tengo claro a qué nos enfrentamos, quién eres, y cuál es mi papel en todo esto. Eso no cambia el hecho de que quiero que me hagas el amor, me recorras, me acaricies y me beses.
Su aliento se estremeció y en su mirada se reflejaba su lucha interna, pero supo mantenerse fuera del alcance emocional.
Ella había luchado por todo lo que había querido en la vida y ahora no dejaría de hacerlo.
—Quiero sentirte dentro de mí…
Él le cubrió la boca con la suya en un beso salvaje y hambriento. Ella le pasó la mano por el pecho y la espalda. Su pelo le rozaba la mejilla y las puntas le hacían cosquillas en los dedos, que ella desplazaba por los músculos que se dibujaban en su espalda.
Sus labios le pedían más pero ahora con más ternura, mientras jugueteaba con la lengua. El beso era más dulce, como si él se hubiera dado cuenta de que no iba a huir sino que le atraía hacia ella. Estrecharle era como abrazar a un jaguar; fuerte, peligroso e impredecible. Se había arriesgado a probar el lado salvaje de este hombre, a confiar en sus instintos para demostrar que no se había equivocado con él.
Entonces Nathan bajó hasta su cuello con unos labios lánguidos y apremiantes a la vez. Ella levantó las caderas y se frotó contra esa erección impresionante.
Todo él se puso tenso. Aspiró profundamente y levantó la vista hacia ella con unos ojos oscuros tan cargados de lujuria que se hubiera asustado de tratarse de otro hombre.
—No soy una muñeca de porcelana que debas tratar con mucho cuidado, Nathan. No te tengo miedo.
Entonces soltó la respiración contenida:
—Eres increíble.
Introdujo dos dedos bajo el reborde de encaje de la camiseta que fue levantando poco a poco, obligándola a levantar los brazos mientras la desnudaba de cintura para arriba. Cuando hizo el amago de bajarlos, le susurró:
—Agárrate a las barras de la cabecera.
No estaba segura de si el escalofrío que sentía era por las expectativas o por esa promesa de que necesitaría donde sujetarse.
Cuando se agachó para rozar sus senos con los labios y las manos, Terri se dio cuenta de que se trataba de lo segundo. Con la lengua le rozó un pezón erecto y ella se contrajo entera por el estallido de exquisito dolor. Con el pulgar le frotó el otro pezón, una, dos y otra vez más. Ella gritaba y le rogaba mientras hacía fuerza con los dedos de los pies. Él le besó el botón y se lo llevó a la boca para rozarle la punta con la lengua mientras lo succionaba y ese doble movimiento la volvía loca. Con el pulgar seguía rozándole el otro pezón tan lentamente que el contraste de fricciones le arrancó las lágrimas.
Se echó a temblar, estremeciéndose por la arremetida de unas sensaciones que apenas podía contener. La turbulencia se hacía más intensa y se acercaba a ese punto álgido que la mantenía en tensión de pies a cabeza.
—Aún no. —Su boca abandonó los pechos y ella contuvo la respiración antes de que la besara con una pasión arrebatadora. Con la mano le masajeó los pechos suavemente con unos dedos que apenas le rozaron los pezones hinchados pero la hicieron estremecer. Entonces sus dedos le acariciaron el abdomen y más abajo, hasta que le introdujo un dedo debajo de las braguitas, entre las piernas.
Sabía que la estaba besando pero en ese momento, su cuerpo y su mente se centraban en ese único punto neurálgico. Movió el dedo en sus húmedas capas y ella gimoteó al tiempo que él separó los labios para torturar de nuevo a sus pezones. Mordió levemente el tierno botón y al mismo tiempo le introdujo un dedo.
Ella arqueó la espalda; la piel le hervía de deseo.
El dedo bombeó en su interior una vez, otra, y luego le dio una estocada húmeda al lugar donde ella deseaba más que la acariciaran.
Como si hubiera oído sus ruegos, trazó un círculo en su interior suavemente primero y luego con más intensidad. No se dio cuenta cuando sus manos se habían posado en su espalda, pero se sorprendió al verse aferrada a sus hombros mientras se arqueaba en busca de esa luz cegadora a la que él la acercaba y distanciaba a partes iguales.
—Por favor… ahora —decía, jadeando tras cada palabra.
Bastó una estocada con la lengua en el pezón para explotar, las entrañas escindiéndose en mil direcciones distintas. Gritó en el momento de su liberación mientras se desplomaba en un mar de placer.
El tiempo se difuminó, se expandió y se convirtió en neblina antes de que el mundo volviera a adquirir su forma lentamente.
Abrió los ojos y encontró su sonrisa salvaje. El sudor le perlaba la frente.
—Ha sido increíble. —Levantó la mano para desabotonarle la camisa.
—No llevo…
—En mi mesilla a mi izquierda. ¿No pensarías que iba a dejar que esto continuara sin preservativos, no? —No podía creer el alcance de su control. Dos años. El hombre tenía una voluntad de hierro.
—Eres una diosa.
A ella le gustó cómo sonaba eso.
Él se levantó de la cama y se quitó la camisa primero, dejando al descubierto un pecho de músculos esculpidos, y luego se despojó de los vaqueros. Eso le recordó su anterior deseo de verle completamente desnudo.
Hecho. Las llanuras compactas de su cuerpo eran casi tan impresionantes como su erección, claro que eso era muy difícil de superar.
Nathan se protegió tan deprisa que casi le dolió por lo hinchado que tenía el pene. Apoyó una rodilla en la cama y le quitó ese susurro de encaje rojo que aún llevaba puesto deslizándolo por sus piernas. Se acomodó para seguir el recorrido de las braguitas con los labios mientras estimulaba otros puntos sensibles.
Nathan dejó la tela a un lado y se quedó mirando su dulce cuerpo, exuberante por sus curvas y maduro de la pasión.
—Eres tan hermosa, con esas curvas… tan bella. Contenerme me está matando.
—Pues entonces no esperes más.
No merecía ese regalo pero no iba a desperdiciarlo tampoco. No lo haría ni aunque la casa ardiera en llamas.
Su ingle estaba tan henchida que sentía verdadero dolor, pero por mucho que quisiera embestirla ahora mismo lo que más quería era hacerle el amor. Recorrió sus piernas con las manos y notó la cicatriz en la derecha. Sus dedos inquietos se colaron entre sus muslos, que separó con delicadeza y entre los que se arrodilló después.
Ella se incorporó para recibirle. Él la cogió de las manos y la sentó sobre sus muslos, entonces le sujetó las nalgas y la levantó, con los ojos perdidos para todo salvo para los penetrantes ojos verdes de ella. Ella le rodeó el cuello y le besó con cariño mientras le acariciaba el rostro.
Nathan la levantó un poco más y luego la bajó hasta que la punta del pene se introdujo en su interior. El sudor le resbalaba por el pecho de lo fuerte que ella le tenía apresado.
Entonces ella apartó los labios y le dijo:
—No me voy a romper. Te deseo y deseo esto… Ahora.
Entonces la embistió completamente y jadeó en busca de aire, perdiendo la cordura cuando ella se levantó y volvió a bajar. Tuvo que contenerse mucho para no correrse en ese mismo instante. El endeble control que había mantenido hasta entonces se le fue de las manos. Se introdujo con fuerza, otra estocada más hasta la saciedad, y otra más. Ella le rodeó con los brazos, aferrándose a él y apremiándole a que continuara.
Su liberación culminó en un grito que llegó a todas las partes de su cuerpo mientras se hundía una y otra vez hasta sentirse exprimido. Mientras los últimos temblores le surcaban la piel, se quedó abrazado a ella, posesivo.
Nunca había querido poseer a nadie, pero quería a esta mujer de una manera que sabía que le destrozaría cuando llegara el momento de irse. La ayudó a tumbarse en la cama. Ella dijo algo sobre acostarse y luego ducharse en unos minutos.
Siempre quería estar al mando. Sonrió hasta que la consciencia le hizo sentir culpable por aprovecharse de su oferta; sabía que tenía que marcharse.
¿Pero qué demonios le pasaba? ¿Cómo se le había ido tanto de las manos lo de ir a protegerla? Pues porque olvidó el plan en cuanto sus lenguas se enredaron.
Ella ya le había apuntado con una pistola antes. Dos veces, para ser exactos. Y si conociera las intenciones que tenía con el asesino de su hermano, le lanzaría la mirada dura de una policía en lugar de dedicarle la mirada tierna de una mujer.
Además, no podía hacerle el amor y luego marcharse tan campante. Ella no era de esa clase de mujeres.
Terri entrelazó sus delicados dedos con los suyos y tiró de él para que se acostara a su lado. Él la abrazó, pecho con espalda, envolviéndola con brazos y piernas y acariciándole la cabeza con la barbilla. Quizá pudiera quedarse cuando todo terminara.
Nathan puso los ojos en blanco. Sí, claro. Y tendría una dirección para que el presidente le enviara el indulto por escrito si no quería seguir muerto, ya que había defraudado al gobierno en un juicio y había desertado del ejército.
¿Cuándo iba a dejar de querer lo imposible? Obviamente no sucedería pronto, ya que quería a Terri Mitchell.
•• • ••
Terri se sirvió una taza de café; se preguntaba qué tendría que hacer para convencer a Nathan de que tenía más opciones de las que él creía. Esta mañana ya le había notado el cambio: se estaba distanciando de ella, era más distante.
Sabía por qué lo hacía: porque o bien pensaba que tenía que fugarse o iba a morir, pero al menos podría darle la oportunidad de ayudarle.
—¿Qué tienes previsto para hoy? —preguntó él.
—Buenos días para ti también. —Ella se dio la vuelta lentamente y se apoyó en la encimera. Nathan llevaba unos vaqueros y una camiseta verde desgastada, nada fuera de lo común salvo por lo mucho que le marcaba el torso, como si fuera una segunda piel. «Deja de prestar atención a su cuerpo y empieza a averiguar qué se propone».
—Buenos días —añadió rápidamente—. Entonces, ¿qué planes tienes hoy?
—Van cambiando a lo largo del día. ¿Por qué quieres saberlo?
—Me iría bien que te quedaras por la comisaría hoy para que yo pudiera hacer unas cosillas.
Ella se rio pero no quedaba ya rastro de humor.
—¿Cuándo vas a entender que no necesito un guardaespaldas?
—¿Te acuerdas del estallido de anoche?
—Me acuerdo de hasta el último detalle de anoche. ¿Y tú?
—Terri, anoche fue… increíble, pero…
—Como digas que fue un error, te disparo aquí mismo.
—Una noche amándote nunca sería un error.
¡Maldita sea, qué habilidad tenía para dejarle el corazón hecho papilla!
—Pero eso no cambia el hecho de que no debería… y no lo haré más.
También tenía una destreza enorme para hacerla estallar.
—¿Y mi opinión no cuenta?
Él dudó, como si quisiera añadir algo más, pero suspiró y sacudió la cabeza.
—Si no quieres aceptar que no es una buena idea dada mi situación, entonces por lo menos entiende que no puedo protegerte si estoy metido en esto.
—Y yo ya te he dicho que no necesito que me vigiles. —Cogió la taza con ambas manos como si se contuviera para no lanzarla al otro extremo de la habitación.
—Lo de anoche no fue ningún tubo de escape. Al marco de la ventana le falta un trozo de madera.
—No puede ser. —Se notaba las manos sudorosas y las estrellas empezaban a nublarle la visión.
—¿Estás bien?
No. Terri hacía verdaderos esfuerzos por mantenerse en pie y superar ese mareo.
—Sí, es solo que estoy sorprendida. Por aquí no hemos tenido tiroteos desde coches.
—Eso no lo hicieron desde un coche. La bala parece provenir de un rifle de gran potencia. El ángulo indica que el disparo se hizo desde un tejado.
Al oír eso le fallaron las rodillas. La abuela podría haber estado en casa.
—Siéntate.
—No me digas lo que tengo que hacer. —Sí, esa réplica era digna de una víbora, pero la sacaba de sus casillas que la trataran como si fuera imbécil.
—¿Siempre eres tan testaruda o soy yo el que saca lo peor que hay en ti?
Eso le disparó la tensión a un nivel máximo. Dejó la taza sobre la mesa de un golpe y se alejó de la encimera.
—Ay, no, este no es mi lado malo. Créeme, se vuelve mucho peor.
Cogió el bolso de la mesa.
—Supongo que puedo dejar que cierres tú, ya que hasta ahora no has necesitado llave para entrar. —Se dirigió hacia la puerta pero una mano en el hombro la detuvo.
—Por favor.
Ella suspiró. Con una palabra decía mucho más que ningún otro humano que hubiera conocido. Se dio la vuelta, zafándose así de su mano. Le vibró el móvil pero no le hizo caso.
—Sobre lo de anoche… —empezó Nathan.
—No quiero hablar más ya de eso.
—Y yo no quiero hacerte daño.
—Soy mayorcita, capaz de tomar decisiones de mayores. Hablas como si esperara cierto compromiso, pero puedes estar tranquilo. No soy de las que se casan, así que no empieces a sudar solo porque las cosas se pusieron al rojo vivo ayer. —Parte de eso era verdad.
—No eres de las que tienen líos de una noche.
No, pero eso tampoco quería decir que no pensara en un affaire con todas las de la ley, cualquier cosa que le diera tiempo hasta que pudiera encontrar la manera de evitar que fuera a la cárcel.
—Eso no lo sabes.
—Claro que lo sé. Pero no importa. No puedo tratarte como si fueras un simple revolcón.
—¿Y por qué no?
—Pues porque no te siento de ese modo. —Le acarició la mejilla—. Eres especial. Ojalá nos hubiéramos conocido en otra vida en la que yo pudiera tener una oportunidad con una mujer como tú.
¿Cómo se las ingeniaba siempre para dejarla anonadada?
Le volvió a vibrar el teléfono móvil. Él retiró la mano de su rostro. Ella bajó la vista. Carlos Delgado. No podía ignorar esta llamada, pero tampoco podía contestarla.
—Venga, vete, pero quédate por comisaría hasta las cinco, ¿de acuerdo?
—Me lo pensaré pero solo porque tengo papeleo pendiente de arreglar —gruñó.
Él le rozó la barbilla con dos dedos. Debería de hacerle caso omiso y contestar el teléfono que seguía vibrando cada vez más alto como un abejorro furioso. Pero en lugar de eso levantó la vista y le miró a los ojos.
Nathan agachó la cabeza y la besó con ternura, luego separó los labios.
—Gracias.
—¿Esta vez por qué?
—Por una noche contigo.
Eso bastó. Le entraron ganas de echársele encima en la cocina misma. Si no salía de la casa inmediatamente, tendría mucho más que agradecerle.
El móvil no dejaba de vibrar.
—Tengo que coger esta llamada.
—Hazlo. Te seguiré hasta que entres en el edificio.
Por extraño que pareciera, ella empezaba a pensar que su naturaleza excesivamente protectora era dulce. Terri corrió hacia la puerta y subió al coche. Salía del garaje dando marcha atrás cuando el teléfono empezó a vibrar de nuevo. Tenía que ser Carlos y probablemente estaría aún más cabreado. Pero cuando lo abrió vio que era el capitán Philborn quien la llamaba.
—Mitchell al habla.
—Ven derecha a mi despacho cuando llegues. —Estaba enfadado por algo.
—Por supuesto. ¿Sucede algo?
—Sí. Ya hablaremos.
Terri frunció el ceño. ¿Por qué tanto secreto?
—Estoy allí en quince minutos. ¿De qué tenemos que hablar?
—De huellas dactilares en una bolsa de plástico.
Ay, no, no, no. Se había olvidado de la bolsa que dejó ayer en el laboratorio… antes de que Nathan se identificara anoche.
—¿Han comprobado ya las huellas? Perfecto. —Mostrándose animada podría ocultar el pánico que sentía. Ahora sabía a quién pertenecían las huellas. «Haz como si no pasara nada»—. ¿Eran de Nathan Drake?
—Unas sí. Las otras son tuyas. Josie Silversteen está aquí conmigo y ninguno de los dos está muy contento que digamos. Será mejor que nos traigas respuestas.
Y ella que había usado el laboratorio de la Policía de Nueva Orleans para evitarse el quebradero de cabeza si usaba el del BAD, pensando que Carlos averiguaría quién era su contacto… No había considerado que Josie pudiera estar tirándose a uno de los técnicos de laboratorio, pero apostaba que era así como la DEA se había enterado de lo de las huellas.
Ese sería el menor de sus problemas si no se le ocurría ningún motivo que explicara por qué sus huellas estaban en la misma bolsa que las de Nathan.