ANNETTE MESSAGER

Lo suyo y lo mío


Algunas personas recuerdan muy bien su infancia. Recuerdan lo que sentían cuando jugaban y fantaseaban. Otras, no. Su mundo infantil se ha esfumado tras nubes de amnesia. Y hay otras personas, algunas de ellas artistas, que siguen jugando y fantaseando durante toda la vida. La artista francesa Annette Messager sigue jugando sin tregua, como queda demostrado en la retrospectiva de su obra en la Hayward Gallery, titulada Los mensajeros (marzo de 2009) y que es la primera exposición importante de su obra en Inglaterra. Cuando miro la obra de Messager siempre siento que me retrotrae a mi propia infancia, a mis ensoñaciones, miedos, pensamientos agradables y crueles, sensaciones mágicas y fantasías, que formaban parte de mi mundo lúdico; no de un juego ni de una diversión estructurada, sino de un juego libre, sin trabas.

—Yo soy el capitán de un barco pirata. Tú eres el marinero secuestrado.

—No, yo quiero ser el capitán.

—Vale, una vez cada una.

La concentración total del que está creando algo.

Tijeras y pegamento y retazos de tela.

Pintarse los ojos, la boca y el cuerpo.

Muñecas y figuras y animales de peluche que hablaban entre ellos usando diferentes voces. También se abrazaban, se besaban, se golpeaban, se daban azotes en el trasero y cantaban.

El funeral que mi hermana y yo organizamos para un gorrión que encontramos muerto en el jardín. La escenificación y el ritual de ese funeral. El placer que sentimos al representar el solemne cortejo fúnebre.

Me preguntaba si mis muñecas cobrarían vida durante la noche.

Todos hemos habitado una vez en ese mundo lábil y fértil y Messager nos los devuelve con fuerza. No estoy diciendo que su trabajo sea ingenuo, que no evidencie una variedad de influencias artísticas ni que sus obras sean infantiles, sino que el impacto que tienen sobre el espectador está conectado con la universalidad del juego.

En Realidad y juego, Winnicott escribió: «Es jugando y sólo jugando cuando el individuo, niño o adulto, logra ser creativo y usar toda su personalidad, y sólo a través de la creatividad el individuo descubre el yo». Winnicott se refiere a una capacidad que poseen todos los seres humanos, que requiere relajación y franqueza y que, sólo en ese estado, las personas encuentran lo que llamamos el yo. La concepción del «yo» de Winnicott no es rígida, ni siquiera integral. Sostiene que la búsqueda de un yo se da en «un estado no integrado de la personalidad» o durante lo que él llama un «funcionamiento amorfo y poco sistemático». En otras palabras: cuando jugamos libremente, se da en nosotros una cualidad flexible y desestructurada que favorece la exploración y el descubrimiento. Creo que esta verdad se aplica de lleno al núcleo de la obra de Messager, que nace de lo lúdico y va dirigida a la identidad o, mejor dicho, a las identidades, un juego que nunca acaba. Claro que nadie logra un yo en solitario. Sólo se da en relación con los demás y dentro de una cultura y un lenguaje en concreto. La obra de Messager también nace de una resistencia ante ese lenguaje y esa cultura en concreto. A lo largo de su carrera, la artista ha usurpado determinados vocabularios y los ha mezclado para crear nuevos significados, un proceso de articulación, desarticulación y rearticulación. El término articulación debe emplearse en su doble vertiente, puesto que el significado de estas obras de arte es verbal y anatómico: articular, unir segmentos de palabras y cuerpos, y también desarticular, desmantelarlos y separarlos. (Una de sus obras se titula Articulado-Desarticulado. No se oculta ni su juego de palabras ni su propósito). Se puede afirmar que todo lo que Messager ha realizado surge de un intenso diálogo con ideas generalmente aceptadas, con narraciones, mitos y rituales conocidos. Esto lo hace, en parte, a través del lenguaje, pero también a través de la elección de materiales y de su manipulación. Por ejemplo, utiliza con frecuencia tejido de punto, bordados, telas, medias, velos, redes (todos materiales conectados con la feminidad) en contextos donde se busca impedir así como subvertir la asociación, a veces con una precisión cáustica. Puede verse un ejemplo simple, pero escalofriante, en My Collection of Proverbs (Mi colección de proverbios) (1974). En sencillos cuadrados de hilo blanco la artista fue bordando antiguos proverbios franceses referidos a las mujeres: Quand la fille naît, même les murs pleurent (Cuando nace una niña, hasta las paredes lloran). Siglos de misoginia encuentran su expresión en los bordados, «labor propia de mujer» ahora elevada a la categoría de «arte».

Messager nació en Berck-sur-Mer, en el norte de Francia, en 1943. Su padre era arquitecto y un apasionado de las artes plásticas. Tanto el padre como la madre de Messager alentaron el desarrollo artístico de su talentosa hija. A principios de la década de 1960, se trasladó a París, donde todavía vive y trabaja. La exposición de la galería Hayward abarca casi cuatro décadas de su producción artística y el espectador puede seguir la evolución de una mujer cuya obra, en términos generales, ha crecido en tamaño y en dramatismo con el paso de los años. En la década de los setenta, el espectador se encontrará con Annette Messager: coleccionista, artista, habilidosa, práctica, embaucadora, chapucillas y vendedora ambulante. «No tenía ningún título, así que yo misma me otorgué algunos», puede leerse en el catálogo que cita esta frase de Messager. «Al hacerlo me convertí en una persona importante, claramente definida. He hallado mi identidad en la amplia variedad de estos personajes». Roles de conversión, conversión de roles, representar diferentes roles y personajes ficticios, todo ello es fundamental durante esta primera década. La coleccionista reúne palabras y cosas. Prueba a firmar de distintas maneras en Colección para encontrar mi mejor firma y a realizar diferentes retratos en Cómo me dibujarían mis amigos. Colecciona fotos, objetos cosidos, notas en sus álbumes. Recorta de los periódicos los anuncios de matrimonio que se publican acompañados de fotos y pega su propio nombre sobre el de la novia, dejando el resto de las imágenes sin tocar. La Annette Práctica cose, teje y cuelga telas sobre la pared. Los dibujos de la Embaucadora muestran su «aterradoras» aventuras sadomasoquistas. Éste es un periodo de prueba y de poner a prueba diferentes personajes a través de múltiples biografías ficticias, una época de identificaciones y clasificaciones en tercera persona, una visión de sus personalidades vistas desde fuera. Ésa es Annette Messager y también ésa y ésa y ésa. El espectador participa en el curso de la búsqueda de un sujeto comprensible a través de múltiples objetos. En esos años se pone de manifiesto el mensaje feminista inherente en al movimiento hacia la realización de un «yo». Hay que remodelar, dar un nuevo orden, un nuevo nombre, sembrar ambigüedad y a veces hasta invertir las categorías femeninas tradicionales. En Aproximaciones expone una serie de fotografías de entrepiernas masculinas. (Las mujeres también miran a los hombres). En Hombre-Mujer, vemos la foto de una mujer desnuda sobre la que ha dibujado un pene y unos testículos, como si tomase prestado el poder fálico, cual disfraz, para conferir autoridad al arte/jugar con él/bromear sobre él: ¡mirad, lo único que tengo que hacer es dibujar uno! En la década de 1980 la tercera persona, ella, ha dado paso al pronombre posesivo en primera persona, que usa en los títulos de varias obras de su serie: Mis trofeos, Mis letras miniadas, Mis pequeñas efigies, Mis deseos, Mis deseos con penetración.

Este cambio de una perspectiva exterior a una interior permite una mayor profundidad en el registro del juego con diferentes historias, signos y personajes, que no sólo se identifican como yo, sino también como mío. No pretendo exagerar este cambio de postura ni implicar que marque el final del carácter implacable de la obra porque haya en esta etapa un sujeto fijo o un yo artístico singular. No lo creo. Más bien pienso que durante la década de los ochenta Messager dirigió su mirada hacia otros misterios y empezó a dibujar a partir de tradiciones pictóricas antiguas. En un ciclo de exposiciones —Variedades, Claves, Les pièges à Chimères, Quimeras, Efigies, Velos, Mis trofeos, Mis deseos, Mis artesanías—, así como en otros ciclos, el símbolo y la imagen críptica reemplazan a las cajas y categorías de la coleccionista. Cada serie presenta referencias múltiples. Claves me parece una serie de ideogramas que encierran mensajes: una hoja de afeitar, un ojo, un cuchillo, una boca. La escritura y la pintura se mezclan. Las «quimeras» adoptan formas de cosas pero aun así siguen pareciendo jeroglíficos. Un par de tijeras que esconden una cara distorsionada; una llave que contiene otra. Es como si se le ofreciera al observador un vocabulario onírico. En estas obras suelen verse partes aisladas del cuerpo (ojos, orejas, manos, pies, narices, nalgas), desarticulaciones que tienen más un carácter alucinatorio y surrealista que macabro o violento.

Messager también explota el mundo popular y antiguo de las imágenes votivas. Históricamente, un amplio número de exvotos representaban partes del cuerpo, especialmente manos y pies, que la gente ofrecía a las iglesias con la esperanza de lograr una cura milagrosa o para agradecerla una vez conseguida. El exvoto no sólo es una forma de arte popular, sino que desde tiempos remotos ha contenido una cualidad subversiva, dos características que sin duda han atraído a Messager. En el año 533 el Sínodo de Orléans se opuso formalmente a dicha práctica, quizás por sus orígenes paganos, y en 587 el Consejo de Auxerre la prohibió. Esas partes del cuerpo hechas de madera o arcilla solían colgarse del techo de las iglesias conformando una maraña de miembros corporales que oscilaban sobre las cabezas de los fieles. Cuando el exvoto es una pintura, la imagen suele ir acompañada de una inscripción. He visto muchos de esos cuadritos en México, pintados por artistas amateurs. Recuerdo en particular uno de un barco azotado por unas olas enormes. Debajo podían leerse unas palabras de gratitud a la Virgen por haber salvado al creyente de morir ahogado. En Mis deseos (1990), se ve una serie de fotografías enmarcadas de diferentes partes del cuerpo, tanto masculinas como femeninas, que cuelgan con cuerdas del techo junto con textos manuscritos en varios colores, lo cual es una traslación directa de la tradición de los exvotos. Las representaciones mecánicas mediante la fotografía reemplazan a los antiguos objetos escultóricos y a las pinturas. Esos deseos de Messager continúan con su tema de difuminar las fronteras entre los sexos, en este caso mediante una mezcolanza de partes y detalles corporales dispares, incluyendo genitales.

Las múltiples alusiones a lo sagrado, los milagros y los deseos enmascaran y, al mismo tiempo, nos recuerdan nuestra mortalidad, la muerte de la que queremos protegernos, escondernos, la que queremos retrasar u olvidar. Un sentimiento fúnebre, un tono de luto y de homenaje recorre muchas de estas piezas, de forma más conmovedora en su Histoire des robes, Historia de los vestidos, donde la ropa está expuesta como si fueran cuerpos de tela en sus cajas/ataúdes, por lo general acompañadas de un cartel o de una etiqueta. Una de ellas dice: problema. Al reclamar como propios el fetiche, la efigie, el exvoto y el juguete infantil, al adoptarlos como componentes básicos, como las «letras» de su vocabulario visual, Messager también está reconociendo el constante poder que ejercen esas representaciones, esos símbolos y esos ritos en nosotros. Tienen una fuerza que influye no sólo en los niños y en los pueblos que los antropólogos una vez calificaron de «primitivos», sino en todos nosotros. Sabemos que el arte no está vivo y, sin embargo, tiene un poderío que actúa sobre nosotros tanto a nivel subliminal como consciente. En su libro El poder de las imágenes, David Freedberg trata el tema del aura que nos rodea cuando observamos representaciones figurativas, pero que, según él, las personas educadas y sofisticadas han aprendido a suprimir o a ignorar. «Nosotros también experimentamos “cierto sobrecogimiento” frente a la maestría creativa del artista; también nosotros sentimos miedo del poder de las imágenes que él crea y de sus asombrosas capacidades, tanto para elevar nuestro espíritu como para perturbarlo. Nos ponen en contacto con verdades sobre nosotros mismos que sólo pueden describirse como mágicas o nos engañan como por obra de hechicería». Messager adentra al espectador en mundos que pueden ser encantados y demoníacos, hermosos y siniestros, o todo ello al mismo tiempo, y además lo hace con una mayor intensidad y confianza a medida que pasan los años.

En la década de los noventa, los animales de peluche hacen su aparición como personajes en la obra de Messager, una nueva versión de los pájaros embalsamados (animales de verdad literalmente disecados) que la artista utilizaba en la serie Huéspedes (1971-1972) de su primera etapa, en la que creó una pajarera habitada por criaturas en vehículos móviles o atados a mesas metálicas, unas obras que mezclaban el patetismo con la ternura, con algo de sadismo, como ese al que se entregan los niños cuando desahogan su furia y su frustración con las muñecas. Los pájaros y los animales disecados ocupan su lugar junto con los juguetes de los niños en obras como Fábulas y cuentos (1992), que incluyen altas pilas de libros que aplastan a las blandas criaturas, mientras en la parte superior de todos esos volúmenes se posan los animales, antes vivos, llevando máscaras o vendas en los ojos. Muchos personajes de animales nos hablan desde las fábulas y los cuentos que empezamos a leer en nuestra infancia, relatos que nos atrajeron con su magia y su crueldad. Nunca olvidaré la aterrorizada fascinación que sentí cuando, al final de una de las tantas versiones del clásico cuento de Cenicienta, unos pájaros se lanzaron sobre las hermanastras y les arrancaron los ojos. Messager puebla su obra de esas criaturas suaves y de cadáveres embalsamados que causan gran efecto. Son seres ambiguos que nos recuerdan las narraciones que conocemos así como historias ocultas que no somos capaces de desentrañar por completo, sino apenas adivinar.

Las variaciones sobre el tema de la máscara van y vienen junto con sus múltiples asociaciones y narraciones subyacentes que evocan carnavales, bailes de disfraces, ladrones, juegos sadomasoquistas y víctimas de torturas. El adorable juguete se funde con la peligrosa efigie, lo festivo con lo funerario. Lanzas y formas punzantes aparecen junto a sus alusiones ceremoniales, rituales y revolucionarias. También aparecen en el paisaje de Messager los lápices de colores que recuerdan a dagas, a agujas, a púas de puercoespín o a dientes, según el uso que les dé la artista. Estas formas puntiagudas contrastan drásticamente con el pelo y la piel de los vulnerables y regordetes animalitos o de las formas humanoides sin rostro a las que Messager llama replicantes, en homenaje a la película Blade Runner. La artista transforma sus herramientas en armas agresivas, defensivas y protectoras. Pero esos lápices, al igual que muchos de sus objetos, también son visualmente ingeniosos, casi cómicos, un ingrediente en la aventura artística autorreflexiva y personal de Messager. Sus instrumentos de dibujo y de escritura se vuelven metáforas tanto de defensa como de ataque y, sin embargo, siguen siendo lápices.

«Lo que insinuamos con esto es que, con cada actuación estamos jugando a un juego serio, que toda la intención de nuestro esfuerzo reside en la calidad de esa seriedad», escribió Antonin Artaud en un ensayo sobre el Teatro Alfred Jarry. La obra de Messager ha devenido en una forma de teatro, un espectáculo en el que se actúa de corazón, en el que se juega muy en serio y que, aun así, ha mantenido su vinculación con el simulacro. A veces reúne elementos cinéticos variopintos para crear paradojas y ambigüedades y también para combinar la amenaza con la diversión. En uno de sus últimos trabajos llamado Casino, expuesto por primera vez en la Bienal de Venecia en 2005, Messager se inspira en Pinocho, el conocido cuento infantil de Collodi, y en su mendaz pequeño protagonista al que le crece la nariz, para crear una narración visual que emplea un alfabeto ya conocido para el espectador: travesaños, pájaros, picos, máscaras suspendidas en el aire y redes. Las redes de Casino nos recuerdan la amarga estancia que pasó la marioneta en el circo después de ser convertido en burro, pero esas redes (al igual que todas las que aparecen recurrentemente en el trabajo de Messager) también funcionan como un retruécano visual referido a la artista misma, ya que red en inglés se dice net, y ella misma ha señalado esta coincidencia en varias entrevistas: Annette/a net. En cierto modo, Pinocho es el mito perfecto para esta artista y para la historia de su propia obra, en la que ella es títere y titiritera al mismo tiempo. Ese travieso embaucador hecho de madera que lo único que quiere es divertirse y que, por arte de magia, sufre continuas transformaciones durante el curso de su viaje, resume el tema de mayor calado en la obra de Messager: el del ser plural, mutable y vulnerable, que juega con palabras e imágenes en su gran teatro del mundo para alcanzar la realización de su yo. Un amigo cita en el catálogo una frase que le oyó decir a Messager en una ocasión: «Lo mío es mío». Al recorrer esta exposición, ese mío también se convierte en tuyo.

2009