Prólogo

De la mano de los mitos de la escalada aragonesa

Alberto Martínez Embid

Clavijas de los años cuarenta ilustradas por José Artigas para el primer manual de escalada editado en España: Escalada de Ernesto Mallafré.

El tándem Rabadá-Navarro constituye lo más parecido que existe a una leyenda moderna. Hubiera sido capaz de interesar incluso a un erudito de la mitología como Arnold van Gennep. En nuestro mundillo, hay pocos personajes que resuenen tanto como estos dos escaladores aragoneses. Era lógico que llamaran la atención en Desnivel desde hace bastante tiempo…

En 2001, Darío Rodríguez me preguntó si me atrevería a componer la historia de mis paisanos. Acababa de obtener el accésit del Premio Desnivel de Literatura con Flor de Gaube, y éste parecía el siguiente paso lógico: desde el nacimiento de la escalada pirenaica hasta su eclosión aragonesa. Pero ¡escribir sobre Alberto Rabadá y Ernesto Navarro! Como socio de Montañeros de Aragón, había crecido bajo su sombra: «Te lo juro por el piolet de Rabadá», pude escuchar en alguna ocasión…

«Mira, ése escaló con Rabadá y Navarro», me dijo un admirado Salvador Arnaudas durante nuestro primer cursillo en Riglos, señalando hacia Ángel López Cintero… No; no pude aceptar: era demasiado el peso del mito para quien no había degustado las delicias del espolón sudoeste del Firé ni, mucho menos, las de la cara oeste del Naranjo de Bulnes. Me faltaba la capacitación y me sobraban las ideas preconcebidas. Acaso, unas carencias demasiado comunes a este lado del río Ebro: ¡se sabe tan poco de los héroes locales…!

Pero en Desnivel no se olvidaron del asunto. El otoño de 2005, llegaron hasta la sede de Montañeros de Aragón ciertos aires riojanos: Simón Elías rastreaba la vida y milagros de nuestro olimpo particular… Conocí al piolet de oro en el bar social: apenas tardé tres minutos en comprobar que mi entusiasmado interlocutor se había convertido en todo un experto de la década prodigiosa de la trepada aragonesa en general, y de sus máximos exponentes, Rabadá y Navarro, en particular… Acostumbrado a las tapias más difíciles del Yosemite o de la Patagonia, le costó poco acceder al meollo del tema, tras despojar de sus cáscaras de exageración o de futilidad las informaciones compiladas. ¡Y vaya pasión demostraba al compartir sus últimas averiguaciones! Porque Simón, sin el menor atisbo de complejo, se había dedicado en cuerpo y alma a leer como un poseso cuanto existía del periodo 1953-1963 y a interrogar a todo aquél que hubiese tenido el menor roce con la mítica cordada. En más de una ocasión, actuó como un detective de película de cine negro estadounidense. El resultado de sus pesquisas era fascinante: datos bien ordenados junto a esas conclusiones que sólo podía servir un escritor absolutamente obsesionado con su estudio. Se hallaba en juego la composición de un puzzle de dos vidas muy complejas.

Este logroñés demostraría, además, andar sobrado de valor: no le amilanaban ni las brumas de los años transcurridos ni las cortinas de humo de los convencionalismos.

Penetrar en las biografías de Rabadá y Navarro era un asunto delicado. Desde su fatal accidente en el Eiger, e incluso desde mucho tiempo antes, los referidos escaladores se encontraban instalados en lo más alto de los campos elíseos del montañismo maño. Visitar el santuario de su intimidad podía ocasionarle malos encuentros… Mas, con toda seguridad, no sucederá así: el trabajo que aquí arranca hace gala de gran sensibilidad y respeto, a la par que honestidad y fidelidad hacia la memoria de los desaparecidos. En Zaragoza, ¡más de uno suspirará con alivio…! Por añadidura, el texto resultante garantiza abundantes sorpresas, pues se sirve bien rico en anécdotas novedosas y consideraciones frescas. Está escrito tanto con la cabeza como con el corazón.

Ciertamente, no hubieran podido encomendar este difícil trabajo a nadie más adecuado. Simón ha volcado todo su ser en el proyecto. Y tengo la impresión personal de que ni Edil ni Navarrico hubiesen reprobado esta biografía soñada…

Escalador zaragozano realizando maniobras de rápel en Riglos durante los años 50.