12 de agosto de 1963

La lluvia golpeaba con fuerza el toldo de la tienda canadiense cuando Alcalde se despertó antes del amanecer. Preocupado por sus compañeros, se apresuró por llegar al mirador del hotel. De camino, tapado por su chubasquero y un paraguas, le asustó darse cuenta de que la mitad superior de la Eigerwand estaba cubierta de nieve fresca. Desde la terraza, con las primeras luces del día luchando por abrirse paso entre la borrasca, pudo ver con los prismáticos cómo la cordada japonesa iniciaba el descenso y cómo Alberto y Ernesto continuaban escalando en el Segundo Nevero, impasibles ante la tormenta. Podía distinguir a Rabadá en la cabeza de la cordada tallando peldaños con el piolet, hasta que lo vio resbalar y caer veinte metros entre la nieve. Navarro había frenado la caída. La travesía del nevero les llevó todo el día, la nieve seguía cayendo y en los pasillos del hotel Bellevue los alpinistas locales cuestionaban la temeridad de los españoles. Era una locura continuar con aquella tormenta.

Ignacio Piussi y Roberto Sorgato eran dos experimentados alpinistas italianos que esperaban la llegada del buen tiempo para intentar la perseguida directa de la Eigernordwand. Incapaces de comprender su terquedad, los italianos observaban atónitos la progresión de los españoles.

Luis Alcalde.

El parte meteorológico había previsto aún peores condiciones para los próximos días y al caer la noche Alcalde y los dos italianos caminaron hasta la base de la pared para intentar advertir a Rabadá y Navarro del peligro. Dispararon al aire varias bengalas, que surcaron la atmósfera densa dejando un efímero rastro de color.

Luis Alcalde en Kleine Scheidegg observando la progresión de sus compañeros.