Primera al Pico del Águila
El Pico del Águila es una montaña de elevación modesta que se asienta en el valle de Rioseta, junto al pueblo pirenaico de Canfranc. Su cara norte es un bastión rocoso que ven todos los que suben a la estación de esquí de Candanchú o bajan de ella. La mala calidad de la roca y su situación a la sombra de cumbres más emblemáticas, como el pico de Aspe o los Mallos de Lecherín, habían hecho que hasta 1957 nadie se fijase en la pared. Fueron los zaragozanos Rafael Montaner y José Antonio Bescós quienes, después de un viaje al refugio que su club de montaña tenía en las laderas de Candanchú, se detuvieron y recorrieron la muralla con la mirada hasta encontrar un posible itinerario. Desde ese primer encuentro con una pared sin ningún significado, la cara norte del Pico del Águila llegó a convertirse en una de las máximas ambiciones de los escaladores de Montañeros de Aragón; su ascensión, olvidada hoy en día, requirió seis intentos a lo largo de tres años.
Vivac en el Pico del Águila. De izquierda a derecha: Alberto Rabadá, José Antonio Bescós y Rafael Montaner.
En septiembre de 1958 tomó forma un primer equipo para ascender la pared. Eran Rafael Montaner y José Antonio Bescós, que apadrinaban y motivaban el proyecto junto con Pepe Díaz, Alberto Rabadá y Julián Vicente Nanín. Después de los preparativos y el viaje en el tren Canfranero, alcanzaron el valle colgado de Rioseta. Rafael Montaner, inquieto tras casi dos años con la pared entre sus objetivos, tomó la cabeza de cordada y, con las botas de cuero arañando la roca, superó un primer largo de cuerda donde abundaban los pasos de artificial sobre estribos, mientras era asegurado por Bescós.
Escalada en el Pico del Águila.
Las dificultades eran mucho mayores de lo previsto y decidieron descender. No tenían el material suficiente para una ascensión de esta envergadura. La roca se quebraba con facilidad y las fisuras por las que habían imaginado la ruta desde la base no ofrecían buenos agarres, de modo que había que progresar a golpe de clavija. Una semana después los zaragozanos regresaron a Canfranc. Díaz no los acompañaba en esta ocasión, por lo que decidieron hacer dos cordadas. Montaner y Bescós escalaban delante y superaron con rapidez el conocido primer largo. Rabadá y Nanín los seguían y les ayudaban a transportar el pesado equipo de vivac y las clavijas y tacos de madera de repuesto con ayuda de una cuerda auxiliar. Tras un largo día de escalada alcanzaron una repisa que cruzaba toda la pared y que ofrecía un buen lugar para pasar la noche. Prepararon el vivac, construyendo una terraza con la ayuda de bloques sueltos, y durmieron encordados con los pies colgando en el vacío.
Vivac en el Pico del Águila. José Antonio Bescós, Rafael Montaner y Julián Vicente Villanueva Nanín.
Al día siguiente la cordada de Rabadá y Nanín comenzó la escalada. La roca era de mala calidad y se fragmentaba con facilidad, poniendo en peligro la seguridad de los compañeros. Llevaban ascendidos cinco largos en este segundo día de escalada cuando el cielo se cubrió y comenzó a llover, empapando a los escaladores.
Rabadá y Vicente pasaron aquella noche sobre sus estribos en medio de la pared vertical, inmovilizados por la tormenta, que no cesó hasta el amanecer. Rafael Montaner también estaba colgado en terreno vertical. Bescós, más afortunado, con un estrecho terrón de tierra sobre una repisa en la que sentarse, esperaba tiritando con la cabeza entre las piernas. Al amanecer pudieron descender hasta la vira al borde de la extenuación. Rabadá tuvo que ser trasportado por sus compañeros en un avanzado estado de hipotermia. Finalmente el 22 y 23 de agosto de 1959 Rafael Montaner, José Antonio Bescós y Alberto Rabadá completaron la ascensión. Habían superado 15 largos de cuerda con dificultades de VI y A3. En la vertiente sur de los Pirineos nunca se había escalado algo así. Su ruta, raramente repetida, todavía espera hoy que nuevas generaciones dictaminen su verdadera magnitud.