16 de agosto de 1963
La mañana del 16 de agosto amaneció despejada, como si el cielo no hubiese sido un infierno de hielo y nieve unas horas antes. Los equipos de rescate se preparaban en Kleine Scheidegg y un avión sobrevolaba la Eigerwand en busca de algún indicio de vida en los cuerpos cubiertos de nieve de los aragoneses.
Desde la terraza del hotel Bellevue, Luis Alcalde buscaba también a sus compañeros con la ayuda de los prismáticos. El primer tren cargado de turistas desde Grindelwald hizo su llegada a la estación. El día maravilloso apresuraba a los visitantes a bajar de los vagones y observar el paisaje: los prados de Alpiglen, la Jungfrau, el Mönch y la Eigerwand. Sonaba una algarabía de niños y exclamaciones de admiración de los mayores cuando los miembros de una orquesta con sus instrumentos se apearon del tren tocando un alegre ritmo de día vacacional.
Luis recorría minuciosamente cada metro del tercio superior de la pared, hasta que encontró un pequeño bulto en la parte superior del nevero de La Araña; parecía más una piedra cubierta por la nieve que un ser humano. Identificó a Ernesto Navarro por el color de su chaqueta y afinando la vista pudo ver, al final de la cuerda que descendía, otro bulto, apenas definido, en el que se había convertido el cuerpo de Alberto Rabadá. La orquesta tocaba en la terraza del hotel y varias parejas bailaban sobre el suelo entarimado de la terraza Bellevue. Luis no podía despegar los ojos llenos de lágrimas de los binoculares, hacerlo sería dar por supuesto que sus amigos habían muerto. La realidad le sobrepasaba, le mantenía inmóvil, aferrado a los prismáticos con las dos manos, incapaz de asimilar la situación.