8 de agosto de 1963

Aquella mañana salieron de nuevo hacia la pared. Se habían levantado a las tres de la mañana y, sin ningún incidente, disponían de todo un día por delante. Una cordada japonesa formada por Daihachi Oyora y Mitsuhiko Yoshin, movidos también por el afán de ser los primeros de su nacionalidad en conquistar la Eigernordwand, avanzaban por los primeros largos de la ascensión. Alberto y Ernesto los adelantaron rápidamente y escalaron durante toda la jornada hasta alcanzar el vivac conocido como Nido de Golondrinas, donde les sorprendió una tormenta acompañada de desprendimientos de roca.

Pasaron la noche empapados dentro de los sacos de dormir y al amanecer, lloviendo sin cesar, decidieron escapar por otro agujero del ferrocarril: el Stollenloch, una oquedad al exterior en la mitad de uno de los túneles, creada por accidente con un exceso de explosivo durante la construcción. Ya de noche cerrada, alcanzaron la boca del túnel, tras varios rápeles en medio de cascadas de agua, empapados y extenuados. Como ya no circulaba ningún tren, emprendieron el descenso caminando por la oscuridad de los túneles.

Luis Alcalde les esperaba preocupado cuando alcanzaron el campamento antes del amanecer.

Mientras descansaban en la tienda, helados todavía dentro de la chaqueta y del saco de Alcalde, la posibilidad de abandonar la escalada tomó por primera vez forma en sus cabezas. El clima era muy inestable y las dificultades, especialmente en los tramos nevados, donde los españoles no tenían tanta experiencia, eran mayores de lo que pensaban.

Ernesto Navarro en los primeros metros de la escalada.

Escalando entre la bruma.