Capítulo 13
Syd se paseó.
Y cuando volvió a mirar el reloj de nuevo, solo pasaban seis minutos de la una -dos minutos más que la última vez que lo había consultado.
La casa de Luke estaba muy silenciosa.
Excepto por el atronador latido de su corazón.
Así era como debía sentirse una lombriz prendida al extremo de un anzuelo de pesca. O un ratón atrapado en una trampa.
Por supuesto, Luke, Bobby, Thomas, Rio y Mike estaban escondidos en el patio. Vigilaban cada rincón de la casa y escuchaban a través de los micrófonos, estratégicamente distribuidos.
-Maldita sea -dijo en voz alta-. Me gustaría que esos micros fueran bidireccionales. Podría plantearos uno de esos pequeños debates ahora mismo, chicos. Luchar, huir o rendirse. Me he dado cuenta de que hay una opción que no hemos discutido -esconderse. ¿Alguien a favor? Os aseguro que las opciones son duras. Ahora mismo, todo lo que yo puedo hacer es elegir entre Rocky Road o Fudge Ripple (marcas de helado).
El teléfono sonó.
Syd maldijo.
-De acuerdo -dijo mientras volvía a sonar-. Lo sé -se suponía que no debía ver la TV o escuchar música. No hablar. Ellos no podrían escuchar posibles sonidos de forcejeo para acceder a la casa si estaba hablando-. Entendido, teniente O’Donlon. Me comportaré, lo prometo.
El teléfono dejó de sonar en mitad del tercer tono de llamada.
Y Syd estaba una vez más a solas con el silencio.
Los últimos días habían sido de locos. Luke había trabajado a contrarreloj para habilitar una casa segura para las mujeres de los SEALs que estaban fuera de la ciudad. Él y PJ Becker habían organizado equipos de guardias de seguridad y conductores, que llevasen y trajesen a las mujeres al hospital o a cualquier otro lugar donde necesitasen ir. Después del discurso de Syd, nadie se había quejado.
Luke también había estado presionando a la policía y la FInCOM, para que agilizasen la localización de los hombres que figuraban en la lista de posibles sospechosos que Lucy había ayudado a compilar. Hasta el momento, solo habían podido dar con seis de ellos -la mayoría de los cuales, tenían sólidas coartadas para un gran número de los ataques. Los otros, habían estado de acuerdo en someterse voluntariamente a pruebas de ADN y, hasta ahora, ninguno encajaba.
Luke había concedido entrevistas a los reporteros de TV, espléndido con su uniforme blanco brillante de Ken navy, tratando de enfurecer -o de irritar, al menos- al hombre tras el que iban. Ven a por mí, parecía decir. Intenta venir a por mi novia.
Se sentaba junto a la cama de Lucy, apretándole la mano, esperando que localizaran pronto a Blue y rezando, como el resto de ellos, para que aquel único apretón de mano de Lucy no hubiese sido un simple espasmo muscular -la explicación que los médicos habían ofrecido.
Por la noche, besaba a Syd a modo de despedida, con auténtico temor en los ojos, fingiendo ayudar en el entrenamiento del BUD/S y retrocediendo, realmente, en secreto, para ayudar a vigilarla, mientras ella se sentaba allí, sola y en silencio -haciendo de cebo para el violador en serie.
De madrugada, Luke entraba por la puerta principal y se dejaba caer en la cama, completamente exhausto.
Aunque nunca demasiado exhausto para hacerle el amor exquisitamente.
El teléfono sonó y Syd dio un salto hasta el techo. Luego, se reprendió. Era poco probable que el violador de San Felipe fuera a llamarla por teléfono, ¿verdad?
Consultó otra vez el reloj. La una y cuarto de la madrugada. Tenía que ser Lucky. O Bobby. O puede que Verónica, llamando desde el hospital con noticias sobre Lucy.
Por favor, Dios. Que sean buenas noticias.
El teléfono sonó de nuevo y ella levantó el auricular.
-¿Hola?
-Syd -dijo una voz grave, masculina e irreconocible.
-Lo siento -replicó con viveza-. ¿Quién...?
-¿Está Lucky ahí?
El aire detrás de su nuca se agitó. Dios. ¿Y si era el violador, llamando para asegurarse de que estaba sola?
-No, lo siento -mantuvo la voz firme-. Está dando clase esta noche. ¿Quién eres?
-Soy Wes.
El sargento Wes Skelly. La información no le hizo sentirse mejor. De hecho, se sintió incluso más tensa. Wes -que olía exactamente igual que el hombre que casi la había atropellado en las escaleras, después de atacar brutalmente a Gina. Wes -que tenía el mismo pelo, la misma constitución, la misma voz sin acento. Wes, que -según Bobby- estaba pasando año difícil.
¿Cómo de difícil, exactamente?
¿Lo bastante como para perder el control por completo? ¿Lo bastante como para convertirse en un maníaco homicida?
-¿Estás segura, ahí, tú sola? -preguntó Wes. Sonó raro, posiblemente borracho.
-No lo sé -repuso ella-. Tal vez tú puedas decírmelo.
-No -inquirió él-. No estás segura. ¿Por qué no vas a la casa protegida y te quedas con Ronnie y con Melody?
-Creo que es posible que tú sepas por qué no estoy allí -el corazón de Syd retumbaba de nuevo. Sabía que Luke no creía que Wes fuese el agresor pero ella no tenía años de camaradería en común con Wes en los que basarse. Francamente, Wes Skelly, con su tatuaje de espinas y su pelo rapado, la asustaba. Cada vez que lo veía, estaba lúgubremente silencioso, siempre observando, sonriendo rara vez.
-¿Qué? -dijo él-. ¿Quieres un mano a mano conmigo? -se rió-. Supongo que una mujer que cree que ha conseguido algún tipo de compromiso con Lucky O'Donlon, tiene que estar un poco chiflada.
-Eh -replicó ella indignada-. Me ofende que...
Él colgó abruptamente y Syd soltó una maldición. Imposible mantenerse fría, seguir hablando y arrancarle una confesión.
-Luke, era Wes -informó a través de los micrófonos, depositando el auricular del teléfono en su base sobre la pared-. Te estaba buscando y sonaba realmente extraño.
Silencio.
La casa entera estaba en silencio.
El teléfono no volvió a sonar, nada se movió, nada hizo el menor ruido.
Si aquello fuese una película, pensó Syd, la cámara tomaría un plano del exterior de la casa, enfocando el lugar donde Luke, Bobby y los aspirantes a SEAL estaban ocultos. Y revelaría sus caras inconscientes y las cuerdas que los ataban -impidiendo que acudieran a rescatarla cuando ella los necesitase.
Y ella los necesitaría.
La cámara avanzaría para mostrar la forma oscura de un hombre muy musculoso, con idéntico pelo corto al de Wes y los amplios hombros de Wes, cruzando sigilosamente el patio hacia la casa. Mala imagen. Mala imagen. Syd sacudió la cabeza y se aclaró la garganta.
-Luke, estoy un poco asustada. ¿Puedes llamarme, por favor?
Silencio.
El teléfono no sonó. Lo miró fijamente pero, aún así, no sonó.
-Luke, lo siento. Pero estoy hablando en serio -dijo Syd-. Solo necesito saber que estás ahí fuera y...
Syd lo oyó. El ruido de una pelea en el exterior.
Huir.
El impulso de correr fue demasiado intenso y atravesó a toda prisa el salón. Pero la puerta principal estaba cerrada-para su protección- y no tenía la llave. La noche anterior, ese cerradura la había hecho sentirse segura. Ahora no lo hizo. La hizo sentirse atrapada.
-He oído un ruido fuera, chicos -dijo, rezando por estar equivocada y por que Luke estuviese aún escuchando-. En la parte de atrás. Por favor, necesito que estéis escuchando.
Las ventanas delanteras estaban aseguradas y el cristal parecía imposiblemente grueso. ¿Cómo se las había arreglado Lucy para abrirse paso a través de la ventana de su habitación?
Oyó el ruido de nuevo, más cerca de la puerta trasera esta vez.
-Definitivamente, hay alguien ahí fuera.
Luchar.
Giró, describiendo un círculo completo, buscando algo, cualquier cosa con la que armarse. Luke no tenía chimenea, así que no había ningún atizador. No había nada, nada. Solo un periódico que podría enrollar. Perfecto -siempre que el atacante fuera perro con mala conducta.
-Cuando quieras, Luke -dijo-. Por favor.
Un bate de baseball. Luke le había contado que había jugado al baseball en el instituto y que, a veces, aún se dejaba caer por las jaulas de batear de la zona oeste de San Felipe.
No tenía garaje, ni sótano. ¿Dónde guardaría un tipo sin sótano un bate de baseball?
En el armario de la entrada.
Syd corrió hacia el armario y tiró de la puerta.
Estaba lleno de abrigos de la Marina de todos los tamaños y tallas. Los empujó hacia el fondo y encontró...
Cañas de pescar.
Y palos de lacrosse.
Un juego de dardos.
Y tres bates de baseball.
Cogió uno mientras la puerta de la cocina se abría con un chasquido.
Esconderse.
Esconderse parecía, de pronto, la opción más inteligente, y se deslizó en el armario, cerrando silenciosamente la puerta tras ella.
Le sudaban las palmas y tenía la boca seca. Y el corazón le latía tan fuerte, que no estuvo segura de ir a poder oír nada más.
Aferró el bate de baseball tan firmemente como pudo y rezó. Por favor, Dios, sea lo que sea lo que me pase, no permitas que Luke esté malherido. No dejes que lo encuentren en el patio degollado, mirando vidriosamente al cielo y...
Quienquiera que estuviese dentro de la casa, no estaba intentado ser silencioso. Los pasos fueron del vestíbulo al dormitorio y, luego se dirigieron hacia la parte trasera. Oyó abrirse bruscamente la puerta del baño, oyó: -¿Syd? ¡Syd!
Era Luke. Era la voz de Luke. El alivio le dobló las rodillas y se sentó pesadamente dentro del armario, rodeada de cañas de pescar, palos de lacrosse, y Dios sabe qué más.
La puerta del armario se abrió de golpe y ahí estaba Luke. El pánico que vio es sus ojos, la habría emocionado, si el alivio no la hubiera hecho sentir un repentino enfado.
-¿Qué demonios creías que estabas haciendo? -salió, prácticamente, del armario blandiendo el bate-. ¡Me has dado un susto de muerte!
-¿Yo te he asustado a ti? -Luke estaba tan enfadado como ella-. Dios, Syd, he entrado aquí y te habías ido. Pensé...
-Tendrías que haberme llamado. Haberme avisado de que ibas a llegar antes de hora -lo acusó.
-No es tan pronto -rebatió él-. Son casi las cero, uno, treinta. ¿Eso es antes de hora?
En realidad, no mucho. El reloj del vídeo marcaba casi la una y media.
-Pero... -protestó Syd, pensando deprisa. ¿Por qué se había asustado tanto? Hizo una seña en dirección a la cocina-. Has entrado por la puerta de atrás. Tú siempre entras por la principal -¡la que, por cierto, estaba cerrada, genio! ¡Si hubieses sido el violador de San Felipe, habría estado atrapada!
Supo que lo había desarmado con eso. El comentario, bastó para detenerlo y para enfriar su enfado. Syd lo observó echarle un vistazo al bate de baseball que ella sostenía todavía. Lo vio darse cuenta de que estaba asustada, percibir las lágrimas que el terror había acumulado en sus ojos.
Maldita sea, no iba a ponerse a llorar delante de él.
-Dios mío -dijo Luke-. ¿No tienes una llave? ¿Por qué diablos no tienes una llave?
Syd sacudió la cabeza, incapaz de decir nada, enfocando toda su energía en evitar echarse a llorar.
Luke no estaba muerto, tendido en el patio. Gracias, Dios.
Frunciendo el ceño, él bajó la mirada y cogió su teléfono móvil. Estaba vibrando en silencio. Lo abrió y contestó.
-O’Donlon -escuchó y luego dijo-. Sí. Estamos los dos bien. Syd estaba... -la miró.
-Asustada -repuso ella, dejándose caer en el sofá-. Estaba asustada. Puedes decirlo. Lo admito.
-No sabía que era yo -le explicó Luke a su interlocutor-. Y optó por la opción esconderse, en nuestro escenario de pesadilla -le echó un vistazo al bate de baseball-. Bueno, quizá combinada con un poco de lucha-. Tomó aire profundamente y se pasó la mano libre por el pelo hacia atrás, dejándolo de punta-. Yo llegué, no la encontré y... -se quedó congelado. Total y absolutamente quieto-. ¿No funciona?
El pulso de Syd, que había empezado a recuperar su frecuencia habitual, se disparó nuevamente, al captar algo extraño en su tono de voz.
-¿Qué, no funciona? -preguntó.
Luke se volvió para mirarla.
-Thomas dice que te oyó pidiendo esas llamadas pero no logró hacerse contigo. Dice que llamó dos veces, antes de darse cuenta de que no estaba oyendo sonar el teléfono a través de los micrófonos. Algo le pasa a la línea.
Syd lo miró fijamente.
-Recibí una llamada unos cuantos minutos antes. Wes llamó buscándote.
-¿Wes llamó aquí?
-Sí -dijo Syd-. ¿No oíste, al menos, mi parte de la conversación?
-Debía estar ya de vuelta -repuso él-. Conduciendo hacia casa -fingiendo que volvía de la base -le tendió una mano-. Ven aquí. Quiero tenerte cerca hasta que aclaremos esto.
Syd le cogió la mano y él la levantó del sofá mientras volvía a dirigirse a Thomas.
-Mantened la posición. Alerta máxima. Os quiero con los ojos abiertos y el cerebro trabajando. Probablemente no sea nada -le dijo a Syd pero ella supo que no era lo que pensaba.
Las luces todavía estaban encendidas en la cocina. Todo parecía completamente normal. Había unos cuantos platos sucios en el fregadero, un periódico abierto por la página de deportes sobre la mesa.
Mientras Syd lo observaba, Luke levantó el auricular del teléfono y se lo llevó al oído.
Miró a Syd mientras colgaba y habló de nuevo con Thomas a través del móvil.
-El teléfono está muerto. Mantened la posición. Voy a pedir refuerzos.
Un corte limpio.
Probablemente con un cuchillo. O con unas tijeras.
Lucky se sentó en el sofá del salón y trató de aliviar el tremendo dolor de cabeza que sentía, masajeándose las sienes.
No había funcionado.
De algún modo, alguien se había aproximado a la casa lo suficiente esa noche como para cortar la línea telefónica. De alguna forma, el hijo de puta lo había conseguido, burlando a dos SEALs experimentados y a tres brillantes aspirantes, que lo buscaban.
No había estado dentro pero el mensaje era claro.
Podría.
Había estado justo ahí, a una simple pared de distancia de Sydney. De haber querido, habría podido entrar, usar ese cuchillo para dejarla tan muerta como la línea y haberse marchado, antes de que Lucky hubiese sido capaz de alcanzar la puerta trasera.
La idea hizo que se le revolviese el estómago.
Mientras la FInCOM y los miembros de policía del operativo registraban su casa, Lucky se sentó con Syd en el sofá, rodeándole los hombros con un brazo, en un gesto protector -le importaba una mierda quién pudiera verlos.
-Lo siento -le dijo por catorceava vez-. Sigo intentando entender cómo ha podido colársenos.
-Está bien -dijo ella.
-No, no está bien -sacudió la cabeza-. Hemos estado distraídos toda la noche. Sobre las cero, cero, cincuenta, Bobby recibió un mensaje de Lana Quinn. Le envió un código de urgencia para que la llamara. El resto de nosotros estábamos vigilando la casa -lo que no tendría que haber sido nada del otro mundo. Así que Bobby llamó a Lana, que le dijo que Wes acababa de marcharse de su casa, completamente borracho. Por lo visto, le había dicho que necesitaba hablar con ella pero luego se marchó sin decir nada. Lana se las arregló para quitarle las llaves pero él se encaminó hacia un bar cercano, el Dandelion's. Lo siguió porque estaba preocupada y, con motivo, porque, en cuanto entró en el bar, intentó empezar una pelea. Al verla, Wes se retractó pero no quiso marcharse. Así que, Lana llamó a Bobby.
Lucky suspiró.
-Bobby llamó a Frisco pero él tiene que proteger a Mia y a Tasha y no podía dejarlas solas. Mientras tanto, se iba haciendo cada vez más tarde. Lana volvió a mandarle un mensaje a Bobby diciéndole que había perdido a Wes entre el gentío del Dandelion’s, que no estaba segura de a dónde había ido y...
-Espera un minuto -dijo Syd-. ¿Lana perdió a Wes?
-Bueno, en realidad no -le explicó Lucky-. Pensó que lo había perdido durante unos veinte minutos pero solo estaba en el baño.
-¿Estuvo en el baño durante veinte minutos?
Lucky se tensó.
-No -dijo-. Sé lo que estás insinuando y la respuesta es no.
Ella le sostuvo la mirada.
-El Dandelion's solo está a cinco minutos en coche de aquí.
-Wes no es sospechoso.
-Lo siento, Luke, pero todavía está en mi lista.
-Lana le quitó las llaves de la moto.
-Un movimiento inteligente -replicó-. Especialmente si quería tener una coartada y convencer a alguien de que realmente había estado todo ese tiempo en el baño -en lugar de aquí, en tu casa, a la hora exacta que alguien cortó tu línea telefónica, durante un momento de distracción que él conocía.
Lucky sacudió la cabeza.
-No -dijo-. Syd, tienes que confiar en mí respecto a esto. No es Wes. No puede ser. Confía en mí.
Syd lo miró fijamente a los ojos. Se había asustado mucho esa noche. Lucky no la había visto nunca tan cerca de desmoronarse como cuando había salido de ese armario. Era dura, fuerte e inteligente, y estaba tan asustada por todo aquello como él. Eso la hacía desear atrapar a ese bastardo más que nunca.
Syd asintió.
-Está bien -dijo-. Si estás tan seguro... está fuera de mi lista. No es Wes.
No estaba burlándose, ni siendo condescendiente. Estaba aceptando -por puro acto de fe- algo en lo que él creía por completo. Confiaba en él hasta ese extremo. Era un sentimiento increíble. Increíblemente bueno.
Lucky la besó. Delante del personal del operativo y del jefe Zale.
-Mañana -le dijo-, hablaré con Wes. Veré si está dispuesto a ofrecer voluntariamente una muestra de ADN para que la llevemos al laboratorio y lo descarten oficialmente de la lista de sospechosos.
-No necesito que hagas eso -repuso Syd.
-Lo sé -la besó de nuevo, tratando de sonar despreocupado, pese a la opresión que sentía en el pecho-. Molestar a Wes Skelly mientras tiene una resaca de campeonato no es exactamente mi idea de diversión. Pero, ¡eh! No tengo nada más que hacer mañana.
-Mañana -le recordó Syd-, se casa tu hermana.