Capítulo 9
-Vale. Este es el escenario -dijo Syd mientras Luke abría la puerta, invitándola a entrar en la fresca tranquilidad de su casa-. Eres el único hombre en la fortaleza enemiga cuando la batalla, como tú la llamas, el tiroteo comienza. Están obligando a retroceder a tu equipo. Te ves superado en número y en armamento. ¿Luchas o te rindes?
Luke cerró la puerta a su espalda y el sonido de la cerradura pareció rebotar entorno a ellos.
Allí estaban.
Juntos.
Solos.
Por el resto de la noche.
Syd aún sentía los labios calientes a causa del último beso que le había dado -en un bar llamado Shaky Stan's. También la había besado en Mousehole. Y en Ginger's. Y en el Shark's Run Grill. De hecho, se habían besado de forma bastante visible por todo el distrito marítimo de San Felipe.
Syd había tratado de impedir que los besos se alargaran. Había tratado de evitar derretirse en sus brazos. Pero había fracasado, con bastante más frecuencia de la deseada.
Después de esas series de besos, cada vez más ardientes, de haber estado saliendo juntos de verdad, habría sido malditamente imposible que alguno de los dos hubiese conservado la ropa puesta, cinco segundos después de que Luke cerrara la puerta.
Conciente del hecho de que su ropa seguía en el mismo sitio, Syd siguió hablando, plateando uno de sus escenarios militares. No le estaba permitido preguntar nada específico sobre las operaciones de los SEALs pero podía plantear situaciones hipotéticas. Y lo hacía tan a menudo como le era posible.
-¿Qué hay dentro de la hipotética fortaleza? -preguntó el, depositando las llaves sobre una mesa pequeña, cercana a la puerta principal-. ¿Es una misión de rescate o una operación para recavar información?
-Una misión de rescate -decidió-. Rehenes. Hay rehenes dentro. Niños rehenes.
Él le dirigió una cómica mirada de incredulidad al moverse hacia el termostato para ajustar la temperatura del aire acondicionado. Estupendo. Incluso allí, hacía demasiado calor. El aire acondicionado, haciendo circular el aire, aliviaría su sensación de bochorno.
-¿Por qué no lo haces directamente imposible?
Luke entró en la cocina y ella lo siguió.
-Estoy intentado plantear un desafío.
-De acuerdo, está bien -abrió la puerta del frigorífico y revisó los estantes desordenados con el ceño fruncido-. Si nos hubiesen enviado a rescatar niños secuestrados, tendríamos órdenes expresas de no fracasar -metió la mano detrás de una botella de leche y extrajo un recipiente con lo que parecía té helado-. ¿Quieres?
Syd asintió, apoyándose contra el marco de la puerta.
-Gracias.
Lo observó coger dos vasos altos de un armario y llenarlos de hielo.
-Bueno -dijo, más que nada por llenar el silencio-. ¿Qué hacéis en esa situación?
Él se volvió para mirarla.
-No fracasamos.
Syd tuvo que echarse a reír.
-¿Podrías ser un poco más específico?
-Estoy dentro, ¿no? -repuso él, vertiendo el té sobre el hielo, en los vasos-. Solo. Pero tengo contacto por radio con mis hombres. Supongo que lo que haría es ser sigiloso y buscar los puntos vulnerables del enemigo. Luego, localizaría y protegería a los rehenes, y esperaría a que el resto de mi equipo viniera a sacarnos-le tendió un vaso-. ¿Limón? ¿Azúcar?
-Solo está bien -dijo ella-. Gracias.
Dios, resultaba extraño. Ese hombre, que se apoyaba contra la encimera de la cocina, había pasado una gran parte de la noche explorando el interior de su boca con la lengua. Y ahora estaban compartiendo un refrescante vaso de té helado y manteniendo una charla impersonal sobre estrategia militar.
Se preguntó si él sabría que estaba muriéndose por que la besara de nuevo. De verdad, esta vez. Interiormente, puso los ojos en blanco. Como si eso pudiese ocurrir.
Era realmente sorprendente. Solo habían transcurrido unos días desde que Luke la había besado por primera vez, a unos pasos de donde se encontraban, en la terraza contigua a la cocina. En aquel momento, siendo casi desconocidos, él había hecho la elección incorrecta. En lugar de tratar de ganarse su amistad, había intentado conquistarla a través de su poderoso atractivo sexual. Sin saber que eso casi arruinaría sus posibilidades de llegar a convertirse en su amigo.
Casi, pero no del todo.
Y en algún momento, de algún modo, a lo largo de los últimos días, Luke se había redimido.
Así que, ahí estaban ahora como amigos. Y Syd deseaba de verdad que la besara.
El problema era que ahora que ya eran amigos, él no tenía ningún motivo para hacerlo.
-Bueno -dijo, tratando desesperadamente de llenar el silencio-. Cuéntame. ¿Por qué te uniste a los SEALs?
Luke no contestó de inmediato. Terminó de remover el limón y la montaña de azúcar de su té helado, enjuagó la cuchara en el fregadero y la metió en el lavaplatos. Luego cogió su vaso y se encaminó de regreso al salón, haciéndole un gesto a Syd con la cabeza para que lo siguiera.
Syd fue tras él hasta la pared repleta de fotografías. Las había visto la última vez que había estado allí. Fotos de Luke de niño, con su pelo aclarado por el sol, incluso más rubio que ahora. Fotos de un joven Luke, rodeando con los brazos a una niña rechoncha, morena. Fotos de Luke con una mujer rubia, dolorosamente delgada, que debía ser su madre. Y fotos de un joven Luke, con un hombre moreno, de tez oscura.
Él le señaló las fotografías del hombre.
-Este -dijo-, es Isidro Ramos, la razón por la que me uní a los SEALs.
Syd observó más de cerca la fotografía. Apreció la calidez en los ojos del hombre, que rodeaba con un brazo los hombros del joven Luke. Y, en respuesta, la adoración que había en el rostro sonriente del chico.
-¿Quién es? -preguntó.
-Era -le dijo, sentándose en el sofá, tomando un sorbo de té y colocando las piernas sobre la mesita de café.
Syd lo conocía lo bastante ya como para saber que su aire casual era totalmente fingido. En realidad, estaba al límite. Pero, ¿era el tema de conversación lo que le suponía un problema -o su presencia allí?
-Isidro murió cuando yo tenía dieciséis años -dijo-. Era mi padre.
¿Su...? Syd le echó un segundo vistazo. No había forma de que un hombre tan oscuro hubiera tenido un hijo tan rubio como Luke.
-No mi padre biológico -añadió él-. Obviamente. Pero se preocupó por ser mi padre mucho más que Shaun O'Donlon.
Syd se sentó al otro extremo del sofá.
-¿Y él es la razón por la que te uniste a los SEAL?
Luke se volvió para mirarla.
-¿Quieres la versión corta o la versión larga de la historia?
-La larga -respondió, quitándose las sandalias y metiendo los pies debajo de ella-. Empieza por el principio. Quiero oírlo todo. ¿Por qué no empiezas por cuándo naciste? ¿Cuánto pesaste?
Mientras siguieran hablando, no tendrían que lidiar con temas difíciles como dónde debía dormir ella. O, más bien, dónde iba a fingir dormir. Que Dios la ayudara, pero no se imaginaba capaz de pegar ojo, sabiendo que Luke estaba en la cama en la habitación de al lado.
-Bromeas, ¿verdad? -sacudió la cabeza y él se echó a reír.
-Unos cuatro kilos. Mi madre medía alrededor de un metro cincuenta y ocho. Solía decirme que fui casi tan grande como ella -se detuvo un momento para alzar la vista hacia las fotografías-. Mi madre era muy frágil -dijo, despacio-. No se diría viendo las fotos porque era muy feliz con Isidro. Sin embargo, el día que él murió, casi se rindió. Solo fingió seguir adelante, luchar contra su mala salud por Ellen -mi hermana. Pero era una batalla perdida. No me malinterpretes -añadió-. Yo la quería. Es solo... que no era demasiado fuerte. Nunca fue una mujer fuerte.
Syd tomó un sorbo de té, esperando a que continuara.
−1966 no fue un buen año para ella -dijo-, considerando que sus opciones fueron casarse con Shaun O'Donlon o tener un hijo fuera del matrimonio. Vivía en San Francisco pero no le iba mucho ese rollo hippie de las flores en el pelo -al menos, no lo suficiente. Así que se casó con Shaun, en la boda relámpago del año, y yo tuve el dudoso honor de ser legitimado. Y... -se volvió ligeramente hasta quedar frente a ella en el sofá-. ¿Estás segura de que quieres oír todo esto de verdad?
-Me interesa -le explicó-. Puedes descubrir muchas cosas sobre las personas, oyéndolas hablar sobre su niñez.
-En ese caso, ¿dónde creciste? -le preguntó él.
-En New Rochelle, Nueva York. Mi padre es médico. Mi madre era enfermera pero lo dejó al tenernos. Cuatro hijos. Soy la menor. Mis hermanos y mi hermana son increíblemente ricos y han tenido un éxito inmenso, con sus cónyuges perfectos, sus guardarropas perfectos y sus bronceados perfectos, dándoles a mis padres nietos perfectos, en el momento adecuado -le sonrió-. Como ves, no parezco seguir la tradición familiar. Normalmente, suelen considerarme, por supuesto en voz baja, la oveja negra. Les está bien empleado por ponerme un nombre de niño.
Luke se rió. Le encantaba hacerle reír. Las líneas de alrededor de sus ojos se fruncían de un modo adorable. Y su boca...
Bajó la mirada hacia el té para evitar mirarle la boca.
-En realidad -confesó-, mi familia es encantadora. Son muy agradables -aunque algo despistados. Y se toman bastante bien, con mucha resignación, que me haya saltado las normas. Mi madre sigue intentando comprarme vestidos de Laura Ashley, claro. Todas las navidades, sin excepción. “Vaya, gracias, mamá. ¿En rosa? Wow, no tenías por qué. No, de verdad no tenías por qué”. Y al año siguiente, lo mismo.
Syd se arriesgó a mirar a Luke de nuevo. Seguía riéndose.
-Anda, vamos. Te toca. Acaba tu historia. Tu padre era un gilipollas. Me imagino cómo sigue -se fue antes de que cumplieras los dos años.
-Ojalá -dijo Luke-. Shaun se quedó hasta que tuve ocho, sangrando a mi madre emocional y económicamente. Pero el año que cumplí los ocho heredó una pequeña fortuna del viejo tío Barnaby y se largó al Tibet. Mi madre pidió el divorcio y consiguió una cantidad sustancial con la sentencia. Compró la casa en San Diego y, al tener la hipoteca ya pagada, empezó a trabajar a tiempo completo en un albergue. Fue la época en la que la gente salía de Centroamérica en masa. Allí es donde conoció a Isidro -en el albergue. Teníamos un apartamento encima del garaje, en la parte trasera de la casa, y él fue unos de los seis hombres que se instaló temporalmente allí. Recuerdo que me daban un poco de miedo. Todos eran como fantasmas, flotando como si estuvieran en estado de shock. Ahora me doy cuenta de que probablemente lo estuvieran. Se las habían arreglado para escapar pero habían asesinado a sus familias -en algunos casos delante de ellos. Isidro me contó, posteriormente, que había salido a comprar gasolina de contrabando en el mercado negro y, cuando volvió, su pueblo entero había sido quemado y todos -hombres, mujeres y niños, incluso recién nacidos- habían sido masacrados. Me dijo que había sido uno de los afortunados que habían conseguido identificar los cuerpos de su mujer y sus hijos. Se quedaron para siempre con la duda de si sus hijos seguirían vivos de haber estado allí para tratar de protegerlos.
Sus ojos estaban distantes, desenfocados. Pero, entonces, la condensación de su vaso de té le goteó sobre la pierna y, tras bajar la mirada, volvió a centrarse en Syd y le sonrió.
-¿Sabes? Hacía mucho tiempo que no hablaba de Isidro. A Ellen solía gustarle escuchar cosas sobre él pero nunca le conté demasiado sobre este oscuro asunto. Quiero decir, básicamente, el tipo tenía una familia completa en Centroamérica, ya antes de conocer a mi madre. Se casó con ella -con mi madre, supongo que para que no lo deportaran. Lo habrían matado, si lo hubiesen enviado de regreso a su país. Mi madre nos sentó a los dos -a Isidro y a mí- en la mesa de la cocina y nos dijo que iba a casarse con él -Luke se rió al recordarlo-. Él se opuso totalmente. Sabía que había estado casada anteriormente, de más joven. Le dijo que se había casado por motivos equivocados la primera vez y que no iba a permitir que lo hiciese de nuevo. Y ella le contestó que casarse con él para impedir que muriese era el mejor motivo que se le podía ocurrir. Creo que estaba enamorada de él, incluso entonces. Lo convenció de que tenía razón, se casaron y él se trasladó desde el apartamento a nuestra casa.
Su madre había sido muy, muy lista. Había tenido claro lo que quería y había ido a por ello. Había sabido que una vez metiera en casa a Isidro, no transcurriría mucho tiempo antes de que el matrimonio se consumase. Y había estado en lo cierto.
Era gracioso el modo en que la vida parecía describir círculos, meditó Lucky, estudiando a Syd, que estaba hundida al otro extremo del sofá, tan alejada de él como le era posible. Porque, ahí estaba él, jugando al mismo juego que había jugado su madre. Fingiendo que estaba actuando en nombre de una buena causa, en lugar de atendiendo a su propia necesidad personal.
Fingiendo... Oh, sí, vaya... que si era preciso hacerlo, podía soportar el inconveniente de tener a Syd pegada, día y noche.
Sí, claro. Como si no esperara -como su madre había esperado con Isidro- que la presión de estar con Syd constantemente desencadenara algún tipo de inevitable e incontenible explosión sexual. Antes o después -si no aquella noche, tal vez al día siguiente o al otro- Syd abriría estrepitosamente la puerta de su habitación y anunciaría que no podía soportarlo un minuto más y que tenía que estar con él.
Se rió. Sí, como si eso fuese a pasar.
-¿Qué es tan divertido? -le preguntó ella.
Estuvo a punto de decírselo. Sin embargo, acabó encogiéndose de hombros.
-Ellen nació justo un año después de que se casaran. El matrimonio se convirtió en algo real muy deprisa.
Ella asintió, comprendiendo y alzando la vista hacia la pared hasta la foto de su madre.
-Por la proximidad. Era muy guapa y si se enamoró... probablemente él no tuvo ninguna oportunidad de resistirse.
-Solía hablarme de su otra familia -recordó Lucky-. Imagino que no es probable que hablara mucho sobre ellos con mi madre. Pero yo le preguntaba y él necesitaba hablar. Lo acompañaba a conferencias, donde hablaba sobre las terribles violaciones de los derechos humanos que se habían llevado a cabo en su país. Las cosas que vio, Syd. Las cosas de las que tuvo que ser testigo... -sacudió la cabeza-. Él me inculcó el valor de la libertad como norteamericano, sobre todo lo demás. Me recordaba cada día que vivía en la tierra de la libertad y, cada día, colgábamos una bandera americana en el exterior de la casa. Solía decirme que aquí podía acostarse por las noches sabiendo que nadie irrumpiría en nuestra casa y nos sacaría de nuestras camas. Que nadie nos arrastraría hasta la calle y nos metería una bala en la cabeza, sencillamente a causa de nuestras creencias. Gracias a él, aprendí a valorar esa libertad que la mayoría de los norteamericanos dan por supuesta. Isidro me enseñó muchas cosas pero eso fue algo que me marcó de verdad. Porque él había tenido que vivir con miedo y su anterior familia había sido asesinada.
Syd estaba en silencio, limitándose a mirarlo.
-Consiguió la nacionalidad a los treinta años -le dijo, permitiéndose a si mismo perderse un poco en la suavidad de sus ojos-. Fue un día que nunca olvidaré. Estaba tan orgulloso de ser un verdadero norteamericano. ¡Y, Dios! -se echó a reír-. ¡Había elecciones en Noviembre! Nos llevó a Ellen y a mí a las urnas para que lo viéramos votar. Y nos hizo prometer a los dos -aunque a duras penas podía hablar- que votaríamos siempre que tuviésemos ocasión.
-Así que tu padrastro es la razón por la que te convertiste en SEAL.
-Mi padre -la corrigió con suavidad-. Y, sí. Las cosas que me contó, me marcaron -Lucky se encogió de hombros, consciente de que era probable que una periodista cínica no lo viera del mismo modo que Isidro y él. Sabía que cabía la posibilidad de que ella se riera y deseó que no lo hiciera-. Sé que hay un montón de cosas malas en este país pero también hay muchas buenas. Yo creo en Norteamérica y me uní a la Marina -a los equipos de SEALs en concreto- porque quería hacer algo en compensación. Quería asegurarme de que sigue siendo la tierra de la libertad y el hogar de los valientes. Y he permanecido en la Armada, durante más tiempo del que habría podido soñar, porque acabé recibiendo muchísimo más de lo que daba.
Syd se rió.
Él trató de ocultar su decepción.
-Sí, lo sé. Suena tan...
-¡Oh -ella se incorporó-, no! No me estaba riendo de lo que has dicho. Dios, me has impresionado muchísimo -por favor, no pienses que me estoy riendo de ti.
-¿En serio? -Lucky trató de sonar casual-. ¿Te he impresionado de verdad? -mierda, sonaba como un gilipollas, tratando, patéticamente, de conseguir más cumplidos.
Syd no pareció notarlo, inmersa en su propia intensidad. Dios, cuando se ponía seria, se ponía seria.
-Me estaba riendo porque cuando te conocí, pensé que te tenía calado. Pensé que eras uno de esos tipos, cargados de testosterona, que se unen a la Marina únicamente porque les encanta la idea de poder volar cosas por los aires.
-Bueno, sí -Lucky necesitaba que dejase de mirarlo de esa forma, con esos penetrantes ojos que parecían ser capaces de atravesarlo y llegar a verle el alma. Necesitaba aligerar la conversación, antes de acabar haciendo algo tan estúpido como abrazarla y besarla-. ¿A qué crees que me refería cuando hablaba sobre lo que obtengo siendo un SEAL? Me permiten volar cosas por los aires.
Syd se rió. Gracias, Dios.
-Háblame -le pidió-, sobre tu hermana. Ellen. Va a casarse, ¿verdad?
-En una semana -dijo-. Será mejor que lo marques en tu calendario. Parecería raro que, supuestamente, estemos viviendo juntos y no asistas a la boda de mi única hermana.
-Oh, no -ella hizo una mueca-. No puedo hacer eso. No puedo hacerte cargar conmigo hasta para la boda de tu hermana.
-Supongo que podríamos inventar una excusa para explicar por qué no vas -dijo Lucky-. Si realmente no quieres ir, quiero decir.
-Me encantaría ir -puntualizó ella-. Pero sé que es un día muy importante para ti. Bobby me contó que habías renunciado a... ¿Cómo lo llamó? Una asignación de bala de plata -algo que deseabas de verdad- para poder quedarte en la ciudad.
-Si yo no estuviese aquí -dijo-. ¿Quién iba a caminar con ella por el pasillo? Venga, arréglalo para venir conmigo. Y si pudieses arreglarlo también para llevar un vestido -algo formal- cuando estemos allí...
-Dios -ella lo miró con simulado horror-. Debes pensar que soy una auténtica idiota. ¿Qué crees que me pondría para ir a una boda? ¿Unos vaqueros limpios?
-Eh... sí -admitió-. O los vaqueros o los pantalones caqui. He apreciado cierta... repetición en tu vestuario.
-Fantástico -dijo ella-. Primero soy idiota y ahora soy aburrida.
Se estaba riendo así que, Lucky sabía que no se lo había tomado en serio. Pero, aún así, sintió la necesidad de explicarse.
-Eso no es lo que quería decir...
-Déjalo mientras aún estés a tiempo -le advirtió ella-. Limítate a hablarme de tu hermana.
Era cerca de la una pero Lucky no estaba cansado. Syd tampoco parecía cansada.
Así que le habló sobre su hermana, dispuesto a seguir durante toda la noche, si ella se lo pedía.
Deseó que quisiera algo más que una conversación de él. Quería tocarla, llevarla a su habitación y hacerle el amor. Pero no iba a arriesgarse a destruir la tranquila intimidad que compartían.
Le gustaba a Syd. Él lo sabía. Pero era algo demasiado reciente y demasiado frágil como para jugar con ello.
Quería tocarla pero supo que no lo haría. Esa noche iba a tener que conformarse con acariciarla con las palabras.
-Espada -dijo Rio Rosetti-. O Pantera.
-¿Qué te parece Halcón? -sugirió Thomas, chasqueando la lengua.
-Sí, Halcón me gusta.
A Rio no le gustaba su apodo actual y estaba tratando de convencer a sus amigos para que lo llamasen de otra forma.
-Personalmente, creo que deberíamos desarrollar un nuevo grupo de SEALs más amables y gentiles, con apodos amables y gentiles -dijo Michael Lee, completamente serio-. ¿Qué te parece Conejito?
La expresión en el semblante de Rio resultó cómica.
Thomas se echó a reír.
-Me gusta -dijo-. Conejito.
-Para -replicó Rio-. Para, para, para.
-A mí me parece bien -dijo Lucky.
Estaban sentados en la oficina, esperando la transmisión electrónica de la lista que Lucy había obtenido de los ordenadores de la policía.
De los hombres y mujeres que habían servido en la base naval durante cierto periodo, hacía cuatro años, cerca de treinta -todos hombres- habían tenido problemas con la ley. Veintitrés habían cumplido condena. Cinco seguían encarcelados.
El ordenador de la policía había escupido los nombres, alias y últimas direcciones conocidas de todos ellos. Iban a cruzar las referencias de esta lista con la información que habían obtenido de los archivos personales de la Armada.
-Lucky -dijo Rio-. Ese sí es un apodo que me encanta.
-Pillado -señaló Mike Lee-. Eh, aquí está. La lista. Imprimiré un par de copias en papel.
-No vayas a pensar que la suerte va con el apodo -le dijo Thomas a Rio-. Según la leyenda, aquí, el teniente ha tenido una existencia encantadora, de ahí el nombre.
-Verdaderamente encantadora -convino Rio. Miró a Lucky, que se había acercado a observar la pantalla por encima de hombro de Mike Lee.
La lista contenía nombres, alias, últimas direcciones conocidas, una relación resumida de antecedentes penales, condenas y periodos de estancia en la cárcel -su historial criminal, por llamarlo de algún modo.
-No he podido evitar fijarme en que Syd ha venido a trabajar esta mañana con una de sus camisas hawaianas, señor -prosiguió Rio-. Supongo que su pequeña fiesta de pijamas de anoche fue... bien.
Lucky alzó la vista para encontrarse a Thomas y Bobby esperando también su contestación. Incluso Michael Lee apartó los ojos de la pantalla del ordenador.
-Chicos, estáis bromeando, ¿verdad? Sabéis tan bien como yo que esto es una trampa para atrapar al violador. Sí, Syd estuvo conmigo pero... -se encogió de hombros-, no pasó nada. Quiero decir, no hay realmente nada entre nosotros.
-Lleva una de tus camisas -insistió Bobby.
-Sí, porque anoche, en un momento de genialidad, me metí con su vestuario.
Se había quedado dormido en el sofá y lo había despertado el aroma del café recién hecho. Había apartado la manta con la que Syd debía haberlo tapado y había acudido a la cocina, para encontrarla ya duchada y vestida -con una de sus camisas. Fue extraño -y un poco sobrecogedor. Era, en toda regla, la típica pesadilla de la mañana después, cuando una mujer que no conoces y que tampoco te gusta especialmente, se siente como en casa, hasta el extremo de cogerte ropa del armario, sin pedir permiso. Solo que, en este caso, no había habido noche anterior. Y, por tanto, tampoco había pesadilla.
El café olía estupendamente, Syd estaba sorprendente con su camisa y, cuando le sonrió, no se le retorció el estómago de ansiedad. En todo caso, se le retorció de anticipación.
Ella le gustaba, le gustaba tenerla en casa y le gustaba que formara parte de su mañana.
Y, quizá, si era afortunado y conseguía hacer honor a su apodo de una vez, se despertaría al día siguiente con ella en la cama.
Mike le tendió tres copias de la lista impresa y él le pasó una a Bobby y las otras a Thomas y a Rio.
Rio seguía mirándolo como si se enfrentara a algún tipo de desafío mental.
-Déjame aclararlo. Estuviste a solas con Syd. Syd. Una de las mujeres más increíblemente fascinantes y sexys del mundo. Estuvo a solas contigo toda la noche. Y, en lugar de aprovechar esa increíble oportunidad, ¿perdiste el tiempo metiéndote con su ropa?
-Eh, chicos. He ido a Starbuck's. ¿Quién quiere café?
Syd entró cargada con una bandeja de cartón, llena de vasos de café de papel, antes de que Lucky pudiera contestarle a Rio que se metiera en sus propios asuntos.
-Oh, estupendo. ¿Por fin ha llegado la lista?
-Recién salida del horno -le dijo Lucky.
Syd sonrió, depositando un vaso frente a él.
-Entrega especial. Con extra de azúcar. Supuse que lo necesitarías, después de lo de anoche.
Rio se aclaró intencionadamente la garganta.
-¿Disculpa?
Syd lo golpeó suavemente en el hombro.
-Ni siquiera te atrevas a pensarlo -no quería decir eso, mente sucia. Luke y yo somos amigos. Lo tuve toda la noche hablando. Se quedó dormido en el sofá del comedor de madrugada. Está pagando las consecuencias de dormir poco por mi culpa.
Rio le lanzó a Lucky una mirada de incredulidad.
-¿Te quedaste dormido en el sofá del comedor...?
-Eh -dijo Thomas-. Aquí hay un tipo que salió de una prisión de Kentucky, cuatro semanas antes de que fuera denunciado el primer ataque.
-El primer ataque conocido -le recordó Lucky, dirigiéndole una mirada de agradecimiento por el cambio de tema. Hizo rodar la silla para acercarse al joven alférez y observó la lista por encima de su hombro-. Kentucky está a un buen trozo. Tendría que haber estado muy motivado para llegar a San Diego con el dinero que llevaba encima.
-Sí, pero mira esto. Tiene una orden de busca y captura otra vez -dijo Thomas-. En relación con el robo en una licorería en Dallas. Fue una semana después de ser puesto en libertad.
Syd se inclinó sobre el hombro de Lucky.
-¿Puede un convicto abandonar el Estado, así sin más? ¿No tiene que informar a su agente de la libertad condicional?
Lucky volvió la cabeza y se encontró directamente frente a sus pechos. Apartó la mirada, con la mente momentáneamente en blanco. ¿Qué había estado a punto de decir?
Bobby respondió por él.
-Por lo que yo sé, los agentes están para cuando un preso es liberado antes de hora. Si ha cumplido la condena íntegra, habitualmente no hay agente.
-¿Cómo se llama el tipo? -preguntó Syd-. ¿En qué parte de la lista está?
-Owen Finn -Lucky lo señaló y ella se inclinó aún más cerca para poder leer la pequeña letra de imprenta. Llevaba su desodorante. Olía diferente en ella, delicado y femeninamente fresco.
Mandita sea. Era de locos. Al menos, tendría que haberle dicho algo a Syd la noche anterior. Claro, joder. Algo como: ¿Qué te parece si lo hacemos? De acuerdo, puede que eso no. Pero puede que algo a medio camino entre eso y el estúpido silencio que había mantenido. Porque, ¿y si la atracción era mutua? ¿Y si ella también se había pasado toda la noche deseando un acercamiento físico? ¿Qué daño podía hacer?
Después de todo, eran amigos -según las propias palabras de Syd. Y como amiga, debería apreciar su sinceridad.
¿No?
-Finn fue encarcelado por robo con allanamiento -dijo Syd enderezándose-. Creo que deberíamos buscar a alguien con un delito por agresión sexual o algún otro tipo de crimen violento.
-Finn -leyó Bobby la información extraída informaticamente de los archivos de personal de la Marina-. Owen Franklin. Hijo de un condecorado con la medalla al honor, entró en la Academia naval de los Estados Unidos, pese a que sus calificaciones no alcanzaban el nivel exigido. Abandonó el BUD/S, cuatro meses después, licenciado con deshonor, acusado y condenado por robo. Sí, definitivamente, este tipo tenía los dedos ligeros. Pero no hay ninguna mención de violencia.
-¿Qué tal este? -Thomas señaló la lista y Syd volvió a inclinarse sobre Lucky-. Martin Taus. Acusado de cuatro cargos por agresión sexual pero nunca condenado. Se libró por un tecnicismo. No cumplió condena pero tuvo que pagar una multa y realizar servicios a la comunidad, por los daños infringidos. Su última dirección conocida corresponde a una oficina postal de San Diego.
-¿Cómo vamos a encontrar a esos tipos? -preguntó Syd-. ¿No podemos citar a todos los que figuran en la lista?
Se sentó junto a él y Lucky resistió el impulso de rodearla con el brazo. Si hubiesen estado en público, no lo habría dudado. Pero, aquí, en la oficina, no era necesario representar nada.
Lástima.
-La mayoría de ellos no están en la zona -le dijo Lucky-. Y probablemente, sus últimas direcciones conocidas no estén actualizadas. Pero estoy seguro de que la FInCOM los buscará y los traerá para interrogarlos.
-Algunos de ellos no van a ser fáciles de localizar -señaló Thomas-. Como ese Owen Finn, al que buscan en Texas. Resulta bastante evidente que está huyendo.
-¿Cuándo vamos a empezar a usarme como señuelo? -preguntó Syd-. Tenemos que establecer una pauta para que pase tiempo sola.
-Empezaremos esta noche -le dijo Lucky-. Hablé con Frisco esta mañana. Los aspirantes a SEAL que están en la primera fase, harán series nocturnas de nado, a lo largo de la semana que viene. Voy a estar visible en la base desde la hora de inicio de los ejercicios, alrededor de las veintitrés, cero, cero, hasta el momento de ponerme el equipo. Luego, otro de los instructores se hará pasar por mí -enmascarado y equipado- para que cualquiera que esté observando no sepa que no soy yo. Luego, abandonaré la base, encubierto, y me uniré a Bobby y a los hombres rana junior, que estarán, estratégicamente ocultos, en los alrededores de nuestra casa. De mi casa -se corrigió rápidamente a si mismo.
Alan Francisco se había sentido decepcionado. Lo había reconocido, en cuanto Lucky había admitido que su relación con Syd era un montaje. Pero no había añadido nada más, excepto que allí estaba, por si Lucky necesitaba a alguien con quien hablar. ¿Sobre qué?, había preguntado Lucky. Sí, estaba un poco preocupado porque Syd estuviese poniéndose en peligro pero, de esa forma, al menos, podía vigilarla. Todo iba bien. No había nada de lo que hablar.
-Me iré en una hora a casa de Luke para instalar micrófonos en el interior -dijo Bobby.
-Así que, voy a estar sola en casa desde las siete hasta... ¿las dos o las tres de la madrugada? -supuso Syd.
-No, tenemos tiempo antes de que empiecen los ejercicios -le dijo Lucky-. Podemos ir a cenar a la ciudad. Nos marcharemos juntos de aquí sobre las dieciocho, cero, cero -las seis en punto. Después de cenar, iremos a mi casa y, alrededor de las veintidós, treinta, una vez Bobby y los chicos estén en sus puestos, montaré un drama enorme dándote un beso de despedida y volveré aquí. Estarás sola desde entonces hasta las dos, cero, cero. Unas tres horas y media.
Syd asintió.
-Puede que tengamos suerte y la FInCOM reúna a la mayoría de los sospechosos de nuestra lista, antes de esta noche. Y si tenemos mucha suerte, uno de ellos podría ser nuestro tipo.
Lucky asintió, esperando que la suerte que le había valido su apodo, siguiera sonriéndole.