Capítulo 4

Lucky no había esperado salirse con la suya de verdad así que no se sorprendió cuando siguió a Heather al interior de La Cantina y vio a Syd ya sentada en una de las pequeñas mesas con Lucy McCoy.

Medio había esperado que la periodista adivinara al instante su intención de cambiar el lugar de la reunión y los siguiera, y no lo decepcionó. Esa era, en parte, la razón por la que había llevado a Heather a cenar y luego la había arrastrado hasta allí, hasta aquella especie de bar cutre de San Felipe.

Syd lo había acusado de estar desesperado, como si rechazara totalmente sus avances. De hecho, estaba en lo cierto -él había tenido un motivo concreto para besarla -pero de algún modo, había acabado convirtiéndose en algo peor.

Incluso sabiendo que estaba haciendo el idiota, quería asegurarse de que ella supiera que no estaba en absoluto desesperado y que su pequeño rechazo no le había importado lo más mínimo, apareciendo casualmente con una guapísima reina de la belleza rubia colgada del brazo.

También quería asegurarse de que no quedaba ninguna duda en la mente fisgona de la periodista de que no había nada entre la mujer de Blue McCoy y él.

La idea de una traición así bastaba para enfermarlo.

Por supuesto, cabía la posibilidad de que la incesante cháchara sin sentido de Heather acabara revolviéndole en el estómago el atún a la plancha que había tomado para cenar.

Aún así, tuvo un breve instante de satisfacción cuando Syd se volvió y lo vio. Y cuando vio a Heather.

Por una fracción de segundo, sus ojos se abrieron como platos. Se alegró se haberlo percibido porque ella ocultó rápidamente la sorpresa tras esa sonrisa afectada, levemente aburrida, que adoptaba enarcando una ceja.

La sonrisa afectada se había transformado en un auténtico gesto de diversión para cuando Lucky y Heather alcanzaron la mesa.

La expresión de bienvenida de Lucy fue mucho más genuina.

-Justo a tiempo.

-Has llegado pronto -le dijo. Y luego miró a Syd-. Y tú estás aquí.

-Acabé de trabajar media hora antes de lo previsto -explicó Lucy-. Intenté llamarte pero supongo que ya te habías ido.

En silencio, Syd removió el hielo de su bebida con una pajita. Llevaba los mismos pantalones amplios que por la tarde pero había reemplazado la camisa masculina de manga larga por una camiseta blanca, su única concesión al implacable calor. No se había maquillado para la ocasión ni parecía haber hecho otra cosa por su oscuro pelo corto que pasarse los dedos para peinarlo.

Se la veía cansada y diecinueve veces más auténtica y cálida que la prefabricada Heather.

Mientras la observaba, Syd alzó su vaso y tomó un sorbo a través de la pajita. Con esos labios no necesitaba maquillaje. Eran húmedos, suaves, cálidos y perfectos. Lo sabía de primera mano, después de besarla.

Ese único beso había sido más real y significativo que las idas y venidas de Lucky con Heather, durante los últimos seis meses. Y luego, después de besarlo como si el mundo estuviera a punto de acabarse, Syd lo había apartado.

-Heather y yo estuvimos cenando en Smokey Joe's -les dijo-. Heather Seeley, estas son Lucy McCoy y Sydney Jameson.

Pero Heather ya estaba distraída, contemplando en los espejos de la pared su hermosa imagen de la MTV.

Syd habló finalmente.

-Vaya, no sabía que pudieran llevarse citas a las reuniones del operativo.

-Heather tiene que hacer unas cuantas llamadas -explicó Lucky-. Supongo que esto no nos llevará mucho tiempo y luego... -se encogió de hombros.

Luego podía regresar a su velada con Heather, llevársela a casa, tomar un baño en la piscina a la luz de la luna y perderse en su cuerpo perfecto.

-No te importa darnos un poco de intimidad, ¿verdad, nena? -atrajo a Heather más cerca y le acarició los labios siliconados con los suyos. En su perfecto cuerpo de plástico...

Sydney apartó bruscamente la mirada de ellos, repentinamente absorta en las gotas de condensación del vaso que tenía sobre la mesa.

Y Lucky se sintió estúpido. Mientras Heather se encaminaba hacia el bar, hablando ya por su móvil, se sentó junto a Lucy, justo enfrente de Syd, y se sintió como un capullo.

Había llevado a Heather allí aquella noche para demostrarle a Syd... ¿Qué?

¿Que era un capullo? Misión cumplida.

De acuerdo, sí. Habría abrazado a Syd hacía un rato en la terraza, en un esfuerzo por ganarse su apoyo. Pero, de algún modo, por alguna extraña razón, la sensación de caída libre provocada por aquel beso había modificado su motivación, en mitad del lío.

Pensó que debía haber sucedido cuando ella había abierto la boca, cálida y dispuesta. O tal vez antes de eso. En el preciso instante en que sus labios se habían tocado.

Fuera lo que fuese lo que había ocurrido, tenía claro que había acabado besándola única y exclusivamente porque lo deseaba.

Desesperadamente.

Sí, ahí estaba esa palabra de nuevo.

Tras pedirle una cerveza a la camarera, señaló a Heather, le dijo que le pusiera lo que quisiese -de su parte- y trató de sonar como si no se arrepintiera de haber alimentado estúpidamente su ego trayendo a Heather al bar. Sabía que Syd lo estaba escuchando. Fingía estar absorta en la conversación de la mesa pero lo oyó referirse a Heather como: “Esa preciosa rubia del bar con un cuerpo de muerte”.

Mensaje enviado: No necesito que desees besarme nunca más.

Excepto que no era verdad. Sí lo necesitaba. Tal vez no desesperadamente pero casi. Mierda. Toda aquella situación estaba volviéndose más y más estúpida conforme respiraba.

Syd no era en absoluto su tipo. Y estaba obligado a trabajar con ella, aunque seguiría tratando de dar con el modo de quitársela de encima, tras la sesión de hipnosis del día siguiente.

Era terca, agresiva, impaciente y demasiado inteligente -a saber- aparte de estar empeñada en asegurarse de que todo el mundo lo supiese.

Si lo intentara, aunque solo fuese un poco, sería bonita. En su estilo menos dotado de formas que la mayoría de las mujeres.

Lo cierto era que si la vida fuese un concurso de camisetas y Heather y Syd las participantes, Heather ganaría con los ojos cerrados. Puestas una junto a la otra, Syd parecería invisible, eclipsada por la dorada gloria de Heather. Puestas una junto a la otra, no debería haber comparación posible.

De no ser porque una de las dos mujeres lo hacía sentirse completamente vivo. Y no era Heather.

-Eh, Lucy. Teniente -el sargento Bobby Taylor de la Armada de los Estados Unidos le sonrió a Sydney mientras se deslizaba sobre la cuarta silla de la mesa-. Tú debes de ser Sydney. ¿Te aclaraste para llegar con mis indicaciones? -le preguntó.

Syd asintió. Luego miró a Lucky, casi desafiante.

-No sabía muy bien dónde estaba el bar -le dijo-. Así que llamé al sargento Taylor para pedirle instrucciones.

Así que, así se las había arreglado para encontrarlo. Bien. Esperaba que se sintiese orgullosa de si misma. Lucky tomó nota mental para darle una paliza luego a Bobby.

-Llámame Bobby, por favor -el enorme SEAL volvió a sonreírle a Syd y ella le correspondió alegremente, ignorando a Lucky.

-¿Tú no tienes ningún apodo? -bromeó-. ¿Algo como halcón, cíclope o pantera?

Y, repentinamente, Lucky sintió los celos. Como una puñalada caliente. Como un relámpago retorciéndole el estómago, ya revuelto. Dios mío. ¿Cabía la posibilidad de que Sydney Jameson considerara atractivo a Bobby Taylor? ¿Más atractivo de lo que consideraba a Lucky?

Bobby se rió.

-Solo Bobby. Varios tipos, durante el entrenamiento del BUD/S, intentaron llamarme tonto. Pero me opuse... enérgicamente -flexionó significativamente los puños.

Bobby era un hombre atractivo pese a que le habían roto la nariz cuatro o cinco veces. Era oscuramente guapo con sus pómulos altos, sus rasgos afilados y sus profundos ojos castaños, que revelaban su herencia nativo americana por parte de madre. Poseía una calma, una calidad semejante al zen, que resultaba fascinante.

Y luego estaba el tamaño. Enorme era la palabra que mejor lo definía. A algunas mujeres les gustaba. Por supuesto, si Bobby no estuviese pendiente de su entrenamiento físico y de su dieta, pronto engordaría.

-Consideré que tonto no era políticamente correcto -dijo Bobby con suavidad-. Así que me aseguré de que el nombre no arraigara.

Los puños de Bobby eran del tamaño de un par de jamones, así que no cabía duda de que debía haber sido extremadamente persuasivo en sus objeciones.

-Últimamente, aquí, al teniente, le ha dado por llamarme Stimpy -continuó Bobby-, que es el nombre de un gato de dibujos animados, verdaderamente estúpido -bajó la mirada hacia sus manos y flexionó nuevamente sus dedos, tamaño perrito caliente-. Ya tendría que haber objetado pero puede que sea tarde.

-No -dijo Lucky-. Es por Wes -luego se volvió hacia Syd-. El compañero de entrenamiento de Bobby es un tipo delgado llamado Wes Skelly y, bueno... visualmente, Ren y Stimpy les va que ni pintado. En realidad, es un dibujo tan canijo que...

-Wes no es pequeño -lo interrumpió Lucy-. Sabes que es tan alto como Blue.

-Sí pero al lado del gigante este...

-Me gusta Gigante -decidió Bobby.

Syd se estaba riendo y, por la forma en que el sargento le sonrió, Lucky supo que estaba encantado también. Quizá esa fuera la forma de ganarse la confianza de Syd. Tal vez pudiera ser la novia de Bobby.

La idea no le resultó agradable y la desestimó con un ademán.

Maldita sea. Fascinar a las mujeres era su especialidad e iba a fascinar a Sydney Jameson aunque fuera lo último que hiciese.

Lucy fue al grano.

-¿Hablaste con Frisco? -le preguntó.

Lucky asintió con gravedad.

-Si. ¿Crees que cabe la posibilidad de que Stonegate no quiera que atrapemos realmente al violador?

-¿Por qué? ¿Qué ha pasado? -se interesó Syd.

-El mayor Stonegate fue convocado para una reunión con el almirante Stonegate -le explicó Lucy-. Ron Stonegate no es precisamente un gran fan de los SEALs.

-¿Qué ha hecho Stonehead (cabeza dura) esta vez? -preguntó Bobby.

-Cuidado con los insultos -murmuró Lucky. Luego le echó un vistazo a Syd, deseando que no fuera periodista y que cualquier cosa que dijesen no fuese susceptible de acabar siendo historia en las noticias-. El almirante nos ha ordenado... tomarnos esta misión como una operación especial de entrenamiento -dijo, escogiendo cuidadosamente las palabras y evitando los improperios y calificativos que habría empleado si ella no hubiese estado allí-, para un trío de aspirantes a SEAL, que acaban de superar su segunda fase del BUD/S.

-King, Lee y Rosetti -repuso, manifestando su aprobación.

Lucky asintió. Bobby había estado trabajando como instructor de ese grupo de aspirantes desde el comienzo de la primera fase. No le sorprendió que el sargento pareciese conocer a los hombres en cuestión.

-Háblame de ellos -pidió Lucky. Había hecho una parada rápida en la base y ojeado los expedientes de los aspirantes, después de hablar con Frisco y antes de de pasarse a recoger a Heather. Pero no podía decirse gran cosa de un hombre a partir de las palabras escritas en un trozo de papel. Quería escuchar la opinión de Bobby.

-Todos fueron compañeros de bote durante la primera fase -le respondió Bobby-. Mike Lee es el de mayor edad, teniente de la categoría junior y compañero de entrenamiento del alférez Thomas King -un chico local mucho más joven. Afro-americanos. Los dos tienen un coeficiente intelectual fuera de serie y son lo bastante brillantes como para reconocer las habilidades y debilidades del otro. Un buen equipo. Por otro lado, el suboficial Rio Rosetti apenas tiene los veintiuno, se graduó de milagro en secundaria y tartamudea hasta para deletrear su propio nombre. Pero es capaz de construir cualquier cosa a partir de nada. Es mágico. Estando en un esquife, la hélice se enganchó y una de las palas se partió. Él la quitó y construyó una nueva hélice con unos cuantos trastos que había a bordo. No pudieron avanzar muy rápido pero avanzaron. Fue impresionante.

-El compañero de entrenamiento de Rosetti abandonó durante el segundo día de la Semana Infernal -continuó Bobby-. Y Lee y King se hicieron cargo de él. Les devolvió el favor unos cuantos días después cuando Lee empezó a alucinar. Veía espíritus malignos y la cosa no pintaba nada bien, pero King y Rosetti hicieron turnos para sentarse junto a él. Los tres han estado muy unidos desde entonces. King y Lee pasan casi todo su tiempo libre dando clases a Rosetti. Con su ayuda se las está arreglando para seguir el programa de clases -se detuvo-. Son buenos hombres, teniente.

Era bueno escuchar eso.

Aunque...

-Convertir una misión seria en una operación de entrenamiento parece tener más sentido que entorpecer al equipo con, aquí, Lois Lane -dijo Lucky.

-Veinte horas y diecisiete minutos -replicó Syd-. Ja.

Lucky parpadeó, temporalmente distraído.

-¿Ja? ¿Por qué Ja?

-Sabía que, en cuanto descubrieras que soy periodista, sería cuestión de tiempo que usases el viejo cliché de Lois Lane -le indicó. Su actitud no era demasiado petulante pero Lucky apreció un leve rastro de júbilo en su voz, al explicarle que se limitaba a ceñirse a los hechos-. Calculé unas veinticuatro horas pero te las has arreglado en aproximadamente la mitad de tiempo. Felicidades, teniente.

-Lois Lane -Bobby parecía divertido-. Vaya, eso es casi tan malo como tonto.

-No es demasiado original -mostró su acuerdo, incluso Lucy.

-¿Podemos hablar sobre el caso, por favor? -dijo Lucky, desesperado.

-Por supuesto -repuso Lucy-. Estas son mis últimas noticias. Cuatro mujeres más han acudido a la policía desde que el artículo de Sydney apareció en el periódico esta mañana. Cuatro -sacudió la cabeza con frustración-. No entiendo por qué algunas mujeres no denuncian las agresiones sexuales cuando ocurren.

-¿Es nuestro tipo? -preguntó Syd-. ¿El mismo MO?

-Tres de ellas estaban marcadas con la budweiser. Esos tres ataques tuvieron lugar durante las últimas cuatro semanas. El cuarto fue anterior. Estoy segura de que el mismo pervertido es responsable de los cuatro asaltos -les dijo Lucy-. Y, francamente, resulta algo alarmante que la severidad de los golpes que reciben las víctimas parezca estar incrementándose.

-¿Algo en común entre las víctimas como localización, apariencia física, lo que sea? -preguntó Lucky.

-Si existe, no hemos podido encontrar otra cosa aparte de que todas son mujeres de entre dieciocho y treinta y cuatro años y de que los asaltos tuvieron lugar o en San Felipe o en Coronado -replicó la detective-. Os enviaré los archivos completos a primera hora de la mañana. Podríais tratar de encontrar una pauta. No digo que vayáis a lograrlo pero es preferible que quedarse sentado, esperando a que ese tipo ataque de nuevo.

Él busca de Bobby sonó. Él le echó un vistazo mientras lo apagaba y luego se puso en pie.

-Si es todo por ahora, teniente...

Lucky señaló el busca con la cabeza.

-¿Algo que deba saber?

-Es Wes -dijo el hombre más grande-. Está siendo un periodo duro para él. Coronado es el último sitio donde querría estar y lleva aquí casi tres meses -asintió en dirección a Syd-. Encantado de conocerte. Nos vemos, Luce -dio media vuelta-. Hacedme un favor y cerrad las ventanas esta noche, señoras.

-Esta y todas las noches hasta que atrapemos a ese tipo -añadió Lucky mientras el sargento se dirigía hacia la puerta. Se levantó-. Debería marcharme yo también.

-Hasta mañana -Syd apenas lo miró, en tanto se volvía hacia Lucy-. ¿Tienes prisa por llegar a casa, detective? Porque hay algunas preguntas que me gustaría que me contestaras.

Lucky no se movió pero, tras el ligero gesto de despedida por parte de Lucy, ninguna de las dos mujeres le dedicó una segunda mirada.

-He buscado información sobre crímenes sexuales, violadores en serie y asesinos en serie -continuó Syd-. Y...

-Y estás pensando en lo que he dicho sobre el aumento de violencia -concluyó Lucy por ella-. Quieres saber si creo que ese tipo va a cruzar la línea hacia la violación-homicidio.

Oh, Dios. Lucky ni siquiera había considerado eso. Solo la violación ya era suficientemente mala.

Lucy suspiró.

-Considerando los abusos que ese pervertido parece disfrutar infringiendo, en mi opinión, podría ser solo cuestión de tiempo que...

-Cuidado -dijo Lucy en voz baja-. Barbie viene hacia aquí.

¿Barbie?

Lucky alzó la vista para descubrir a Heather aproximándose. Su cuerpo en movimiento, hacía girar cabezas por todo el local.

Era preciosa pero era de plástico. Una especie de muñeca Barbie. Sí, el nombre le iba.

Hubiese querido quedarse y escuchar lo que Lucy y Syd tenían que decir pero había cargado con Heather y ahora tenía que pagar el precio.

Tenía que llevarla a casa.

Con Heather, siempre había un cincuenta por ciento de posibilidades de que te invitara a subir a su casa y a desnudarte. Esa noche, había hecho unos cuantos comentarios sugerentes durante la cena que lo llevaban a creer que era una de esas ocasiones en las que terminarían ocupados con pequeños placeres gimnásticos.

-¿Listo para irnos? -Heather le dedicó una sonrisa cargada de promesas. Una sonrisa que él supo que Syd no había pasado por alto.

Bien. La dejaría pensar que iba a estar ocupado esa noche. La dejaría pensar que no la necesitaba para hacer fuegos artificiales.

-Completamente -Lucky le pasó un brazo alrededor de la cintura.

Miró a Syd de reojo pero había regresado a su discusión con Lucy y no le prestó atención.

Mientras Heather lo arrastraba hacia la puerta, supo que era la envidia de todos los hombres del bar. Iba a irse a casa con una mujer preciosa que quería practicar sexo salvaje con él.

Debería estar corriendo hacia el coche. Tendría que estar ansioso por desnudarla.

Pero cuando llegó a la puerta, no pudo evitar vacilar y volver la vista atrás, hacia Syd.

Ella alzó la mirada en ese preciso instante y sus ojos se encontraron y quedaron atrapados. La conexión fue instantánea. Chisporroteantemente poderosa, ardientemente intensa.

Ninguno de los dos desvió la mirada.

Aquello era muchísimo más íntimo que lo que había compartido con Heather, pese a que habían pasado días desnudos.

Heather tiró de su brazo, presionando el cuerpo contra él y le inclinó la cabeza para que la besara.

Lucky respondió instintivamente y, cuando volvió a mirar a Syd, ella se había girado.

-Vamos, cariño -murmuró Heather-. Tengo prisa.

Lucky le dejó arrastrarlo al otro lado de la puerta.

La camioneta la estaba siguiendo.

Syd había visto por primera vez las luces delanteras en el retrovisor mientras salía del aparcamiento de La Cantina.

La camioneta se había quedado varios coches por detrás de ella, cuando tomó dirección oeste por la avenida Arizona. Pero cuando ella hizo un giro a la derecha hacia Draper, él giró también.

Lo supo con seguridad cuando hizo una serie de giros a la izquierda y a la derecha, tomando un atajo hacia su barrio. No podía tratarse de una casualidad. Definitivamente, la estaba siguiendo.

Syd y Lucy habían conversado brevemente, después de que el navy Ken se llevara a su Barbie hinchable a casa. Una vez se hubo marchado Lucy, ella había permanecido en el bar, tomando un vaso de cerveza mientras redactaba el último artículo, dirigido a preservar la seguridad de las mujeres, en su portátil. Era mucho más fácil escribir en el ruidoso bar de lo que habría resultado hacerlo en su, excesivamente silencioso, apartamento. Echaba de menos el caos de la redacción. Y estar sola en casa solo le habría servido para recordar que Lucky O’Donlon no estaba con ella.

Miss Insípida USA era, sin duda, su alma gemela. Syd se preguntó, de un modo casi morboso, si emplearían todo el tiempo que pasaban juntos mirándose al espejo. Rubio y más rubia.

Lucy le había facilitado voluntariamente la información de que Heather era el tipo de mujer con la que confraternizaba el SEAL. Le iban las reinas de la belleza que no llegaban a los veinte, con un coeficiente intelectual no mucho mayor que su edad.

Syd no supo por qué le sorprendía. Dios no permitiera que Luke O’Donlon llegara a relacionarse con una mujer que de verdad significara algo para él. Una mujer que le contestara, que le ofreciera una opinión distinta y lo desafiara a mantener una relación vivaz y sincera.

¿A quién trataba de engañar? ¿En serio imaginaba el sabor de la integridad en sus besos?

Era cierto que él se había defendido admirablemente cuando lo había acusado de intentar robarle la mujer a su XO pero eso solo significaba que había una línea en su libertinaje que no solía cruzar.

Era sexy, suave, sabía besar como un sueño pero su pasión estaba vacía. Porque, ¿qué era la pasión sin emoción? Un globo que cuando estallaba no revelaba nada más que aire.

Estaba contenta de haber visto a Luke O’Donlon con su Barbie. Era sano, realista y quizá impidiera que su maldito subconsciente acabara obligándola a tener sueños eróticos con él esa noche.

Syd giró a la derecha, hacia Pacific, situándose en el carril derecho y decelerando lo bastante como para que cualquiera en su sano juicio la adelantara. Pero la camioneta siguió detrás de ella.

Pensar. Tenía que pensar. O mejor, tenía que dejar de pensar en Luke O’Donlon y su culo perfecto y centrarse en el hecho de que un sociópata, violador en serie, podía estar siguiéndola por las calles casi desiertas de San Felipe.

Había escrito un artículo tratando ese mismo tema hacía unos minutos.

Si crees que alguien te está siguiendo, había recomendado, no vayas a casa. Conduce directamente hasta la comisaría de policía. Si tienes teléfono móvil, úsalo para pedir ayuda.

Syd revolvió su bolso en busca del móvil, vacilando solo ligeramente, antes de pulsar el botón de marcado rápido donde había programado el número de la casa de Lucky O’Donlon. Se lo tendría merecido si lo interrumpía.

El contestador saltó después de dos tonos de llamada y ella se precipitó tras el mensaje grabado con voz sexy.

-O’Donlon. Soy Syd. Contesta si estás ahí -nada-. Teniente, sé que mi voz es, probablemente, lo último que querrías escuchar en este momento pero me están siguiendo-. Oh, mierda. La voz se le quebró levemente y el temor y la aprensión la atenazaron. Tomó aire, esperando sonar calmada y serena pero solo se las arregló para parecer pequeña y penosa-. ¿Estás ahí?

Ninguna respuesta. El contestador automático emitió un pitido, cortando la comunicación.

De acuerdo, de acuerdo. Mientras continuase en movimiento, estaría bien.

Sopesó las opciones.

Si se dirigía al iluminado aparcamiento de la comisaría, quienquiera que la estuviese siguiendo huiría.

Pero sería una oportunidad perdida. Si era el violador quien estaba tras ella, podían atraparlo. Justo ahora. Esa noche.

Presionó otras de las teclas de marcado rápido que tenía grabadas en el móvil. El número de la casa de la detective McCoy.

Un tono. Dos tonos. Tres...

-¿Sí? -Lucy sonó como si ya hubiese estado dormida.

-Lucy, soy Syd -le hizo un breve resumen de la situación y Lucy se espabiló al instante.

-Quédate en Pacific -le ordenó-. ¿Cuál es tu número de matrícula?

-Dios, no lo sé. Tengo un pequeño Civic negro. La camioneta es uno de esos vehículos enormes -no he podido distinguir el color- oscura. Y está demasiado lejos para poder ver el número de matrícula.

-Sigue conduciendo -dijo Lucy-. Despacio y a velocidad constante. Pediré tantos coches como sea posible para interceptaros.

Despacio y a velocidad constante.

Syd trató de localizar a Lucky una vez más.

Nada.

Despacio y a velocidad constante.

Iba en dirección norte por Pacific. Podía seguir la carretera hasta San Francisco, limitándose a ir despacio y a velocidad constante. Siempre y cuando, la camioneta que la seguía le permitiese parar a repostar. Se estaba quedando sin gasolina. Por supuesto, un coche pequeño como el suyo podía recorrer muchos kilómetros con un sexto de depósito. No había motivo para asustarse. En cualquier momento, la policía de San Felipe llegaría para recatarla.

En cualquier momento. En. Cualquier. Momento.

Entonces las oyó -las sirenas fueron oyéndose más y más altas hasta resultar ensordecedoras, cuando los coches de policía se aproximaron.

Tres de ellos aparecieron a su espalda. Syd los observó por el retrovisor mientras rodeaban a la camioneta, con las luces centelleando.

Deceleró hasta detenerse a un lado de la carretera, en tanto que la camioneta hacía lo mismo, y se giró para observar a través de la luna trasera a los agentes de policía que se aproximaban, con las armas preparadas, mientras los reflectores apuntaban a la camioneta.

Distinguió la sombra de un hombre en la cabina. Tenía las dos manos sobre la cabeza en posición de rendición. La policía abrió la puerta del vehículo y lo hizo salir y apoyarse en un lateral de la camioneta, donde él adoptó por si mismo una postura apropiada para el registro corporal.

Syd apagó el motor y salió, deseando estar más cerca, ahora que sabía que el hombre que la había seguido no estaba armado, deseando oír lo que tenía que decir, deseando echarle un buen vistazo -y comprobar si era el mismo tipo que había estado a punto de derribarla en las escaleras, después de agredir a su vecina.

El hombre estaba hablando. Pudo ver a través de los agentes de policía que lo rodeaban que mantenía un flujo de conversación constante.

Explicaciones, sin duda. Para justificar qué hacía fuera de casa, conduciendo a esas horas.

¿Siguiendo al alguien? Agente, eso es solo una desafortunada coincidencia. Me dirigía al supermercado en busca de un poco de helado.

Sí, claro.

Mientras Syd avanzaba, acercándose, uno de los policías se le aproximó.

-¿Sydney Jameson? -preguntó.

-Sí -dijo ella-. Gracias por responder tan rápidamente a la llamada de la detective McCoy. ¿Lleva identificación ese tipo?

-Sí -dijo el agente-. Y también dice que la conoce -y que usted lo conoce a él.

¿Qué? Syd se acercó un poco más pero el hombre que la había estado siguiendo estaba rodeado por la policía y no pudo verle la cara.

El agente continuó.

-También ha declarado que ambos forman parte de un operativo de la policía...

Syd pudo ver, a la tenue luz de las farolas, que la camioneta era roja. Roja.

En este instante, los agentes de policía se apartaron, el hombre volvió la cara hacia ella y...

Era Luke O’Donlon.

-¿Por qué diablos estabas siguiéndome? -todas sus emociones se debocaron, dando paso al enfado-. ¡Me has dado un susto de muerte, maldita sea!

Él no parecía tampoco muy contento por haber sido cacheado por seis policías poco amistosos. Aún permanecía en la indigna posición de registro -piernas separadas, palmas contra la camioneta. Y sonó tan indignado como había sonado ella. Puede que incluso más.

-Estaba siguiéndote a casa. Se suponía que ibas a ir allí directamente, no que intentarías cruzar medio Estado. Joder, solo intentaba asegurarme de que estabas a salvo.

-¿Qué pasa con Heather? -las palabras se le escaparon, antes de que pudiera contenerlas.

Pero Luke ni siquiera pareció escuchar la pregunta. Se había vuelto a girar hacia los agentes de policía.

-¿Satisfechos, chicos? Soy quien he dicho que era, ¿de acuerdo? ¿Puedo moverme ya?

El agente de policía que parecía estar al cargo miró a Syd.

-No -dijo ella, asintiendo con la cabeza-. Creo que deberían dejarlo así un par de horas como castigo.

-¿Castigo? -Luke soltó una ristra de improperios propia de un marinero, mientras se enderezaba-. ¿Por hacer algo correcto? ¿Por preocuparme porque Lucy y tú tuvieseis que abandonar ese bar solas, dejar a Heather en su apartamento y regresar para asegurarme de que estabais bien?

No se había ido a casa con Miss Ventura County. Había renunciado a una noche de sudoroso, inconsciente e impersonal sexo porque estaba preocupado por ella.

Syd no supo muy bien si echarse a reír o golpearlo.

-Heather no estaba contenta -le dijo-. Eso responde a tu pregunta: ¿Qué pasa con Heather? -sonrió con pesar-. No creo que hubiese sido rechazada nunca antes.

Sí había oído su pregunta.

Syd había pasado la mayor parte de la última hora tratando desesperadamente de no imaginar sus largas y musculosas piernas entrelazadas con las de Heather, su piel resbaladiza y su pelo húmedo por la transpiración, mientras él...

Lo había intentado desesperadamente pero siempre había tenido buena imaginación.

Era absurdo. Se había dicho a si misma que no importaba, que él no le importaba. Ni siquiera le gustaba. Pero ahí estaba ahora, de pie frente a ella, mirándola con esos ojos imposiblemente azules y el dichoso pelo dorado de veinticuatro quilates, curvándosele sobre la cara a causa de la humedad del mar.

-Me asustaste -le dijo otra vez.

-¿A ti? -él se echó a reír-. Algo me dice que eres inasustable -echó un vistazo a su alrededor a los tres coches de policía, las luces aún centelleando y los agentes hablado por radio. Luego sacudió la cabeza de un modo que acabó pareciéndose terriblemente a la admiración-. Así que tuviste la presencia de ánimo necesaria para llamar a la policía desde el móvil, ¿eh? Bien hecho, Jameson. Estoy impresionado.

Syd se encogió de hombros.

-No es nada. Pero supongo que no estás acostumbrado a pasar mucho tiempo con mujeres inteligentes.

Lucky se echó a reír.

-Oh, pobre Heather. Ni siquiera está aquí para defenderse. No es tan mala, ¿sabes? Un poco insensible y demasiado preocupada por su carrera pero eso no la hace distinta de otra mucha gente.

-¿Cómo puedes conformarte con un “no es tan mala”? -replicó Syd-. Podrías tener a quien quisieras. ¿Por qué no eliges a alguien con corazón?

-Eso implica -dijo él-, que alguna vez he querido tener el corazón de alguien.

-Ah -admitió Syd, volviéndose hacia su coche-. Perdona la confusión.

-Syd.

Se giró para mirarlo.

-Siento haberte asustado.

-No dejes que vuelva a suceder -dijo ella-. Avísame antes, ¿de acuerdo? -volvió a girarse.

-Syd.

Ella suspiró y se volvió una vez más.

-Date prisa, Ken -suplicó-. Hay programada una reunión a las siete en punto en la comisaría. No soy una persona madrugadora y aún soy menos madrugadora cuando duermo menos de seis horas.

-Voy a seguirte a casa -le dijo-. Cuando subas a tu apartamento, enciende y apaga las luces unas cuantas veces para que sepa que estás bien, ¿de acuerdo?

Syd no lo entendió.

-Ni siquiera te gusto. ¿A qué viene tanta preocupación?

Lucky sonrió.

-Nunca he dicho que no me gustes. Simplemente, no te quiero en mi equipo. Son dos cosas muy distintas.