Capítulo 1
Las conversaciones que se mantenían aquella mañana temprano en el exterior del despacho del capitán Joe Catalanotto, cesaron repentinamente cuando todos se volvieron para mirar a Lucky.
Un festival de cejas alzadas y bocas abiertas. El nivel de estupefacción no habría sido más alto si el teniente Luke “Lucky” O’Donlon, de la Brigada Alfa del equipo Diez de los SEAL, hubiese anunciado que iba a abandonar la unidad para convertirse en monje.
Los chicos lo miraban fijamente -Jones y Blue y Skelly. Un destello de sorpresa cruzó incluso el rostro imperturbable de Crash Hawken. Frisco estaba allí también, tras salir de una reunión con Joe Cat y Harvard, el jefe senior. Lucky los había pillado a todos con la guardia baja. Habría sido divertido -si no fuese porque no tenía muchas ganas de reírse.
-Venga, no pasa nada -dijo Lucky con un encogimiento de hombros, deseando que fuese tan sencillo como decirlo y sentirse tan despreocupado como sonaba.
Nadie dijo una palabra. Incluso el recién ascendido a sargento, Wes Skelly, estaba atípicamente silencioso. Pero Lucky no necesitó telepatía para saber lo que sus compañeros estaban pensando.
Había presionado mucho para tener la oportunidad de ser incluido en la misión actual de la Brigada Alfa -una operación encubierta de la que el propio Joe Cat no conocía los detalles. Solo le habían pedido que preparara un equipo de cinco hombres para infiltrarlos en alguna parte de la Europa del este; que los preparara para salir al instante y para estar fuera por un periodo indeterminado de tiempo.
Era la clase de operación que conseguía que el corazón bombeara con fuerza y la adrenalina se disparase, la clase de operación por la que Lucky vivía.
Y Lucky había sido uno de los elegidos. Ayer mismo había hecho la danza de la victoria cuando Joe Cat le había pedido que tuviese su equipo listo para salir.
Y, ahora, aquí estaba, apenas veinticuatro horas después, solicitando una reasignación y pidiéndole al capitán que no contara con él -intercambiando viejos favores para ser temporalmente asignado en un puesto bastante menos emocionante en la base de entrenamiento de los SEAL en Coronado.
Lucky forzó una sonrisa.
-No tendrás problemas para reemplazarme -dijo mirando a Jones y a Skelly que prácticamente salivaban, solo de pensarlo.
El capitán señaló su despacho con la cabeza, sin dejarse engañar por la pose de indiferencia de Lucky.
-¿Quieres entrar y explicarme de qué va todo esto?
Lucky no necesitaba intimidad.
-No es un secreto, Cat. Mi hermana va a casarse en unas semanas. Si me voy a esa misión, hay grandes posibilidades de que no vuelva en una temporada.
Wes Skelly no fue capaz de mantener la boca cerrada un segundo más.
-Creía que habías ido a San Diego anoche para leerle la cartilla.
Lucky había tenido intención de hacerlo. Había visitado a Ellen y a su presunto novio, un profesor de universidad inadaptado, llamado Gregory Price, con la intención de imponerse. De lograr que su hermanita de solo veintidós años esperara al menos otro año más antes de dar un paso como el matrimonio. Había ido decidido a ser persuasivo. Ella era demasiado joven. ¿Cómo iba a estar preparada para comprometerse con un hombre -que encima llevaba sueters para ir a trabajar- cuando no había tenido una auténtica oportunidad de vivir todavía?
Pero Ellen era Ellen. Y Ellen estaba decidida. Estaba tan segura que asustaba. Y mientras Lucky la observaba sonreírle al hombre con el que estaba decidida a pasar el resto de su vida, se había sentido maravillado de que ambos tuvieran la misma madre. Quizá fuera el hecho de que tuvieran distintos padres lo que los hacía tan diferentes cuando se trataba del compromiso. Porque, aunque Ellen estaba preparada para casarse a los veintidós, Lucky podía imaginarse sintiéndose demasiado joven para atarse con ochenta y dos.
Al final, había sido él quien se había dado por vencido.
Greg lo había convencido. Su forma de mirar a Ellen, la forma en que brillaba en sus ojos el amor que sentía por la hermana de Lucky, había obligado al SEAL a darles su bendición -y hacer la promesa de que estaría en la boda para entregar a la novia.
No importaba que hubiese tenido que renunciar a la que prometía ser la misión más excitante del año.
-Soy la única familia que tiene -dijo Lucky en voz baja-. Tengo que asistir a la boda si es posible. Al menos, tengo que intentarlo.
El capitán asintió.
-De acuerdo -dijo. Aquella era suficiente explicación para él-. Jones, prepara tu equipo.
Wes Skelly dejó escapar un gruñido de decepción que fue atajado por la aguda mirada del jefe senior. Se giró bruscamente.
El capitán Catalanotto miró a Frisco, que trabajaba como instructor cuando no estaba ocupado ayudando con el BUD/S, el entrenamiento básico de demoliciones subacuáticas de los SEAL.
-¿Qué te parece usar a O’Donlon para tu pequeño proyecto?
Alan "Frisco" Francisco había sido el compañero de entrenamiento de Lucky. Años atrás, habían pasado por el entrenamiento del BUD/S juntos y trabajado codo con codo en incontables misiones -hasta la operación Tormenta del Desierto. Lucky estaba preparado para embarcar hacia Oriente Medio, con el resto de la Brigada Alfa, cuando había recibido la noticia de la muerte de su madre. Él se había quedado atrás y Frisco se había ido -y casi había perdido la pierna durante una misión de rescate. Pese a que Frisco no había vuelto a realizar trabajo de campo, ambos seguían estando unidos.
De hecho, Lucky sería el padrino a finales de año, cuando Frisco y su mujer, Mia, tuviesen su primer hijo.
Frisco le hizo un gesto afirmativo al capitán.
-Sí -dijo-. Definitivamente, O’Donlon es perfecto para el trabajo.
-¿Qué trabajo? -preguntó Lucky-. Si se trata de entrenar un equipo femenino de SEAL, entonces, sí, muchas gracias. Soy tu hombre.
¿Lo ves? Se las había arreglado para bromear. Ya empezaba a sentirse mejor. Tal vez no fuese a enfrentarse al mundo real con la Brigada Alfa pero iba a tener la oportunidad de trabajar de nuevo con su mejor amigo. Y -su optimismo natural regresó- intuía que había una modelo de Victoria’s Secret en su futuro próximo. Después de todo aquello era California. Y él no se apodaba Lucky sin motivo.
Pero Frisco no se rió. De hecho, parecía lúgubremente serio mientras se metía un ejemplar del periódico de esa mañana bajo el brazo.
-Ni siquiera te has acercado. Vas a odiar esto.
Lucky miró a los ojos al hombre que conocía como si fuera su hermano. Y no tuvo que decir una palabra. Frisco supo que a su compañero no le importaba a qué tuviese que dedicarse durante las siguientes semanas. Cualquier cosa palidecía en comparación con la misión que acababa de dejar pasar de largo.
Frisco le hizo una seña para que lo acompañara fuera.
Lucky echó un último vistazo a las oficinas de la Brigada Alfa. Harvard ya estaba ocupándose del papeleo que lo pondría temporalmente bajo las órdenes de Frisco. Joe Cat estaba inmerso en una discusión con Wes Skelly, que aún parecía descontento por haber sido descartado de nuevo. Blue McCoy, el oficial ejecutivo de la Brigada Alfa, hablaba en voz baja por teléfono -probablemente con Lucy. Mostraba esa reveladora arruga de concentración que tan a menudo era visible últimamente cuando hablaba con su mujer. Ella era detective de la policía de San Felipe y estaba involucrada en algún caso confidencial que tenía al, normalmente imperturbable Blue, al límite.
Crash estaba sentado, pendiente de su ordenador. Jones se había ido apresuradamente pero ya estaba de vuelta, con su equipo perfectamente organizado. Sin duda, el bobo había recogido la noche anterior, por si acaso, como un buen boy scout. Desde que estaba casado, corría a casa siempre que tenía ocasión, en lugar de irse de juerga con Lucky, Bobby y Wes. El apodo de Jones era Cowboy pero sus días salvajes e inciertos de borracheras y ligar con mujeres habían quedado muy atrás. Lucky siempre había considerado a Jones, con su manera de hablar suave y su atractivo, una especie de rival, tanto en el amor como en la guerra. Pero últimamente estaba insufriblemente agradable, paseándose a su alrededor con una permanente sonrisa en la cara, como si supiera algo que Lucky desconocía.
Incluso cuando Lucky había conseguido su puesto en el equipo -el puesto al que acababa de renunciar- Jones había sonreído y le había estrechado la mano.
Lo cierto era que Lucky estaba molesto con Cowboy Jones. De haber justicia, tendría que sentirse deprimido -un hombre como él- amarrado al matrimonio y atado a un babeante bebé en pañales.
Sí, se sentía molesto con Cowboy, sin duda.
Se sentía molesto y envidiaba su absoluta felicidad.
Frisco esperaba impaciente junto a la puerta pero Lucky se tomó su tiempo.
-Cuidaos, chicos.
Sabía que cuando Joe Cat diese la orden de partir, el equipo simplemente se desvanecería. No habría tiempo para despedidas.
-Dios, odio que se vayan sin mí -le dijo a Frisco mientras seguía a su amigo y se exponía a la brillante luz del exterior-. Bueno, ¿de qué se trata?
-¿Has leído el periódico de hoy? -preguntó Frisco.
Lucky sacudió la cabeza.
-No. ¿Por qué?
Frisco le tendió en silencio el periódico que sostenía.
El titular lo decía todo -¿Un violador en serie relacionado con los SEAL de Coronado?
Lucky soltó un mordaz juramento.
-¿Un violador en serie? Es la primera vez que oigo algo así.
-Es la primera vez que cualquiera de nosotros oye algo así -dijo Frisco, sombrío-. Pero aparentemente ha habido una serie de violaciones en Coronado y San Felipe durante las últimas semanas. Y tras la última -que ocurrió hace un par de noches- la policía cree que hay algún tipo de conexión entre los ataques. O eso dicen.
Lucky ojeó rápidamente el artículo. Había pocos datos sobre los ataques -siete- y sobre las víctimas. La única mención a la última mujer que había sido asaltada era que se trataba de una -desconocida- joven estudiante universitaria. En todos los casos, el violador llevaba una media en la cabeza para distorsionar los rasgos, aunque lo describían como un hombre caucásico con el pelo rapado, castaño o rubio oscuro, de aproximadamente metro ochenta y tres, complexión musculosa y alrededor de treinta años.
El artículo se centraba en las formas en que las mujeres de ambas ciudades podían reforzar su seguridad. Uno de los consejos recomendaba mantenerse a distancia -a mucha distancia- de la base de la Armada de los Estados Unidos.
El artículo acababa con la vaga declaración: “Cuando preguntamos acerca de los rumores que relacionan al violador en serie con la base naval de Coronado, y en particular con los equipos de SEALs emplazados allí, el portavoz de la policía replicó: Llevaremos a cabo una investigación y la base militar es un bien sitio por el que empezar.
Conocidos por sus técnicas de lucha poco convencionales, así como por su falta de disciplina, los SEALs han hecho notar su presencia en las ciudades de Coronado y San Felipe muchas veces con anterioridad, con explosiones nocturnas y de madrugada, que a menudo han aterrorizado a los huéspedes del famoso hotel del Coronado. No hemos obtenido declaraciones del mayor Alan Francisco de los SEALs”.
Lucky soltó otra maldición.
-Nos hace parecer engendros de Satanás. Y déjame adivinar el motivo -estudió el encabezamiento del artículo en busca del nombre del reportero-. Este tipo, S. Jameson, trató de obtener tu declaración.
-Oh, lo intentó -respondió Frisco, dirigiéndose hacia el jeep que lo llevaría hasta su despacho, al otro lado de la base. Por la forma en que se inclinaba sobre su bastón, Lucky supo que la rodilla le dolía ese día-. Pero permanecí oculto. No quería decir nada que pudiese molestar a la policía hasta haber hablado con el almirante Forrest y estar seguro de que estaba de acuerdo con mi plan.
-Que, ¿es?
-Se está formando un operativo para atrapar a ese hijo de puta -le explicó Frisco-. Tanto la policía de Coronado como la de San Felipe forman parte de él -así como la policía estatal y una unidad especial de la FInCOM. El almirante movió algunos hilos para incluirnos. Por eso quería ver a Cat y a Harvard. Necesito un oficial, con el que pueda contar, para que tome parte de ese operativo. Alguien en quien pueda confiar.
Alguien exactamente como Lucky. Asintió.
-¿Cuándo empiezo?
-Hay una reunión en la comisaría de San Felipe dentro de unas horas. Reúnete conmigo en mi despacho -iremos juntos. Ponte el uniforme de gala y todas las medallas que tengas -se puso al volante del jeep y dejó el bastón en la parte trasera-. Hay algo más. Quiero que escojas un equipo y atrapes a ese bastardo lo más rápido posible. Si el pervertido es un guerrero entrenado, vamos a necesitar algo más que un operativo para agarrarlo.
Lucky se apoyó en el lateral del jeep.
-¿De verdad crees que ese tipo podría ser uno de los nuestros?
Frisco sacudió la cabeza.
-No lo sé. Espero de verdad que no.
El violador había atacado a siete mujeres -una de ellas, una chica solo un poco más joven que su hermana. Y Lucky supo que no importaba lo que fuera ese bastardo. Lo único que importaba era detenerlo antes de que atacara de nuevo.
-Quien quiera que sea -le prometió a su mejor amigo y oficial al mando-. Lo encontraré. Y cuando lo haga, deseará no haber nacido.
Sydney se sintió aliviada al descubrir que no era la única mujer en la sala. Se alegró de ver que la detective de la policía, Lucy McCoy, formaba parte del operativo que se había constituido esa mañana, con un único objetivo: atrapar al violador de San Felipe.
De las siete agresiones, cinco habían tenido lugar en la zona de alquiler de renta baja de San Felipe. Y, aunque las dos ciudades tenían equipos deportivos universitarios rivales, aquel era el único caso en el que Coronado estaba más que dispuesta a permitir la superioridad de San Felipe.
Se habían reunido en la comisaría de policía de San Felipe dispuestos a trabajar conjuntamente para apresar al violador.
Syd había conocido a la detective Lucy McCoy el sábado por la noche. La detective había llegado a la escena del crimen, en el apartamento de Gina Sokoloski, tras haber sido claramente sacada de la cama, con la cara limpia de maquillaje y la camisa mal abrochada -bufando porque no la habían avisado antes.
Syd estaba custodiando a Gina, cuyos ojos estaban espantosamente vidriosos y guardaba absoluto silencio, a causa del trauma por el ataque.
Los detectives masculinos habían intentado ser amables, pero ni siquiera la amabilidad podía aliviar un momento así.
-¿Puede decirnos qué ha ocurrido, señora?
Mierda. Como si Gina pudiera levantar la vista y explicarles a aquellos hombres que se había girado para encontrarse con un tipo en su comedor, el cual la había agarrado antes de que pudiese escapar, le había tapado la boca con una mano para que no pudiera gritar y luego...
Y, luego, ese Neandertal, que había estado a punto de atropellar a Syd en las escaleras, había violado a la chica. Brutalmente. Violentamente. Syd estaba dispuesta a apostar cualquier cosa a que había sido virgen, pobrecita. Una forma espantosa de conocer el sexo.
Syd había rodeado a la chica con sus brazos y les había dicho claramente a los detectives que quería una mujer allí. Pronto.
Después de lo que ya había pasado, Gina no necesitaba sufrir la humillación de tener que hablar sobre ello con un hombre.
Pero sí se lo había contado todo a la detective Lucy McCoy -en un tono totalmente desprovisto de emoción- como si estuviese reportando unos hechos que le habían pasado a otra persona, no a si misma.
Había intentado esconderse. Se había acurrucado en un rincón y él la había golpeado. Y luego estaba sobre ella, arrancándole la ropa e introduciéndose a la fuerza entre sus piernas. Con las manos alrededor de su garganta. Había luchado para poder respirar y él...
Lucy le había explicado el procedimiento con delicadeza. Le había hablado sobre el examen médico por el que tenía que pasar. Le había explicado que por más que lo deseara, no podía darse una ducha. Aún no.
Lucy le había explicado que cuanto más pudiera decirle sobre el hombre que la había atacado, mayores serían las posibilidades de atraparlo. Si había algo más que pudiera añadir a lo que ya le había dicho, cualquier pequeño detalle que hubiera podido pasar por alto...
Syd había descrito al hombre que casi la había derribado en la escalera. La iluminación era pobre. No lo había visto bien. De hecho, ni siquiera podía estar segura de que aún llevara la media de nylon sobre la cara que Gina había descrito. Pero podía dar su estatura aproximada -era más alto que ella, y su constitución -poderosa- y podía declarar, sin duda, que era un hombre blanco, en una edad comprendida entre los veinticinco y los treinta y cinco, con el pelo muy corto, rapado.
Y hablaba en tono grave, con una voz sin acento. Lo siento, amigo.
Resultaba espeluznante pensar que un hombre, que se había comportado brutalmente con Gina, pudiera tomarse tiempo para disculparse por tropezar con Syd. También era espeluznante pensar que si Syd hubiese estado en casa, habría oído el ruido de la lucha, los gritos ahogados de Gina y habría podido intentar ayudarla.
O tal vez Syd se habría convertido en otra víctima.
Antes de dirigirse hacia el hospital, Gina había aflojado la sujeción sobre el frontal roto de su camisa y les había enseñado a Lucy y a Syd una quemadura. El hijo de puta había marcado a la chica en el pecho, con lo que parecía ser la silueta de un ave.
Lucy se había puesto tensa, reconociendo claramente la marca. Se había disculpado e ido en busca de los otros detectives. Y, aunque hablaba en voz baja, Syd se había acercado a la puerta para poder oírla.
-Es nuestro tipo otra vez -había dicho Lucy McCoy con gravedad-. También ha quemado a Gina con una Budweiser.
Nuestro tipo otra vez. Cuando Syd preguntó si había habido otras agresiones similares, Lucy le había dicho sin rodeos que no estaba autorizada a hablar sobre ello.
Syd había ido al hospital con la chica y se había quedado con ella hasta que había llegado su madre.
Pero, entonces, pese a ser las tres de la madrugada, tenía demasiadas preguntas sin respuesta como para poderse ir a casa a dormir. Como antigua reportera de investigación, sabía un par de cosas sobre encontrar respuestas para esa clase de preguntas. Unas cuantas llamadas telefónicas la pusieron en contacto con Silva Fontaine, una mujer que trabajaba en el turno de noche del centro de orientación para víctimas de violación del hospital. Silva la informó de que seis mujeres habían ingresado en el centro durante las últimas semanas. Seis mujeres que no habían sido agredidas por sus maridos, novios, familiares o compañeros de trabajo. Seis mujeres que habían sido atacadas en su casa por un asaltante desconocido. Como Gina.
Tras una rápida búsqueda por Internet, había descubierto que la budweiser no era solo una botella de cerveza. Al personal de la Armada de los Estados Unidos, que superaba el riguroso entrenamiento de demolición subacuática, en las instalaciones de los SEAL próximas a Coronado, se le hacía entrega de un pin con la silueta de un águila con la alas extendidas, que transportaba un tridente y una estilizada pistola, en el momento de su admisión en las unidades de los SEAL.
El pin era conocido como budweiser.
Cada SEAL de la Armada de los Estados Unidos tenía uno. Representaba el acrónimo de los SEAL: tierra, mar y aire, los tres elementos en los que operaban los comandos. En otras palabras, eran capaces de saltar de un avión, lanzándose al aire con sus paracaídas especialmente diseñados, con la misma facilidad con que se arrastraban por la jungla, el desierto o la ciudad, y tan fácilmente como se movían a nado por las profundidades marinas.
Tenían una interminable lista de especialidades -desde el combate cuerpo a cuerpo, pasando por el dominio de la alta tecnología informática y la demolición subacuática, hasta una puntería altamente cualificada en técnicas de francotirador. Sabían pilotar aviones y barcos, y conducir tanques y todo tipo de vehículos terrestres.
Y, aunque no figuraba en la lista, debían ser capaces, sin duda, de desplazarse de un edificio a otro de un simple salto.
Sí, la lista era impresionante. Era como ver un resumen de las habilidades de Superman.
Pero también resultaba alarmante.
Porque uno de esos superhéroes se había vuelto loco. Durante semanas, un SEAL psicópata de la Armada había estado acechando a las mujeres de San Felipe. Siete mujeres habían sido brutalmente asaltadas y aún no había sido emitida ninguna señal de alarma, ningún boletín de noticias previniendo a las mujeres para que tuvieran precaución.
Syd estaba furiosa.
Pasó el resto de la noche escribiendo.
Y, por la mañana, había ido a la comisaría de policía, con el artículo freelance que había redactado para el San Felipe Journal en la mano.
La habían conducido al despacho del jefe Zale y, una vez allí, habían dado comienzo las negociaciones. La policía de San Felipe no quería que se publicara ningún tipo de información sobre los ataques. Cuando Zale descubrió que Syd era una reportera freelance y que había estado en la escena del crimen durante horas la noche anterior, cerca estuvo de sufrir un aneurisma. Estaba convencido de que si la historia saltaba a los medios de comunicación, el violador se ocultaría y nunca serían capaces de apresarlo. El jefe le dijo rotundamente a Syd que la policía no estaba segura de que las siete agresiones hubieran sido perpetradas por el mismo hombre -la marca de la budweiser del pin solo le había sido hecha a Gina y a otra de las víctimas.
Zale le había exigido a Syd que mantuviese en secreto toda la información detallada sobre los recientes asaltos. A cambio, ella había solicitado contar con la exclusiva de la historia cuando el violador fuera apresado y asistir a las reuniones del operativo formado para capturarlo -y escribir una serie previa de artículos para los periódicos locales, supervisados por la policía, advirtiendo a las mujeres del peligro.
A Zale le había dado un ataque.
Pero Syd se había mantenido firme pese a ser increpada durante varias horas y, finalmente, Zale había cedido. Aunque, wow, lo que se había enfadado.
Así que, allí estaba. Asistiendo a la reunión del operativo.
Reconoció al jefe de policía y a varios detectives de Coronado, así que como a varios de los representantes de la policía estatal de California. Y, aunque nadie se los presentó, se quedó con el nombre del trío de agentes de la FInCOM. Huang, Sudenberg y Novak -anotó los nombres en su libreta.
Era divertido verlos interactuar. Coronado no tenía una buena imagen de San Felipe, y viceversa. Aunque ambos grupos se preferían el uno al otro a la policía estatal. Los Finks permanecían distantes. Sí, la solidaridad estaba en proceso -al menos en parte- cuando el navy de los Estados Unidos apareció en escena.
-Lo siento, llego tarde.
El hombre que se encontraba en el umbral era deslumbrantemente guapo -deslumbrante, debido en parte al blanco brillante de su uniforme de marino y a las resplandecientes hileras de coloridas medallas que había sobre su pecho. Pero solo en parte. Tenía la cara de una estrella de cine, con una elegante y fina nariz aristocrática y unos ojos que redefinían la palabra azul. El pelo aclarado por el sol y elegantemente largo en la zona delantera. En aquel momento, lo llevaba cuidadosamente peinado hacia atrás pero, con el menor soplo de viento o incluso un leve toque de humedad, caería sobre su rostro formando mechones de ondas doradas. Su piel estaba perfectamente bronceada -con el tono justo para resaltar el destello blanco de sus dientes mientras sonreía.
Tenía, sin lugar a dudas, la absoluta perfección de un muñeco Ken viviente.
Syd no estaba segura pero pensó que los galones de sus mangas significaban que era algún tipo de oficial.
El Ken viviente -con todos sus accesorios de la Armada de los Estados Unidos- se las arregló de algún modo para deslizar sus hombros, extremadamente amplios, por la puerta. Luego, entró en la sala.
-El teniente Francisco me ha pedido que les transmita sus disculpas -tenía una voz melódica, de barítono, ligeramente ronca y con un leve rastro de acento del sur de California-. Ha habido un grave accidente durante un entrenamiento en la base y no le ha resultado posible abandonarla.
Lucy McCoy, la detective de San Felipe, se inclinó hacia delante.
-¿Está todo el mundo bien?
-Hola, Lucy -le dedicó una breve aunque especial sonrisa a la detective. A Syd no le sorprendió lo más mínimo que conociera a la preciosa morena por su nombre-. Tenemos un aspirante a SEAL en un DDC -una cámara de descompresión de una cubierta. Frisco -el mayor Francisco- tuvo que desplazarse hasta allí con algunos de los médicos del hospital naval. Era una inmersión rutinaria, todo se hizo según el manual -hasta que uno de los aspirantes empezó a presentar síntomas de aeroembolismo- mientras estaba en el agua. Aún no saben qué diablos fue mal. Bobby lo sacó, lo llevó a cubierta y lo metió en el DDC pero, por su descripción, parece que el tipo ya tenía una afección CNS -una alteración en el sistema nervioso central-. Tradujo-. Ya sabes, cuando las burbujas de nitrógeno se expanden en el cerebro -sacudió la cabeza, sus ojos azules se ensombrecieron y su hermosa boca se tensó-. Aunque ese hombre sobreviva, podría tener serios daños cerebrales.
El Ken navy de los Estados Unidos, tomó asiento en la única silla vacía de la mesa, directamente frente a Syd y recorrió la sala con la mirada.
-Estoy seguro de que todos entienden que el mayor Francisco necesitaba evaluar la situación inmediatamente.
Syd intentó no mirarlo fijamente pero le resultó imposible. Desde un metro de distancia, tendría que haber podido ver las imperfecciones de aquel hombre -si no algo tan evidente como una verruga, tal vez un diente astillado.
O al menos un pelo en la nariz.
Pero, a un metro de distancia, era incluso más guapo. Y olía bien, además.
El jefe Zale le dirigió una torva mirada.
-¿Y usted es...?
El Ken navy medio se levantó de nuevo.
-Lo siento. Por supuesto, debería haberme presentado -su sonrisa era avergonzada. Maldita sea, parecía decir, se me ha olvidado que no todo el mundo aquí sabe quien soy y que soy tan maravilloso como parezco-. Teniente Luke O'Donlon, de los SEALs de la Armada de los Estados Unidos.
Syd no necesitó ser una experta interpretando el lenguaje corporal para saber que todos en la sala -al menos todos los hombres- odiaban al navy. Y si no lo habían odiado hasta entonces, ahora lo hacían. La envidia en la sala era prácticamente palpable.
El teniente Luke O’Donlon relucía. Brillaba. Era todo blanco, dorado, luz del sol y ojos azul cielo.
Era un dios. El poderoso rey de todos los muñecos Ken.
Y él lo sabía.
Su mirada rozó levemente a Syd mientras recorría la sala, haciendo inventario del personal de la policía y la FInCOM. Pero cuando el asistente de Zale comenzó a pasar unos archivos de papel manila, la mirada del Ken navy se asentó sobre Syd. Le sonrió y se las arregló para resultar tan perfecto, pese a su ligera perplejidad, que Syd estuvo a punto de echarse a reír.
Un segundo después, estaba preguntándole quién era.
-¿Eres de la FInCOM? -dijo moviendo silenciosamente los labios, cogiendo el archivo que le habían pasado y dándole calurosamente las gracias con un asentimiento al detective de Coronado que estaba sentado junto a él.
Syd sacudió negativamente la cabeza.
-¿Del departamento de policía de Coronado? -volvió a preguntarle con un movimiento de labios.
Zale había empezado a hablar y Syd sacudió otra vez la cabeza, fijando, después, deliberadamente su atención en la cabecera de la mesa.
El jefe de policía de San Felipe habló extensamente sobre las rondas de los coches patrulla en las áreas donde habían tenido lugar las violaciones. Habló sobre el equipo que trabajaría contra reloj, tratando de encontrar un patrón en las localizaciones de los ataques o en la elección de las víctimas. Habló sobre pruebas de semen y ADN. Fulminó a Syd con la mirada y habló sobre la necesidad de mantener los detalles del MO del violador -modus operandi- a salvo del dominio público. Expuso el desagradable asunto del pin de los SEAL, calentado con la llama de un encendedor y empleado para marcar a las dos últimas víctimas.
El Ken navy se aclaró la garganta y lo interrumpió.
-Estoy seguro de que han considerado que si ese tipo fuera un SEAL, sería bastante estúpido anunciarlo de esa forma. ¿No es mucho más probable que esté intentado hacernos creer que es un SEAL?
-Exactamente -respondió Zale-. Por eso hemos dado a entender que pensamos que es un SEAL en el artículo que salió esta mañana en el periódico. Queremos hacerle creer que está ganando, para que se vuelva descuidado.
-Así que no piensan que es un SEAL -trató de clarificar el SEAL.
-Quizá -apuntó Syd-, es un SEAL que quiere ser atrapado.
Los ojos del Ken navy se entrecerraron al volverse para mirarla, mientras daba la impresión de reflexionar.
-Lo siento -dijo-. Conozco más o menos la función de todos los demás pero no hemos sido presentados. ¿Es psicóloga de la policía?
Zale no dejó que Syd contestara.
-La señorita Jameson va a trabajar estrechamente con usted, teniente.
Señorita, no doctora. Syd vio los ojos del SEAL registrando la información.
Pero, entonces, se dio cuenta de lo que Zale acababa de decir y se echó hacia atrás en su silla.
-¿Sí?
O’Donlon se inclinó hacia delante.
-¿Disculpe?
Zale parecía sentirse muy complacido consigo mismo.
-El mayor Francisco hizo una petición oficial para incluir un SEAL en el operativo. La detective McCoy me convenció de que podría ser una buena idea. Si nuestro hombre es o ha sido un SEAL, usted podría tener más suerte a la hora de encontrarlo.
-Le aseguro que la suerte no tendrá nada que ver, señor.
Syd apenas pudo dar crédito a la audacia de O’Donlon. Resultaba sorprendente la convicción con la que había hablado. Realmente, parecía confiar en si mismo.
-Eso habrá que verlo -rebatió Zale-. He decidido darle permiso para formar parte del equipo, siempre y cuando mantenga informada a la detective McCoy de sus movimientos y sus progresos.
-Creo que me las arreglaré -O’Donlon disparó otra de sus sonrisas a Lucy McCoy-. De hecho, será un placer.
-Oh, vamos -Syd no se dio cuenta de que lo había dicho en voz alta hasta que el Ken navy la miró sorprendido.
-Y siempre que -continuó Zale-, esté de acuerdo en incluir a la señorita Jameson en su equipo.
El SEAL se echó a reír. Sí, tenía los dientes perfectos.
-No -dijo-. Jefe, no lo entiende. Un equipo de SEALs es un equipo de SEALs. Solo de SEALs. La señorita Jameson -sin intención de ofenderla, señora-, solo se interpondría.
-Eso es algo que tendrá que resolver -le respondió Zale, un poco demasiado contento. No le gustaba el Navy. Y no le gustaba Syd. Aquella era su forma de vengarse de los dos-. Estoy al mando de este operativo. O lo hace a mi manera o sus hombres no podrán abandonar la base. Hay más detalles que discutir pero la detective McCoy los revisará con usted.
La mente de Syd trabajaba a toda velocidad. Zale pensaba que iba a librarse de ella con algo así -colocándosela a los SEALs. Pero ahí estaba la verdadera historia -la que podría dar a conocer los confines de la base naval por dentro y por fuera. Había investigado lo suficiente a las unidades SEAL durante las últimas cuarenta horas para saber que esos poco convencionales guerreros debían estar impacientes por detener la mala prensa y localizar al violador de San Felipe por sus propios medios. Y sentía curiosidad por descubrir qué ocurriría si el violador resultaba ser uno de ellos. ¿Tratarían de ocultarlo? ¿Intentarían negociar para castigarlo según su propio código?
La historia que había empezado a escribir podía convertirse en un vistazo en profundidad a una de las organizaciones militares de élite americanas. Y eso podía ser exactamente lo que necesitaba para promocionarse. Para conseguir ese puesto de editora en Nueva York, que tan desesperadamente deseaba.
-Lo siento -O’Donlon empezaba una desagradable cantidad de frases disculpándose-. Pero no hay forma de que una trabajadora social de la policía pueda mantener el ritmo.
-No soy una trabajadora social -lo interrumpió Syd.
-La señorita Jameson es uno de nuestros testigos presenciales -dijo Zale-. Ha estado cara a cara con nuestro hombre.
O’Donlon vaciló. Su semblante palideció y abandonó cualquier pretensión de despreocupación o de cordialidad. Al mirarlo a los ojos, Syd tuvo un atisbo de su horror y de la sacudida que experimentó.
-Dios mío -susurró-. Yo no... Lo siento. No tenía ni idea.
Estaba apenado. Y avergonzado. Verdaderamente afectado.
-Me gustaría poder disculparme en nombre de todos los hombres.
Asombroso. El Ken navy no era del todo de plástico. Era al menos humano en parte. Quién iba a imaginarlo.
Obviamente, creía que ella había sido una de las víctimas del violador.
-No -dijo rápidamente-. Te lo agradezco pero soy testigo presencial porque mi vecina fue atacada. Estaba subiendo las escaleras cuando el hombre que la violó se marchaba. Y siento tener que decir que ni siquiera pude echarle un buen vistazo.
-Dios -musitó O’Donlon-. Gracias a Dios. Cuando el jefe Zale dijo... pensé... -tomó una honda bocanada de aire y la dejó escapar enérgicamente-. Lo siento. Simplemente, no puedo imaginar... -se recobró con rapidez, luego se inclinó ligeramente hacia delante, con expresión especulativa-. Así que... de verdad has visto a ese tipo.
Syd asintió.
-Como he dicho, no pude...
O’Donlon se volvió hacia Zale.
-¿Y me la va a ceder?
Syd se echó a reír con incredulidad.
-Perdona, me gustaría que replantearas esa...
Zale se puso en pie, dando la reunión por terminada.
-Sí. Es toda tuya.