Capítulo 7
Luke O’Donlon estaba esperándola cuando llegó.
-¿Sigue viva? -preguntó Syd, mientras salía del coche.
La tranquila área residencial estaba totalmente iluminada. La calle llena de coches de policía, ambulancias e incluso un camión de bomberos. Todas las luces de la lujosa casa estaban encendidas.
Luke asintió.
-Sí.
-Gracias a Dios. ¿Has estado dentro?
Él sacudió la cabeza.
-Aún no. Di una... vuelta por el vecindario. Si todavía está aquí, se ha escondido bien. Tengo al resto del equipo revisando el área más cuidadosamente.
Era extraordinario, en serio. Cuando Syd había recibido la llamada telefónica de Luke, diciéndole que Lucy acababa de avisarlo de que se había producido un nuevo asalto, se había despejado rápidamente.
Se había vestido rápidamente, rociado la cara con agua y metido en el coche a toda prisa. Se sentía arrugada y mal conjuntada, ligeramente desequilibrada y con el estómago revuelto por el cansancio y el temor a que el ataque hubiera llegado demasiado lejos esta vez.
Luke, en cambio, estaba como si llevara gravemente alerta durante horas. Llevaba, lo que él había definido en algún momento previo como su uniforme de verano -manga corta, tejido ligero- definitivamente, parte del pack vestuario de acción del Ken navy. Sus zapatos relucían y su pelo estaba cuidadosamente peinado. Incluso se las había arreglado para afeitarse, probablemente mientras conducía. O quizá se afeitaba todas las noches antes de acostarse, por si necesitaba presentarse en alguna parte y tenía que estar presentable al momento.
-¿La víctima está...?
-Brutalmente golpeada -le dijo lacónicamente.
Como para demostrarlo, un grupo de paramédicos sacó una camilla de la casa, uno de ellos sosteniendo la bolsa de la unidad intravenosa en alto. La víctima iba vendada y llevaba un collarín. Fue transportada más allá de donde ellos se encontraban -la pobre mujer parecía haber sido atropellada por un camión. Tenía ambos ojos cerrados por la inflamación y la cara, cruelmente repleta de hematomas y cortes.
-Dios -jadeó Luke.
No era igual que leer sobre las víctimas. Incluso el horror de las fotografías, estaba un paso más allá de la violencia. Pero ver a esa pobre mujer, una hora escasa después de la agresión...
Syd comprendió que la visión de ese rostro maltratado había aproximado al SEAL a la realidad de lo ocurrido en esa casa, de un modo impactante.
-Entremos -le dijo.
Luke estaba observando a la víctima mientras la metían cuidadosamente en la ambulancia. Volvió la cabeza hacia Syd, conmocionado.
-Oh, oh. ¿Estás bien? -le preguntó serenamente.
-Dios -dijo él de nuevo.
-Es terrible, ¿verdad? Tiene mucho peor aspecto que Gina -le indicó-. Como si hubiese disputado diez rounds contra un campeón de los pesos pesados. Y lo que le ha hecho en la cara es lo de menos.
Él sacudió la cabeza.
-¿Sabes? He visto tipos que habían sido heridos. He ayudado a remendar a hombres que habían estado combatiendo. No soy impresionable, de verdad, pero saber que alguien le hizo eso y obtuvo placer de ello... -tomó una honda bocanada de aire y luego lo exhaló con fuerza-. Me encuentro un poco... mareado.
Estaba totalmente lívido bajo el bronceado. Madre mía. A menos que hiciera algo rápido, el duro y gran guerrero iba a caer redondo, desmayado.
-Yo también -dijo Syd-. ¿Te importa que nos sentemos un momento? -lo cogió suavemente del brazo y tiró de él para sentarlo a su lado en la escalera que conducía a la puerta principal, prácticamente colocándole la cabeza entre las piernas.
Permanecieron en silencio durante varios largos minutos, una vez se hubo ido la ambulancia. Syd mantuvo los ojos cuidadosamente fijos en la actividad de la calle -en los vecinos, que habían salido a sus patios. En los policías, que mantenían a los curiosos a una distancia prudencial -en cualquier parte, excepto en Luke. Era consciente de su respiración, consciente de que él había bajado ligeramente la cabeza en un intento por combatir el mareo. Tomó bocanadas de aire con regularidad ella también -pero su mareo tenía más que ver con la sorpresa de que él pudiera afectarla tan completa y poderosamente.
Después de lo que pareció una eternidad, sintió, más que vio, a Luke enderezarse y lo oyó tomar una última bocanada de aire y expulsarlo.
-Gracias -dijo.
Syd se arriesgó finalmente a mirarlo. Su semblante había recuperado prácticamente el color. Él le cogió la mano, entrelazando suavemente los dedos con los suyos, mientras la obsequiaba con una compungida sonrisa.
-Habría sido muy humillante si llego a desmayarme.
-Oh -dijo ella inocentemente-. ¿Tú también ibas a desmayarte? Yo sé que no estoy tomándome el tiempo suficiente para comer últimamente y junto con la falta de sueño...
Él le apretó la mano con delicadeza.
-Y gracias también por no señalar en el acto que ahora soy yo el que te está retrasando.
-Bueno, ya que lo mencionas...
Luke se echó a reír. Dios, estaba tan guapo cuando se reía. Syd se dio cuenta de que empezaban a sudarle las manos. Si antes no se había sentido mareada, estaba condenadamente segura de que ahora sí.
-Entremos -dijo Luke-. Y comprobemos si ese tipo ha dejado una tarjeta de visita esta vez.
Syd liberó la mano disimuladamente mientras se levantaba.
-¿No sería estupendo?
-Mary Beth Hollis -le dijo la detective Lucy McCoy a Syd por teléfono-, tiene veintinueve años. Trabaja como secretaria de dirección en un banco de San Diego.
Syd estaba sentada en la sofocante oficina de la base naval, introduciendo en el ordenador los datos sobre la última víctima.
-¿Soltera? -preguntó.
-Recientemente casada.
Cruzó los dedos.
-Por favor, dime que su marido trabaja aquí en la base -tenía una teoría relacionada con las víctimas y esperaba que fuera cierta.
Pero Lucy hizo un sonido de contrariedad.
-Lo siento -dijo-. Es asesor legal en el mismo banco.
-¿Su padre?
-Muerto. Su madre tiene una floristería en Coronado.
Syd no desistió.
-¿Hermanos?
-Es hija única.
-¿Y su marido? ¿Tiene algún hermano o hermana en la Armada?
Lucy sabía adónde quería llegar.
-Lo siento, Syd. Mary Beth no tiene ningún lazo familiar con la base.
Syd soltó una maldición. Eso hacía su teoría mucho menos viable.
-Pero... -dijo Lucy.
Syd se incorporó.
-¿Qué? ¿Tienes algo?
-No te pongas nerviosa. Ya conoces la opinión oficial de la policía y la FInCOM.
-¿Que el hecho de que ocho de las doce víctimas tengan conexión con la base es una mera coincidencia? -Syd soltó una imprecación-. ¿Cuál es la conexión con Mary Beth?
-Es bastante forzada -admitió Lucy.
-Dime.
-Un antiguo novio. Y me refiero a muy antiguo. Casi de la prehistoria. Aunque Mary Beth acaba de casarse, ha estado viviendo con su abogado durante cerca de cuatro años. Antes de eso, tuvo una aventura con un capitán, que sigue ejerciendo como médico en el hospital militar. El capitán Steven Horowitz.
Syd suspiró. Hacía cuatro años. Era demasiado forzado.
-¿Todavía piensas que hay una conexión? -preguntó Lucy.
-Sí.
Lucky asomó la cabeza por la puerta.
-¿Lista para que nos vayamos?
Al igual que Syd, había estado trabajando casi sin parar desde la llamada telefónica nocturna del día anterior, tras haberse producido la agresión más reciente. Pero, a diferencia de ella, todavía parecía fresco y limpio, como si se hubiera pasando la tarde durmiendo la siesta, en lugar de examinando los restantes expedientes del personal de la base naval.
-Tengo que dejarte -le dijo a Lucy-. Voy a volver a probar con la hipnosis, para intentar descubrir si vi algún coche extraño aparcado delante de mi casa la noche que Gina fue atacada. Deséame suerte.
-Buena suerte -repuso Lucy-. Si pudieras recordar el número de matrícula, te estaría agradecidísima.
-Sí. ¿Qué posibilidades hay? Ni siquiera soy capaz de recordar la mía. Hasta luego, Lucy -Syd colgó el teléfono, guardó los cambios en el archivo en el que había estado trabajando y se levantó, intentando deshacer las contracturas de la espalda.
-¿Alguna novedad? -preguntó Lucky cuando empezaron a recorrer el pasillo.
-Hace cuatro años, Mary Beth Hollis -la víctima número doce- salía de vez en cuando con un tal capitán Horowitz.
-Salía de vez en cuando -repitió él. Le lanzó una mirada de soslayo-. Te estás esforzando por sostener tu teoría, ¿eh?
-Ni se te ocurra burlarte -contraatacó Syd-. Considerando la cantidad de mujeres que viven en Coronado y San Felipe, no puede ser una casualidad que nueve de las doce estén relacionadas con alguien que trabaja en la base. Hay una conexión entre esas mujeres y la base, estoy segura. Sin embargo, cuál es esa conexión... -sacudió la cabeza con frustración-. Está ahí. Simplemente no puedo verla. Aún -añadió-. Pero sé que estoy cerca. Tengo esa sensación en... -se interrumpió, dándose cuenta de lo ridícula que sonaba. Tenía una sensación...
-¿En las tripas? -terminó Lucky por ella.
-De acuerdo -admitió, resignada-. Adelante. Ríete de mí. Lo sé. Solo es una absurda corazonada.
-¿Por qué iba a reírme de ti -dijo Luke-, cuando creo que, probablemente, has dado con algo? -resopló-. Confío bastante más en tus corazonadas que en las de los de la FInCOM.
No se estaba riendo. Realmente, la creía.
Mientras seguía al teniente Lucky O’Donlon hasta la brillante tarde del exterior, se dio cuenta de que, a lo largo de los últimos días, había sucedido lo impensable.
El Ken navy y ella habían empezado a ser amigos.
Syd abrió los ojos y se encontró mirando el techo desconocido de una habitación a oscuras. Estaba tumbada de espaldas en un sofá y...
Giró la cabeza y se encontró con la amable sonrisa de la doctora Quinn.
-¿Cómo ha ido? -preguntó.
Lana efectuó una mueca y sacudió la cabeza.
-Un modelo de Sedan antiguo, oscuro, es lo máximo que has podido ofrecer. Cuando te he preguntado de qué marca o modelo, has dicho que era feo. No viste la matrícula -no es que lo esperara- pero confieso que tenía cierta esperanza.
-Sí, yo también -cansada, Syd se incorporó hasta quedar sentada-. No me gustan los coches. Lo siento -echó un vistazo a su alrededor-. ¿Dónde está Luke?
-En la sala de espera -dijo Lana mientras abría las cortinas e iluminaba la habitación-. Se quedó dormido mientras estaba esperando. Mientras te hipnotizaba. Parecía tan hecho polvo que no me decidí a despertarlo.
-Han sido un par de días muy duros -le explicó Syd a la doctora.
-He oído que anoche fue agredida otra mujer.
-Es tan frustrante -admitió Syd-. Especialmente para Luke. No hemos tenido demasiadas pistas que poder seguir. No podemos hacer gran cosa, además de esperar a que ese tipo meta la pata. Creo que si Luke tuviese el poder de hacerlo, habría puesto a todas las mujeres de las dos ciudades bajo custodia. Sigo esperando a que, de un momento a otro, salga con su coche y un megáfono para pedirles que abandonen la ciudad.
-Quinn está esta semana en D.C. -dijo Lana-. También está preocupado. Le pidió a Wes Skelly que me vigilara. Salí hacia el trabajo un poco antes de lo normal, esta mañana, y ahí estaba Wes, sentado en su furgoneta, frente a mi casa. Es de locos.
-Luke sigue intentando convencerme para que pase la noche en la base -le explicó Syd-. Y por primera vez en su vida, es algo totalmente platónico.
Lana se echó a reír mientras abría la puerta de la sala de espera.
-Siento tener que despedirte tan pronto pero tengo otro paciente.
-Tranquila. Un modelo viejo de Sedan, oscuro -repitió Syd-. Gracias de nuevo.
-Siento no haber podido ayudar más.
Syd salió a la sala de espera, donde una tímida y delgada mujer estaba sentada tan lejos de Luke como le era posible, quien se encontraba repantingado en el sofá, todavía profundamente dormido.
Era adorable cuando dormía -completa, absoluta e indiscutiblemente adorable.
La mujer delgada entró en la consulta de Lana, cerrando suavemente la puerta tras ella, mientras Syd se acercaba a Luke.
-Es hora de irnos -anunció vivamente.
Ninguna respuesta.
-O’Donlon.
Ni siquiera se movió. Permaneció con los ojos cerrados y esas espesas pestañas, de alrededor de un kilómetro de largo, ensombreciendo sus perfectas mejillas bronceadas.
No iba a tocarlo de ninguna de las maneras. Había leído demasiados libros, donde el soldado profesional de turno casi mataba al loco, insensato, que lo despertaba con una sacudida.
Dio unas palmadas y, aún así, él siguió durmiendo.
-Maldita sea, Luke. Despierta.
Nada. No es que lo culpara. Ella también estaba exhausta.
De acuerdo. No iba a tocarlo pero podía moverlo desde una distancia segura. Cogió un ejemplar de Psicología Actual, que había sobre el extremo de la mesa, lo enrolló y, tratando de mantenerse tan alejada de él como le resultó posible, le dio un golpecito en las costillas.
Ocurrió tan rápido que ni siquiera tuvo la seguridad de haberlo visto moverse. Un instante él estaba inmóvil, con los ojos cerrados, y, al siguiente la había tendido sobre el suelo de la sala de espera, sujetándole las muñecas por encima de la cabeza con una mano y ciñéndole el antebrazo contra la garganta.
Los ojos que se clavaron sobre los suyos eran los de un depredador -desalmados y fieros. Y su rostro, duro y severo, completamente mortífero, con la boca convertida en una tensa línea y los dientes asomando ligeramente.
Pero, entonces, parpadeó y volvió a convertirse en Luke O’Donlon, alias Lucky, alias su Ken navy viviente.
-Dios -le apartó el brazo de la garganta para que pudiera volver a respirar-. ¿Qué demonios estabas intentando hacer?
-Desde luego, esto no -dijo Syd, aclarándose la garganta y sintiendo cómo empezaba a latirle la cabeza en el punto donde había hecho contacto con el suelo-. De hecho, trataba de conseguir junto lo contrario pero no he podido despertarte.
-Oh, joder. Debo haber... -él sacudió la cabeza, aún aturdido-. Normalmente soy capaz de echarme una siesta de combate y despertarme con el más leve ruido.
-Esta vez no.
-A veces, si estoy realmente cansado y sé que me encuentro en un lugar seguro, mi cuerpo asume el mando, caigo en un sueño profundo y... -sus ojos se entrecerraron levemente-. Se supone que iban a hipnotizarte -recordó-. ¿Cómo es que no estás en trance?
Mientras estudiaba el perfecto tono azul de sus ojos, Syd no estuvo muy segura de no estarlo. ¿Por qué si no iba a estar allí tendida en el suelo, soportando todo el peso de su cuerpo, sin protestar ni siquiera un poco?
Quizá tenía una conmoción cerebral.
Puede que fuera eso lo que la había vuelto completamente estúpida.
O tal vez no. Le dolía la cabeza pero no tanto. Quizá su estupidez se debía a causas más naturales.
-Un viejo modelo de Sedan, oscuro -le dijo-. Lana no quiso despertarte y eso es todo lo que obtuvo. Soy una negada cuando se trata de coches. Lo máximo que consiguió sacarme fue eso y que el coche era feo.
¿Iba a quedarse encima de ella para siempre? Sentía la tensión muscular de su muslo entre las piernas. Sentía... Oh, Dios.
-¿Estás bien? -le preguntó, rodando para apartarse de ella-. La última vez que te hipnotizaron fue algo similar a una montaña rusa emocional. Siento haberme quedado dormido. En realidad quería estar ahí por si... -se echó a reír tímidamente, obsequiándola con la que Syd pensó que era su mejor sonrisa autocrítica, a lo Harrison Ford. Había cierto encanto en Luke que recordaba a Harrison Ford-. Bueno, suena un poco presuntuoso, pero quería estar ahí por si me necesitabas.
Habría encontrado sus palabras insoportablemente dulces -si fuese la clase de mujer que se dejaba impresionar por palabras dulces. Y sentiría haber perdido el calor de su cuerpo, si fuese el tipo de mujer que suspiraba por unos brazos fuertes estrechándola. Si fuera esa clase de mujer, desearía tirar nuevamente de él para que la besara, la besara, la besara...
Pero no lo era. No lo era.
Tener un hombre cerca era agradable pero no una necesidad.
Además, nunca se tomaba a la ligera los asuntos del corazón y toda la parafernalia física. El sexo era algo serio y Luke, con su cuerpo extremadamente cálido que, definitivamente, no parecía de plástico, no era nada serio. Se lo había dicho él mismo.
-Estaba bien -le dijo, tratando desesperadamente de conducir la conversación hacia un entorno familiar que se sintiese capaz de manejar -ese entorno irreverente de insultos amistosos y desafíos que compartían-. Hasta que me desarmaste con ese golpe de defensa personal, cualificado por la World Wrestling Federation, Earthquake McGoon.
-Ja -dijo él, casi como si se sintiera aliviado por haber sido liberado de la ilusión de intimidad que habían provocado sus dulces palabras y estuviera encantado de seguirla de regreso al otro lado de la línea de seguridad que constituía su amistad totalmente platónica-. No eres la más adecuada para protestar, genio, teniendo en cuenta que me has despertado poniéndome el cañón de un arma contra las costillas.
-¡El cañón de un arma! -se echó a reír con incredulidad-. ¡Venga ya!
-¿Qué demonios era, por cierto?
Syd recogió la revista y la enrolló, enseñándosela.
-Me pareció el cañón de una pistola -él se puso en pie y le tendió una mano a Syd para ayudarla-. La próxima vez que quieras despertarme y no sirva de nada usar mi nombre -dijo-, piensa en la bella durmiente. Un beso será totalmente mágico.
Si claro. Como si ella fuese a besar a Luke O’Donlon despierta. Probablemente la cogería, la derribaría y...
Y la besaría hasta que la habitación empezase a dar vueltas y ella le entregara su ropa, su orgullo, su identidad, su alma... Y, probablemente, el corazón, ya de paso.
-Tal vez no deberíamos marcharnos -dijo con asperaza, mientras seguía a Luke hasta la puerta-. Me parece que el lugar más adecuado para un SEAL que fantasea con ser la bella durmiente es este, la sala de espera de un psicólogo.
-Ja -dijo, Luke-. Ja, ja.
-¿Cuál es el programa de la tarde? -preguntó Syd, cuando Luke introdujo el coche en el parking del edificio de oficinas.
-Voy a empezar a dejarme caer por los bares -repuso él-. Cuanto más sórdidos, mejor.
Syd se volvió para observarlo.
-Vaya, qué productivo. ¿Vas a emborracharte hasta perder el conocimiento, mientras el resto de nosotros sudamos en la oficina?
Él apagó el motor pero no hizo ademán de salir de la camioneta.
-Sabes tan bien como yo que mi intención no es divertirme.
-¿Crees que te las arreglarás para encontrar a ese tipo tú solo, buscando de bar en bar? -le preguntó-. Ni siquiera sabes qué aspecto tiene.
Él se pasó las manos por el pelo con frustración.
-Syd, tengo que hacer algo antes de que le haga daño a alguien más.
-Según su pauta, transcurren de cuatro a siete días entre un ataque y otro.
Luke resopló.
-¿Se supone que eso tiene que hacerme sentir mejor? -soltó una maldición, golpeando el volante con el talón de la mano-. Me siento como si estuviese sentado sobre una bomba de relojería. ¿Qué pasa si la siguiente es Verónica Catalanotto? Está sola en casa con un niño. Melody Jones está fuera de la ciudad con su bebé, gracias a Dios -fue enumerando con los dedos las esposas de sus compañeros de la Brigada Alfa-. Nell Hawken vive fuera de su radio de acción, en San Diego. Ella está a salvo -a menos que ese bastardo decida ampliar su área de búsqueda. PJ Becker trabaja para la FInCOM. Ella y Lucy son las que mejor cualificadas están para tratar con esto. Las dos son duras pero, diablos, nadie es invencible. Y estás tú.
Se giró para mirarla de nuevo.
-Tú vives sola. ¿No te da miedo? ¿Ni siquiera un poco?
Syd había pensado en eso la noche anterior, al encontrarse pendiente de un ruido, que pensaba que había oído, mientras se cepillaba los dientes. Se había encerrado en el baño y, de haber llevado encima el móvil, habría llamado a Luke, incapaz de evitar dejarse llevar por el pánico.
Pero no llevaba el móvil -retrospectivamente, dio gracias a Dios- y se había sentado en silencio, con el miedo fluyendo por las venas, durante cerca de treinta minutos, respirando a duras penas mientras esperaba, temiendo escuchar de nuevo ese ruido al otro lado de la puerta del baño.
Luchar o rendirse.
Había pensando en eso durante aquellos treinta minutos.
Y la lucha ganaba, sin duda.
No había nada en el baño que pudiese usarse como arma, excepto la pesada tapa trasera de cerámica del inodoro. La había blandido en alto, sobre la cabeza, cuando finalmente salió del cuarto de baño para descubrir que estaba sola en el apartamento. Pero había encendido las luces, comprobado dos veces que todas las ventanas estuvieran cerradas y le había costado tranquilizarse y dormirse, pese a las luces encendidas.
-Nah -dijo ahora-. No soy la clase de persona que se asusta con facilidad.
Él sonrió como si supiese que mentía.
-¿Qué te asustó anoche y te hizo dormir con las luces encendidas? -preguntó.
-¿A mí? -Syd trató de sonar ofendida-. Nada.
-Es curioso -dijo él-. Porque cuando yo pasé de madrugada por tu calle, parecía que tenías en uso unos cuatro millones de vatios de electricidad.
Ella se quedó perpleja.
-¿Pasaste por mi calle...?
Luke se dio cuenta de que se había delatado.
-Bueno, sí... Estaba en la zona...
-¿Cuántas noches llevas patrullando las calles de San Felipe en vez estar durmiendo? -le preguntó.
Él apartó la mirada y Syd se dio cuenta de que acababa de dar con la respuesta.
-No me extraña que anoche estuvieras a punto de desmayarte -dijo. Ni le sorprendía ya tampoco que no hubiese parecido como recién salido de la cama.
-No estuve a punto de desmayarme -protestó.
-Ibas a desmayarte.
-Qué va. Solo estaba un poco mareado.
Syd lo miró fijamente.
-¿Cómo demonios esperas atrapar a ese tipo si no te cuidas un poco? -Si no duermes una noche en condiciones.
-¿Cómo demonios voy a dormir una noche en condiciones -replicó él, apretando los dientes-, hasta que haya atrapado a ese tipo?
Hablaba en serio. Completamente en serio.
-Dios mío -dijo Syd lentamente-. Este es el verdadero Luke.
-¿El verdadero Luke? -repitió él, sin comprender. O, al menos, fingiendo que no la entendía.
-El rollo del macho insensible solo es un papel -lo acusó. Estaba segura de ello-. El señor “¿No soy maravilloso?” con su uniforme reluciente. Un poco idiota pero con demasiados encantos adicionales como para que importe. La mayoría de la gente, no ve más allá de eso, ¿verdad?
-Bueno -dijo el con modestia-, no tengo mucho que ofrecer.
En realidad, era el superhéroe del nuevo milenio.
-Eres un tipo estupendo -una fascinante mezcla de macho alfa y beta sensible. ¿Por qué sientes que tienes que ocultarlo?
-No estoy muy seguro -dijo él-, pero creo que me estás insultando.
-Corta el rollo -le ordenó-. Porque también sé que tienes el coeficiente intelectual de un beta, listillo.
-Listillo -meditó él-. Mucho mejor que Ken, ¿verdad, Midge?
Syd intentó no ruborizarse. ¿Cuántas veces se le había escapado y lo había llamado Ken? Demasiadas, evidentemente.
-¿Qué puedo decir? Me engañaste con la apariencia de ultraplástico.
-Ya que estamos con esto de la invasión de los ladrones de cuerpos y señalando a la gente, me gustaría hacer lo mismo por ti -extendió un brazo hasta casi rozarle la cara con el índice y emitió un horrible graznido.
Syd arqueó una ceja, mirándolo en silencio.
-Ahí está -dijo él, triunfalmente-. Esa mirada. Esa desdeñosa expresión. Te escondes detrás de ella, permanentemente.
-Vale -dijo Syd-. ¿Y qué es exactamente lo que se supone que estoy tratando de ocultarte?
-Creo que escondes -hizo una pausa dramática-, el hecho de que lloras con las películas.
Ella le dirigió su mirada más escéptica.
-No.
-O tal vez debería haber dicho simplemente que lloras. Finges ser muy dura. Inamovible. Tratas de encontrar una conexión entre las víctimas de violación, metódicamente, como si todo esto no fuese más que un puzzle gigante que hay que resolver. Otro paso en tu camino hacia el éxito, que comienza con un artículo en exclusiva sobre la captura del violador de San Felipe. Como si la parte humana de la historia -esas pobres mujeres traumatizadas- no te hiciesen sentir deseos de llorar.
No pudo enfrentarse a su mirada.
-Incluso aunque fuese la clase de persona que llora, no hay tiempo -dijo tan rápidamente como pudo. No quería que él supiese que había llorado a mares por Gina y las demás víctimas, en la segura privacidad de la ducha.
-Creo que, en el fondo, eres una blandengue -continuó él-. Creo que no eres capaz de resistirte a donar algo a cada organización benéfica que te envía un correo basura. Pero también creo que alguien te dijo, en algún momento, que te harían daño si eras demasiado agradable. Así que intentas ser dura cuando, en realidad, eres muy fácil de conmover.
Syd puso los ojos en blanco.
-Si realmente necesitas pensar así sobre mí, puedes...
-¿Qué vas a hacer esta tarde?
Syd abrió la puerta de la camioneta, decidida a terminar con la conversación. ¿Cómo habían acabado descontrolándose tanto las cosas?
-Nada. Trabajar. Aprender todo lo que hay que saber sobre los violadores en serie. Tratar de descubrir qué he pasado por alto y relaciona a las víctimas entre si.
-Frisco me dijo que le pediste permiso para traer a Gina Sokoloski a la base.
Mierda. Syd se encogió de hombros, tratando de quitarle importancia.
-Necesito hablar con ella. Obtener más información. Descubrir cuál es su conexión con la base -lo que sea que hayamos pasado por alto.
-Podrías haberlo hecho por teléfono.
Syd salió de la camioneta y cerró la puerta a su espalda. Luke la siguió.
-Sí, bueno... Pensé que sería una buena idea alejarla de casa de su madre. Han pasado casi dos semanas y aún no ha abierto las cortinas de su habitación. Puede que no logre convencerla para que venga conmigo.
-¿Ves? -dijo él-. Eres agradable. De hecho, no eres simplemente agradable. Eres mucho más. Eres...
Syd se volvió hacia él, dispuesta a amordazarlo si era necesario.
-De acuerdo. Suficiente. Soy agradable. ¡Gracias!
-Dulce -repuso él-. Eres dulce.
-Grrrr -gruñó Syd.
Pero él se limitó a echarse a reír, sin el menor temor.
Lucky se acercó a la playa y se detuvo, a unos diez metros de donde se encontraba la manta que Syd había extendido sobre la arena. Había llevado consigo dos sombreros de ala ancha, uno para Gina y otro para ella, sin duda para proteger el rostro, aún magullado de la chica, del sol vespertino.
Syd también había llevado gafas de sol. Un modelo enorme que ocultaba los ojos amoratados de Gina.
La chica sostenía firmemente su refresco. Tenía las piernas juntas, recogidas contra el pecho, los brazos rodeándolas y la cabeza baja, en una posición tan próxima a la postura fetal como le era posible. Era la imagen de la tensión y el miedo.
Pero Syd permanecía impávida. Estaba tendida boca abajo, con la barbilla apoyada sobre los codos, manteniendo una charla casi continuada.
Más allá, en la playa, los aspirantes a SEAL en la primera fase, estaban haciendo un ejercicio en grupo con postes de teléfono. Y, durante los llamados descansos, solo por diversión, Wes, Aztec y los demás instructores les mandaban hacer unas series de ejercicios graciosos -como correr por el agua hasta quedar empapados, y rodar sobre si mismos, cubriéndose de arena blanca hasta el último centímetro, incluyendo la cara. En particular la cara. Y, luego, de vuelta a los postes telefónicos.
Syd hizo una seña en dirección a los agotados hombres cubiertos de arena, con su bote de coca-cola, y Lucky comprendió que estaba hablándole a Gina sobre el BUD/S. Sobre la Semana Infernal. Sobre la fuerza de voluntad que esos hombres necesitaban tener para soportar la incesante incomodidad y el dolor físico un día tras otro, con solo cuatro horas de sueño en toda la semana.
Perseverancia. Si tenías esa misteriosa cualidad que ayuda a perseverar, sobrevivías. Lo conseguías.
Mojado, frío, temblando de fatiga, con los músculos acalambrados y doloridos. Con ampollas, no solo en los pies, sino en lugares que jamás habrías podido imaginar, y a punto de quebrarte en los más minúsculos fragmentos. La vida se convertía, no en un día o en una hora, ni en un minuto siquiera. Se convertía en un paso. El pie derecho. Luego el izquierdo. El derecho otra vez.
Se convertía en un latido, en una inhalación de aire, en el nanosegundo de existencia necesario para endurecerte y continuar.
Lucky supo lo que Syd estaba contándole a Gina, porque se lo había preguntado a él -y a Bobby, a Rio, a Thomas y a Michael- les había hecho incontables preguntas sobre el BUD/S y sobre la Semana Infernal en concreto.
Mientras las observaba, lo que fuera que Syd acababa de decirle, captó la atención de Gina. La mujer más joven alzó la cabeza y centró su atención en los hombres de la playa. Syd, con su tacto mágico, la ayudó a dar los primeros pasos temblorosos de vuelta a la vida.
Gina, como los aspirantes a SEAL del BUD/S, necesitaba perseverar. Sí, sufrir una agresión era terrible. La vida le había dado una mano perdedora e injusta en aquella jugada -lo peor que habría podido ocurrirle. Pero tenía que seguir adelante, avanzar, dar un doloroso paso detrás de otro, en lugar de rendirse y abandonar.
Y Syd, la dulce y amable Syd, estaba ayudándole a hacer precisamente eso.
Lucky se reclinó contra el ridículo sucedáneo de coche de Syd, consciente de que debería irse a trabajar y deseando pasar unos pocos minutos más al sol. Deseando estar en la toalla con Syd, que ella le ofreciera un refresco y perderse en la fabulosa textura de sus ojos. Deseando que ella se inclinara en su busca, alzara la boca y...
De acuerdo.
Definitivamente era hora de irse. Era hora de...
Syd se puso en pie de un salto, sobre la toalla. Mientras Lucky la observaba, bailó en círculos alrededor de Gina, girando y saltando. Y, milagro de milagros, Gina se echó a reír.
Entonces, Syd se volvió y lo descubrió.
Mierda. Lo acababa de pillar espiando.
Pero Syd pareció alegrarse de verlo. Corrió unos pasos hacia él, luego se giró para regresar junto a Gina y se inclinó para decirle algo a la chica.
Y a continuación echó nuevamente a correr hacia él, sosteniendo aquel estúpido sombrero con una mano, mientras se le caían las gafas de sol en la arena.
Iba descalza y saltó torpe y dolorosamente sobre la gravilla, al llegar al borde del área del aparcamiento, para acercarse a él.
-¡Luke, creo que la tengo!
Él supo inmediatamente de lo que le estaba hablando. La esquiva conexión entre las víctimas.
-Yo tengo que llevar a Gina a casa -dijo a hablando a mil por hora-. Y necesito que me busques cierta información. ¿Recuerdas a las dos mujeres que no tienen relación evidente con la base? Necesito que averigües si tienen o han tenido relación con alguien que estuvo destinado aquí hace cuatro años.
Estaba tan acelerada que odió tener que ser un aguafiestas pero no acababa de seguirla.
Ella vio su expresión y se echó a reír.
-Piensas que estoy loca.
-Creo que es una posibilidad.
-No lo estoy. ¿Te acuerdas de Mary Beth Hollis?
-Sí -nunca olvidaría a Mary Beth Hollis. Su imagen sobre esa camilla lo acompañaría hasta el día de su muerte.
-¿Recuerdas que estuvo saliendo con el capitán Horowitz, hace cuatro años, antes de casarse?
Recordaba haber oído algo sobre una relación romántica entre la mujer y el médico de la Armada pero no había prestado demasiada atención a los detalles.
-Gina acaba de decirme que el segundo marido de su madre era sargento mayor de la Marina -prosiguió Syd-. Y, ¿dónde estaba destinado? Aquí. Fue transferido a la costa este cuando él y la madre de Gina se divorciaron. ¿Adivinas cuándo? Hace cuatro años. Hace. Cuatro. Años.
La comprensión lo alcanzó.
-Piensas que todas esas mujeres tienen en común que conocen a alguien que estuvo destinado aquí...
-Hace cuatro años -concluyó Syd por él, con el rostro resplandeciendo de excitación-. O puede que no sean exactamente cuatro. Puede que sea algo más o menos. Lo que tenemos que hacer es hablar con las dos víctimas que no tienen relación con la base y ver si la tuvieron en el pasado. Llama a Lucy McCoy -le ordenó-. ¿A qué estás esperando? ¡Vamos, corre! Me reuniré contigo en la oficina en cuanto deje a Gina en casa.
Comenzó a dar saltitos de regreso sobre la grava y Lucky no pudo resistirse. La levantó y la transportó a lo largo del tramo que la separaba de la arena. El problema fue que, una vez la tuvo en sus brazos, no quiso volver a bajarla. Especialmente, cuando ella lo miró con risueña sorpresa.
-Gracias -le dijo-. Te aseguro que mis pies te lo agradecen.
Syd se retorció y la liberó pero, entonces, fue él el sorprendido cuando le rodeó el cuello con los brazos y le dio un exuberante apretón.
-Oh, cariño. ¡La tenemos! -dijo-. ¡Esa es la conexión! Nos ayudará a identificar y a proteger a las mujeres que persigue ese tipo.
Lucky cerró los ojos mientras la estrechaba, inhalando el suave aroma de su bronceador.
Ella lo soltó demasiado pronto.
-¡Corre! -le dijo de nuevo, empujándolo en dirección al edificio de oficinas.
Lucky se marchó, trotando obedientemente, pese a no estar muy seguro de que fueran a encontrar nada nuevo. Esperaba de corazón que Syd no se sintiese muy decepcionada.
Aunque, en caso de ser necesario, siempre podía consolarla. Era bueno ofreciendo consuelo -especialmente del tipo que se convertía fácilmente en seducción.
Dios, ¿en qué estaba pensando? Se trataba de Syd.
Syd -que lo había besado como si el mundo estuviese a punto de acabarse. Syd, cuyo cuerpo había resultado tan tentador bajo el suyo, aquella misma mañana. Syd -cuyas ventanas iluminadas había estado mirando durante cerca de una hora la noche anterior, muriéndose por llamar al timbre por unos cuantos motivos además de comprobar que se encontraba a salvo.
De acuerdo. Hora de las confesiones. Sí, se trataba de Syd y, sí, quería llevársela a la cama. Pero le gustaba. Mucho. Demasiado, como para arriesgar la sólida relación que tenían por su típica aventura de dos semanas.
No iba a hacer algo así.
Iba a mantenerse alejado de ella y a admirarla platónicamente.
Sí. Estupendo.