Capítulo 5
-Siéntate en el sofá -o en la silla -dirigió a Syd la doctora Lana Quinn-. Donde creas que estarás más cómoda.
-Agradezco que hayas encontrado tiempo para hacer esto, avisándote con tan poco antelación -dijo Lucky.
-Tuvisteis suerte -le respondió Lana con una sonrisa-. Wes llamó justo después de que mi visita habitual de la una cancelara la sesión. Me sorprendió -había pasado mucho tiempo desde la última vez que tuve noticias suyas.
Lucky no conocía muy bien a la bonita psicóloga. Estaba casada con un SEAL llamado Wizard con el que nunca había trabajado. Pero Wizard había compartido clases en el BUD/S con Bobby y Wes, y los tres hombres habían permanecido unidos. Y, cuando Lucky paró a Wes en el vestíbulo para preguntarle de broma si conocía a algún hipnotizador, Wes lo había sorprendido diciéndole que sí, que casualmente sí conocía a una.
-¿Cómo está Wes? -preguntó Lana.
Lucky no solía ser receloso pero la pregunta sonó un poco demasiado casual.
Ella debió darse cuenta porque se apresuró a explicarse.
-Tenía mucha prisa cuando llamó así que ni siquiera tuve ocasión de preguntarle. Solíamos hablar a todas horas por teléfono cuando mi marido estaba en el equipo Seis, ¿sabes? Luego, cuando se fue, dejamos de comunicarnos tan a menudo -creo que porque tanto Wes como yo echábamos de menos a Quinn. Y después, Wes fue transferido de regreso a California, al equipo Diez, y perdimos el contacto.
-Wes está bien -acaban de nombrarlo sargento -le dijo Lucky.
-Eso es estupendo -se entusiasmó Lana -nuevamente un poco más efusiva de la cuenta-. Felicítalo de mi parte, ¿quieres?
Lucky no era un experto en significados ocultos pero, sin serlo, supo que había más en esa historia de lo que Lana le estaba contando. No era que creyese ni por un instante que Wes había tenido una aventura con la mujer de uno de sus mejores amigos. No, Wes Skelly era un cavernícola en muchos sentidos pero su código del honor estaba entre los más sólidos que Lucky había conocido nunca.
Sin embargo, tenía perfecto sentido que Wes hubiese hecho algo tan estúpido como enamorarse de la mujer de su mejor amigo. Y si eso había sucedido, Wes se habría alejado al instante de la vida de Lana. Y Lucky sospechaba que ella lo sabía, considerando que era psicóloga.
Dios. La vida era muy complicada. Y ya lo era bastante sin el matrimonio y sus restricciones de por medio. Él nunca había estado casado, gracias a Dios.
Raro era el día que pasaba sin que Lucky se lo recordase a si mismo -de hecho era como un mantra. Nunca te cases. Nunca te cases.
Pero últimamente -cuando veía a Frisco con su mujer, Mia. Y a Blue con Lucy. E incluso al capitán, Joe Cat, que llevaba más tiempo casado con Verónica, su mujer, que el resto de los demás tipos de la Brigada Alfa, Lucky sentía...
Envidia.
Dios. Odiaba tener que admitirlo pero estaba un poco celoso.
Cuando Frisco pasaba un brazo entorno a los hombros de Mia o cuando ella se situaba a su espalda y le masajeaba los hombros después de un día duro. Cuando Lucy se detenía en la atestada y ocupada oficina de la Brigada Alfa y Blue la descubría al otro lado de la sala y sonreía, y ella le devolvía la sonrisa. O de Joe Cat. Llamaba a Verónica cada vez que tenía ocasión. Desde un teléfono público en el centro de París, de regreso desde Australia, tras una operación de entrenamiento. Bajaba la voz pero Lucky lo había escuchado más de una vez. “Hola, nena. ¿Me echas de menos? Dios, yo te echo de menos a ti...”
Lucky se había sentido avergonzado al descubrirse a si mismo con un nudo en la garganta en más de una ocasión.
Pese al desesperado soniquete de su mantra, Joe, y Blue, y Frisco, y todos los otros SEALs casados, hacían que los riesgos del compromiso pareciesen condenadamente apetecibles.
Mientras Lucky la observaba, Syd se sentó al borde del sofá, en el otro extremo de la habitación, con los brazos fuertemente cruzados sobre el pecho, mientras recorría con la vista la hogareña consulta de Lana.
No quería estar allí y no deseaba que la hipnotizaran. Su lenguaje corporal no podía ser más claro.
Se instaló en una silla frente a ella.
-Gracias por acceder a hacer esto.
Lucky advirtió la inquietud en la tensión de su boca, cuando sacudió la cabeza.
-No creo que vaya a funcionar.
-Ya, bueno, tal vez sí.
-No te sientas muy decepcionado si no.
Tenía miedo de fallar. Lucky podía entenderlo. El fracaso era algo que él también temía.
-¿Por qué no te quitas la chaqueta? -le sugirió Lana a Sydney-. Ponte cómoda -desabróchate un poco la camisa, súbete las mangas. Quiero te intentes sentirte todo lo cómoda que sea posible. Quítate las botas, trata de relajarte.
-No creo que esto vaya a funcionar -dijo Syd de nuevo, esta vez a Lana, sacando los brazos de las mangas de su chaqueta.
-No te preocupes por eso -repuso Lana, tomando asiento en la silla más cercana a Sydney-. Antes de que vayamos más lejos, quiero decirte que mis métodos son poco convencionales. Pero tengo cierto índice de éxito cuando trabajo con víctimas de crímenes, ayudándolos a clarificar el orden y los detalles de ciertos sucesos traumáticos o aterradores, así que déjate llevar. Y, una vez más, te repito no hay garantía de que esto funcione aunque tendremos más posibilidades si mantienes la mente abierta.
Syd asintió con firmeza.
-Lo estoy intentado.
Lo hacía. Lucky tuvo que concederle eso. No quería estar allí, no tenía por qué estar allí y, aún así, allí estaba intentándolo.
-Empieza explicándome qué sentiste cuando te encontraste con el hombre en las escaleras -dijo Lana-. ¿Lo viste llegar o te sobresaltó?
-Oí el ruido de sus pasos -respondió Syd mientras desabrochaba primero uno, luego dos y, finalmente, tres botones de su camisa.
Lucky desvió la mirada, consciente de que estaba mirándola, consciente de que no quería que se detuviese en el tercer botón, recordando con repentina y alarmante claridad cómo lo había hecho sentir al abrazarla. Sabía tan dulce, caliente y...
Lucky llevaba su uniforme de verano y contuvo el impulso de aflojarse él también el cuello de la camisa. Estaba recalentándose demasiado últimamente. Debería haber llamado a Heather la noche anterior, después de seguir a Syd a casa. Debería haberla llamado y haberse humillado de ser necesario. Tenía bastantes posibilidades de que lo perdonara.
Pero, en lugar de eso, se había ido a casa. Había hecho unos cien largos en la piscina, intentado frenar el desasosiego y maldiciendo el hecho de que la Brigada Alfa estuviera en alguna parte, en el mundo real, mientras él se había quedado atrás.
-Se movía rápido -continuó Syd-. Está claro que no me vio y yo no pude apartarme de su camino.
-¿Estabas asustada? -preguntó Lana.
Syd pensó en ello, mordiéndose por un instante el labio inferior.
-Más bien alarmada -dijo-. Él era grande. Pero no me dio miedo porque pensase que era peligroso. Fue más bien como el ramalazo de pánico que sientes cuando un coche se interpone en tu carril y no puedes hacer nada para evitar el choque.
-Imagina el momento en que lo oíste acercarse -sugirió Lana-, y trata de reproducirlo a cámara lenta. Lo oyes, luego lo ves. ¿Qué estás pensado? Justo en el instante en que lo descubriste bajando las escaleras.
Ella alzó la mirada de los cordones a medio desatar de sus botas.
-Kevin Manse -dijo.
Seguía inclinada y Lucky tuvo una repentina panorámica a través del frontal abierto de su camisa. Llevaba un sujetador negro y le proporcionó una clara imagen de encaje negro sobre piel pálida. Mientras ella se movía, desatando la otra bota, trató de apartar la mirada. Lo intentó y falló. Se encontró a si mismo mirándola, esperando otro tentador vislumbre de sus pequeños aunque perfecta, delicada y deliciosamente forzados, pechos cubiertos de encaje.
Sydney Jameson era enormemente atractiva, comprendió con una sacudida mientras examinaba su rostro. Cierto que siempre había preferido a las mujeres con una larga melena, pero la suya era elegantemente oscura y lustrosa, y el corte suavizaba la forma de su cara. Tenía unos ojos del color del café negro y unas pestañas que no necesitaban maquillaje para parecer espesas y oscuras.
No era guapa al modo tradicional pero, cuando dejaba de fruncir el ceño y sonreía, resultaba impresionante.
Y en cuanto a la ropa...
A Lucky no le había gustado particularmente el look Annie Hall antes pero, con un flash de conciencia, captó repentinamente su atractivo. Enterrado, bajo la ropa amplia y varonil, había un cuerpo tan elegante, grácil y femenino como las suaves curvas de su cara. Y lo que había llegado a entrever era sexy como el infierno -sexy de una forma que él nunca había creído posible, considerando que las mujeres que normalmente encontraba atractivas solían estar generosamente dotadas.
Ella se enderezó, sacándose las botas. No llevaba calcetines y sus pies estaban elegantemente formados, con altos arcos en los empeines. Dios, ¿qué demonios le estaba pasando para que la visión de los pies desnudos de una mujer bastara para excitarlo?
Lucky se removió en la silla, cruzando las piernas y rezando para que Lana no le pidiese que buscara algo en su escritorio, al otro lado de la habitación.
-¿Quién es Kevin Manse? -le preguntó la psicóloga a Syd.
Syd se echó hacia atrás, cruzando las piernas al estilo indio, metiendo esos pies sexys debajo de si misma sobre el sofá.
-Era un jugador de fútbol. Yo... Um... -echó una rápida mirada en dirección a Lucky y se ruborizó-. Lo conocí en la Universidad. Supongo que la envergadura de ese tipo me recordó a Kevin.
Interesante. Y completamente inesperado. Syd Jameson no parecía en absoluto la clase de chica que habría salido con jugadores de fútbol en la Universidad.
-¿Tu novio? -preguntó Lucky.
-Um... -vaciló Syd-. No, exactamente.
Ah, puede que le gustara el jugador de fútbol y él ni siquiera se hubiese enterado de que existía. Puede que Kevin, como Lucky, hubiese estado demasiado ocupado tratando de captar la atención de las voraces animadoras.
Lana garabateó un comentario en su bloc.
-Bien -dijo-. Empecemos la sesión, ¿de acuerdo?
Syd rió nerviosamente.
-¿Y cómo lo haces? Todo lo que me viene a la cabeza es una imagen de Elmer tratando de hipnotizar a Bugs Bunny con su reloj de bolsillo colgando de una cadena. Ya sabes... “Tieeeenes muuuucho sueño”
Riendo, Lana cruzó la habitación y apagó la luz.
-En realidad, yo uso una bola de espejos, una linterna y sugestión mediante la voz. Teniente, tengo que recomendarte que salgas a la sala de espera unos minutos. He descubierto que los SEAL son altamente susceptibles a esta clase de hipnotismo por inducción de luz. Mi teoría es que tiene algo que ver con el modo en que os entrenáis para las siestas de combate -la doctora tomó asiento nuevamente frente a Syd-. Aprenden a entrar rápidamente en la fase REM del sueño durante periodos cortos -le explicó antes de volverse para mirar a Lucky-. Debe implicar una forma de auto hipnosis -sonrió irónicamente-. No estoy muy segura. Quinn no me deja experimentar con él. Puedes intentar quedarte pero...
-Abandonaré la habitación -temporalmente- dijo Lucky.
-Buena idea. Estoy segura de que la doctora Quinn no nos quiere a los dos dando tumbos por la habitación y graznando como los patos -dijo Syd.
¡Vaya! Le había gastado una broma. Lucky se echó a reír y Syd le devolvió la sonrisa. Pero fue una pequeña sonrisa que se extinguió demasiado deprisa.
-En serio -añadió-. Si hago algo realmente embarazoso, no me lo eches en cara después, ¿de acuerdo?
-No lo haré -repuso-. Siempre que prometas que me devolverás el favor algún día.
-Supongo que es justo.
-Sal, teniente.
-¿Esperarás para hacerle preguntas hasta que vuelva?
Lana Quinn asintió.
-Lo haré.
-Quack, quack -dijo Syd.
Lucky cerró la puerta a su espalda.
Mientras se paseaba por la sala de espera, marcó un número en su móvil. Frisco levantó el teléfono de la mesa de su despacho después de medio tono de llamada.
-Francisco.
-Vaya... Contestando tu propio teléfono -dijo Lucky-. Impresionante.
-Falta de personal -repuso Frisco brevemente-. ¿Qué pasa?
-Me preguntaba si te has enterado de algo sobre el accidente de buceo de ayer.
Frisco soltó todo un surtido de palabras, ninguna de ellas educada.
-Dios, qué estúpido. Por lo visto, el aspirante a SEAL -antiguo aspirante a SEAL- que estuvo a punto de convertirse el cerebro en un queso suizo lleno de burbujas de nitrógeno, se escabulló de la base la noche anterior al accidente. Era su cumpleaños y algunos amigos bien intencionados, aunque igualmente idiotas, le hicieron volar a Las Vegas para visitar a su novia. El vuelo de regreso se retrasó y no aterrizó en San Diego hasta las cero, tres, cero, cero. El estúpido bastardo regresó a los barracones sin ser descubierto pero aún estaba como una cuba cuando comenzó la operación de entrenamiento a las -cero-cuatro-treinta.
Lucky se encogió. Era peligroso bucear hasta transcurridas veinticuatro horas, después de haber volado. Y si ese tipo iba borracho hasta las botas...
-Si hubiese hablado entonces, lo habrían obligado a salir del BUD/S. Pero de esta forma se enfrenta a una baja con deshonor, como poco.
Aquel loco tenía suerte de estar vivo pero, realmente, ahí acababa su suerte.
-¿Cuántos de los aspirantes estaban al tanto? -preguntó Lucky. Un incidente como ese, bien podía eliminar a la mitad de una clase.
-Solo cinco -dijo Frisco-. Todos oficiales. Se han ido a las cero-seis-cero-cero esta mañana.
Lucky sacudió la cabeza. Un tipo no había podido celebrar su cumpleaños sin estar con su novia y seis prometedoras carreras había quedado arruinadas.
La puerta se abrió y Lana Quinn asomó la cabeza desde el interior de la consulta.
-Estamos listas, teniente.
-Bueno -le dijo Lucky a Frisco-. Tengo que irme. Es la hora de la hipnosis. Hasta luego, tío.
Cortó la comunicación con su oficial al mando y cerró el teléfono móvil deslizándolo en el interior de su bolsillo.
-Muévete despacio -le recomendó Lana-. Está bastante sujeta a la hipnosis pero nada de movimientos rápidos ni de ruidos inesperados, por favor.
La consulta estaba en penumbras y, con las luces del techo apagadas, Lucky tuvo que parpadear por un momento para adaptar los ojos a la oscuridad.
Entró cuidadosamente en la habitación y se quedó de pie, a un lado, mientras Lana se sentaba cerca de Syd.
Estaba tendida sobre el sofá, con los ojos cerrados, como si estuviese durmiendo. Parecía tranquila. Incluso angelical. Sin embargo, Lucky la conocía.
-Sydney, quiero que retrocedas, por un corto periodo de tiempo, hasta la noche que volviste a casa después de estar en el cine. ¿Recuerdas esa noche?
Syd permaneció en silencio, mientras Lucky se sentaba.
-¿Recuerdas esa noche? -insistió Lana-. Casi fuiste derribada por un hombre que bajaba las escaleras.
-Kevin Manse -dijo Syd. Sus ojos continuaban firmemente cerrados pero su voz sonó fuerte y clara.
-Correcto -dijo Lana-. Te recordó a Kevin Manse. ¿Puedes verlo, Syd?
Sydney asintió.
-Casi me atropella en la escalera. Está enfadado. Y borracho. Sé que está borracho. Yo también estoy borracha. Es mi primera fiesta en la casa de la fraternidad.
-¿De qué...?
Lana silenció a Lucky con un veloz movimiento.
-¿Cuántos años tienes, Sydney?
-Dieciocho -les dijo, haciendo que su voz ronca, sonase joven y entrecortada-. Se disculpa. Oh, Dios, es tan guapo. Y empezamos a hablar. Es un estudiante de matrícula y la estrella del equipo de fútbol, y no puedo creer que esté hablando conmigo.
-Ahora, han pasado más de diez años -la interrumpió Lana amablemente-. Y el hombre de las escaleras solo te recuerda a Kevin.
-Estoy tan mareada -continuó Syd como si no hubiese escuchado a Lana-. Y la escalera está tan llena de gente... Kevin me dice que su habitación está arriba. Puedo echarme un rato en su cama. Y me besa y... -Syd suspiró y sonrió-. Sé que no va a dejarme sola.
-Oh, Dios -dijo Lucky. No quería oír eso.
-Sydney -inquirió Lana con firmeza-. Necesito que regreses al presente, ahora.
-Finjo no estar nerviosa cuando cierra la puerta detrás de nosotros -continuó Syd-. Sus libros están sobre el escritorio. Cálculo y física. Y me besa otra vez y...
Ella emitió un suave sonido de placer y Lucky salió disparado de su asiento.
-¿Por qué no te escucha?
Lana se encogió de hombros.
-Puede ser por varias razones. Está claramente aferrada a ese recuerdo. Y ese bien podría haber sido un momento fundamental de su vida. Sean cuales sean los motivos, ella no quiere abandonarlo.
Syd se movió ligeramente en el sofá, echando atrás la cabeza, con los labios entreabiertos y emitió otro de esos intensos sonidos.
Por Dios.
-¿Por qué no intentamos dejarla llegar al final del episodio? -sugirió Lana-. Quizá sea más receptiva a avanzar al pasado reciente si le dejamos tomarse su tiempo.
-¿Qué? -dijo Lucky-. ¿Vamos a quedarnos aquí sentados mientras ella revive el sexo con ese tipo?
-Nunca había hecho esto antes -Syd suspiró-. No de verdad. Y, oh...
Lucky no podía mirarla, ni tampoco dejar de mirarla. Estaba respirando pesadamente, con un ligero rastro de transpiración en la cara.
-De acuerdo -dijo, incapaz de soportarlo un solo segundo más-. De acuerdo, Syd. Lo has hecho con el señor maravilloso. Se acabó. Avancemos.
-Es tan dulce -Syd suspiró-. Dice que le preocupa lo que la gente pueda decir si me quedo a pasar la noche, así que le pide a un amigo que me lleve de vuelta a mi dormitorio. Dice que me llamará y me da un beso de buenas noches, y yo... Estoy tan sorprendida de que haya sido tan estupendo y de cuánto lo quiero -no puedo esperar para hacerlo otra vez.
Fantástico. Ahora ya sabía que Sydney no solo era caliente. Además, era apasionada.
-Sydney -la voz de Lana no dejó espacio para la discusión-. Ahora estás remontándote a hace poco menos de una semana. Estás en la escalera, en el edificio de tu apartamento. Vuelves a casa del cine y...
-Dios -Sydney se echó a reír en voz alta-. Esa película es una mierda. No puedo creer que haya pagado por verla. Lo más destacable era ese cantante de pop, que solía ser modelo y ahora piensa que es actor. Y no hablo de su actuación. Me refiero a la escena en la que aparece su trasero desnudo. Solo por eso, merece la pena la pantalla grande. Y -se rió otra vez, con un sonido rico y sexy-, si quieres que te diga la verdad, últimamente las películas son lo más cerca que parezco estar de poder desnudar a un hombre.
Lucky conocía una forma sencilla de cambiar eso. Rápidamente. Pero mantuvo la boca cerrada y dejó que Lana ejerciera de psiquiatra.
-Estás subiendo la escalera hacia tu apartamento -le dijo a Syd-. Es tarde, te diriges a casa y oyes un ruido.
-Pasos -respondió Syd-. Alguien está bajando la escalera. Kevin Manse -no, me ha parecido por un segundo Kevin Manse pero no es él.
-¿Puedes pulsar mentalmente un botón de pausa -preguntó Lana-, y congelar una imagen suya?
Syd asintió.
-No es Kevin Manse.
-¿Puedes describir su cara? ¿Lleva una máscara? ¿Una media sobre la cabeza?
-No, pero está entre sombras -les dijo Syd-. La luz está detrás de él. Lleva el pelo corto, rapado. Puedo distinguir su pelo de punta bajo la luz. Pero su cara está a oscuras. No consigo verlo bien pero sé que no es Kevin. Se mueve de diferente manera. Es más musculoso -ya me entiendes, un torso fuerte de levantar peso. Kevin era grande por todas partes.
Lucky se lo imaginaba bastante bien. Dios, aquello era ridículo. Estaba celoso del tal Kevin Manse.
-Deja que se mueva hacia ti -sugirió Lana-. Pero a cámara lenta, si puedes. ¿La luz le da en la cara en algún momento?
Syd estaba frunciendo el ceño, con los ojos aún cerrados, intensamente concentrada.
-No -dijo finalmente-. Zigzaguea bruscamente, me golpea en el hombro. Lo siento, amigo. Gira la cabeza hacia mí y puedo ver que es blanco. Su pelo parece dorado pero podría ser castaño y parecerlo debido al reflejo de la luz.
-¿Está segura de que no lleva máscara? -preguntó Lana.
-No. Él sigue bajando las escaleras pero se gira para mirarme y yo me doy la vuelta.
-Te das la vuelta -repitió Lana-. ¿Por qué?
Syd se rió sin humor.
-Estoy avergonzada -admitió-. Creyó que era un hombre. Me ha pasado antes y es aún peor cuando se dan cuenta de que se han equivocado. Odio las disculpas. Es tan humillante.
-Entonces, ¿por qué vistes de esa forma? -tuvo que preguntar Lucky.
Lana le lanzó una mirada horrorizada cuestionando sus intenciones. Le importó una mierda. Quería saberlo.
-Es seguro -le dijo Syd.
-Seguro.
-Teniente -dijo Lana con severidad.
-Vuelve al tipo de las escaleras -pidió Lucky-. ¿Qué ropa lleva?
-Vaqueros -dijo Syd sin titubear-. Y una sudadera lisa. Oscura.
-¿Tatuajes? -preguntó Lucky.
-Lleva manga larga.
-¿Y en los pies?
Ella permaneció en silencio durante varios segundos.
-No lo sé.
-Te giras -dijo Lana-. ¿Pero vuelves a mirarlo mientras baja la escalera?
-No pero lo oigo. Cierra de un portazo la puerta principal al marcharse. Estoy contenta -a veces la puerta no se cierra bien y entonces puede entrar cualquiera.
-¿Oyes algo más? -preguntó Lucky-. Detente y escucha cuidadosamente.
Syd guardó silencio.
-Un coche arrancha y luego se pone en marcha. La correa del ventilador debe estar gastada o vieja o algo porque chirría un poco. Me alegro cuando se va. Es un ruido desagradable -no es una pieza cara y no lleva mucho tiempo aprender como...
-Cuando estás en casa, ¿aparcas en un garaje -la interrumpió Lucky-, o en la calle?
-En la calle -le dijo.
-Al regresar -inquirió Lucky-, después de la película, ¿había algún coche cerca del edificio de tu apartamento que no reconocieras?
Syd se mordió el labio y frunció el ceño.
-No me acuerdo.
Lucky miró a Lana.
-¿Puedes hacerla retroceder?
-Puedo intentarlo pero...
-La puerta de Gina está abierta -dijo Syd.
-Syd, intenta retroceder unos minutos -le pidió Lana-. Vuelve a tu coche, después de salir del cine. Estás conduciendo hacia casa.
-¿Por qué está su puerta abierta? -preguntó Syd. Y Lana miró a Lucky, sacudiendo la cabeza.
-Su novio debe habérsela dejado abierta -prosiguió Syd-. Era de imaginar que un tipo que no sabe cambiar una correa del ventilador, tampoco es capaz de cerrar una puerta y... -se incorporó de repente y se le abrieron los ojos como platos. Estaba mirando directamente hacia Lucky pero a través de él, o delante de él, no a él. Ella no lo veía. En su lugar, veía algo que él no podía ver-. ¡Oh, Dios mío!
Tenía el pelo húmedo por la transpiración, mientras agitaba una mano para apartárselo de los ojos.
Lana se inclinó hacia delante.
-Sydney, retrocede.
-¡Oh, Dios mío, Gina! ¡Se encuentra en el rincón del comedor y su cara está sangrando! Sus ojos están hinchados y... Oh, Dios. Oh, Dios. No solo la han golpeado. Tiene la ropa rota... -la voz de Syd cambió, volviéndose más calmada, más controlada-. Sí, tengo que avisar a la policía ahora mismo -luego recitó la dirección como si estuviera hablando por teléfono-. También necesitamos una ambulancia. Y una agente femenina, por favor. Mi vecina ha sido... violada.
La voz se le rompió y tomó una honda bocanada de aire.
-Gina, aquí tienes tu bata. Estaría bien que te la echaras por encima. Déjame ayudarte, cari...
-Sydney -dijo Lana amablemente-. Voy a traerte de vuelta. Es hora de volver.
-¿Volver? -la voz de Syd se quebró-. No puedo dejar a Gina. ¿Cómo se te ha ocurrido siquiera que podría dejar a Gina? Dios, ya es suficientemente malo tener que fingir que todo va a ir bien. ¡Mírala! ¡Mírala! -empezó a llorar; intensamente, con marcados sollozos que le convulsionaban el cuerpo entero, como una fuente de emociones desbordada, que rebosaba por sus mejillas-. ¿Qué clase de monstruo puede haberle hecho algo así a esta chica? Mírala a los ojos -¡ha matado todas sus esperanzas, sus sueños, su vida! Y sabes que con una madre como la suya va a tener que esconderse durante el resto de su vida del mundo, demasiado asustada para seguir adelante. Y, ¿por qué? Porque dejó abierta la ventana de la cocina. ¡No tuvo más cuidado porque nadie se había molestado en advertirnos que ese hijo de puta estaba ahí afuera! ¡Ellos lo sabían, la policía lo sabía, pero nadie dijo una palabra!
Lucky no pudo contenerse. Se sentó junto a Sydney y la rodeó con sus brazos.
-Oh, Syd. Lo siento -dijo.
Pero ella lo apartó, encogiéndose sobre si misma y convirtiéndose en una pequeña pelota acurrucada en un extremo del sofá, completamente inconsolable.
Lucky miró a Lana con impotencia.
-Syd -dijo ella en voz alta-. Voy a dar dos palmadas y despertarás. Te levantarás en un minuto, completamente relajada y no recodarás nada de esto.
Lana dio las palmadas y el cuerpo de Syd se relajó sin más. Repentinamente, la habitación resultó muy silenciosa.
Lucky se reclinó, apoyando la cabeza contra el respaldo del sofá. Tomó una honda bocanada de aire y la dejó escapar con un resoplido.
-No tenía ni idea -dijo. Syd era siempre tan fuerte, tan controlada... Recordó el mensaje que había encontrado en el contestador la noche anterior al llegar a casa. No había conseguido arreglárselas para ocultar el temor de su voz, cuando lo había llamado pidiendo ayuda, pensando que la estaba siguiendo un extraño. Me has dado un susto de muerte, le había dicho, pero él no lo había creído realmente hasta que había escuchado el mensaje.
¿Qué más ocultaba?
-Claramente considera el asunto como algo personal -dijo Lana, sosegadamente. Luego se puso en pie-. Creo que será mejor que estés en la sala de espera cuando se despierte.