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Marek había dibujado cientos de pájaros,
pero no había disecado ninguno. Grote quería disecar la garza real
para mostrarla en colegios y museos, y luego colocarla en el
aparador de una sala de estar. Pero Marek no tenía ni idea de cómo
proceder. Ya imaginaba lo que sucedería: cuando Grote se diera
cuenta de que no había dicho la verdad, prescindiría de sus
servicios. Se buscaría otro ayudante que no sólo supiera dibujar,
sino también taxidermia, y él volvería con su antigua brigada a
pintar la madera reseca. Incluso era probable que le impusiera un
castigo.
Marek le preguntó a Jerzy si conocía a
alguien que supiera disecar aves. Este le sugirió que preguntara en
el pabellón de mujeres, ya que las encargadas de la cocina
forzosamente tendrían que haber aprendido a vaciar, trinchar y
guisar la volatería. También le dijo que conocía a uno que
recuperaba los dientes de oro, no para él, sino para unos señores
de Berlín. Otro se pasaba los días en el crematorio, machacando los
huesos que no habían quedado reducidos a cenizas, porque se había
descubierto que con los huesos humanos podía fabricarse jabón. Y
seguro que la ceniza también se podía aprovechar para algo. Pero
una cosa tan rara como la taxidermia jamás se había dado en el
campo. Marek insistió en que sólo quería ver cómo se hacía una vez,
y que luego se atrevería a realizar el trabajo sin ayuda.
Jerzy fue a hablar con los gitanos y
averiguó que un tal Román Kirschenstein entendía de disecar. Les
costó bastante dar con el tal Kirschenstein, y cuando Marek lo tuvo
delante, el hombre le explicó que la taxidermia de aves era un arte
que no admitía chapuzas. Para disecar una garza real necesitaría
pasar una jornada entera en una habitación caldeada, así como
abundante comida y bebida. Tendrían que proporcionarle las
herramientas adecuadas y un saquito de estopa de cáñamo, y nadie
debería molestarlo mientras estuviera trabajando.
«En cuanto alguien domina un oficio, se
vuelve arrogante», pensó Marek. Y se le ocurrió denunciarlo ante
Grote, que lo mandaría a la horca por insubordinación o por
cualquier otra razón; cuando se trataba de judíos y gitanos siempre
encontraban un motivo. Al percatarse del tenor de sus pensamientos,
Marek se dio una palmada en la frente. «Te comportas como todos
ellos —se dijo—. Quieres ahorcar a un hombre porque no actúa según
tus deseos. No, Marek Rogalski no denunciará al gitano
Kirschenstein, aunque haya de renunciar a sus habilidades como
taxidermista.»
Con gran esmero, pasó a limpio el dibujo de
la garza real; ya que no sabía disecar, quería al menos que el
dibujo gustara a Grote. A la mañana siguiente, le confesó que no
había empezado con la tarea de disecar por miedo a estropear un ave
tan bonita.
—Entonces lo haremos entre los dos —propuso
Grote.