Capítulo 21

—Creí que tal vez te encontrase aquí fuera —dijo Richard, en un tono pícaro— ultimamente, has apreciado observar el nacer del sol.

Gerard casi sonrió del intento de su hermano de explicar su incapacidad de conciliar el sueño. Habían buscado a Basil por más que una semana, comenzando en Manchester. Habían preguntado a campesinos, siervos, mercaderes y nobles... dos de los últimos bajo amenaza de espada. Todo indicara el sur.

Cuanto Gerard más viajaba, y más próximo se encontraba de capturar a Basil, más dificultades tenía en dormir. Y cuanto más tiempo estaba separado de Ardith, del calor de sus brazos, más imposible se volvía permanecer acostado en un colchón de paja.

—Él esta en algún lugar de esa bastedad, Richard, pero donde? ¿Quién lo está escondiendo? Encontrará a alguien dispuesto a ayudarlo en su rebelión?

—No lo consiguió hasta ahora y no lo hará, creo yo. Por lo que oímos, Basil está desesperado. Sabe que los hombres del rey están detrás de él y tal vez hasta sospecha que nosotros también lo estamos. Hombres desesperados comenten errores estúpidos, y Basil no es de los más expertos, ni valientes. Él vacilará y en ese punto, nosotros lo agarraremos.

Mientras los rayos del sol brillaban en el horizonte, Gerard se giró al sonido de alguien avanzando por los arbustos. Corwin se aproximaba corriendo, los ojos azules arrebatados, el rostro bañado en sudor.

—Por los cielos, que....

Agarrando la manga de la túnica de él, Corwin sonó afligido:

—Creí que había sido un sueño, una pesadilla, pero el terror me continúa sofocando.— levantó las manos trémulas, observándolas fijamente.— la distancia... es tan grande, pero... no consigo parar de temblar.

El muchacho tragó en seco, luchando para recobrar la compostura. Gerard frunció el ceño. Agarrándolo por los brazos, lo sacudió.

—Contrólate hombre! Que te aterroriza tanto?

—Ardith— susurró él.— puedo sentir el terror de mi hermana gemela como si fuese mío.

—Está herida?

—No siento ningún dolor, solo miedo

—De qué?

—Yo no sé. Por favor, necesito volver.

Gerard lo estudió, inseguro sobre lo que hacer, recordándose del dolor que Ardith sintiera cuando Corwin golpeara la pierna. Casi cayera, aun así la herida del hermano no fuera grave. Sería que Corwin estaría teniendo una reacción exagerada?

—Escucha, tal vez ella tenga solo...

—Mira para mí!— rebatió Corwin.— estamos a leguas de distancia uno de otro, pero aun así, estoy en pánico. Escucha, Ardith no esta solo asustada, esta aterrorizada!

Si sentía terror, era porque temía por el bebe que Gerard tenía seguridad que cargaba en el vientre, no por sí misma. Solo por Ardith, por el hijo de ambos, él aplazaría su enfrentamiento con Basil

Apretó los brazos de Corwin para tranquilizarlo.

—Ve a ensillar nuestros caballos. Si vamos a pleno galope, podremos llegar hasta ella en la mitad del día.

Gerard se giró para Richard, en cuyos ojos había confusión y preguntas. Las explicaciones tomarían demasiado tiempo.-

—Encuentra a Basil para mí, Richard. Detenlo hasta que yo vuelva.

—Siefeld debe haber comenzado el fuego como una distracción —dijo Stephen.— acertó. Mientras todos luchaban para apagar las llamas en el arsenal, él y sus hombres entraron en la casa. Lo siento mucho Gerard. Yo no debería haberlos dejado solos.

Gerard quiso tirar su copa de vino en la pared. Dándose cuenta, de lo inútil del gesto, lo vació de un solo trago.

Corwin estaba sentado a su lado en la mesa. No dijera una palabra desde que se habían encontrado en el camino con el mensajero que Stephen enviara para encontrarlos.

Stephen parecía inconforme, la culpa evidente en su rostro. Gerard vio la evidencia de la lucha de su hermano más joven para intentar impedir el rapto... los cortes de espada en el mentón y en la oreja, el hombro enrollado en vendajes. Luchara contra Siefeld, pero fallara. Elva también. Tres sepulturas nuevas se veían en el cementerio: la de Elva y la de dos centinelas.

La furia de Gerard aumentó al imaginar la escena que precediera al amanecer. El incendio casi destruyera el arsenal. Personas corriendo para apagar las llamas. Stephen provocando y atacando a Siefeld. Elva avanzando para los raptores de Ardith armada solo con un cuchillo.

Cerró los ojos al pensar en Dyamon, envuelto en la manta de pieles, indefenso en los brazos de un mercenario. Y Ardith... su terror atravesara leguas para afectar a Corwin. Por atreverse a usarla ella y a su hijo en sus planes astutos, Basil pagaría con la vida.

Gerard colocaba la culpa por lo que ocurriera en sus propios hombros. Ella le entregara su total confianza y amor y él le fallara.

Stephen le interrumpió los pensamientos:

—Cuándo partiremos? —preguntó

Gerard no ocultó a su hermano más joven su rabia

—Para donde? Presumimos que Siefeld haya partido en la misma dirección de donde vino, pero cual?

—Portsmouth?

—Difícilmente. Basil quiere que un navío esté listo y a su espera en el puerto de aquí a dos semanas, pero no irá para allá antes que esté listo para navegar, no si valora su vida. Es más probable que esté escondido en algún lugar

Corwin carraspeó

—Gerard, si tu fueras Basil, buscado por crímenes contra la corona, sin amigos poderosos, sin oro, para donde irías?

La respuesta surgió de inmediato, sorprendiéndolo:

—Para casa. Yo iría hasta Wilmont, a fin de reunir cualquier recurso que pudiese para luchar o para llevar conmigo al exilio

Gerard evaluó aquella posibilidad. Basil exigía un navío, preparado para navegar hasta Normandía, no inmediatamente, sino en dos semanas. Será que tomaría la actitud lógica? Mantendría a Ardith y a Daymon como sus prisioneros en Northbryre mientras reunía fondos y mercenarios?

—Stephen, cuando tú y Corwin inspeccionaron Northbryre para mí, que encontraron en las personas?, eran leales a Basil? Lucharían por él?

—Las personas le temían. Estaban satisfechas en saber que es Wilmont quien controla las tierras ahora, especialmente los soldados. Yo les aseguré a aquellos que aún no habían huido que Wilmont les aceptarían en su guardia si juraban lealtad

—Entonces, creo que ya es tiempo de aceptar esos juramentos e inspeccionar mis nuevas propiedades en Hampshire.

—Baja —ordenó Siefeld

Ardith obedeció en buen grado, ayudando a Daymon, mientras salían de la carroza de heno. Después de un día y medio de viaje, intentando distraer la muchachito cada vez más inquieto, parando solo para comidas apuradas y para aliviar el cuerpo, ella sería capaz de reducir la carroza a cintas.

—Dónde estamos?

—Es nuestra última parada antes que lleguemos a Northbryre. —dijo Siefeld, mirando sobre el hombro para el camino que habían recorrido. Dos mercenarios estaban apostados un poco más atrás, las manos al alcance de las espadas, atentos al camino de tierra.

—Él vendrá —prometió Ardith, confiada.

—Stephen? Sus heridas le impedirán montar. Y ni siquiera tiene idea de donde la estamos llevando

—Usted no está preocupado con la venida de Stephen, pero sí con la de Gerard. y debe preocuparse.

Siefeld le agarró el maxilar con fuerza, y ella se esforzó para no contraer el semblante.

—Rece para que él no venga. Rece para que vaya para Portsmouth y consiga un navío. Ahora, vaya a cuidar de sus necesidades antes que volvamos a la jornada.

Con un empujón, él la soltó. Ardith tambaleó para atrás, pero recobró el equilibrio. Hasta entonces, excepto durante el rapto, ni Siefeld, ni ninguno de sus hombres la había tocado, ni agresivamente, ni de otra manera. Pero, a medida en que se aproximaban a Northbryre, las miradas de los hombres se tornaban más insistentes, y ella estaba más consciente de que usaba solo una fina camisola. Se mantenía cubierta con la manta de piel con que la habían enrollado.

La manta se volvía tanto un escudo como un aliento. Tenía la fragancia de Gerard, que iría en busca de ella y de Daymon tan pronto pudiese. Pero llegaría a tiempo?

A la puesta de sol, el grupo llegó al lugar que debería ser Northbryre. Ardith hizo una mueca al notar el estado de ruina del castillo. Había suciedad y decadencia por todas partes, desde los establos hasta las piedras que levantaban el propio castillo. Campesinos y siervos, de cuerpos delgados, cubiertos de trapos, andaban con hombros caídos y cabezas bajas. La empalizada que circundaba el castillo, así y todo, parecía en buenas condiciones. Arqueros, con flechas puestas andaban por las colinas alrededor.

Luchando, Ardith descendió de la carroza con Daymon en brazos. El capitán mercenario hizo una reverencia burlona, indicando la escalera que ella imaginó, conducía al salón principal del castillo

—Su anfitrión la espera, mi lady

Con el mentón erguido, ella marchó por la escalera. Podía ser una prisionera allí, pero no se acobardaría. Tenía que ser fuerte, por sí misma, por Daymon, y por el hijo en su vientre.

Acabó sobresaltándose cuando llegó al salón. Varios perros de caza saltaron del suelo para saludar a los recién llegados, casi derrumbándola en su entusiasmo. Daymon rió y se inclinó hasta los perros. Ella lo empujó de vuelta deprisa.

De la plataforma de madera más allá de las mesas de comidas, resonó una carcajada. Sentado en una silla semejante a un trono, ladeado por dos mercenarios y envuelto por ricos trajes de seda azul, Basil de Northbryre llevó una copa de oro a los labios.

—Muy bien Siefeld —dijo con una voz pastosa. —traiga la encomienda más cerca.

Ardith se esquivó de la mano del capitán mercenario, aproximándose sin necesitar ser empujada. Basil frunció el ceño, indicando ira por su demostración de insolencia. Ella sabía que los fuertes vencían a los flacos y que cualquier señal de flaqueza atraía el desastre.

Despreciaba a Siefeld, pero no sentía mucho peligro de parte del mercenario, acaso siguiese sus órdenes. En Basil, veía crueldad. Algo en aquel hombre corpulento, de ojos amenazadores, le causaba escalofríos en la espalda. Basil le pegaría a la menor provocación. Por dentro, estaba aterrorizada, por fuera, aparentaba valentía.

—Quién es el niño? —le preguntó

—Hijo bastardo de Gerard —explicó Siefeld— le traigo dos rehenes, mi lord. Si a él no le importa lo bastante su amante para cumplir con sus exigencias, tal vez lo haga por el hijo. Yo pensé...

—Pensando otra vez, Siefeld? Es peligroso

La rabia se evidenció en el rostro del mercenario, pero se abstuvo de más comentarios.

Basil levantó su cuerpo de la silla

—En este caso, yo le concedo que usted tenía razón

Se adelantó por la plataforma y descendió los escalones hasta parar delante de Ardith.

—Bienvenida a Northbryre, prostituta de Wilmont. —dijo burlón.— aceptará está claro, la hospitalidad de mi salón.

—Una cuadra en el establo nos servirá bien, mi lord. Respondió ella, en el mismo tono de burla.

Basil agrandó los ojos

—Rechazaría un colchón de paja en mi salón?

—Su salón está necesitando de una urgente limpieza. Seguramente, los establos deben oler mejor.

Previendo la bofetada, Ardith desvió el rostro. Sin un blanco sólido para atinar, la fuerza con que arremetió la mano hizo que Basil se tambalease ligeramente.

—Cierra esa boca insolente, o su lengua será el primer pedazo de su cuerpo que enviaremos a Gerard. Prefiere acomodarse con los animales no es cierto? Siefeld, encadénela a la pared. Ella y el niño pueden dormir con los perros.

Ardith hirvió por dentro, pero estuvo en silencio. Había lugares peores para dormir en caso de que el sueño pudiera ser conciliado. Aún mejor, para poder estar atenta a una oportunidad para escapar, o para ver a Gerard entrando por la puerta.

Iría a salvarla. No creía que él ordenara un navío y dejara a Basil y Siefeld huir de Inglaterra y de la justicia, no importando lo que sus captores creyesen.

Mientras Siefeld colocaba la correa de hierro en su cuello y la cerraba, le dijo en voz baja:

—Voy avisarla una última vez. Compórtese y no será herida. Si da motivos a Basil para usar el cuchillo, no le detendré la mano, contra usted o el niño.

—Por qué sirve a tal maestro? No le trata a usted mejor que al suelo donde pisa.

—Cree que tengo escogencia? Desde el día de nuestra fuga de la Torre, mi destino está junto al de Basil. Haré lo que sea necesario para sobrevivir.

—Así como yo

Ardith se enrolló mejor con lo manta de piel. Daymon, considerado demasiado pequeño para representar alguna amenaza, tuvo permiso para estar suelto y andar por el salón. Para su alivio, el niño no se apartó mucho de su lado.

Lentamente, usando la manta para ocultar sus movimientos, tocó el cierre de la correa de hierro. Lo abrió fácilmente, pero mantuvo la correa en el cuello, temiendo que el ruido del hierro llamase la atención. Por ahora, tendría el aliento de saber que podía remover la correa con facilidad.

La daga en su bota también estaba fácil al alcance de la mano, en caso de necesitar defenderse a sí misma o a Daymon.

Aunque armada con una daga, con tanto hombres de vuelta no había esperanza de fuga. Aunque escapara, para donde iría? Uno de los feudos de Gerard, llamado Milhurst era vecino de Northbryre, pero en que dirección?

Mientras la noche se prolongaba, vaciando jarras de vino, los mercenarios que habían acompañado a Siefeld recontaban la historia sobre el incendio y el rapto. Ardith se esforzaba para no oír, el horror era demasiado reciente para ser revivido sin sentirse otra vez presa de pánico.

Frunció el ceño, mirando a los hombres, todos mercenarios. Cinco de ellos estaban sentados con Siefeld y Basil, pero otros, en grupos de tres o cuatro, habían salido y entrado del salón para ofrecer elogios al capitán y recibir órdenes.

¿Dónde estaban los soldados tan necesarios para defender el castillo de un lord? No había caballeros al servicio de Basil? Solo mercenarios?

Ardith, desvió la mirada para la joven criada que cargaba las bandejas de comida y las jarras. Acabando de servir a los mercenarios, ella agarró un cubo. Al atravesar el salón su destino fue obvio y Siefeld la llamo:

—Qué estás haciendo Nora?

La criada paró abruptamente y los hombres quedaron en silencio con un grito de su capitán. Por un momento, Nora cerró los ojos y respiró hondo. Se giró para Siefeld.

—Doy agua a los perros y los amarro, como he hecho cada noche a esta hora.

El mercenario frunció el ceño.

—Sea rápida —ordenó

Nora se apresuró a ejecutar la tarea. Después que los perros terminaran de beber, los llamó para amarrarlos, comenzando a aprenderlos.

—Mi lady? —susurró discretamente

Ardith procuró no desviar la mirada para la criada a fin de no atraer la atención de los mercenarios. Se abrigó más en la manta, como si estuviera intentando dormir.

—Si— susurró de vuelta

—Usted es quien están diciendo? La dama del barón de Wilmont?

—Si

—Stephen había dicho que el barón vendría, pero es Basil quien aún ocupa el castillo. Gerard de Wilmont vendrá?

Podría confiar en Nora? —se preguntó Ardith. Basil y Siefeld parecían creer que Gerard ordenaría los medios para la fuga de ambos. Si diese una vez más su opinión que, la verdad, él iría a salvarlos, Nora repetiría las palabras a Basil?

Casi decidió no responder, pero la esperanza en la pregunta de Nora pareció demasiada fuerte para resistir. La esperanza en su propio corazón casi hizo salir la respuesta embargada:

—Sí. Muy en breve.

—Nora!

La criada atendió rápidamente al llamado, alejándose. Abrigando a Daymon a su lado, Ardith notó el cubo de agua fresca que ella dejara cerca, pareciendo olvidarlo. Mientras Ardith es esforzaba para mantener los ojos abiertos, Basil, finalmente, sucumbió a la embriaguez. Dos hombres lo cargaron para arriba. Algunos de los mercenarios fueron durmiéndose, de bruces sobre la mesa, otros dejando el salón, hasta que solo Siefeld y dos hombres sobrios permanecieron despiertos.

Guardias... dos hombres para vigilar una mujer exhausta y un niño indefenso.

Oh, Gerard! Por favor, ven deprisa.