Capítulo 16
En la mañana siguiente, Ardith observó la carroza aproximándose por el patio, preguntándose si Gerard ignorara su protesta anterior y ya había mandado a buscar a su hijo, de cualquier modo. El niño sentado al lado del conductor de la carroza solo podía ser Dyamon. La semejanza con Gerard, y con Richard, que cabalgaba al lado de la carroza, acompañado de una escolta montada de cinco soldados, todos de armadura, era demasiado espantosa para que el niño no fuera el hijo de él.
Al menos que fuera de Richard.
La idea se disipó de inmediato cuando Gerard gritó un saludo al hermano, dejando el establo y atravesando el patio deprisa para extender los brazos hasta el niño. El pequeño dudó, pero acabó soltando una risa y lanzándose para el frente. Gerard lo agarró fácilmente en un abrazo apretado.
Ardith se aproximó despacio a los dos, comparándolos. Contra su voluntad, su corazón se enterneció. No quería poner los ojos en el hijo de Gerard, pero ahora no podía esperar para agarrarlo.
Daymon descansaba la cabeza en el hombro del padre, el pulgar metido en la boca. La observaba aproximarse con atentos ojos verdes. Ella paró a pocos pasos de distancia y sacudió los dedos en el aire en un saludo, el pequeño sacó el dedo de la boca.
Richard desmontó y despachó a los caballeros y la carroza. Ardith no les prestó atención, su mirada fija en el niño. Con un gesto lento, suave, le tocó la cara rosada, removiendo un poco de polvo. Sus ojos estaban lacrimosos cuando él le brindó una sonrisa angelical.
Incentivada, ella apartó un poco la manta de piel en la que estaba envuelto y le tocó la oreja, haciéndole cosquillas abajo del lóbulo. Daymon encogió el hombro y soltó risitas, un sonido alegre y enternecedor.
—¿Ya se volvieron amigos? —murmuró Gerard, un brillo satisfecho en lo ojos verdes.
—Aún no, pero lo seremos en breve. Saludos, Richard.
—Ardith —le dijo saludándola.
Contenta con el progreso ya obtenido con Daymon, ella volvió a arreglarle mejor la manta de piel en torno al rostro.
—Debemos conducirlos adentro, donde hay calor y comida. Están cansados de la jornada.
—En un momento —asintió Gerard e, inesperadamente, extendió al muchachito de tres años. Sin dudar, ella lo agarró en sus brazos. Pudo sentirle la tensión, pero él no se reveló para ser colocado en el suelo.
Lo estrechó en un abrazo gentil, esperando transmitirle seguridad.
—Y entonces? —preguntó Gerard a Richard en un tono de voz que exigía respuesta inmediata.
—Yo regresé a Wilmont e informé a Walter sobre los nuevos feudos, como se me ordenó que hiciera. Yo estaba seguro en cuanto a tu madre. Esta bastante contrariada con tu decisión de obsequiarnos a Stephen y a mi tan generosamente, aunque está menos molesta con relación a lo que le diste a él de lo que me diste a mí. Tan pronto me sentí lo bastante fuerte para montar un caballo por varias horas seguidas, yo partí, como tengo la seguridad que sabrías que yo haría.
—Sí, pero pensé que irías en busca de Stephen e Corwin. Por qué venir hasta aquí? Y cual es la razón de traer a Daymon?
—Bien como tú no regresaste pronto a Wilmont, se me ocurrió que, tal vez, estuvieras planeando pasar el invierno aquí. Es así?
—Sí.
Richard esbozó una sonrisa y un gesto afectuoso, pasó la mano por el trozo de manta de piel que cubría la cabeza de Daymon
—Bueno. Entonces, todos nosotros podremos disfrutar de la paz por algunos meses.
Ardith se mordió el labio inferior para contenerse de no decir algo indebido sobre la madre de Gerard. Él le contara lo que Richard sufriera con Ursula por el hecho de ser bastardo. La desconfianza de que el pequeño Daymon no hubiese recibido el mismo tratamiento la desolaba tanto que lágrimas amenazaban con aflorar en sus ojos.
Entonces, Richard dirigió su sonrisa a ella, y la expresión de simpatía en sus ojos verdes, o más bien de compasión, le dijo que también fuera objeto de rabia de la mujer.
Gerard cruzó los brazos sobre él pecho fuerte.
—¿Qué ocurrió? —indagó su hermano
—Nada que deba sorprenderte. Ursula también sabe sobre el decreto real que selló el compromiso de matrimonio. La ira de ella con relación al hecho de que nos hayas dado aquellas tierras no es nada en comparación a la furia ciega por haber estado de acuerdo con ese acuerdo de matrimonio. Anunció a quien quisiera oírlo que jamás aprobaría tu inmoralidad, que no permitiría que tu.... que Ardith estuviera en su presencia. Tal vez sea mejor para ti no llevarla a Wilmont antes que el decreto sea cumplido.
Ardith se dio cuenta de que Richard estuvo a punto de repetir las palabras exactas de Ursula:
Su prostituta
Los desagradables recuerdos de las miradas de reprobación, las insinuaciones, los susurros maliciosos, que soportara en la corte volvieron a inquietarla. Se sentía bienvenida allí, en aquel pequeño feudo, contenta con la aceptación de los campesinos. Hizo lo que Bronwyn le aconsejara... cerrar lo oídos a aquellos que la habían condenado. Ahora, que consiguiera aislarse tan bien del resto del mundo y dejar de lado las consecuencias de su egoísmo, Richard estaba aconsejando a su hermano a estar lejos de su propio hogar.
Prostituta. La palabra resonaba en su mente, mientras giraba los talones y caminaba de vuelta a la casa, ignorando la orden severa de Gerard para parar. Se esforzó para luchar contra la onda de angustia que la invadió, para bloquear los pensamientos desesperados, y lo hizo de la única manera que sabía: trabajando
—Pip tenemos invitados. La carroza necesita ser descargada. Traiga las pertenencias de ellos para la casa— anunció con tono autoritario
Retiró la manta de piel que envolvía al pequeño
—Elva, este niño necesita un baño. Calienta agua
La tía pareció sorprendida por aquel tono, pero también obedeció.
Ardith se negaba a pensar para la tarea siguiente. Cerraría su mente para todo excepto la necesidad inmediata de actuar de manera hospitalaria con sus visitantes. Cerraría su corazón al dolor que debilitaría su compostura, si considerase la revelación de Richard.
Desató su manto de piel, dejándolo caer de sus hombros. Daymon pareció un tanto agitado en su regazo, mientras miraba para Meg y el pequeño Gerard. Sabiendo que la distracción iría a mantenerlo ocupado por algún tiempo, lo sentó al lado de ella
—Este es Daymon— le dijo— el hijo de Gerard
Elva soltó una exclamación de perplejidad. Ardith ignoró la reacción, y el toque de censura.
Mantente ocupada!, se ordenó a sí misma.
Arrastró la bañera de madera cerca del fuego. El agua del caldero estaba lo bastante tibia para un baño. La vació en la bañera. Adivinándole el próximo paso, Daymon se levantó deprisa y corrió, pero ella fue más rápida. Después de una breve disputa por la posesión de su túnica, el niño se sentó en la bañera, esparramando agua alrededor alegremente. Arrodillándose al lado de la bañera, ella lo observó brincando con el agua, dejándolo mojarse antes de lavarlo con el jabón.
La puerta de casa fue abatida, y Gerard entró al salón con un aire furioso
Solo una vez Ardith lo viera tan poseso, el día en que se descubriera el rostro de Basil de Northbryre. Ahora estaba molesto por su impertinencia en el patio, por haber desafiado una orden. Aunque lo vio con los puños cerrados, no sintió miedo. En el fondo, sabía que, no importara cuanto estuviera airado, él jamás le pegaría.
—Colóquese su manto, Ardith —le ordenó
—Estoy ocupada, mi lord. Con certeza, está viendo que....
Con largas zancadas, él cubrió la distancia entre los dos, agarró el manto y lo colocó en torno a los hombros de ella.
—Venga
Ardith intentó protestar, pero no tuvo oportunidad. Gerard la levantó en los brazos, dejándola atravesada sobre su hombro como su fuese un saco de granos.
—Elva, cuide de Daymon— le ordenó, luego anunció a los demás:— Ardith y yo vamos a salir por algún tiempo.— girando los talones, dejó la casa, cerrando la puerta con fuerza detrás de él.
Para donde estamos yendo?
—Espera y verás —mientras atravesaban el patio, él llamó en voz alta:— Richard, voy a llevarme tu caballo.
No tardó en sentarla en la silla del caballo de guerra y subió enseguida, acomodándose detrás de ella. Un leve toque de talones en los flancos del animal, y ambos se ponían en camino.
El galope era veloz, una corrida frenética en un inmenso caballo. Gerard no disminuía el paso, ni cuando había algún obstáculo o el terreno era irregular.
Ardith tenía la seguridad que él acabaría matándolos a los dos, pero no conseguía cerrar los ojos mientras cortaban aquellas tierras como el viento de invierno. Era aterrador
Era al mismo tiempo, interesante. Y terminó deprisa. Él paró el caballo delante de una cabaña abandonada.
Si hubiese una puerta, seguramente la habría abierto con violencia, pero se contentó en aplacar parte de la rabia con un pequeño banco de madera que encontró en su camino. La verdad, parecía un poco menos furioso, pero aún hervía. Ella cerro mejor el manto a su frente y esperó por la inevitable reprimenda.
—¿Por qué? —preguntó Gerard, en un grado menos severo del esperado
—Tu hijo estaba con frío y necesitaba un baño, entonces yo...
—Mentirosa. Yo sé por qué corriste. Quiero saber por que no paraste cuando lo ordené.
La necesidad de desahogar la propia rabia tomo cuenta de Ardith
—Qué más quieres de mí? He sido obediente! hasta de más!
Cielos, Ardith estaba linda cuando se molestaba. Los ojos azules brillaban hechos zafiros. Mechas finas de los cabellos rubios se habían desprendido de la trenza y brincaban en torno al rostro adorable.
Él la llevara hasta allí para dejar claro que, aunque pudiese tolerar muchas cosas, no permitiría la desobediencia. La seguridad de ella, algún día, podría depender de su obediencia inmediata.
Pero primero tenía que aplacar la rabia. Dio un paso al frente.
—Quédese ahí mismo donde está!
—Entonces, ven hasta mí.
—No!-usted está pensando en calmarme. No es lo que quiero. Y no quiero que me toque.
Nunca más tocar Ardith, ni besar sus labios seductores, ni sentirle el cuerpo perfecto en sus brazos? Se preguntó Gerard. Aquella era una exigencia imposible.
—Quiero desistir de este acuerdo nupcial. Enviaré un mensaje al rey Enrique pidiéndole que me libere, que permita que yo regrese a Lenvil.
Ella no podía estar hablando en serio. La simple posibilidad volvía a despertar la ira de Gerard
—Retornar a Lenvil? Creo que no. No voy a permitir que vuelva para servir de esclava a Harold.
—Eso no puede ser peor de lo que estar al lado de un hombre que no me gusta mucho en éste momento. Yo podría odiarte!
—Jamás podrías odiarme. Tu me amas!
Ardith abrió los ojos, la respiración en suspenso. Él le reconoció el terror, la vulnerabilidad. Su corazón se disparó en el pecho, dándole un aviso contra la locura que estaba a punto de hacer.
—Tu me amas— dijo con vehemencia— y eso es lo que odias. Odias esa franqueza que te deja expuesta al dolor, a tanto dolor que casi no puedes soportar.— puso un puño en su propio pecho— odias haberme entregado tu corazón a mí, temiendo que yo te haga sufrir.
—Gerard por favor... —suplicó ella, en un susurro trémulo.
—Y hay veces en que crees que tu corazón se irá a desbordar de alegría, en que un toque abre los portales del paraíso. Cuando estamos separados, ansías por el sonido de mi voz, por verme. Y cuando estamos juntos, ansías por mi toque, por una palabra gentil, por una sonrisa.
Ardith se sentó en otro banco y cerró los ojos. Él no sentía placer en la profunda tristeza de ella por haberle desvelado su secreto, pero tampoco estaba arrepentido.
Se arrodilló en el suelo delante de ella, como alguien implorando un favor. ¿Dónde estaba su orgullo? Se disipó con la razón y el buen sentido.
Tomándole las pequeñas manos, las aseguró en su pecho
—Ardith, mi querida. ¿Cómo crees que sé sobre la alegría y la tristeza? Siente como mi corazón late. No lo sabes? No lo puedes adivinar? Mira para mí, mi amor.
Ella abrió los ojos, reprimiendo las lágrimas
—Yo luché con todas las fuerzas, pero perdí la batalla— admitió él.— mi corazón te pertenece tanto como el tuyo a mí. Sé gentil, pequeña guerrera. No estoy acostumbrado a la derrota.
Mirándolo, Ardith notaba que la vehemencia en aquella expresión reafirmaba los sentimientos. Gerard sucumbió a la emoción, al amor, y odiaba su propia flaqueza. Podría amarla, pero no encontraba felicidad en aquel sentimiento por razones bien diferentes a las de ella.
Esbozó una sonrisa triste.
—Es tan orgulloso, mi joven león
—Por los cielos, mujer, yo me arrodillo a tus pies y te cuento todo lo que pasa en mi corazón. Donde esta el orgullo en eso?
—Tu perdiste una batalla, pero, aun así, pretendes ganar la guerra. Yo te imploro, si me amas, déjame ir. Permite que no separemos mientras existen recuerdos buenos y ninguna amargura.
—No.
Ella realmente no había esperado otra respuesta. Gerard la consideraba suya y la mantendría a su lado, sin importar su voluntad. Continuaría luchando por lo imposible, ignorando la razón, no importando como le aconsejaran. Aun así tenía que intentar convencerlo.
—Escucha, no importa que no amemos, va a llegar el día en que tendrás que casarte con otra.
—Ya tuvimos esta conversación antes, y mis sentimientos al respecto siguen siendo los mismos. Ninguna mujer antes que tú, me trajo tamaña alegría y paz. Y ninguna después de ti conseguirá hacerlo. Lo que quiera que el futuro traiga, tú siempre serás la esposa de mi corazón.
Ardith soltó un suspiro
—Oh, caramba, que es lo que debo hacer contigo? Que puedo decir para que entiendas la insensatez de continuar juntos?
—No, no podrás convencerme de que esto es insensato. Así que, di que me ama y nunca más hables de separación.
—Otra orden, mi lord?
—Una que espero que sea totalmente obedecida.
—Yo realmente te amo. Sospecho que siempre te amé y tengo la certeza de que siempre te amaré.
La intención de darle un sermón en reprimenda por la desobediencia se desvaneció de la mente de Gerard. Ella normalmente obedecía sin argumentar. A veces, hasta se anticipaba a sus deseos antes de que le hiciese el pedido. Y no podía culparla por haber corrido. Las noticias de Richard la tenían atónita.
No pretendía prolongar la discusión. Su corazón estaba demasiado radiante. Con Ardith receptiva y seductora en sus brazos, tenía otras ideas de como pasar el resto del día.
Le depositó un beso húmedo en el cuello y le mordisqueó el lóbulo de la oreja. Aquel lugar era frío, pero iría a calentarla en sus brazos.
—Necesito de ti, querida, de tu amor.
—Yo te amo tanto....
Acostada sobre su propio manto, el vestido levantado, Ardith se entregó con abandonó al febril deseo de Gerard. Con palabras tiernas y el cuerpo caliente, él demostró su amor, aquella dádiva preciosa que ella jamás esperaba recibir. Con labios y manos ansiosas la cubrió de caricias embriagantes.
Y ella le retribuyó, mostrando también cuanto lo amaba. Finalmente, Gerard la poseyó con pasión.
—Oh, mi amor— le susurró, ardiente
Ardith fue consumida por un éxtasis más intenso que cualquier otro, su corazón vibrando con el amor que ambos habían confesado, el cuerpo consumido por onda tras onda de deliciosos espasmos.
Gerard se desmoronó, finalmente, al lado de ella, jadeante, cansado, pero plenamente saciado. Y la había sentido vibrando en sus brazos por largos momentos y tan intensamente... sería que la admisión del amor llevaba a la unión física a un plano más elevado de placer? Podría un hombre morir de éxtasis?
Si fuera el caso, moriría joven pero feliz. La estrechó más junto a él, e hizo una plegaria silenciosa por la primera vez en muchos años.
Que fuera de aquella vez, pensó con fervor... necesitaba tanto de ella. Que hubieran concebido el hijo que los uniría definitivamente!
—Gerard?
—Sí?
—En cuanto a esas otras mujeres de quien acabas de hablar. Con cuantas intentaste encontrar la alegría?
Él esbozó una sonrisa soñolienta. Pensó en provocarla, en decirle que centenas de mujeres podrían declarar en cuanto a su virilidad, Pero entonces creyó mejor no volver a despertarle la rabia.
—No tantas como puedes creer.
—Alguna de ellas aún se interesa por ti?
En que se había equivocado con ella? No acababa de asegurarle, de demostrarle, que era la única mujer a quien quería? Que jamás necesitaría de cualquier otra?.
Le juzgó las dudas un tanto exasperantes, pero el toque de celos en las preguntas fue bastante gratificante.
—Después de haber estado contigo, jamás podría tener a la expectativa de encontrar alegría en los brazos de alguna otra mujer. Ni dormir con cada mujer en quien puse los ojos y no pretendo hacerlo. Eso te tranquiliza?
—Un poco. Pero, mi amor, estas avisado. Si algún día me engañas, yo voy a separarte de tus partes masculinas.
Gerard comenzó a reír de la amenaza salvaje, pero se detuvo interrumpido por el contacto frío del metal en la parte interna de su muslo. La daga de Ardith. Había vencido su guardia.
—Sorpresa— dijo ella con suavidad, una inmensa satisfacción contenida en las simples palabras.