Capítulo 18

Gerard andaba de aquí para allá por la casa.

Cuando se levantara aquella mañana, se diera cuenta que no podía ir en busca de Corwin y Stephen. Con solo la palabra de Ardith que su hermano debía estar cerca, no dispersaría sus hombres por la región en busca de un hombre que podría estar a leguas de distancia, con una pierna herida o no, y que estaba ligado de manera misteriosa con su hermana gemela.

Finalmente, ansioso por una distracción, se adelantó hasta la mesa donde su hermano terminaba el desayuno y le dio una palmada en el hombro.

—Y entonces, como esta el brazo con que lucha la espada?

—Ya recobraste las fuerzas?

—Bien, ya estabas demorándote en preguntar! ¿Qué me dices si yo practico un poco contigo?

—Crees que puedes conmigo?

—No es lo que pretendes descubrir?

—Agarra las espadas

Minutos después, Gerard se enfrentó a Richard en el patio. Las espadas se confundían en el aire, y Gerard hizo las primeras tentativas de lanzar golpes. Richard se defendió de cada ataque con destreza.

Ardith observaba junto a la puerta, parada al lado de Thomas, y mordía el labio inferior. Ninguno de los hermanos usaba cota de malla, ni yelmo, solo túnicas rústicas de lana.

—Vamos, Gerard, ésta vida mansa te dejó débil? Luchas como una mujer!— lo provocó Richard

Una risa feroz surgió en el rostro de Gerard

—Ahorra tu aliento, hermano. Vas a necesitar de él.

Gerard intensificó el ataque, y el corazón de Ardith se disparó en la cadencia de las espadas. Richard se defendía con movimientos rápidos y reflexivos.

—Ambos están en igualdad de fuerzas— comentó Thomas, sin el menor toque de preocupación en la voz.

Ella asintió. Como circundados por límites imaginarios, los dos trababan una batalla por terreno. Cada palmo perdido era rápidamente recuperado. Transpiraban, maldecían y sonreían como tontos.

Ardith asistía a todo con inevitable aprensión y fue un alivio cuando vio un pretexto para acabar la lucha. Se giró para Thomas.

—Puedes hacerlos parar?

—Si, mi lady, pero van a estar contrariados.

—Contrariados o no, tienen que parar. Tenemos invitados.

Thomas miró en dirección del camino de tierra, y llevó los dedos a los labios, soltando un silbido estridente. Gerard y Richard, cesaron la lucha amistosa de inmediato, ambos mirando sorprendidos para el muchacho que osara interrumpir. Él apuntó para el camino.

Sin molestarse a mirar, oyendo los caballos aproximarse, Gerard adivinó la razón para la interrupción del paje. La expresión de pura alegría en el rostro de Ardith confirmaba su conclusión. Corwin había llegado. Ella, corrió, levantando las faldas y el velo agitándose, atravesando el patio para saludar al hermano que adoraba.

Gerard contuvo una reprimenda. Palabras instigadas por la envidia le murieron en los labios. Ardith le amaba. Sabía aquello de corazón y alma. Pero el amor de ambos era agridulce, sujeto a incertidumbres, atormentado por la posibilidad de separación y sufrimiento.

Llegaría el tiempo en que el rostro de Ardith estaría radiante por él como estaba ahora por Corwin, sin ningún punto de reserva en entregar su amor?

Llegaría el tiempo en que podría levantarla en sus brazos, en un saludo efusivo, sabiendo que seria suya para siempre?

—Stephen parece preocupado.— notó Richard, pensativo

Con su espada y la de Gerard, entregadas a Thomas, ambos se adelantaron hasta su hermano más joven.

—Con mil diablos, Gerard! Tengo tanto que decir que no sé por donde comenzar— anunció

—Comienza con la razón por que Corwin esta cojeando— le sugirió, observando al joven apoyándose ligeramente en Ardith mientras los gemelos caminaban en dirección a la casa.

—En mi prisa por llegar hasta ti, forcé demás al grupo ayer en la noche. Deberíamos haber parado antes de oscurecer, pero creí que se proseguíamos...-Stephen hizo una pausa para recobrar el aliento.— el caballo de Corwin tropezó con una gran raíz y lo tiro lejos. Él animal está bien, pero Corwin cayó en una piedra puntiaguda. La pierna esta bastante golpeada, pero en el resto esta bien. Después del incidente, acampamos hasta nacer el día.

—Dónde están los soldados?

—Deben llegar después. Corwin y yo vinimos al frente. Traigo malas noticias. Basil de Northbryre y Edward Seifeld escaparon de la torre.

Rabia e impresión alcanzaron a Gerard casi con la intensidad de un golpe físico certero.

—Cuando?

—Varios días atrás. Se dice que los dos ya embarcaron en un navío con destino a Normandía.

Gerard no podía contener el ultraje. Concediera a Enrique el privilegio de castigar a Basil y a Siefeld. El rey diera prioridad a otras cuestiones y dejara escapar a los prisioneros.

Malditos fueran el sistema de la corte de Enrique y la justicia real! Wilmont buscaría su propia justicia, en la punta de una espada.

Richard intentó calmarlo:

—Vamos a entrar— sugirió.— podemos discutir planes tomando un poco de vino.

En el interior de la casa, siendo cuidadosa con la pierna golpeada de su hermano, Ardith lo ayudó a sentarse en el banco largo.

—Lo sentiste, no es verdad?

—Fue como un flechazo. Casi caí.— ella tocó levemente el muslo herido de Corwin y soltó un suspiro.— al menos no te quebraste nada esta vez.

Corwin le rozó la cara con el dorso de la mano

—Estás feliz. Puedo sentirlo.

Un tanto avergonzada con la observación, ella cambió el rumbo de la conversación:

—Francamente, como puedes caer de un caballo?

—El caballo tropezó y me lanzó lejos. Ya había oscurecido, pero Stephen estaba con prisa para llegar a Gerard.

—Qué ocurrió?

—Basil de Northbryre y su capitán mercenario, Edward Siefeld, escaparon de la torre.— ante la exclamación ofendida de Ardith, Corwin asintió, y añadió:— pero también hay problemas en Wilmont. Lady Ursula está...

Gerard no tardó en entrar a la casa, seguido de sus hermanos. Se sirvió una copa de vino, vaciándola de un solo trago y volvió a llenarlo con la bebida. Saludó a Corwin con un meneo de cabeza antes de desmoronarse en el banco, posando la copa en la mesa con fuerza.

—Voy a querer la cabeza de aquellos miserables!— juró Gerard.— que más tienes que contar Stephen?

—Bien, esto sirve de poco de consuelo, lo sé, pero Enrique envía su pedido de disculpas y su promesa de recapturar a Basil y a Siefeld. Mandó sus propios soldados para intentar encontrarlos.

—Creí que habías dicho que Basil embarcó en un navío.

—Es lo que Enrique cree. Sería una locura para Basil continuar en Inglaterra, una vez que puede huir a tierras de Normandía.

—Pero Enrique no tiene la certeza?

—Es por eso que envió a su guardia para buscar por el reino

—Maldición! El malhechor puede estar en cualquier lugar.

Nadie discrepó.

Después de un largo silencio, Gerard lanzó una mira inquisidora a su hermano más joven.

—La torre es un fuerte impenetrable. Es imposible escapar sin la ayuda de alguien. ¿Quién osó ayudar a Basil?

—Ce cree que lady Diane de Varley proporcionó las espadas para facilitar la fuga.

La bella traicionera, Diane de Varley, auxiliara al más peligroso enemigo de Wilmont. Gerard recordaba claramente cuando la rechazara, la rabia y el desconcierto de la rubia y su promesa de vengar el insulto. Apretó la base de la copa, deseando que fuera el frágil y blanco cuello de Diane.

—Ella está muerta— prosiguió Stephen.— como recompensa por la ayuda fue muerta por Basil, o por Siefeld, como también dos guardias. Enrique esta poseso. Ella puede haber ayudado a un prisionero, pero era su protegida. Enrique quiere la cabeza de Basil.

—Y la tendrá, a través de mi espada!.

En medio de un nuevo silencio, Gerard percibió que Stephen pasaba la mano por los cabellos oscuros, un hábito de tenia desde niño e indicaba nerviosismo.

—Sé que tienes algo más que decirme. Dilo pronto.

—Después que inspeccioné los feudos de Northbryre, paré en Wilmont. Yo quería verificar que lo que había visto en las tierras coincidía con los registros de concesiones que Richard había llevado a Walter cuando fue a informarlo sobre los nuevos feudos. Excepto por algunos detalles irrelevantes, todo parece en orden.— Stephen lanzó una mirada a Richard.— algunas de nuestras nuevas propiedades necesitan mejorías.

—Pero... —lo animó Gerard, sabiendo que más noticias ruines se encontraban detrás de la vacilación de su hermano.

—Nuestra madre pretende desterrar a todos los bastardos y prostitutas de las tierras de Wilmont

Gerard cerró los ojos, respirando hondo.

—Intenté razonar con ella —añadió Stephen

—No tengo seguridad de que la convenciera a desistir. Concluí, con el apoyo de Walter, que solo tu intervención directa podría impedirlo. Corwin y yo partimos para venir en tu búsqueda en las inmediaciones de Romsey. Paramos a dormir en Londres. Fue cuando supimos sobre la fuga de Basil.

Gerard golpeó la mesa. Se levantó y bramó órdenes.

—Partiremos por la mañana para Wilmont. Stephen, prepara la escolta. Richard, encárgate de que una carroza sea cargada con suplementos. Ardith, prepara lo que tú y Daymon necesiten para la jornada.

Ella permaneció sentada, las manos reposando en el regazo, mientras todos los demás saltaban de los lugares para ir a atender las órdenes.

—No te estás moviendo— observó él, con una nota de contrariedad en la voz

Ardith se admiró con tamaña demostración de control. Esperaba oírlo bramando un sermón sobre la obediencia.

—Suplico por una indulgencia.

Gerard pasó la pierna por encima del banco, sentándose de frente a ella. Se inclinó hacia el frente, susurrando:

—La única vez que usted suplica por alguna cosa es en la cama cuando esta en mis brazos y grita mi nombre. Bien, mira como estás ruborizándote! Ahora dime, que idea tonta es esa?

Ardith no quería hacer la jornada. Sería larga y ardua, pero encima de todo, ansiaba por evitar un enfrentamiento con lady Ursula.

—Tú pretendes regresar aquí después de resolver esa situación en Wilmont

—Acaso adquiriste la habilidad de leer mi mente?

—No. Tu intención es bastante clara. Ordenaste a Stephen que escoja una escolta, lo que significa que vas a dejar a la mayoría de sus soldados aquí. Richard debe encargarse de una carroza de suplementos, indicando una vez más un pequeño grupo de viajante. Y tu aún no nombraste un intendente para este feudo, lo que habrías hecho si pretendieses permanecer en Wilmont. Hay proyectos y construcciones que quieres ver completados aquí antes de pasar todos los asuntos al intendente y regresar definitivamente a Wilmont.

—Pensé que no estabas alimentando más las esperanzas de volverte intendente aquí

—Me interpretaste mal. No quiero ser intendente. Pero ya que pretendes regresar, solo creí más sensato que yo, y Daymon, estemos aquí.— ella levantó la mano, conteniendo la protesta.— aunque Richard haya obrado bien ignorando la nieve y el viento para traer a Daymon hasta ti, para escapar del rencor de tu madre, el niño no debería tener que enfrentar otra vez esa jornada innecesariamente, a pesar de que el tiempo ha mejorado.

La expresión de él se suavizó. Le tomó la mano, y la llevó a sus labios.

—Y tu estarías aquí para cuidar de mi hijo. Si yo llevase solo a Stephen y a Richard —dijo pensando en voz alta.—, podríamos viajar más deprisa. Yo podría estar de vuelta dentro de una semana, tal vez un poco más si mi madre se muestra demasiado obstinada. Pero me preocupo por tu seguridad. Con Basil suelto...

—Basil está preocupado en huir para salvar su propia piel. Y Stephen no dice que cree que el hombre ya embarcó en un navío? Con Corwin aquí, y los soldados, con certeza estaré segura.

—Yo preferiría tenerte cerca de mí

—Así como yo preferiría que tu no tuvieras que partir. Pero es necesario.

—Vas a echarme de menos?

—Sí, con todo el corazón. Y tú me echarás de menos?

Gerard tomó sus labios con los suyos, uno de aquellos besos que invariablemente reavivaban el deseo

—Mi mente ya se revela contra la idea de partir sin tí, querida, mi cuerpo ya siente la angustia. ¿Por qué es que a veces, yo te dejo alterar mis planes?

—Porque, mi amor, hasta cuando estas furioso, das oído a la razón

—Solo cuando se trata de ti

—Lo dudo. Yo apostaría que tu oirías un consejo de tus hermanos, o de otro a quien tengas afecto o estima. Tu solo no estas acostumbrado a ser cuestionado por una simple mujer

—Tal vez tengas razón. La única otra mujer que se atreve a hacerlo es mi madre, y yo nunca me dejo convencer.

Ardith posó su mano en el brazo de él, deteniéndolo cuando intentaba levantarse

—Puedo pedirte otro favor?

—Cuál será ésta vez?

—Cuando decidas un castigo para Lady Ursula, intenta ser gentil. Sé que ella tornó la vida difícil a algunas personas de Wilmont, pero, por favor, piensa bien antes de hacer algo de lo que pueda arrepentirte más tarde, algo que atormentaría tu conciencia.

Gerard no respondió; solo elevo la mano delicada a los labios con ternura antes de dejar la casa para rectificar las órdenes.

Algunos días después, Ardith observoó a Meg amamantando al pequeño Gerard. Hubo ocasiones que ver a la madre y al hijo juntos fue bastante doloroso. Ahora, sin embargo, habiendo decidido una determinada línea de acción, simplemente se enternecía al verlos.

—Meg, cuando tuviste dificultades en el parto, me hablaste sobre la hermana Bernadette, de la abadía en Romsey. Dijiste que ella entendía bien como funciona el cuerpo de una mujer.

—Se comenta que es una partera inigualable, que ya salvó a muchos bebes y a sus madres.

—Cuánto de esa historia es verdad? —la campesina levantó los hombros

—Solo sé lo que tengo oído.

—Dicen que toda historia acostumbra a tener al menos un fondo de verdad, no es cierto?

—Qué historia? —preguntó Corwin, aproximándose por detrás de ellas.

—Necesitamos conversar, hermano

—No me gusta ese tono, Ardith

Ella agarró a Corwin por la manga de la túnica y lo condujo hacia afuera de la casa, en dirección al establo

—Dime, me amas? Quieres mi felicidad?

—Ahora si que estoy en apuros

—No necesariamente. No si podemos ir hasta Romsey y volver antes de que Gerard regrese de Wilmont.

El hermano sacudió la cabeza con vehemencia

—Por los cielos! Romsey? Gerard me desollará vivo! Sabes lo que él me dijo antes de partir? No estaba ni un poco contento de dejarte a ti y a Daymon aquí. No tiene seguridad de que Basil y Siefeld salieran del país. Si quieres saber lo que me habló, voy a repetir sus palabras con exactitud: “usted protegerá a Ardith y a Daymon con su vida. Si algún mal le ocurre a alguno de los dos, si sufren un arañazo, lo voy a responsabilizar totalmente”. Ahora yo te pregunto querida hermana, qué hará Gerard conmigo si descubre que te llevé a Romsey? Al final, por qué diablos quieres ir hasta allá?

Ardith ignoró las protestas del hermano, consideró la distancia hasta Romsey y el tiempo necesario para hacer la jornada. Si partían bien temprano el día siguiente, podrían estar de vuelta en la tarde del otro día, mucho antes del retorno de Gerard.

—Quiero conversar con la hermana Bernadette de la abadía d Romsey— respondió al final

—Si anhelas tanto verla, enviaré a alguien para irla a buscar

—Es mejor que esto sea hecho en la abadía

—El qué? Ahora no entiendo de lo que estás hablando?

—Discúlpame. A veces olvido de que no podemos leernos la mente. Por favor, siéntate y te lo explicaré.

Corwin ignoró el gesto en dirección a una caja de madera. Permaneció de pie, cruzando los brazos sobre el pecho, con expresión determinada.

—No te llevaré a Romsey

Ella se sentó en la caja volteada

—Escucha, Meg me habló sobre la hermana Bernadette, dice que la monja entiende más sobre el cuerpo femenino que cualquier otra partera de toda Inglaterra. Necesito hablar con ella, y es mejor que sea en la abadía. No hay privacidad aquí, y para las preguntas que quiero hacerle necesito de ella.

—Qué preguntas?

Aliviada por al menos haber despertado la curiosidad de Corwin, Ardith prosiguió:

—Sobre mí. Sobre el estado de mi útero. Necesito saber si soy capaz de concebir. Si alguien puede decírmelo con certeza, creo que es la hermana Bernadette.

Corwin desvió la mirada, los brazos aflojándose ligeramente

—Tu aún tienes algunos meses con Gerard como su prometida. Con seguridad, tu capacidad de crear niños acabará comprobándose.

—Tal vez. Pero algunas cosas cambiaron desde que Enrique anunció el decreto sobre el acuerdo nupcial. Una de las razones que llevaron a Gerard a aceptar el decreto fue la amenaza de un matrimonio forzado con lady Diane. Con la muerte de ella, desaparece la novia que el rey destinó a Gerard en caso de que no concibiese. El hecho lo dejó libre para escoger a su propia esposa. Si no puedo ser yo, entonces Gerard debería estar buscando otra, alguien que lo ame, que cuide de Daymon como su propio hijo.

—Quieres que él busque otra?

Con las manos apretadas en el regazo, Ardith tragó en seco, su voz sonando un tanto ronca:

—Claro que no. Oh, yo amo a Gerard! Quiero ser su esposa. Pero él está desperdiciando conmigo un tiempo que sería mejor empleado en buscar otra mujer, una que pueda darle el heredero que desea, antes que el rey decida interferir nuevamente.

—Ni tú eres así de abnegada.

—No. Estoy pensando en mi también. Yo quiero saber. Necesito saber si hay alguna esperanza de que yo me pueda casar con Gerard, de concebir un hijo. Cada vez que tengo mi periodo, él me mira de manera diferente. Veo la desilusión en sus ojos, oigo un ligero tono de reprobación en su voz. Temo que se torne amargo, que pase a odiarme por decepcionarlo. Sé que yo no conseguiría soportar su odio.

—Gerard jamás sería capaz de odiarte.

—Jamás es un largo tiempo. Él me ama ahora, pero al final de este año que fue estipulado, acaso se sienta usado, quien lo podrá decir?

Corwin puso las manos en la cintura y chutó un manojo de heno.

—Si yo te llevo a Romsey...— le apuntó con un dedo en señal de aviso—... ve bien, yo digo si... y en cuanto a Daymon?

—Meg cuidaría de él durante el día y en la noche podría dormir en el arsenal. Los soldados no lo objetarían, el niño vería eso como una gran aventura.

—Me estás pidiendo mucho

Ella se levantó y cruzó los brazos

—Solo estoy pidiéndote que me ayudes a terminar lo que tu comenzaste

—Yo?

—Quién fue el que suplicó a Gerard para que me salvara de la ira de nuestro padre? Quién le dijo que creía que Elva se había equivocado en cuanto a mi estado? si te hubieras quedado callado yo estaría en Lenvil ahora, Gerard se habría casado con Diane, Basil continuaría preso y...

—Esta bien! Basta. Tal vez yo hasta merezca parte de la culpa, pero no toda. Si tu te hubieses negado a aceptar el acuerdo nupcial, yo no estaría aquí ahora oyendo este pedido insano.

Ardith sabía que Corwin estaba casi cediendo. Necesitaba solo un último incentivo

—Si no tienes el coraje de llevarme a Romsey, quédate aquí. Iré sola.

El hermano sacudió la cabeza, soltando un suspiro exasperado.

—Tu sabes que no puedo dejarte salir de aquí sola!

Consciente de que lo colocara en una situación delicada, porque Gerard sabría de la jornada, Ardith puso la mano en el brazo de él.

—Entonces, ven conmigo. Por favor. Si no por otro motivo, al menos para impedir que me pierda cuando llegue a Romsey.

Corwin la abrazó

—Oh, está bien, cabeza dura!-dijo gentil, sin ningún trazo de rencor

Ella retribuyó el abrazo

—Oh, gracias!.

—Es temprano para agradecer. Aun puedo recobrar el juicio y cambiar de idea.

Varios momentos después, Corwin aflojó el abrazo y la estudió:

—Tal vez las ropas de Thomas te sirvan

—Las ropas de Thomas? Para qué?

—Si insistes en la idea de la jornada, la harás a mi manera. Has entendido?