Capítulo 1
Gerard se adelantó deprisa por él piso congelado del patio elevado del castillo. Ráfagas cortantes del viento de inicio de invierno soplaban contra él manto de piel. Él cielo gris combinaba con su humor.
La farsa de aquella mañana fue idea suya. Habiendo planeado cada detalle del funeral falso, él no esperaba él cierre de su garganta mientras la caja vacía descendía a tierra. Sabía que su inquietud no se ablandaría mientras no conversase con su medio hermano, Richard, que, por poco, escapara de haber estado realmente en aquella caja.
Saltando dos escalones a la vez, Gerard subió por la escalera externa que llevaba al ala residencial del castillo. Abrió la pesada puerta de roble y entró en él gran salón principal.
Solo vio de reojo hacía los tapices familiares que pendían en torno al hogar y de las armas antiguas, sin fijarse en los detalles ornamentales de mármol hechos en las paredes de piedra cara. Tampoco prestó atención en las criadas atareadas en los preparativos del banquete que él ordenara que fuera servido después de la misa del supuesto funeral.
La puerta maciza se cerró detrás de él. Gerard miró sobre su hombro hacía Thomas, un siervo joven de total confianza, una de las pocas personas que sabían de la farsa necesaria para esconder y proteger a Richard. Retirando su manto de pieles, se lo lanzó a Thomas.
—Voy hablar con él monje. Llévanos cerveza— le ordenó, mientras subía la escalera interna que conducía a los aposentos de la familia.
Al final del corredor llamó dos veces a una puerta, esperó un momento y enseguida, llamó otras dos veces. Como esperaba, Corwin la abrió. Mostrando una sonrisa pícara, él realizó una exagerada reverencia diciendo:
—Al fin refuerzos. Entre Mi lord.
—¿Richard no se está portando bien? —preguntó Gerard.
Corwin cerró la puerta con la tranca.
—Tan bien como se pudiera esperar, creo yo, teniendo en cuenta que se trata del día de su propio entierro.
—Está de mal humor, no es así?
—Pésimo
Desde la cama, Richard refunfuñó
—Hablas como si yo no estuviera presente. Por qué no me preguntas a mí como estoy?.
Gerard se aproximó como un aire pensativo, evaluando la expresión contrariada en él rostro de Richard, un rostro que era casi un reflejo del suyo. La semejanza era espantosa, mucha considerando que ambos eran hijos de madres diferentes: una esposa noble y una amante campesina. A pesar de ser Gerard más alto, ambos montados a caballo, en sus respectivas armaduras, eran prácticamente imposible distinguir uno de otro.
Por causa del parecido, Richard casi muriera... victima de una emboscada destinada a matar o apresar a Gerard, él nuevo barón de Wilmont. Basil de Northbryre y sus mercenarios pagarían caro por aquella audacia.
—En cuanto a eso, Richard, tu palabra no es confiable —respondió Gerard—. Tu me querías hacer creer que estabas listo para morir con tu espada.
—Tal vez aun no, pero ya puedo salir de la cama. Sabías que Corwin no me deja levantar de aquí para nada?
—Por órdenes mías.
—Y yo no sobreviví a la travesía del canal?
Confinado a una cama escondida en él sótano de la nave, Richard mal sobrevivió al viaje de vuelta a casa desde Normandía, con los cuidados del uno de los dos médicos del rey Enrique I.
—Tu dormiste todo él tiempo —recordó Gerard.
—Y yo soporté él viaje de carreta de Dover hasta Wilmont.
—Por poco.
—Con seguridad, puedo comenzar a dar algunos pasos más allá de este cuarto.
Gerard cruzó los brazos sobre él pecho, su voz sonando firme:
—Basil debe tener un espía o dos a la espera. Después de lo que hice para convencer a la mitad del reino de que tú estas muerto, no vas arruinarlo todo saliendo del cuarto y dejando que te vean!
Alguien tocó la puerta con la contraseña, y Corwin fue a abrirla. Thomas entró con la jarra de cerveza. Servida la bebida, Gerard despachó al paje junto con Corwin, volviendo a cerrar la puerta con la tranca después de que ambos salieran.
Se sentó en una silla y estiró las piernas en dirección del hogar crepitante, sintiéndose un poco más relajado.
—¿Mi entierro transcurrió bien? —preguntó Richard, sarcástico.
Padre Dominic hizo un sermón emocionante durante él funeral. Stephen elogió tu bravura y lealtad a Wilmont. Las criadas del castillo están inconsolables. Yo diría que tu perdida fue debidamente sentida.
Richard esbozó una sonrisa.
—Las criadas pueden estar llorando por mí, pero estarían gritando de desespero por ti.
—Crees que ellas consiguen distinguir él uno de otro en la oscuridad?
—Quién podrá saberlo? Bien, como estoy confinado a la cama, tal vez mande a llamar una o dos para poder descubrirlo.
Gerard le lanzó una mirada de aviso.
—Tú estás escondido y debes comportarte como él monje enfermo que hicimos pensar a todos que eras. Manda a llamar una criada aquí, y yo te mantendré confinado en este aposento él invierno entero!.
Richard hizo una mueca ante tal posibilidad.
—No podrás hacer eso. Tu me necesitas en la corte. ¿Cuando partimos?.
—Tu estarás aquí hasta que yo mande a alguien a buscarte. Probablemente será antes de la navidad. Corwin y yo partiremos dentro de dos días. Él desea visitar Lenvil antes de irnos para Westminster.
—Tu me dejarás aquí con Stephen para cuidar de mi. Ten compasíón. Jamás tendré permiso para dejar esta cama!
—Stephen te dejará levantarte cuando él padre Dominic diga que ya sanaste, no antes de eso.
Richard levantó una ceja, sorprendido.
—Padre Dominic? Que le contaste?
—Creí que sería prudente contarle al padre, solo por precaución.
—Yo te aseguro que no necesitaré de atención extrema. Quién, de todos, sabe que aún estoy vivo?
—Stephen, Thomas, Corwin, rey Enrique y sus médicos.— Gerard suspiró— también creí necesario informar a Lady Ursula. Yo hubiera esperado no necesitar meter a mi madre en todo esto, pero ella atormentaría a Stephen con preguntas sobre él extraño monje acogido en uno de los cuartos familiares.
—Me imagino que él hecho de estar yo acostado en este cuarto en lugar de aquella caja, debajo de la tierra, lo aborrece Lady Ursula en extremo.
—Sin duda, pero ella no va a interferir en tus cuidados. Stephen se encargará de eso.
—Tu madre lo atormentará en cada oportunidad, queriendo la lealtad de él, tentándolo contra ti.
—Él aprenderá a lidiar con la situación. Confrontar a Ursula lo convertirá en hombre, tal vez hasta lo haga conquistar su título de caballero —los dos hermanos se rieron—. Gerard, tomó un trago de cerveza, su mirada seria.— tú ciertamente conquistaste él tuyo. Nosotros cuidaremos las formalidades de la corte para que tú seas armado caballero.— se levantó de la silla, y anduvo hasta la puerta.
—¿Tu confías en la promesa del rey? —preguntó Richard.
—Cuando Enrique me negó la petición de un ataque contra Basil, prometió justicia real. No tuve escogencia en esa ocasión más que obedecer.
—Y si no obtuviéramos justicia?
Los ojos verdes de Gerard brillaban con obstinación.
—Entonces sana bien, Richard. Voy a necesitar de tu habilidad con la espada mientras yo busco venganza.
—La cabeza del capitán mercenario, Edward Siefeld, es mía.
—Y la de Basil de Northbryre será mía.
Acostado de bruces, un brazo pendiendo sobre él borde de la cama, Gerard abrió los ojos despacio. La claridad de la mañana le ofuscó los ojos, y la cabeza le pareció demásiada pesada para conseguir levantarla.
—Milord —la voz de Thomás sonó baja, pero su tono era de urgencia.
—Por los cielos, muchacho, espero que tengas una buena razón para haberme despertado tan temprano
—Yo lo dejé dormir tanto cuanto fue posible Mi lord— todos están a su espera en la capilla. Padre Dominic no puede empezar la misa antes de su llegada.
Gerard se levantó con renuencia. Las sienes palpitaban con él exceso de bebida de la noche anterior. Intentar aliviar su frustración con la cerveza fue en vano.
Apartando las cubiertas de piel, se sentó al borde de la cama. Sintió su cabeza girar y respiró profundamente algunas veces, forzándose a moverse. Los músculos ondularon a su orden mientras se levantaba, él cuerpo de guerrero en nada afectado por él sopor de su mente.
Con un leve meneo de cabeza, aprobó la túnica de seda escarlata tejida con hilos dorados que Thomas colocó sobre la cama. Mientras se vestía, consideró que habría cambiado de buen grado las ropas elegantes por un traje menos ostentoso. Pero aquel día necesitaba parecer y actuar como él barón en él que se convirtiera.
No se sorprendió al encontrar a Lady Ursula al frente de la capilla, esperando su llegada con un aire de reprobación. Momentos después de que la misa comenzara, Gerard contuvo un bostezo, consiguiendo una mirada molesta de la madre. Stephen y Corwin intercambiaron sonrisas significativas. Él padre Dominic entendió él gesto y apresuró la ceremonia.
De regreso a la residencia del castillo, después que hizo su desayuno de queso y pan, Gerard llamó a Lady Ursula y a Walter, él intendente de Wilmont, a sus aposentos.
—Como puede ver, señor barón, Wilmont está en plena prosperidad— dijo Walter, apuntando a los pergaminos de la mesa del cuarto de Gerard.
Él examinó las anotaciones de todos los tributos en forma de mercancías y servicios debidos por los arrendatarios a Wilmont. No por primera vez, se sintió tranquilo por la decisión poco común de su padre de instruir a sus hijos. Así jamás estaría a merced de su intendente para leer mensajes o apuntes, al contrario de la mayoría de los nobles normandos.
Indicando un espacio en blanco en los registros, preguntó a Walter:
—Y en cuanto a los tributos de estos dos feudos?
—Él de Milhurst esta atrasado. Infelizmente, su padre sucumbió a la fiebre antes que pudiese ir a visitar Milhurst para hacer la colecta.
Gerard fue tomado por una onda de rabia. Podía apostar que Basil Northbryre habría, de algún modo, interferido con la entrega de los tributos de Milhurst... una tarea simple, una vez que Milhurst era vecino de Northbryre. Anotó la sospecha de tal violación a la lista de crímenes contra Basil que iría a presentar formalmente al rey Enrique.
—Hay otros impuestos o mercancías con entrega atrasada?
Con un huesudo dedo indicador. Walter apuntó otro espacio en blanco en los apuntes:
—Sí Mi lord, los de este feudo cercano de Romsey, también en Hampshire. Los arrendatarios deben seis ovejas en él inicio de cada invierno como tributo. Puede ser que él intendente de allá aun venga a traerlas, a pesar de ir atrasado este año.
—Irás a Hampshire para la recolecta de los impuestos? —interrumpió lady Ursula.
La esperanza en la voz de ella, hizo que Gerard se girara para mirarla. Aunque tuviese casi cuarenta años, su madre no envejecía. Lo estudiaba con sus ojos grises brillantes cuya lozanía él tiempo no robaba. Cabellos negros modulaban su rostro bien conservado, pero muy pálido de las incontables horas rezando en una capilla oscura. Habría Ursula rezado o sufrido por Everart, enterrado hacía apenas dos meses? Gerard dudaba que ella hubiese derramado una sola lágrima por la muerte de su padre.
Sabía por qué quería que él se ausentara. Ella había soportado ser sometida a las órdenes de un marido. Odiaría tener que acatar las de su hijo. Por eso él no conseguía sentir una pizca de simpatía.
—Todo a su debido tiempo— le respondió, entonces giró hacía Walter— Avisa a Frederick que se prepare para partir hasta Hampshire por la mañana. No tengo interés por las ovejas de Romsey, pero necesito saber si Basil atacó Milhurst. Dile a Frederick que le daré instrucciones antes de que parta.
Walter hizo una reverencia curvando su cabeza calva
—A sus órdenes mi lord— dijo y dejó él cuarto. Gerard se recostó en una silla y giró hacía su madre:
—Sin duda, estarás satisfecha de saber que partiré mañana. No para Hampshire, sino para Lenvil y, después, Westminster.
Con las manos apretadas sobre él regazo, ella mantuvo una mirada seria, limitándose a decir:
—Muy bien.
Él casi rió de la expresión astuta y tan fácilmente descifrable de aquel rostro, pero contuvo él impulso.
—Richard permanecerá en Wilmont. Stephen cuidará de nuestro hermano con la ayuda del padre Dominic. Tu permitirás que Richard siga en los cuartos de la familia hasta que yo mande a buscarlo.
A cada palabra él semblante de lady Ursula estaba más cargado, haciéndolo prepararse para la inevitable letanía.
—Tu pareces no vacilar en mi vergüenza con la presencia de él en los aposentos de la familia. Ni tu padre me insultó de tal manera! Hacía dormir al bastardo en otra ala, del piso de abajo. No es bastante con que tenga que tolerarlo en mi casa sin que esté tan próximo?
—Yo tuve la cortesía de explicarte la necesidad de esconder a Richard. Después que Corwin y yo hallamos partido, solo Stephen y él padre Dominic, además de ti, sabrán quien reposa en aquel cuarto. Estás avisada que yo estaré muy contrariado si esa información se corre.
Inclinándose sobre la mesa, agarró él crucifijo cubierto de joyas que pendía de una correa del cuéllo de su madre.
—Jura por esta cruz que tanto estimas que no interferirás con los cuidados a Richard y que guardarás él secreto en cuanto al hecho de que está vivo.
Lívida, su madre haló él crucifijo de su mano.
—Qué blasfemia es esa? Tu me pides jurar? Tu que llegaste atrasado a la capilla y casi dormido durante la misa entera? Me pides profanar las enseñanzas del señor permitiendo que un bastardo, la prueba de la lujuria pecaminosa de tu padre, permanezca escondido en medio de estas paredes?
Él casi no pudo contener su furia. Ursula jamás aceptaría que la decisión de Everart de criar a Richard como si fuera legítimo había propiciado a Gerard un hermano leal en vez de un amargo enemigo. Sentía orgullo de la lealtad de Richard y de la de Stephen, una extraña pero bienvenida relación en una tierra donde los hijos conspiraban contra los padres, y hermanos luchaban contra hermanos por una herencia.
Como la mayoría de los matrimonios de la aristocracia, la unión arreglada entre Ursula y Everast formara una alianza entre dos familias nobles. Ningún amor, ningún tipo de afecto había surgido entre ambos. Ursula soportaba él matrimonio y, la mayor parte del tiempo, toleraba a sus hijos. Más al hijo del medio, nacido de la amante campesina del Everast, Ursula siempre lo odiara con todas sus fuerzas.
—Wilmont es él hogar de Richard, era él deseo de mi padre y ahora mío. Pero tu posición aquí está menos segura.
Ursula entrecerró los ojos
—Que quieres decir?
Gerard paso la mirada por él crucifijo, las en los dedos y muñecas de ella, y por él refinado vestido de seda.
—Tu ahora eres una viuda. Tal vez tu devoción excesiva te llame a la vida religiosa. Te gustaría eso? La vida en una abadía?.
Ella agrandó los ojos.
—O tal vez prefieras casarte nuevamente. No tengo duda de que haya algún hombre en este reino dispuesto a tenerte para asegurar una alianza con Wilmont.
Su madre palideció.
—Tu no te atreverías...
—Engaño tuyo. Estás lista para jurar por tu silencio?
Lady Ursula tomó él crucifijo entre sus dedos. La voz trémula al declarar:
—Lo juro. —luego soltó él crucifijo como si le quemase la piel.
—Que así sea.
—Ten cuidado —le avisó ella mientras se levantaba de la silla—, tu no heredaste solo él título y los bienes de tu padre, también su inmoralidad. Un día tú también enfrentarás él Juicio Divino. Tal vez él señor tenga piedad de tu alma.
Después que su madre saliera batiendo la puerta con fuerza, Gerard se preguntó por qué aun tenía él poder de afectarlo. Debía estar inmune a sus maldiciones, teniendo oído la vida entera sobre como ardería en llamas por la eternidad por una razón u otra.
Tratando de alejar esos pensamientos, tuvo una súbita alegría. Con los negocios de las propiedades resueltos, ahora tenía tiempo de hacer lo que estaba deseando desde que retornara de Normandía....pasar tiempo con su hijo.
Encontró a Daymon en él salón principal, saltando con pequeños pedazos de leña, mientras una criada lo miraba, se acercó despacio por él salón, esperando que él niño se diera cuenta de su presencia e hiciera la primera aproximación. Con frecuencia, regresara después de una larga ausencia, lo levantaba en brazos, exultante, pero descubriendo enseguida que Daymon tenía memoria corta.
Como su hijo no se levantase a mirar, preguntó a la criada:
—Cómo va mi muchacho?
—Bien mi lord, excepto por él hecho de que siente terriblemente la falta del Barón Everart. Daymon es demasiado joven para entender lo que es la muerte. Solo sabe que su amigo favorito no viene más.
Gerard mostró una sonrisa triste, experimentando la misma sensación de perdida.
—Parece bastante saludable— comentó, notando la cara colorada de su hijo, la vivacidad de la mirada y la firmeza con que los pequeños dedos aseguraban la madera.
Entonces, Daymon giró y levantó los ojos verdes, tan parecidos a los suyos. Gerard también vio a la madre del niño de tres años en las facciones de él. Si ella hubiese sobrevivido al parto, le habría dado una cabaña en la aldea y, tal vez, hasta le hubiera buscado un marido. No amaba a la joven campesina. Apenas la encontrara atrayente y receptiva.
Más amaba a su hijo.
Él se bajó despacio, mientras Daymon continuaba observándolo. Ansiaba por abrazarlo, pero su contuvo. Una sonrisa curvó los labios del niño. Un brillo de reconocimiento le iluminó los ojos verdes, y extendió los bracitos.
Levantándose del suelo, Gerard le levantó y estrecho en un abrazo afectuoso. Su hijo lo retribuyó, abrazándolo con fuerza. Aquella evidente carencia lo dejó con él corazón apretado. Daymon no conociera su madre, perdiera su abuélo recientemente y, ahora, su padre estaba listo para partir otra vez. No tenía a nadie más allá de niñeras a quien pedir afecto.
Gerard respiró hondo, enfrentando lo inevitable. Tenía 26 años de edad, era él nuevo jefe de la familia y tenía que casarse. La verdad, debería haberse casado antes, tanto para él bien de Daymon como para él de Wilmont.
Su padre no dejó de cumplir con él deber de buscar una esposa para su primogénito. Él recordaba vagamente una conversación sobre un contrato matrimonial con la hija de otro barón, más la niña no sobrevivió la infancia. Varios años después, su padre tentara un acuerdo envolviendo otra doncella, pero, por alguna razón, no acertó.
Varias mujeres ansiarían la honra de convertirse en la señora de Wilmont. Aquella con quien se casase debería proceder de buen linaje y ser capaz de cuidar de un hogar. No necesitaba tener una belleza impecable, ni una gran dote, aunque él ciertamente no objetaría a una esposa bonita o unos fondos o tierras adicionales.
Más importante para Gerard, que la riqueza o la belleza, era que su futura esposa fuese afectuosa. Deseaba una compañera que no demostrase la menor reserva en él momento de compartir la cama nupcial y de concebir herederos. No necesitaba amor... tal sentimiento no acostumbraba a existir en un buen contrato matrimonial. Necesitaba apenas la aceptación de la mujer, de su posición en la vida de él.
Levantando al pequeño en él aire por los brazos. Sonrió al verlo soltar un grito contento.
Aceptación. Habría una mujer en toda Inglaterra o en Normadía que abriría su corazón espontáneamente para Daymon, a pesar de ser bastardo?.
Al volver a estrechar a su hijo entre sus brazos, vio a lady Ursula apareciendo del lado opuesto del salón. La condena en él semblante de ella solo sirvió para dejarlo aun más resuelto.
Una mujer como la que quería debía de existir. Necesitaba solo encontrarla.
Pero primero resolvería su asunto con Basil de Northbryre. Nada debería interferir en su obstinación de hacer pagar al miserable por sus crímenes.