Capítulo 7

—No Ardith, tu te estas dejando llevar por la imaginación— declaró Bronwyn.

—No estoy imaginando nada. Al abad Cottingham no le agrado, estoy segura. Allá fuera en el patio, el no respondió cuando le hablé. Miro para mí apenas una vez y con todo el desprecio. Y esta comida que nos sirvieron es prueba de como se siente. Esto parece intragable!. Tu servirías algo así a tu invitados?.

—No, pero yo tampoco soy un monje que tiene que servir una comida a cada miembro de una gran caravana.

Ardith bajo la mirada para el pan seco y la rebanada gruesa de queso, el cual tuvo que admitir secretamente que era excelente. Pero apostaría que el abad no osara a servir aquello a Gerard.

—Y estamos confinadas al ala de las damas— prosiguió ella.— viste la expresión en el rostro de fray Zachary cuando vino a buscar a Elva para ir a cuidar a nuestro padre?. Mis servicios no fueron deseados. El abad no me quiere andando por su preciosa abadía.

Habiendo desistido de comer varios minutos antes, Bronwyn estaba sentada en el borde la un catre, entreteniéndose con un bordado.

—Yo no me asombro. Tú eres joven, muy bonita y no estas casada..., una tentación.

—Para los monjes?

Crees que un monje esta libre de pensamientos lascivos? No son hombres al final? No es que al abad no le gustes. Quiere apenas proteger a sus frades del riesgo de pecar.— Bronwyn le sonrió.— realmente eras una visión tentadora para cualquier hombre en el alto del caballo de Gerard... envuelta por pieles, soñolienta.

Ardith comió otro pedazo de queso para tratar de saciar el hambre. Una visión tentadora, pues, si! Parecía soñolienta porque de hecho estaba así, acababa de dormir profundamente en los brazos de Gerard. Su imprudente falta de control se debía al hecho de no haber reposado la noche anterior y las horas de martirio en la litera de su hermana.

Y aun tenia que lidiar con un torbellino en su interior causado por el recuerdo del beso de Gerard. No debería haberle permitido sus avances. Pero como podría haber evitado aquel beso?

Fue inesperado, desconcertante. ¿Quién habría imaginado que un barón tomaría actitud tan osada, allí en pleno camino, no muy lejos de la caravana.?

Ella debería haberlo esquivado, pero poderosas emociones habían penetrado sus defensas y fueron liberadas con embriagante ímpetu. Cuando se vio en el calor de aquellos brazos, no pudo calmar el descompás de su corazón, ni reunir fuerzas para resistir.

Durante aquel beso fue como si hubiese pertenecido a Gerard, como si el acuerdo del pasado hubiese sido sellado y el casamiento resultante acontecido. Se dejo dominar por el jubilo que el contacto de aquellos labios cálidos habían despertado en su corazón. Pero, cuando el beso terminó, la fantasía se desvaneció.

El desespero que sintió casi hizo que las lagrimas aflorasen en sus ojos. Pero las contuvo. Él no le explicara por qué quiso que ella hiciera el viaje, y no hubo oportunidad para discutir al respecto. La interrupción de Corwin y la aparición inesperada de Elva habían contribuido para reprimir su curiosidad.

Enseguida, el barón se negara a dejarla caminar. Y tenia la impresión de recordar el roce de labios en su frente antes de haberse dormido en lo alto del caballo, así como de una afirmación arrogante de que él siempre conseguía lo que quería. El recuerdo era vago, casi como si hubiera sido un sueño. Pero más nítido en su mente estaba el instante en que despertara de un sueño profundo y sintiera una vez más los labios en su frente y el aliento caliente en su rostro.

Bronwyn soltó una risa de repente

—Pues ahora que pienso al respecto, tal vez el abad te este protegiendo a ti de sus monjes!. Yo apostaría que él piensa que tu le perteneces a Gerard, que eres su amante.

Ardith le lanzó una mirada horrorizada.

—Y por qué el abad pensaría una cosa así?

—Por qué no? Piensa en tu llegada a la abadía desde el punto de vista de él. Fue bastante rara, tienes que admitir.

Atónita, Ardith trato de cubrir su rubor con las manos.

Aun riendo, Bronwyn prosiguió:

—Déjalo pensar lo que quiera. Es probable que nunca más veas al abad.— la risa entonces cesó.— oh, mi querida, es una pena que tu no seas la prometida de ningún hombre. Serias una esposa maravillosa.!

—No quiero tu piedad— respondió Ardith, secamente.— la realidad es una sola... y no puede cambiarse.

—No estoy de acuerdo. No tu situación puede cambiar, y cuanto antes, mejor. Nuestro padre permitió una injusticia, una que le beneficia bastante. Pensé mucho sobre ese problema y creo tener una solución.

Ardith estrechó los ojos

—Solución para qué problema?

—El de encontrar un marido para ti

—Bronwyn...

—Trata de oírme. Tu incapacidad de tener hijos no es un obstáculo tan grande para un matrimonio como tu puedes creer. De acuerdo, tendremos que ignorar los mejores partidos del reino. Debemos quitar de nuestra lista a cualquier hombre que necesite un heredero.

—Lista?

Bronwyn dejó el bordado de lado y comenzó a contar con los dedos:

—el hombre ya debe tener su heredero. Debe ser alguien necesitando una esposa para calentarle la cama, cuidar de su casa y de los hijos que ya tenga. Puedo pensar en varios hombres que necesitan de tal mujer. Y claro que hay el problema de la dote.

—Oye, yo no tengo ninguna dote. Por lo tanto, no tengo pretendientes. Esta conversación sobre matrimonio es pura locura. Corwin me prometió que siempre tendría un lugar en Lenvil. Por que yo debería buscar un marido?.

—Corwin puede prometerte abrigo, pero su futura esposa podrá objetar en cuanto a eso. Nuestro hermano tendrá que casarse algún día, y su escogencia puede verte a ti como una rival, no solo en el afecto de Corwin, sino también en el control de Lenvil. Los campesinos y criados están tan acostumbrados a servirte que tal vez no acepten bien una nueva señora. No percibes cuanto sufrimiento puede causa la lealtad dividida?

Si, la percibía, pensó Ardith, con un profundo suspiro.

—Pero sabes que no tengo dote —argumentó

—¿Recuerdas que cuando Agnes se casó, nuestro padre casi agotó los recursos de Lenvil de esa época para darle una dote razonable? —al verla asintiendo, Bronwyn continuó:— cuando Elizabeth se caso, de algún modo él consiguió cumplir una vez más con el contrato nupcial entregando otra dote. Y la entrada de Edith en el convento no salió barata.

—Tú no llevaste dote

—No, pero yo tuve suerte, porque Kester me quiso por mi misma y no necesitaba de tierras ni de monedas de oro.

—Estas queriendo decir que nuestro padre tal vez consiga juntar fondos para una pequeña dote?

—Posiblemente. Eres la quinta hija de un lord con tierras. Pero sin riqueza. Ningún hombre que quiera tu mano en matrimonio esperará una gran dote. Y yo realmente creo que tu tendrás pretendientes. Cuando te vistas con elegancia y aprendas las maneras de la corte, sospecho que vas a encantar a muchos nobles. Apuesto que tendremos que ahuyentar bandadas de hombres de nuestra puerta.

—Pues, francamente!

—Crees que estoy burlándome? Subestimas tu gracia y belleza. Además, serás un rostro nuevo, una joven inocente en una corte de mujeres experimentadas y pretenciosas. Créelo serás disputada. Como te digo, apenas tendremos que ser cuidadosas en cuanto a quien permitiremos que conquiste tu mano.

—Aquellos hombres que ya tienen un heredero y no necesiten fondos.

—Exactamente

Ardith sacudió la cabeza incrédula. Que hombre iba a querer una esposa estéril que no le pudiera entregar ninguna riqueza? La idea era absurda, pero aun así....

Fue estaba pensando al final? Cómo se podría casar con otro hombre, sintiendo de aquella manera por Gerard? Si bien el afecto era un detalle raramente tomado en cuenta en la escogencia de un compañero. Los contratos matrimoniales eran basados en alianzas, entre familias y riquezas. El afecto entre marido y mujer se desenvolvía más tarde, cuando ocurría.

Ella descartara la esperanza del un matrimonio varios años atrás. Cuando el sueño prohibido la ocasionalmente la atormentaba, no pensaba en ningún otro hombre que no fuera Gerard para marido.

A su debido tiempo y con el distanciamiento necesario, seria capaz de amar a otro que no fuese Gerard?. Conseguiría algún otro hombre con sus besos embriagarle los sentidos, despertarle una pasión que no sabía poseer?. Conociera apenas el beso de un hombre. Tendría que dejar la fantasía de muchacha de pertenecer a Gerard y recobrar el buen sentido?

Bronwyn le dijo en tono gentil:

—No necesitas casarte con ningún hombre que no te atraiga. Si te agrada alguno en especial y conseguimos convencer a nuestro padre para dar una dote, podremos hacer una petición de fondos a Gerard.

Ardith sacudió la cabeza con vehemencia ante la ultima idea.

—No haremos eso!

—Por qué no? Él es el señor feudal de Lenvil. No es raro que un señor feudal ordene dote para la hija de un vasallo.

Ardith desconfió del súbito brillo de alegría que ilumino los ojos de su hermana.

—Tienes que admitir que al barón le gustas. Lo demostró hoy. La mayoría de los caballeros se estremecerían con la idea de una mujer tocando simplemente sus preciosos caballos de guerra. Aun así, Gerard te invito para montarlo.— Bronwyn soltó una risita divertida.— deberías haber visto la expresión de horrorizada en el rostro de nuestro padre.

La puerta rechinó, anunciando la entrada de Elva. Aliviada con la distracción, Ardith preguntó:

—Cómo esta mi padre?

—Como de costumbre después de una larga cabalgata —respondió la tía.— esta de pésimo humor y la pierna le duele. Pensé que, con su edad, Harold tendría el buen sentido o el bastante, para no hacer una jornada de estas.

—Tú eres más vieja que él, y así y todo, pensaste en hacer la jornada entera a pie. Por favor, dime quien es más insensato?

—Las señales dicen que debo estar cerca de ti, que necesitaras de mí. Tuve poca escogencia a la hora de seguirte. Ah, las vísperas! —dijo Elva, cuando las campanas llamaban a los monjes para el rezo.

No tardó en resonar el coro de voces masculinas por la abadía, la canción se elevaba paulatinamente, las palabras en latín, portaban la plegaria por el frió de la noche.

—Piensa al respecto— susurró Bronwyn a Ardith.— conversaremos más cuando lleguemos a Westminster.

Al tercer día de la jornada, no pudieron contar más con la cooperación del tiempo. Ardith conducía su yegua por el largo camino, sin importarle la nieve que caía, mientras continuase blanda y no hubiera ráfagas de viento cortante.

Descubrió que le estaba gustando el viaje. Gerard mantenía la caravana a un paso rápido pero no extenuante. Corwin se mostraba atento, parando una que otra vez para hablarle durante una de sus frecuentes idas y venidas de inicio a fin de la larga fila. Cuando el camino era lo bastante ancho, ella seguía al lado de la litera y conversaba con Bronwyn y Elva.

La mayor parte del tiempo, cabalgaba al frente de la litera, atrás de varios soldados de Wilmont. Arriba de sus cabezas, podía ver a su padre y a Gerard en el inicio de la caravana.

La inesperada idea de su hermana en cuanto a un matrimonio no le salía del pensamiento, aunque Bronwyn no había mencionado los planes otra vez desde aquella noche en la abadía.

Corwin se aproximó por atrás.

—Después de la parada que haremos al mediodía, deberás cabalgar al frente de la fila. Gerard quiere que tú estés a su lado cuando lleguemos a Londres.

—Por qué?

—No le cuestioné la orden, pero creo que Gerard esta velando por tu seguridad.

—Cómo puedo estar más segura de lo que estoy entrando atrás de una tropa de soldados?

—Tengo la certeza de que él debe tener sus razones. Siempre las tiene.

Después de una breve comida, la caravana volvió a reunirse para la última etapa de la jornada. Ardith encontró su yegua a la espera al frente de la fila. Gerard la ayudó a montar.

—Después que pasemos por las puertas, ponte cerca de mí —le informó él, luego subió a su propia montura. Él caballo de guerra coceó y relinchó ante la presencia de la yegua. Con sus manos fuertes y piernas musculosas, Gerard mantuvo el control.

A lo largo de la tarde, ella notó el cambio de la región. La caravana atravesó varias aldeas. Grupos de personas se apiñaban en el camino, avanzando sobre el lodo a fin de llegar a las puertas de la ciudad antes de anochecer.

Corwin ordenó a la caravana que se mantuviera lo más compacta posible. Por primera vez desde que habían dejado Lenvil, Gerard se volteó para mirar atrás. Con un gesto de su mano, indicó a Ardith para que se acercara más. Ella obedeció, guiando su yegua a la sombra del caballo de guerra.

La muralla de piedra que circundaba Londres era alta e imponente. Después de pasar por la puerta abierta, hecha de madera y hierro, miro boquiabierta para la ciudad.

Casas de madera ladeaban el camino cenagoso, exprimiéndose una contra otras para formar hileras compactas. Aquí y allí, una construcción de piedra ordinaria, generalmente el establecimiento de un mercader con residencia en la parte de arriba, interrumpía la monótona secuencia.

Soldados de Wilmont gritaban avisos para despejar el camino. Si alguien no se movía lo bastante rápido, reforzaban la orden con un empujón. Ardith jamás viera tanta gente en un área tan pequeña.

Todos espantaban a varios mendigos.

Ardith mantuvo la mirada adelante hasta que pasaron por la aglomeración de casas y gente. Notó, entonces, iglesias con torres altas y casas de piedras con tres pisos o más. Gerard disminuyó el paso cuando pasaron la Catedral de St. Paúl, y el Castillo de Baynard, dándole tiempo para admirar las inmensas construcciones. Cuando pasaron por la puerta oeste, dejando Londres atrás para seguir hasta Westminster, Gerard volvió a acelerar el ritmo de la caravana.

Ardith tuvo poco tiempo para absorber los escenarios y los sonidos de Londres antes de entrar en Westminster. Próximo al trecho donde el Tyburn desembocaba en el Támesis, estaba el imponente Palacio de Westminster, y atrás la abadía.

Después e entregar su yegua a los cuidados de un caballero, Ardith miró hacia atrás en dirección de Bronwyn. De alguna manera, Kester supo de la llegada de la caravana. Pequeño de estatura, más grande de corazón, Kester saludó a su esposa con genuino afecto.

De inmediato, Bronwyn comenzó a explicar como ocurrió que sus familiares estuvieran ahora en Westminster.

Ardith miró alrededor en busca del responsable de los planes tan inesperados. Gerard desapareciera, y con él también Corwin.

Aquella noche, mientras aguardaba para la cena, Ardith se preguntaba como alguien podía mantenerse indiferente al esplendor del palacio real. Nobles ricamente vestidos caminaban hasta el refinado salón comedor a través de entradas vigiladas por soldados de la guardia real. Llamas parpadeantes de antorchas y velas se reflejaban en los pilares de mármol.

Había una gran mesa en lo alto de la a plataforma de madera situada en un extremo, destinado al rey y a la alta nobleza. Hileras de mesas menores y menos altas se distribuían por el resto del extenso salón. Ella se sentó en una de las mesas más bajas y distantes de la principal, como cabía a su pequeño grado de importancia en la jerarquía.

—Aquí estás tú. ¿Quieres compañía? —preguntó Corwin.

—Oh, si, gracias —respondió Ardith con alivio.— Bronwyn me dijo que me sentara aquí y, enseguida, se fue con Kester para ocupar un lugar de mayor importancia en la mesa. Puedes estar conmigo durante la cena?

—Claro. Dime, ya conociste un poco el palacio?

—Solo el ala de los aposentos de Bronwyn y los corredores que conducen aquí. Ella me prometió mostrarme más mañana.

—Yo mismo te llevaría a conocerlo todo, si tuviera tiempo. Pero el barón tiene algunos asuntos que resolver y estaremos bastante ocupados.

Ante la mención del barón, Ardith miró hacia la mesa elevada. Gerard estaba parado allí, los brazos cruzados sobre el pecho fuerte, mientras conversaba con otro hombre de vestidura elegante.

Una mujer se aproximó a ellos, interrumpiendo la conversación, posando su mano en su brazo. Era una mujer de extraordinaria belleza. Con un vestido y velo de tejido aleteante en un tono de azul claro, mostrando una sonrisa radiante. Dos trenzas doradas le caían sobre el pecho, cintas azules entrelazadas con las hebras sedosas. A aquella distancia, ella no podía distinguir el color de los ojos de la mujer. Apenas veía que eran claros. Pero, los labios, eran de un tono tan vibrante que la llevó a preguntarse si ella usaba jugo de moras para oscurecer el color natural.

Se inclinó en la dirección de Corwin

—Con quien está hablando Gerard?

—Aquel es Charles, el conde de Warwick. Es un poderoso aliado de Wilmont.

—Yo me estaba refiriendo a la mujer.

—Lady Diane?

—Es muy bonita

—Y bastante rica también. Ella es protegida del rey Enrique.

Corwin pasó a decirle el nombre y hacer un pequeño relato de aquellos que se reunían en las mesas de mayor importancia del salón. Condes y barones se juntaban con miembros de la orden de los caballeros y de los oficiales de la corte. Aunque Ardith sabía que al día siguiente no se acordaría de la mayoría de los nombres, supo distinguir fácilmente los grados jerárquicos.

—Finalmente, vamos a comer— comentó su hermano

—No esperamos por el rey y la reina?

—El rey debe estar haciendo la comida en algún otro lugar. En cuanto la reina, no reside en el palacio. Varios años atrás, se recogió en la Abadía de Romsey y no comparece en la corte con frecuencia.

Ardith lanzó una mirada para su padre, que estaba sentado cerca de Bronwyn pero en una mesa abajo, y se preguntó que estaría pensando de su lugar.

Finalmente, una larga fila de criados entró en el salón cargando bandejas de comida, ofreciendo los manjares en las mesas más altas primero. Entre las carnes y las aves servidas, Ardith notó jabalí, carnero, perdices y faisanes, la mayoría se acostumbraba a servir también en la mesa en Lenvil. Filas de pan recién hecho acompañaban platos elaborados. Lo que ella más apreció fue un bollo de pasas y almendras, además de frutas raras.

El salón estaba bullicioso y festivo, las voces y risas hacían eco alrededor. Ardith comenzó a relajarse y apreciar la compañía de aquellos a su lado. Un joven, Roberth de Bath, parecía determinado a hacerla reír.

—Corwin, terminaste?

Ella aseguró su copa con más fuerza al reconocer la voz de Gerard. Los demás alrededor se levantaron, sin darle otra opción que la de hacer una reverencia también ante la presencia del barón.

—Si, mi lord —respondió Corwin.— puedo acompañar a Ardith hasta Bronwyn antes de salir?

Robert de Bath hizo una ligera reverencia.

—Sería un placer acompañarla si ustedes tienen prisa.

Gerard lo observó de arriba a abajo con cierta frialdad.

—Si la dama lo permite, yo mismo tendré el placer de hacerlo. Ardith?

En cuanto ella entreabrió los labios, planeando decirle que no necesitaba de acompañante alguno hasta la mesa de su hermana, Gerard extendió la mano y arqueó una ceja. Como ya hiciera antes, no le dio escogencia sino aceptar para no insultarlo.

Colocó la mano en la de él. El contacto hizo que un escalofrío la recorriera, causándole un temblor que pareció recorrerla por entero. Gerard le colocó la mano en la curva de su brazo y la condujo por el salón apiñado.

Las personas se movían para un lado, abriéndole camino. Ella notó la deferencia solo vagamente, todos sus sentidos estaban concentrados en el barón. Estaba solo elegante, pero exhalaba una fragancia de las más agradables. Después de haberse bañado y afeitado, no tenia más el olor de cuero y caballo. Un aroma sutil y totalmente masculino, casi le robaba el aliento, llevándola a respirar hondo.

Gerard no se detenía para conversar. Saludó a Kester rápidamente y entonces se apartó, dejando el salón deprisa, Corwin siguiéndolo.

Bronwyn frunció el ceño.

—Pues, vamos, querida— le dijo Kester.— tienes que admitir que fue perfecto. Las habladurías no van a cesar por una semana.

—Si él hubiera escogido cualquier otra persona que no fuera Ardith, yo aplaudiría.

—Dudo que el haya causado algún mal a tu hermana

Ardith cruzó los brazos

—Alguno de ustedes me quiere decir que están hablando?

—Sobre el motivo del barón Gerard para su comportamiento extraño— explicó su hermana.— él nunca invitó a ninguna mujer para agarrar su brazo delante de la corte entera. Hay mujeres en este salón que darían fortunas para ser objeto de las atenciones del barón.

Ardith recordó inmediatamente la bella rubia vestida de azul, la mano delicada apoyada en el brazo de Gerard. Contuvo la onda de envidia.

—El barón solo estaba haciendo un simple gesto, Bronwyn. Él fue hasta el fondo del salón para buscar a Corwin, no a mí.

—Puede ser, pero la corte va hacer especulaciones al respecto. Algunos van a creer que él rechazó a lady Diana a propósito. Los avances de ella esta noche fueron bastante evidentes. Bien, cualesquiera que hallan sido los motivos del barón, tenemos que aprovechar la oportunidad. Venga, quiero que conozcas a sir Percival.