Capítulo 15
—Mi lord, si no necesita más de mí, me gustaría ver como esta progresando el trabajo— dijo Thomas, colgando un arreo remendado en la pared del establo.
Gerard asintió, dando su permiso y corrió su mano por el franco de un caballo, notando vagamente el sonido de los martillos de donde sus hombres estaban construyendo un arsenal.
—Yo también, mi lord. Con su consentimiento, claro —pidió Pip
Gerard le lanzó una mirada, aprobando el interés de él en las mejoras que estaban ocurriendo. Si recibiese alguna instrucción en los números y las letras, tal vez fuese un buen intendente. Y Meg estaría bien como su ayudante. Dejando la cabaña donde la pareja vivía, ella lo acompañaba a casa cada mañana. Mientras él trabajaba en los establos o auxiliaba en la carpintería, ella ayudaba a Ardith en casa.
Con un meneo de cabeza, Pip dejó los establos deprisa, haciendo una breve reverencia a Ardith, que paraba junto a la puerta. Desde aquella distancia, a varias cuadras de la entrada, Gerard podía verle la preocupación en el rostro.
—Si no estuvieras muy ocupado, me gustaría hablarte.— ella levantó el borde del manto largo de piel que él insistía que usase cada vez que dejara la casa, adelantándose hasta una caja de madera virada y sentándose.
—¿Qué ocurrió? —preguntó Gerard, prometiéndose resolver de inmediato lo que estuviera molestándola. Ella sacudió la mano en el aire, indicando el interior el establo.
—Mira a tu alrededor. Qué ves?
Confuso, Gerard respondió:
—Un establo. Caballos, heno, cuero...
—Pero no personas. Tan pronto aparecí en la puerta, Thomas, y Pip desaparecieron como conejos perseguidos por halcones.
—La salida de ellos no tiene nada que ver contigo. Habían terminado sus tareas y querían ir a observar los hombres trabajando en el arsenal.
—Ah, el arsenal! Tus hombres ni siquiera piensan en dormir en la casa. Tienen que construir un lugar para ellos mismos.
—Ellos están acostumbrados a pasar el invierno en el arsenal de Wilmont. Si quieren ocupar su tiempo construyendo uno aquí, no veo razón para negar el pedido.
Ardith sacudió la cabeza.
—Ellos quieren un lugar propio para escapar de mi presencia. Tus hombres no me quieren
Gerard casi se rió de la idea absurda, pero al verle los ojos lacrimosos se detuvo abruptamente.
—¿No te quieren? —repitió gentil.— aquellos hombres darían su propia vida para protegerte.
—Solo porque te pertenezco
Gerard sabía que sus hombres extendían su lealtad a ella por afecto también, no solo por deber. Ahora ellos se desbordaban para conquistar su aprobación
—Cuándo expresaste el deseo por una mesa larga y bancos, ellos no lo hicieron inmediatamente?
—Solo porque se cansaron de comer sentados en el suelo.
Los hombres de él ya habían comido bajo condiciones que la habrían dejado horrorizada. El hecho de que se sentaran en el salón de una casa, caliente, apoyando bandejas en las rodillas, mientras hacían las comidas hartas y sabrosas podía ser considerado un lujo. La noche en que Ardith hiciera un comentario sobre la necesidad de una mesa mayor, los hombres habían estado honrados con la oportunidad de atender su deseo.
Ni tampoco los esfuerzos espontáneos de ellos habían cesado con el término de la mesa y de los bancos. Todos se mantenían atentos a su menor palabra, en busca de algún indicio de como servirla. Ningún mandado era demasiado arduo, ninguna tarea imposible. Los pies de ella estaban helados? Ellos cortaban y apilaban leña extra para el fuego. Mi lady necesitaba de un cubo de agua? Traían cuatro del riachuelo. Había una corriente de aire en alguna esquina? Mezclaban barro y paja y el hueco de las tablas era tapado. Sin saber, Ardith había transformado sus soldados en serviciales sirvientes, y a ellos no le importaba ni un poco
—¿Debo enfilarlos y dejar que se arrodillen a tus pies? —se burló
Ella pareció horrorizada.
—No! Bien que serían capaces de eso en lealtad a ti. Y no son apenas los hombres de tu guardia que se escabullen de mí, los campesinos también. Que hice para ofenderlos?
—Seguro, que te debes estar burlando!
—No, hablo en serio.— aseguró ella, una lágrima corriendo por el borde del ojo
Los campesinos la admiraban tanto como los soldados, tal vez más. Los arrendatarios, sus esposas, y sus niños... todos la adoraban. Gerard realmente no entendía la razón para aquella súbita inseguridad. Aproximándose más, le tomó las pequeñas manos entre las suyas con suavidad.
—Dime, por qué crees que no te quieren?
—Meg rechazó mi invitación para que estuviera para la cena
—Y qué más?
—No lo ves? En Lenvil, las personas se demoraban en la mesa de las comidas, bebiendo y conversando. Aquí nadie esta en casa por mucho tiempo, ni los mismos Pip o Meg, que prefieren volver a su casa cuando terminan las tareas aquí. Hasta Elva sale y se va con ella.
Una bendición, pensó Gerard
—Tu tía está en la cabaña porque Meg está para dar a luz cualquier día de estos y quiere estar cerca. Al nacer el bebe, Elva volverá
—Tal vez, pero y en cuanto a las demás personas? Será que un día me aceptarán. Yo había pensado en...
Gerard le completó el pensamiento silenciosamente. Ella haría de aquella casa su hogar. La vio empeñarse para dejar la casa lo más confortable, para hacer amistad con los campesinos. Hasta pensara en interferir. Aquel no era el feudo que destinaba para ella, en caso de que se tornase necesario acomodarla en algún lugar en el futuro. Además era distante de Wilmont.
Ardith prosiguió, con un toque de rabia en la voz:
—Las mujeres no aparecen al menos que traigan presentes, como si yo fuese algún ogro que tiene que ser agradado. Entonces, salen deprisa, solo diciendo dos palabras. He intentado hacerlas sentarse por algunos momentos, para un té y una conversación, pero ellas se niegan. Los únicos días en que consigo hacer que una se quede un poco más son aquellos en que tu vas de caza.
—Entonces, tal vez sea por mi causa que los campesinos evitan la casa— sugirió él, pensativo.— Thomas y mis soldados saben que me gusta mi privacidad. Tal vez hayan comentado al respecto con los campesinos, que tomaron eso como un aviso para permanecer alejados.
—No, es a mí a quien no quieren. Debías oír cómo elogian al nuevo señor. Esas personas te adoran.
—Y yo las oí elogiándola a usted. Será que... —Gerard se interrumpió, no osando proferir en voz alta la inusitada explicación que se le ocurrió. Tenía que comprobarlo primero. La ayudó a levantarse de la caja, conduciéndola por la mano.— ven conmigo. Vamos a inspeccionar la construcción del arsenal.
Momentos después de la llegada de ambos, los martilleos estaban silenciosos. Gerard anduvo por el interior de la construcción, verificando, mostrándole a ella detalles del competente trabajo. Los hombres habían hecho un excelente servicio. Y también habían desaparecido...
—Ves lo que quiero decir? Todo lo que tengo que hacer es aparecer delante de los soldados, y ellos se van en un instante.
Gerard sacudió la cabeza
—No, no eres tú. Somos nosotros. Vamos hacer una prueba más. Entra en la casa. Yo te seguiré en un momento.
Ardith lo observó intrigada, pero obedeció
Gerard esperó en silencio. No tardó para que los soldado volvieran, cargando pedazos de troncos que no necesitarían en varias horas. Esbozó una sonrisa, más convencido de la posibilidad que se le ocurriera. Cuando llegó a casa, una vez más el sonido de los martilleos cortaban el silencio.
En la casa, Ardith agradecía a la esposa de un agricultor por un queso de cabra que acababa de llevarle. Meg sacaba hilos de pan recién asados del fuego. Elva lavaba algunos utensilios en la tina de agua. Gerard no se había sentado en la mesa cuando el silencio planeó en la casa, permaneciendo solo él y Ardith.
Cortó un pedazo de pan caliente cuando ella se sentó. Intentó no sonreír, pero fue en vano.
—Dime— contaste a las mujeres sobre el decreto del acuerdo nupcial?
—Sí.— Ardith soltó un largo suspiro.— sospecho que ellas están manteniendo esa distancia porque no lo aprueban
La sonrisa de él se alargó
—No. Todos desaparecen porque nos desean éxito. Apuesto a que yo podría levantar tus faldas y poseerte en cualquier lugar, en cualquier momento que yo desease, y no seríamos incomodados por nadie. Fíjate la próxima vez que vayas a buscarme al establo. De ahora en adelante, dejaré una cuadra preparada, sin ningún caballo pero repleta de heno suave.
El rubor se esparció por la cara de Ardith
—Tú no puedes estar queriendo decir que... ellos no irían... oh, entonces crees que nos dan privacidad para... cielos...-avergonzada, enterró el rostro en las manos.
Gerard no pudo contener más la risa
—Los soldados y campesinos conspiran a nuestro favor. Están dándonos la oportunidad de concebir aquel heredero que necesitamos. ¿Cómo puedo dejar de aprobarlo?
Ardith agarró una jarra de vino y rellenó la copa de Gerard cuando se sentó a la mesa después de otra tarde inspeccionando las glebas. Como siempre, la casa se vació de personas tan pronto él apareció, y quedaron solos. Con frecuencia, ambos usaban aquella privacidad como los campesinos pretendían, amandose durante horas entre las mantas de pieles. En otras ocasiones, solo compartían una conversación agradable. Ocasionalmente, —pero demasiadas veces para el gusto de ella, Gerard insistía en continuar enseñandole a usar la daga, elogiando sus progresos.
Si, ella admitía que conseguía sacar la daga deprisa de la vaina, que tenía buena puntería cuando la tiraba y que tal vez hasta pudiese usarla para amenazar a un posible agresor. Pero matar, clavar la daga puntiaguda en alguien? Jamás. La simple idea le revolvía el estomago.
Depositando la jarra en la mesa, Ardith también se sentó, preguntándole casualmente sobre las glebas. Gerard percibió que ella continuaba deseando enterarse al respecto de lo que acontecía en el feudo y creyó que aquel era el momento oportuno de dejarla al corriente de sus planes.
—Sabes, estuve pensando. Pip es un joven experto. Conoce las tierras y los campesinos. Con algunas lecciones sobre letras y números, creo que él seria un buen intendente aquí.
La desilusión fue evidente en aquellos ojos azules.
—Entiendo —murmuró ella.
Gerard no tuvo remordimiento en sacarle la esperanza de un día volverse intendente de allí. Lo juzgó necesario. Ardith debería estarse preparando para volverse la señora de Wilmont, no la intendente de aquel feudo pequeño y distante.
Como si supiera que su nombre fuera mencionado, Pip entró despacio en la casa. Pareciendo aliviado de ver al barón y a su dama en el centro del salón, totalmente vestidos, se dirigió a Ardith.
—Mi lady... es Meg. Sus dolores comenzaron
Ella se levantó de inmediato del banco
—Dónde está ella?
—En el patio. Nosotros habíamos comenzado a caminar de vuelta a nuestra cabaña cuando....
—Bien, tráela aquí adentro! Gerard, vamos a necesitar de un colchón de paja cerca del fuego. Hay agua en aquellos cubos?
—Supongo que eso significa que tengo que dormir en el arsenal esta noche.— refunfuñó él.
—Dependerá del bebe— dijo Ardith absorta.— algunos nacimientos transcurren fácilmente. Otros no, especialmente cuando se trata del primer hijo.
Meg entró en la casa, apoyada por Pip de un lado y Elva en el otro. Él parecía casi tan pálido como la joven. Un fuerte dolor la dominó cuando de acostó en el colchón de paja que acabara de ser arrimado. Soltó un gemido.
Gerard colocó un pequeño barril de cerveza en el hombro y dio una palmada en la espalda de Pip
—Este no es lugar para nosotros, hombres— anunció colocándole las copas en las manos y girando en dirección a la puerta.— vamos a encontrar un lugar caliente para sentarnos y esperar el nacimiento.
Decidió que esperarían en el arsenal. De sus soldados, tres iniciaban la vigilancia, mientras otros tres dormían. Los demás se entretenían en un juego de dados. Él se sentó en un colchón estrecho de paja y abrió el barril
Con la cerveza, Pip acabó pareciendo menos aprensivo
—Sé que es Meg quien está tiendo todo el trabajo, pero la espera no es fácil
Gerard no lo podía decir. No hiciera vigilia para esperar por el nacimiento de Daymon. Nadie le dijera al respecto del inminente nacimiento antes de que hubiese acontecido. Solamente después le habían colocado el hijo en los brazos, diciéndole que su madre muriera en el parto.
Sería que Meg tampoco lo resistiría?
Y Ardith, cuando llegase el momento? La idea le causó un escalofrío
La tarde llegó a su fin, la noche cayó por completo, y no recibieron ninguna noticia. Él envió a un soldado para buscar un barril más de cerveza.
Después que Pip se durmió, Gerard se acostó en el colchón de paja y cerró los ojos. Pero no conseguía sentirse cómodo, ni conciliar el sueño.
No era nada típico de un valiente caballero, ansiar tanto por la suavidad de las mantas de piel y la proximidad de una determinada mujer al punto de no conseguir dormir. Y también era insensato preocuparse con la posibilidad de aquella misma mujer muriera de parto cuando Ardith ni siquiera daba ninguna señal de estar esperando un hijo.
Cuando el día amaneció, la mujer que poblara sus pensamientos miro adentro del arsenal. Gerard se levantó y la siguió hasta el lado de afuera.
Ella esbozó una sonrisa
—Es un niño. La madre y el bebe están bien y dormidos
—Así como el padre...-Gerard rió— la verdad, el padre está borracho. Nosotros brindamos por la llegada del bebe y a la salud de Meg hasta que Pip no consiguió hablar con lucidez. Debo despertarlo?
—Déjalo dormir. Esa será la última noche de sueño ininterrumpido que tendrá por mucho tiempo.— Ardith estudió las sombras oscuras bajo sus ojos.— no dormiste bien.
—Ni tú
—Yo estaba ocupada.
—Y yo también
Él la abrazó por los hombros, conduciéndola en dirección a la casa. Ahora ambos podrían tener el descanso necesario.
—Meg quiere colocar al bebe el nombre de su nuevo señor feudal. Esto te agradaría?
Gerard se felicitó por la manera como ocultó el orgullo que le llenó el pecho.
—Es una practica común.
Ella llevó la mano a los labios, indicándole que hiciese silencio mientras entraban en la casa. Meg dormía cerca del fuego, el hijo envuelto en una manta dormía a su lado
Gerard miró para el rostro rosado del bebe
—Fue un parto difícil para la madre y el bebe —susurró Ardith.— al niño le costó nacer. Casi mandamos a buscar a la hermana Bernadette a la abadía.
—Una monja?
—Sí. Ella es una excelente partera, según me dijeron las mujeres.
Gerard guardó la información, aliviado en saber de alguien, además de Elva, que pudiese auxiliar Ardith en caso de que fuera necesario.
Ella lo oyó soltar un suspiro y se preguntó por qué no habría dormido. Claramente, no tenía que preocuparse con el nacimiento del hijo de Meg y Pip. Aun así, los rasgos de él se habían suavizado cuando mirara al bebe de recibiría su nombre.
Gerard tenía la tendencia de enterrar al lado más sensible de su naturaleza detrás de una fachada brusca. Pocas personas sabrían del gentil corazón latiendo en el pecho del joven león. Su compañera, tal vez su hijo....
Su hijo. Daymon. Gerard debía haber mirado para el bebe de Meg y recordado el nacimiento de su propio hijo, que le despertara la sonrisa tierna. Ella fue tomada por una onda de culpa. Pensara solo en sus propios sentimientos cuando lo convenció de no mandar a buscar al niño. Que derecho tenia de mantener al padre y al hijo separados?
—¿Gerard? —tal vez estuviera equivocada. Tal vez deberías mandar a buscar a Daymon.
Una larga sonrisa iluminó el semblante de él, no una de alivio como Ardith esperaba, sino de victoria.