7

Sergio fantasea con encontrarse a Susana en el pasillo. ¿Qué le diría? «¿Y para qué va a estar en el pasillo cuando puede estar en la habitación con su novio?». Se incorpora y coloca la copa vacía sobre la mesita de noche. «¿Y si busco alguna excusa para llamar a su puerta?», piensa a la desesperada. Pero él mismo se responde: «¿en qué habitación están?». Lo mire por donde lo mire, Susana es inalcanzable. Se levanta con un suspiro ahogado y echa un vistazo al cuarto: no es lugar para el amor. «Si la habitación de Morales es igual que esta, su relación no tiene pinta de ser muy romántica». Abre la puerta y deambula la mirada por el cuarto por última vez prometiéndose no volver nunca, y al ir a salir se detiene y entorna la puerta: Gustavo acaba de abandonar uno de los cuartos. «¿Está sangrando?».

Está claro que algo ha debido ocurrir. Su empleado tiene una herida en la cabeza y corre hacia las escaleras. Sale tras él. Al llegar a los primeros escalones, reduce la velocidad, frena sus pasos y se gira de nuevo hacia el pasillo. «¿Dónde está Susana?». Si le hubiera ocurrido algo funesto a Susana no se lo perdonaría nunca. Está asustado. Tiembla. Da un paso hacia la puerta que vio abrirse poco antes, pero sin demasiada decisión. «¿Y si le hubiera hecho algo?». Las imágenes se suceden en su cabeza, y a cual peor: Susana tirada en un charco de sangre, Susana sobre la cama con los ojos abiertos y sin vida, Susana desnuda y bocabajo en el suelo, Susana violada, Susana muerta. No, no quiere imaginarlo, pero lo hace. Y las imágenes son puntiagudas agujas de coser que se incrustan en su cuerpo, y corre, corre desenfrenadamente, y desenfrenadamente también golpea la puerta, trata de abrirla, gira el pomo sin resultado una y otra vez, vuelve a golpear.

—¡Susana, Susana!

Y alguien abre, pero no es Susana. Sergio se siente estúpido. Contempla a la mujer que tiene enfrente como a un fantasma.

—Perdón, ¿yo?

—¡Sergio! —grita Susana detrás de Gloria. La aparta y se abraza a su jefe, al hombre de su vida. Si no lo tenía claro al cien por cien, ahora sí. No le suelta, se aferra a él igual que haría con un salvavidas, siente su calor, su olor, y quiere llorar, quiere derrumbarse y que sea él quien lleve las riendas. Pero no lo hace.

—¿Qué haces aquí? —le pregunta tras obligarse a soltarlo.

—¿Qué ha pasado, Susana? He visto a Morales corriendo escaleras abajo; estaba sangrando.

Susana desvía la mirada un segundo hacia Gloria, que está a su lado, bajo el umbral.

—Dime qué ocurre —le insiste apretándole el brazo sin percatarse de ello, hasta que es Susana quien dirige la mirada hasta la mano de él, y Sergio cae en la cuenta de su actitud histérica y la suelta—. Perdona, yo…

—¿Seguro que era Gustavo? —Una voz apenas audible emerge de la garganta de la joven.

Sergio asiente con la confusión reflejada en su cara y sus manos, que no sabe donde meter. «¿Qué demonios ha sucedido ahí dentro?», se pregunta sin atreverse a insistir, por si la respuesta no le satisface.

Susana suspira.

—Pasa.

Gloria no pregunta quién es. No lo ha visto nunca pero sin duda sabe de quien se trata. «Es guapo el condenado». Se aparta para permitirle adentrarse en la habitación. «Y tiene buen culo». Susana le ha contado algo, pero Mónica no tiene secretos para ella y la ha puesto al corriente de lo que siente su hermana por el jefe. «Al menos en esto tendrá suerte».

Susana le invita a sentarse sobre la cama con un gesto y Sergio lo hace y se la queda mirando. Por mucho que piense, no se le ocurre qué puede haber pasado para que Gustavo corriese como alma que lleva el diablo, y con una herida en la cabeza.

—Gloria, este es…

—Sergio —zanja su amiga.

Susana asiente sin ganas de sorprenderse.

—Sergio, ella es Gloria. Es la mejor amiga de mi hermana Mónica, cuatro años mayor que yo.

—Cuatro años su hermana, yo solo tres —puntualiza Gloria con una sonrisa lela en los labios.

—Por favor, ¡¿quieres dejar de tontear?!

Se gira hacia Sergio.

—Y yo soy Susana Valribera.

A Sergio se la abre la boca.

—No me llamo Susana Valdés, pero todo tiene una explicación. —Le sudan las manos y siente que podría perder el equilibrio en cualquier momento. Está asustada por Gustavo, por lo que ha sucedido, por si irá a la policía o no irá, pero sobre todo le aterra cómo se tomará Sergio la verdad—. Gloria y Gustavo salieron durante casi un año. Los dos trabajaban en el Banco de Santander, ella era la supervisora de Gustavo.

Gloria se acomoda junto a Sergio. Oye hablar a Susana y le parece que está hablando de otra persona, no de ella misma.

—Empezaron a salir y todo iba bien, al menos eso le parecía a Gloria. Sin embargo, este cabrón se estaba dedicando a lavar dinero negro a través del banco usando los datos de Gloria y sus claves personales. Y todo hubiera continuado así durante mucho tiempo si no hubiera descubierto ella —la señala— movimientos extraños en las cuentas que se encargaba de gestionar. —Sergio no sabe a dónde quiere ir a parar e intenta interrumpirla, pero Susana continúa—. Gloria no podía imaginar que fuese Gustavo el responsable de esos movimientos. Así que se lo contó. Y el muy cabrón, ¿sabes qué hizo? Se cubrió las espaldas y borró las huellas de sus operaciones; y guardó esos datos en un fichero con el que ha estado chantajeando a Gloria desde que rompieron.

Gloria mantiene la vista en el suelo. Se siente avergonzada.

—¿Pero, y esto…? —Logra articular Sergio sin acabar la pregunta.

—Deja que continúe. En un recorte de personal despidieron a Gustavo y la relación entre ellos acabó por deteriorarse e irse al garete, fue en ese momento en el que Gustavo le confesó a Gloria que había sido él quien había estado lavando dinero en el banco y que tenía un archivo con pruebas que la incriminaban a ella directamente. —Gloria solloza—. Le pidió cuatro mil euros. Fue solo un primer pago, el segundo lo reclamaría dos meses más tarde: otros cuatro mil.

—El hijo de puta me ha sacado ya dieciocho mil euros —interviene su amiga.

—¿Por qué no fuiste a la policía?

—No podía, Sergio —casi grita Susana, para luego moderarse—. Si iba a la policía, Gustavo enviaría una copia al banco. No sabemos qué contiene el archivo, pero a la vista de los datos que Gloria descubrió en su momento, seguramente ella acabaría a la cárcel.

—Y se os ocurrió esta pantomima.

—Se me ocurrió a mí —dice, valiente, Susana—. A mí no me conocía, era la única de las tres que podía engañarlo.

—¿Las tres?

—Su hermana —apunta Gloria, que va a continuar diciendo algo pero calla ante los ojos expresivos de Susana, que parecen decir «es mi problema».

—Pensamos que si entraba a trabajar en tu empresa, yo podría acercarme a él sin que lo considerase sospechoso, y así tratar de conseguir información.

—Por eso no apareciste en aquella cena.

Gloria los mira a ambos confusa.

—¿Qué cita?

Ninguno de los dos le responde mientras se aguantan la mirada. Finalmente, Susana la mira.

—Al poco de conocerme, cuando lo de su padre biológico, quedamos en su casa.

—Sí, cuando el abogado fue.

Susana niega.

—Después, cuando había acabado todo.

—Pero no apareciste —interviene Sergio.

—No fue porque yo se lo pedí.

—¿Se lo pediste?

—Bueno, no le pedí que no fuese a esa cita en concreto porque no sabía que habíais quedado, pero sí le dije que no podía liarse contigo, que tenía que aguantar a rematar el plan.

—Así es. Aquella tarde, poco antes de ir a verte, me llamó llorando. Gustavo se había presentado en su casa y la había amenazado. Estaba histérica y yo…

—No podías decepcionarla —acabó la frase Sergio.

Susana asiente y baja la cabeza.

—Pero pasaba el tiempo, y el muy cabrón de Gustavo no me traía aquí, al hotel, que era dónde podía estar el portátil que… —De pronto, como si cayera en la cuenta de algo, da la vuelta a la cama y se detiene ante la toalla manchada de sangre—. Se lo ha llevado.

—¿El qué? —pregunta Sergio.

—El portátil.

—¿Cómo que se lo ha llevado? —Gloria se acerca hasta Susana y la agarra del brazo—. Hemos hecho todo esto para nada…, hemos estado a punto de matarlo…

—Has estado a punto de matarlo —le rectifica Susana.

—Lo que sea —la suelta—. Todo el esfuerzo de estos meses para nada, ahora sí que nunca podré conseguir ese maldito archivo. —Se apoya en la ventana y dirige una mirada perdida hacia fuera.

Los tres callan, ¿qué se puede decir ante una situación así? Susana sabe que su amiga tiene razón. No han podido detenerlo y ahora están en peor situación, porque Gustavo conoce las intenciones de Gloria y que ha intentado hacer desaparecer las pruebas que la involucran en el blanqueo de capitales. Ahora no será tan fácil acercarse a él.

—¡Cómo no me di cuenta de que estaba vivo! —Se recrimina Susana.

—Los nervios, las prisas… No merece la pena… —La disculpa Gloria.

Sergio se levanta y se vuelve hacia ellas.

—¡¿Pensabais que estaba muerto?!

Gloria y Susana se miran, y luego sueltan una carcajada. A Sergio no le parece una cuestión para reírse. «¿Están locas o qué?». Pero se alegra de que no le hubiese sucedido nada malo a Susana, y tras unos segundos las acompaña en su regocijo, o tal vez solo sea una forma de reducir la tensión. Sergio no lo sabe. Aunque le da igual, lo importante es que toda esa mascarada de Susana con Gustavo era solo una farsa, un estúpido engaño que lo ha mantenido noqueado durante meses. «¿Y ahora qué?», se pregunta. Sus ojos verde esmeralda continúan irradiando esa belleza que le enamoró, pero ahora le parece que brillan para él.

—¿Y tú que hacías aquí? —le pregunta ella de repente.

—¿Eh? —A Sergio le pilla de improviso y no sabe qué contestar—, un congreso.

—¿Un congreso?

—Sí, venía a recoger a unos congresistas cuando…, cuando vi salir de esta habitación a Morales sangrando.

Susana le observa confusa.

—No tenía nada en tu agenda.

—Ya, ya, se me pasó.

Susana asiente, y tras unos momentos de tenso silencio, vuelven al asunto que les preocupa: Gustavo.

—¿Qué ha pasado realmente? —pregunta Sergio.

Gloria se adelanta y le explica en pocas palabras lo ocurrido poco antes.

—Pues está complicada la situación —reconoce el empresario.

—Quizá debería ceder a su chantaje y entregarle los veinte mil euros —replica Gloria.

—¿Qué veinte mil euros?

—Hace tres semanas le exigió una nueva cifra, esta vez veinte mil —dice Susana, y luego se dirige a Gloria—, y tú ¿de dónde vas a sacar el dinero? No tienes un duro.

—Lo pediré en el banco.

—Después del último préstamo, no creo que te concedan más.

—Podemos hacer otra cosa —dice Sergio.