¿Machismo?
En la plaza de Madrid, capital del mundo taurino, se despidió de los ruedos una mujer llamada Cristina Sánchez.
Si bien es cierto que a lo largo de la historia del toreo han sido miles los diestros que, por las buenas o las necesidades, se han tenido que cortar la coleta, en este caso las condiciones del asunto tuvieron algunas variantes dignas de comentar.
Primero que nada, señalar que no se trataba de la despedida de un diestro más, no, era el aparente fin de la carrera de una mujer metida al duro y machista oficio de la tauromaquia.
Con este acto se cerraba un capítulo anecdótico y se abría el de la estadística, el parteaguas del señalamiento.
La primera mujer que, en la época moderna, ha recibido la alternativa de matadora de toros, con todos los honores, a manos de diestros serios.
La primera mujer que levanta vuelo, se abre camino en las plazas del mundo tratando de imponer su arte sin permitir que el perfil de los pechos o la dureza del trasero, ganaran ante los ojos de los aficionados, o seudoaficionados, que quizá buscaban esos senderos no taurómacos.
Meses antes de su despedida, Cristina la anunció diciendo que se iba porque el machismo imperante en la Fiesta le había cerrado los caminos, impidiéndole seguir en su profesión. Que muchos diestros —a soto voce se dieron los nombres— se negaban a torear con ella. Dicho de otro modo, le era casi imposible trepar en el escalafón taurino por la podredumbre de la machería en su pleno, puro y duro estigma.
Negar los hechos es negar la historia. El toreo ha sido desde siempre coto de hombres, incluyendo en esto las leyendas —por fortuna ya superadas— que señalan el mal fario que le puede caer a un torero si éste brinda la muerte de un toro a una mujer.
Salvo las obvias excepciones, las féminas por muchos años han brillado por su ausencia no sólo en la práctica del toreo, sino en otros aspectos de la Fiesta, como no permitirles siquiera su presencia en los callejones de las plazas. Ya usted sabe, con la mentirijillas del mal fario. Por fortuna esa discriminación palpable tiende a desaparecer.
Y así mil ejemplos que dibujarían el desprecio por las mujeres en esta Fiesta. Gracias a una comprensión más clara, a una apertura cultural, al rompimiento de viejas consignas, poco a poco se han ido cavando los diques, por supuesto sin llegar a los extremos de la anulación total.
De tal manera que no cabe duda de que existe un marcado acento que sin confesarlo está en muchas mentes en el mundo taurino. Eso es cierto, de tal suerte que los argumentos que Cristina Sánchez tuvo —y de seguro tiene— se marcan por una fundamentación histórica, pero de eso a que estas sean las verdaderas y únicas razones, hay un largo trecho no confesado, o más bien, no aceptado.
Veamos por qué.
Hija de banderillero, bebió de la fuente del taurinismo desde muy pequeña. Al caminar por los entretelones de la Fiesta, su padre se dio cuenta que la chica podría obtener pesetas y dólares en los ruedos y para ello fomentó la afición teniendo como base el deseo y las ganas de torear de la joven.
La expectación causada en las pequeñas plazas españolas animaron al padre y a la torera. Después vinieron ciertos éxitos que alentaron las esperanzas, sólo que Cristina —con administrado cuidado— toreaba ante públicos poco exigentes, con carteles armados para que ella triunfara, con novillos sin demasiada edad y cornamenta. Dicho de otro modo, ella estaba bien como una aceptable novillera que tenía tras de sí la gracia de ser mujer y que esa razón era la suficiente para despertar morbo, curiosidad o erotismo entre un público que, sin confesarlo, era su partidario por ser mujer y no por la calidad de su toreo, de altura medianita, nada más.
Después de tomar la alternativa, su condición de bella mujer siguió siendo —por desgracia— su mejor atractivo. La expresión de su toreo no alcanzó nunca —salvo algunas tardes— el nivel para dar la batalla a los verdaderos monstruos que en una temporada tan fiera como la española tienen que dar la cara y el arte en todas las tardes.
La joven, arriesgada, había roto los cánones y la tradición, había impuesto su condición femenina, pero sin ser nunca torera de época, ni siquiera de medio nivel, pero no por ser mujer, sino porque su arte era menor y su figura dejó de ser imán de taquilla. Sus fracasos en cosos de importancia y en otros —incluyendo alguno en plazas tan de nada como lo es la de Texcoco— hicieron que a la larga, los empresarios le dieran la espalda por ya no constituirse como un imán de taquilla.
Ésa es la verdadera razón de la despedida. Escasa calidad taurina, indiferencia del público ante una mujer que ya no causaba expectación por el hecho de serlo.
El camino llegaba al fin, la despedida necesaria.
Pero la historia nos dice que nadie acepta la verdad de una manera tan descarnada.
El ser humano —hombre o mujer— por fortuna tiene tales defensas mentales, que de no aplicarlas, la pesada realidad apachurraría al que fuera.
Aun así, Cristina Sánchez señaló que:
El machismo la echaba fuera.
Es lógico que ella así debió conceptuarlo. Se trataba de motivos de supervivencia psicológica aunque la reacción fuera sólo en el subconsciente.
La realidad fue otra, la de su poca calidad taurina.
Una torera más no es suficiente en un planeta lleno de promesas taurinas donde el negocio va de la mano del arte y aquel que no cumpla con las expectativas se va fuera, o es utilizado como remedo o comparsa.
Por esos entenderes debemos de mirar la retirada, por la poca calidad taurina de la Sánchez.
¿Esto es machismo? No, es lógica taurina. Ojalá y pronto saliera una torera de época. Una torera que no necesitara fijar su condición biológica para serlo, sino así, nada más por la calidad de su trabajo en el ruedo.
Ésa, la razón por la que Cristina Sánchez se fue de los ruedos.