XV
Interviene el rey de las moscas
Y allí pasó la pobre Clamores dos días y dos noches.
Es decir, menos de cuatro horas, viva. Y el resto del tiempo, hasta que abrieron el baúl, muerta. Bueno, había muerto sofocada. ¡Ah, Dios mío! ¡Cómo íbamos a imaginar una cosa así hace dos días!
No sólo muerta, sino desfigurada, porque se había arañado la cara y arrancado mechas de cabellos, y mordido las manos en las torturas de la asfixia.
Todo por la grapa de arriba que resbaló sobre la de abajo y quedó ajustada. La grapa.
¿Qué agentes horribles intervendrían en eso?
¡Oh, esa grapa que se cerró sola! La palabra misma parece una onomatopeya —y lo es— del ruido que un metal hace sobre el otro, hasta que se ajusta: gra-pa. En inglés es parecido: clap. Es más exacto el ruido en español porque tiene dos sílabas (dos tiempos, el movimiento del cerrar) mientras que en inglés tiene uno sólo: clap. La diferencia es mínima.
¡La grapa mortífera! ¡Pobre Clamores!
Verá usted, querido profesor, que mi letra es ahora insegura y desnivelada, porque las lágrimas me borran la visión. Y no puedo continuar. Lo haré mañana si consigo que Laury se quede aquí algunos días más. Cada hora que pasa tiene más prisa por marcharse y repite que la vida es aquí más irracional que en ninguna otra parte del mundo. Y ya no ríe, que es todo lo que se puede decir.
Hoy continúo, querido profesor. Le ruego que le muestre estas páginas al profesor Blacksen para que vea cómo la parte menos lógica de mi tesis se puede justificar.
Pero no tengo todavía bastante calma para mirar las cosas desde un punto de vista especulativo y analítico. Ya sabe usted que soy demasiado emocional y, como ve, los hechos no son para menos.
Todo por la grapa. Que tenía lo que aquí llaman un pestillo de ajuste de donde vino todo el mal. En cierto modo es como el cerrojazo que dicen los calés, y que se suele dar en las tabernas de los barrios endemoniados poco antes de salir el sol. Sólo que aquí fue al revés: el de la noche eterna. El cerrajero que asiste al abogado defensor de Lagartijo III dice que fue cosa de grapa, encaje y ajuste y que suele pasar con los picaportes de resbalón. Pero no han llegado a un acuerdo las autoridades que intervienen en el asunto. Yo les di la carta de Clamores, pero al parecer no sirve de nada.
El juez le dice al defensor que la cosa no puede quedar en agua de cerrajas. No lo entiendo, eso.
Hasta aquí le he hablado sólo de la primera parte de los hechos y habrá cosas mejores y peores, según me dijo el Cantueso, a quien fui a ver ayer. ¿Peores? Clamores está muerta. ¿Puede haber algo peor, todavía?
Al descubrir el cuerpo de Clamores la policía preguntó a los vecinos. Algunos oyeron llegar aquella noche a Lagartijo y otros le oyeron también dar voces y golpes. La policía encontró sillas rotas y además la garganta de la pobre Clamores arañada (ella misma lo hizo con sus uñas, en los espasmos de la agonía). Y como es natural, fueron sobre Lagartijo y lo arrestaron. Está ahora en una cárcel antigua, que se usaba ya en tiempos de la Inquisición, y que llaman La Trena.
Pesan sobre él nada menos que acusaciones de asesinato con alevosía, nocturnidad y ensañamiento. Así dicen.
Todas las evidencias están contra él. Han hallado huellas dactilares en el baúl, sobre el cual, al parecer, se sentó y apoyó las manos, la mitad de los muebles rotos y también la carta del Cínife, aunque a este no lo han molestado porque ni siquiera estaba en Sevilla el día de autos (así se dice, aunque no intervino en los hechos automóvil alguno). Y aunque sólo hay evidencias circunstanciales, como se dice en los Estados, no hay que olvidar que también allí se condena a muerte por esa clase de evidencias, sobre todo cuando se hace el juicio por jurados y el acusador es elocuente y más que convincente, hipnótico.
Aquí no hay esa clase de juicios y será peor, tal vez. Aunque el duque podría intervenir y no ha querido, porque dice que trae mal vagío y que por casualidad bien pudo suceder lo que la policía sospecha. El duque se pone siempre de parte de las autoridades, como suelen hacer los poderosos en todos los países. Yo, como puede usted suponer, profesor, me paso las horas muertas con el alma en un hilo (ese hilo que cortan las Euménides).
Jeromo, el mayordomo, tampoco quiere intervenir y repite que ni Clamores ni Lagartijo son calés de pura sangre. Es decir, de casta o pedigree. Y a cada cual lo suyo. Así dice. Pueden ser crueles, los gitanos.
Como ve, Lagartijo III está en gravísimo peligro. El Cantueso cree que el Furco Baro los tiene a los dos empitonados. (Al parecer el Baro Furco se disfraza a veces de toro y los pitones son los cuernos). Empitonados a los dos. Y a ella le ha dado ya mulé y ahora va sobre él. El toro debe ser de una ganadería siniestra fundada por un autor dramático de ese nombre con mucho talento: Miura. Así se llama: Miura.
El Cantueso dice también que hay que dejarlo a Lagartijo en los cuernos del toro, porque él se la buscó dándole achares a Clamores con la Zegrí. Y Clamores le respondió lo mismo con el Cínife, aunque no hubiera culpa mayor. Y el que mal anda mal acaba. Eso dice tocando hierro con las dos manos y repitiendo el nombre de Lagartijo, pero sin diminutivo:
—Lagarto, lagarto.
¡Vivir para ver! Sobre todo, en Sevilla.
Yo le digo todo esto a Laury y él, después de lamentar la muerte de Clamores, se desentiende y anda haciendo notas misteriosas en su libro de bolsillo (supongo que será en relación con la Atlántida), y a veces llama por teléfono al duque y los oigo hablar. Como nuestra suite en el hotel tiene un teléfono con dos extensiones, yo oigo las conversaciones. El duque está convencido de que hay brujerío en lo de Clamores y Lagartijo, pero Laury no le habla de esto, sino de otras cosas que dice que está descubriendo. Añade que nunca ha tenido un sistema iluminativo más alerta que desde que está en Andalucía, y que sus intuiciones son casi evidencias, aunque carece, por el momento, de documentación para probarlas.
Yo creo que le pasa lo que a Ruskin con el Dry Sac. Sospecha Laury que está descubriendo algo muy importante.
—¡Gachó! —dice el duque, con un poco de recelo.
Repite Laury que tiene que revelarle un secreto, y el duque creyendo que se trata de Lagartijo, grita: ¡No me diga nada! ¡No quiero saber más! Cree que cuanto más se entera más se involucra —así se dice aquí— en el teje maneje de los duendes.
Pero Laury está muy lejos de pensar en eso.
Le dice que lo que está descubriendo es que el universo entero depende de dos circunstancias expresables por la geometría y el álgebra. Como se ve, con estas cosas el buen Laury trata de evadirse de la tragedia en la que vivimos estos días. Por la ciencia, aunque sea disparatada.
El mismo no se da cuenta y añade, como si no hubiera sucedido nada:
—La forma del universo es la esfera y tiene caminos circunvalatorios infinitos. Pero la ley del universo no es el camino en círculo, sino en espiral.
Añade que desde que era niño ha tenido la obsesión de una experiencia que hizo en casa de sus padres. Con todo esto, como se ve, sigue evadiéndose de la tragedia. Por medios científicos, porque en la ciencia es en lo único que cree Laury, y ahora tiene más necesidad que nunca de creer en algo.
Le habían hablado en la escuela del solenoide, es decir, de una corriente eléctrica alrededor de un objeto de acero al que la electricidad imanta para siempre. Entonces él —según le decía al duque—, cogió una aguja de tejer (de hacer sueters) de su abuela, la rodeó de un alambre conductor de la electricidad de su casa con los dos polos reunidos al final y encendió la luz. Se vieron llamaradas azules por los pasillos, se escuchó un ruido como el desgarrar de una tela —rrrrrap— y se apagaron todas las luces de la casa. Eso dice. ¡Cuántos esfuerzos por el lado científico para superar el drama de Clamores! ¡Pobre Laury, qué bueno es!
Pero yo seguía escuchando. Decía que sacó la aguja, que estaba terriblemente imantada, disimuló, llegó el electricista, arregló las cosas y luego Laury observaba a su abuela, que se entretenía tejiendo lana y que protestaba porque la aguja se pegaba a la otra y no había manera de separarlas. «Esto está embrujado», decía. Y miraba a su nieto recelosa.
Laury dice que si el magnetismo y el amor son la misma cosa (y la gravedad), podría ser que existiera el brujerío eficiente. Así decía él, pensando en las agujas de su abuela.
No sé si le he dicho, profesor, que Laury nació en medio del Atlántico, a bordo de un barco de lujo. Por fortuna el barco era americano y así la nacionalidad de Laury fue la misma que si hubiera nacido en Nueva York. Ahora pienso yo, a veces, si se le insuflaría, por arte mágica, alguno de los caracteres naturales de los dioses de la Atlántida que yacen en el fondo del Atlántico. Porque la risa de Laury es sobrenatural, a veces, y en cuanto a su llanto, nunca lo he visto. Parece que los dioses no lloran. Ni siquiera le he visto suspirar una sola vez, con melancolía.
Pero decía más cosas, mi Bato Loco.
Lo que le decía Laury al duque era que todos los cuerpos celestes giran sobre sí, y sobre los otros, pero no en círculo ni en elipse, como nos dicen de nuestro sistema planetario, sino en espiral, es decir, en direcciones helicoidales, ya que al mismo tiempo todos los cuerpos se desplazan y cambian de lugar, avanzando. Y no es que gire uno alrededor del otro, sino los dos en direcciones contrarias y helicoidales. Pues bien, entre ellos sucede lo mismo que con las agujas de la abuela. En el eje de esos dos movimientos, recíprocamente envolventes, se forma ese imán que es el centro de la energía universal (qué sería Dios, si quisiéramos darle ese grandioso nombre). Y allí donde esa fuerza se detiene, como sugería yo en mi tesis citando a otros hombres muy calificados en filosofía y ciencia, allí nace algo. Eso decía Laury. Una de las acepciones de la palabra imán es amor. Creo que en persa quiere decir atracción en el sentido erótico. Eso ya enlaza con la idea de la creación natural por un lado y por otro con el amor divino y ahí es donde, queriendo evadirse Laury de la realidad vuelve a ella, es decir, a la de Clamores con argumentos mayores sin darse cuenta. La fatalidad. (Entre paréntesis, este era el título del filme de Marlene Dietrich donde se tocaba el vals Aniversario del que tanto consumo hacía el doctor Blacksen).
Como entre Clamores y Lagartijo no se detuvo esa corriente magnética, ha sucedido una grandísima catástrofe. Esto lo digo yo, porque Laury evita referirse a todo eso. Creo que no tiene corazón. Al nacer debieron ponerle una especie de Computer de oro y piedras preciosas, eso sí. Porque ese Computer es inapreciable, y mientras le aconseje que debe vivir a mi lado y amarme a mí, me parece sencillamente divino. Y Dios me entiende.
Y usted también, profesor.
Pero lo de Clamores ha sido y sigue siendo increíble y le daré más detalles en la próxima carta.