XIII
Una carta de clamores
Aquella noche se la pasaron el duque y Laury discutiendo. El día siguiente eran las once y mi esposo seguía durmiendo. Cuando yo salí, vi la gran mesa del comedor llena de mapas, libros, dos volúmenes de la Enciclopedia Británica, uno de la Enciclopedia Espasa, muchas señales misteriosas, en un gran bloc, e incluso un globo terráqueo con marcas hechas con tiza en Las Palmas (Gran Canaria), en las islas de Pascua (Chile), y en México, y líneas de tiza también, formando un gran triángulo entre esas tres marcas.
Sin duda trataban de establecer el lugar de aterrizaje de los dioses. (El primero de ellos. Poseidón).
Aunque Laury es partidario de la teoría del panesperma de Arrhenius, se ve que han discutido seriamente la posibilidad de la mitología histórica grecorromana sobre la base de la batalla de los dioses —de otra naturaleza—, llegados del outer space, y de los titanes. Claro es que el panesperma pudo llegar antes a la Tierra y crear a los titanes a semejanza de los dioses.
Nada de esto tiene para mí la menor importancia cuando pienso en el problema de Clamores con su marido.
Me consta que los dos están enamorados. Sobre todo Clamores, e insisto en esto por lo que luego diré.
Salimos de Los Gazules sin despedirnos de la vieja duquesa que estaba en sus habitaciones con jaqueca (a pesar de las tabletas de Asurbanipal), porque yo le había caído mal, ya que al hablar de religión en la mesa había dicho, sin querer, que era agnóstica, es decir, que pertenecía a la rama agnóstica de la comunidad unitaria. Ella, que lleva un cordón franciscano debajo de la ropa (de la orden terciaria, dijo), encontraba aquellas palabras mías muy sospechosas y me miraba de reojo como pensando: «Esta mujer ha traído el demonio a mi casa». Eso de agnóstico le parecía una palabra alusiva a enfermedades venéreas.
En fin, que seguramente ha discutido con su hijo, después de marcharnos nosotros, acusándolo de sostener relaciones con gentes dignas de la hoguera lo mismo que Miguel Servet. A veces los enemigos coinciden en la «praxis» y hay que tener una mente dialéctica para entenderlo. En aquello la duquesa parecía calvinista.
En esto de las religiones siempre anda la gente alrededor del fuego y a veces cae de bruces en él. Achicharrados. (La abundancia de las ch me hace pensar en el erotismo de los místicos de Pastrana y en los Cazallas que a veces eran mal entendidos y condenados a la hoguera).
En fin, que cuando llegué a Sevilla encontré en el hotel una carta de Clamores, que me pareció complicada y extraña, como esos arabescos de la Alhambra donde se cuentan cosas del profeta de Medina.
Me decía Clamores: «Ya sé que er mardito Lagarto dijo ayer por teléfono que vendría a verme, pero era porque tú estabas allí y le hicisteis cantar la palinodia, pero las diez de últimas las echó la Zegrí cuando se puso al habla y marditas sean sus entrañas, que desde aquel momento yo le colgué el teléfono y me habría gustado más colgarla a ella.
»No he dormido en toda la noche. Ven a verme en cuanto llegues, que tengo mucho que decirte. Ya sé que esta noche vendrá el Lagarto porque espera una corrida en Sevilla y por eso es capaz de hacer las paces con el mismo Satanás, pero tampoco le importo yo como el zancarrón de Mahoma a ese Judas, Anticristo, asesino de tórtolas inocentes.
»El vendrá esta noche, pero yo le guardo una encerrona que le va a doler más de lo que piensa. El Cínife está en Mallorca, pero yo he dicho que está aquí, para que la gente lo repita por los colmaos y el Lagarto se entere».
Pero la carta de Clamores seguía:
«Ese mal hombre, Herodes, asesino de niños jesuses, estará aquí esta noche y yo lo espero con las de Caín, pero antes quiero hablar contigo que tanto sabes de amores y que eres persona leída y sabia en las ciencias de los payos y también en las ciencias bajíes. Mucho te debo, Nancy hermosa, y también a tu marío, que merece ser un calé por lo bien plantao y lo prudente y lo que se burla de los busnós de este lado y del otro de la mar. Que yo te diré por qué no fui a casa del Garambo, ni tampoco los del cuadro de la Eritaña. Yo sabía que el Lagarto tenía a esa tal Zegrí detrás de una cortina para presentarla en el momento en que yo pespunteara la bulería, y así soltarme las carnes con el susto y dejarme desalentá en medio de una falseta. Que todo lo que quiere esa bruja malasombra es hacerme hacer el paripé, sola o con el Mosquito (digo el Cínife). Aquí, entre nosotras, creo que el Cínife le va mejor que el Mosquito a mi compañero, sobre todo desde que ha entrado en el cine con dos películas. Eso de Cínife además de venir bien con el cine, suena así como de alta sociedad».
Así me escribía Clamores, pero no acababa ahí, porque añadía con palabras estallantes: «Al caer el sol estarás ya aquí y supongo que vendrás a mi casita y planearemos lo que haya que hacer con ese cobarde torero de invierno, mardita sea la hora en que nació. Tú dices que yo lo quiero, pero comienzo a pensar que el querer que le tenía y que me volvía los sesos agua se va cambiando en puro veneno y que hasta el resuello me falta, o se me reúnen los alientos y no puedo alentar, y por eso te pido que a la puesta del sol vengas aquí y ya decidiremos el plan.
»La verdad es que en dos ocasiones he ido a ver al Cantueso y él siempre me dice lo mismo: “Mira Clamores, que el Baro está detrás de los grandes achares, sobre todo cuando se cambian las tornas y se envenena la mente con la querencia y la rinconera”. Así me decía. Y en mala rinconera estoy. Pero a mí poco se me da y tengo mi plan y quiero que vengas y me digas lo que te parece, aunque mi determinación está echada y no hay quien la cambie y haga el Furco lo que quiera y aunque intervenga la Santísima Trinidad, que yo me entiendo y quiera Dios que me entienda el Mengue Chulí y se ponga de mi parte.
»El Lagarto me tiene dicho que caerá por aquí hacia las nueve o nueve y media. Eso de caer por aquí, así como por casualidad, ya me encocora. Y si dice las nueve y media serán las diez cuando llegue, para calentarme la sangre. Yo con todo lo que lo odio y aborrezco, tendría una buena palabra y una mejor mirada para él si viniera por las buenas, pero lo que busca es la corrida de Sevilla y castigarme con la furciales esa que se puso al teléfono ayer.
»Como digo, él vendrá y yo me esconderé y dejaré una carta falsa del Cínife a la vista añadiendo una postdata diciendo que estará en alguna parte esperándome. Todo es pura invención, claro. (Esto me lo confiesa Clamores con la esperanza —yo la conozco—, de que la ayude a desarmar al Lagarto si se pone bravo). Cuando llegue aquí ese chulo con pintas, ese piojo resucitado, yo estaré escondida y habré dejado antes por el suelo ropa mía, como si me hubiera vestido para una cita de amor (también me lo decía Clamores esperando que llegado el momento enseñara aquella carta al Lagarto y lo apaciguara). Y con un pulverizador regaré el aire con brisitas de perfume, de ese que sólo empleamos para los amantes del corazón. Y al Lagarto le brincará el suyo en el pecho, detrás de la camisa, como un potro sin domar. Que nunca pudo domarlo, ese corazón de caimán cocodrilo de la Patagonia.
»Así espero que el Lagarto —mardita sea su jeró— llegue y olisquee el aroma, que buenas narices tiene, y me recuerde en los días de la luna de miel y mire alrededor y vea unas braguitas de céfiro caídas juntito al sillón, y un sostén más adelante, y una camisita transparente de noche, encima del canapé y como digo yo estaré escondida no sé todavía dónde (en argún cuartito ropero o en el armario de luna), y escucharé a ver lo que dice y de sus palabras sacaré los sentires de sus adentros, que son los que necesito conocer. No es que no sepa con quién me las juego. Él me ha dicho más de una vez que quiere gastarse enterito en la vida, y gozar todos los goces y acabarse a gusto (así dice el cochino), para que cuando la muerte vaya a buscarlo no tenga ya nada que matar.
»Porque fuerte lo es, a su manera. No es que yo sea floja, pero hay cosas que me ponen mal cuerpo por el lado malange y cañí. Por ejemplo, cuando veo un cangrejo caminando por las piedras me pongo a temblar. Y cuando veo al Lagarto, también, aunque de otra manera. Y a la muerte no quiero llegar ni enterita ni acabada. Y si es acabada, que sea con él.
»Ya te he dicho mi plan en pocas palabras (me lo decía, repito, para que, llegado el trance, le enseñara la carta al torero), que si fuera a explicarlo por entero con todas sus minucias, entre el sentir y el recordar, y el esperar, y el agonizar, tú creerías que estoy más chalá que una cabra montañesa y lo estoy, pero es nada más la chalaura del amor. Y yo no soy como la mayor parte de las hembras, que cuando se casan lo primero que piensan es cómo y cuándo se quedarán viudas, y si el luto les sentará bien o mal. No. Yo no soy como esas mujeres del tiempo de nuestras abuelas, que sólo leen libros de misa y de cocina. Yo no los leo de ninguna clase, pero en los ojos del Lagarto he visto toda la ciencia del mundo, y bebo los vientos por él (eso debe darle a la pobre Clamores lo que llaman aerofagia, que puede producir úlceras de estómago). Y no te digo esto para que entres en nuestra esaborisión como un agente entablador, sino porque necesito verte antes que se ponga el sol, a ver por dónde sale la luna y si la estrella está en posición. Y tú me entiendes y no digo más».
Así me escribía, pero eso no es todo, profesor. Y si le envío la carta entera (luego añadiré el resto) es porque lo que ha sucedido después es de veras increíble y no sé cómo decírselo. Al lado del amor de los andaluces, lo que nosotros llamamos amor, en los Estados, no es más que amable galantería y yo diría que es una especie de falsedad sistematizada por el hábito. Con eso no quiero decir que los andaluces tengan razón.
No salgo de mi asombro, y al duque le pasa lo mismo.
En cuanto a Laury su primera decisión fue ir a una agencia de viajes y reservar plazas para Las Palmas, a ver la Fuente de la Zarza. Cuando choca con algo desagradable, que no le gusta analizar y en lo cual no quiere inmiscuirse emotivamente (así dice él), suele cambiar inmediatamente las perspectivas y como lo de la Fuente de la Zarza le apasiona y además el duque ha prometido ir a vernos allí y dedicar el tiempo al estudio de esa importante cuestión de los atlantes, para él todo sigue estando en buen orden. Yo estoy asustada y hecha un lío de contradicciones y mi actitud ante las cosas que han sucedido es la de un loco que ve visiones. Más tarde comprenderá. Por el momento sigo copiando la carta de Clamores.
«No hace todavía un mes que ese maleta torero sin contratas, más cobarde que un conejo y más falso que una mula vizcaína, me dijo que la Zegrí es una asaúra sin gancho ni ángel y ahí lo tienes ahora. Eso de que la pusiera al teléfono no se lo perdonaré mientras alumbre el sol, que va para largo. Y esta noche quiero darle una espantada como la que los toros resabiados le daban a veces a Rafael Gómez el Calvorota. Que no le va a quedar sangre en las venas.
»Porque —y eso tengo que decírtelo mil veces para que se te quede bien fijo en la memoria—, el hijo de su madre me tiene ley, y su sangre se calienta cuando me ve y si yo le maltrato se le pone a hervir en las venas y yo tengo visto cómo se agarró un día al respaldo del sofá para no caer desmayao, porque yo le había dicho, y era mentira podrida, que me había acostado con el Mosquito, digo con el Cínife. Quiero decir que el maldito Lagarto me tiene voluntad aunque no lo demuestre, que debajo de las cenizas hay un rescoldo fresco que podría prender fuego al bosque entero. Digo, si hay una brisita. Esa brisita la voy a soplar yo esta noche. Yo con mis historias y trucos, que en cosas de martelo todo está permitido si una se sale con la suya.
»Dime lo que piensas de todo esto. Ya sé lo que tú dices: que cuando pedimos consejo lo que buscamos es que nos den la razón, pero por ser tú y haberte hecho doctora el año pasado y haberte casado con el hombre más guapo del mundo (y Dios y la Macarena te lo conserven), yo sé que me dirás tu palabra mejor, sobre todo si has hablado antes con el Cantueso».
Eso me decía en su carta Clamores y como se ve estaba en su paroxismo de mujer celosa. Pero antes de seguir, yo querría hablar de alguna cosa sin importancia para compensar las angustias que me han venido después. Por eso quiero decirle que entretanto Laury había traído consigo un libro que le prestó el duque donde se hacían descripciones de los suntuosos cuartos de baño que tenían algunos pontífices en el Vaticano. El libro era de Edouard de Beaumont, un católico francés, y decía que el baño de Julio II estaba lleno de pinturas de sátiros y de ninfas en actitudes muy estimulantes, pintados nada menos que por Rafael, y no las reproducía porque entonces el libro se habría considerado pornográfico y habría sido prohibida su venta. Esto sí que hacía reír a Laury y con razón, pensando en la vieja duquesa.
Yo estaba, como se puede suponer, con la obsesión de la carta de Clamores. Y lo estoy ahora más que nunca. Era un día muy caluroso y en el hotel fuimos al bar. Yo tomé una cerveza, pero Laury dijo, con un gesto que nunca había visto en él, que la cerveza hacía a la gente democrática y pidió un brandy Napoleón. Añadió, sin embargo, que la democracia le gustaba, pero sólo en los Estados Unidos. En el resto del mundo la gente no sabía ser democrática. Eso, allá él. Permítame que siga contándole alguna cosa frívola antes de perder la razón, que no es para menos.
Llamé a Soleá, que se alegró mucho de saber que estábamos de regreso y vino corriendo. Traía consigo a la niña Carmela que estuvo conmigo los días de soledad en Alcalá de Guadaira y que casi volvió loco a Curro hablándole del abejorro rubio que venía a verme y que llamaba «mi amante». La niña era sobrina de Soleá y me echó los brazos al cuello. Se acordaba muy bien de mí. Había una sorpresa agradable: Soleá estaba encinta y parecía contenta con la perspectiva de la maternidad. Me contó que no sabía cómo decirle a Carmela que iba a tener un primito y por fin le dijo que lo traerían de París. La niña lo esperaba cada día. Pero Soleá, sintiéndose incómoda con el embuste, y queriendo mostrarse moderna y progresiva, llamó a Carmela y tomándole la mano la puso sobre su vientre.
—El primito. ¿No sientes algo que se mueve?
—Sí.
—Es el primito.
—¿Entonces ha venido ya?
—Sí.
Carmela comenzó a llorar y a preguntar a grandes voces:
—¿Por qué te lo has comido, tía Soleá? Yo quería jugar con él.
Se lo conté a Laury, pero no le hizo gracia ninguna. La risa de Laury tiene siempre motivaciones raras y no necesariamente lógicas.
En cuanto a mí, hace tres días que no sé lo que pienso, yo misma.