XV
El «Mengue Baro», belzebú y los tuertos
En su tesis Nancy tenía la obsesión constante de justificar y aplaudir a los gitanos por su tendencia a ignorar la realidad de los otros. Algún agente misterioso la estaba atrapando. La canción favorita de Nancy era la soleá y en el baile la bulería. Por los duendes que esas canciones y bailes suscitan se podría tal vez encontrar una pista sobre las reacciones de nuestra amiga.
El error de Nancy estaba tal vez (sin darse ella cuenta exacta) en hacer partir su sentido de las cosas de sus experiencias personales con Curro, Quin y el duque. El sentido frenético de los gitanos que a ella le interesaba partía de sus experiencias amorosas con Curro, en las cuales el frenesí del macho siempre halaga a la mujer. Y del incidente del moscardón, al que Nancy comenzaba a considerar un duende furco. Su zumbido, su vuelo corto y rápido, su contorno dorado y luminoso, la fascinaban. No había que olvidar que el abejorro rubio al perder un ala produjo consecuencias lejanas y funestas.
A mí me interesaban estas cosas poéticamente y leía los capítulos de Nancy unas veces divertido y otras de veras interesado. Lo primero me pasó con el capítulo sobre la actuación de los duendes despertados para la acción por el cante y el baile.
En cuanto al sentido de la realidad, había en todo aquello una tendencia larvada hacia la utopía. Es decir, hacia una realidad ideal propia y diferente. Los gitanos la conseguían a veces.
—Eso del gachó del harpa no lo entiendo —repetía Blacksen, ensimismado—. Debe ser el protagonista de alguna clase de utopía.
El gusto por las utopías es natural e instintivo y no producto de la civilización. El gitano vive sus sueños. Todos los chicos en sus siete u ocho años han soñado con ciudades de azúcar, casas de cristal con los muebles de caramelo y otras fantasías. Ellos se las fabrican. Si los niños ponen el mayor énfasis en los placeres del paladar, los adultos dan el lugar más importante al amor.
La utopía de Huxley, «El mejor de los mundos», dice que la vida afectiva del futuro será suprimida y que el amor quedará reducido a la satisfacción animal de un deseo. No faltarán lectores que estén de acuerdo, pero la mayoría de los hombres gustan de rodear el misterio de la creación humana de circunstancias morales, reverenciales y místicas. El mundo de los gitanos es otro. Una utopía sin ayer ni mañana.
En el futuro el amor-dolencia de los románticos será combatido como una enfermedad. Según Huxley, la mujer será convertida en un animal ovíparo, la gestación se hará en laboratorios del Estado y produciremos a voluntad masas obreras estériles, como las abejas. Eso los gitanos no querrían entenderlo nunca.
Pero en la utopía de Huxley los antropólogos conservan en un parque cerrado algunos ejemplos de la sociedad de la que formamos parte hoy. Una familia de origen latino se conduce de una manera escandalosamente inmoral. Las pasiones están vedadas en la ciudad del futuro y el hombre mediterráneo se escapa del parque, circula entre la población, se enamora de una mujer y acaba suicidándose en medio de la curiosidad fría o el estupor de la gente. Su amada, una mujer fecunda, cuya función reproductora está controlada por el Estado, se ha contagiado también de esa «enfermedad» amorosa, lo que quiere decir que la sociedad del futuro de Huxley no está todavía curada de nuestras «impurezas». Esas «impurezas» son mera gitanería. Como se puede suponer, en todo eso hay más humor poético que profecía, y lo más interesante no es lo filosófico ni lo moral, sino lo simplemente literario. Todavía la mejor calidad literaria consiste, en mi opinión, en una atmósfera irreal que tratada lógicamente alcanza a menudo a producir los efectos fríos y puros de un sueño. Por ahí se acercan los utopistas a las imágenes del surrealismo. Y a la extravagancia del duende gitano.
Si las pasiones están vedadas en el mundo futuro, el éxtasis lírico lo está también. La gran poesía de hoy se considerará mañana, según parece, subversiva y perversa. Dante, Shakespeare, estarán prohibidos. También lo estarán los misterios morales de orden abismal, como los de Dostoiewsky y Tolstoy y Kafka, y sus libros encerrados en cajas fuertes. Sólo serán accesibles a muy pocos iniciados. Tal vez Cervantes sería en ese caso uno de los autores permitidos. En el Quijote el amor romántico es una caricatura, y lo son también el sentido idealista de la justicia y el honor. Pero no dicen todavía nada de eso los utopistas modernos.
Y a los gitanos todo eso les importa un cuerno y la cepa del otro. Por eso en la utopía de Huxley los gitanos serían exterminados.
Sin embargo, su tendencia a una realidad propia es una tendencia a la utopía. Con gachó del harpa y todo. Lo que pasa es que su utopía es alucinatoria y no lógica.
Según otro autor llamado Andrey, la memoria cultural y herencia moral y virtuosa serán suprimidas. Y habrá una tendencia al libertinaje a veces chocante y casi siempre más humorística que verosímil. No creo lo que dice Andrey. La humanidad tiene ya probablemente todo el libertinaje que puede tolerar. Pero algunos utopistas hacen con las ciudades del amor lo mismo que los niños con las ciudades de caramelo. Buscan la orgía. Los gitanos evitan la orgía para gozar mejor de la diferencia.
Ni Huxley ni Andrey son optimistas. Menos lo es Orwell, que en su «Mil novecientos ochenta y cuatro» (una fecha bastante próxima, que los lectores alcanzarán) presenta un estado materialista y mecánico de una frialdad y violencia y de una indiferencia por la suerte del individuo de veras ofensivas. Los libros de Vonnegut y Wolfe tampoco revelan verdadera esperanza. El futuro es peor que el presente. Vonnegut describe en «Player Piano» una sociedad esclavizada a las máquinas, tratando de rebelarse y lográndolo al fin, como en el drama de Ernesto Toller. «Limbo» comienza con una guerra de autómatas, después de la cual se produce en el mundo una corriente de pacifismo que lleva a la gente a los mayores excesos de entusiasmo religioso, entre ellos a la purificación por el martirio. Parece que cuando la gente es del todo feliz —o cree que lo es— se inclina a alguna forma de masoquismo y a crear desgracias artificiales. La gente en la novela de Wolfe se corta las piernas y los brazos, y los Volamps (amputados voluntarios) se convierten en la minoría admirable y en la aristocracia conductora. Si todo esto es posible, el futuro no resulta muy tentador. Y menos para los gitanos. Algo de eso intentaron hace muchos siglos los albigenses, secta suprimida por Roma.
Hasta ahora se consideraba la utopía como una forma de literatura «escapista», es decir, un medio de fuga de la realidad, pero habrá que comenzar a cambiar de opinión. Los utopistas de hoy ironizan contra el mañana de un modo violento y a menudo incorporan a la ironía las sales cáusticas del sarcasmo. Los escritores de hoy se burlan del porvenir. A los gitanos el porvenir les tiene sin cuidado. La manía de hablar sobre el porvenir ha creado un género folklórico llamado de la tabarra. Es al menos lo que dice Nancy.
Las «utopías» retrospectivas de las que hablaba antes se refieren a los ensayos de ciudad ideal hechos en Brook y en las cercanías de Londres. Esto es más interesante y no se trata de lo que haríamos, sino de lo que hemos hecho, más bien o más mal. Los socialdemócratas ingleses, según cuenta Harold Orlans en su libro «Utopía Ltd», han tenido que afrontar en su ciudad modelo las dificultades del viejo mundo y de la sociedad tradicional. Una comunidad libre es una empresa difícil, porque la libertad es un don divino que, como el de la salud, sólo se comprueba y estima cuando se siente en peligro y cuando se pierde. El otro libro retrospectivo se refiere al ensayo famoso de l84l en New England. Truman Nelson recuerda los accidentes, fracasos y victorias de aquel ensayo colectivista en el que tanto se interesaron Thoreau y Emerson y que acabó, según las malas lenguas de Boston, en una triste confusión, en la que no faltaron los personalismos, la lucha por el poder, los celos de todo orden y las más tristes pruebas de la violencia de nuestros instintos. Una especie de gitanería malange. La falta de higiene produjo una clase nueva de epidemia, que según Nancy llaman los gitanos «la pejiguera». En esto mi estudiante anda desorientada.
Ni la utopía del futuro ni la del pasado ofrecen nada definitivamente mejor que lo que tenemos ahora. Todos esos libros son pesimistas, sobre todo los que se refieren a los experimentos históricos. ¿No será la mayor utopía la de Brook, es decir, la que trata de forzar las etapas y de crear artificialmente en l84l lo que sólo podrá traer el tiempo con sus pasos contados y la sociedad con sus experiencias laboriosas? Los gitanos no dirán que sí ni que no. Sólo les interesa el día en que viven.
El pesimismo de los utopistas nos muestra que en la sociedad moderna de los países llamados civilizados, la tendencia al escapismo, a través de doctrinas fascistas y extremistas de izquierda, al fracasar, ha producido dos tipos humanos de importancia creciente. Uno ruidoso y cínico: el gamberro —así dice Nancy—, y otro silencioso y meditabundo: el hippie. Este con tendencias budistas. Pero los gitanos no necesitan escapismos ni utopías. Están bien insertos y encuadrados en su realidad, con el duende adecuado a cada situación, y esta abierta y cerrada satisfactoriamente con el canto y el baile.
En cuanto al robo y la violencia, han sido de todos los tiempos y cada día se generalizan más. Cada cual quisiera hallar su utopía y realizarla, pero no sabe cómo. Ahora algunas sectas imitan a los gitanos cantando y bailando.
En una novela que he leído hace poco, el protagonista es un enfermo de los nervios que hace uso de una máquina curiosa. Es una máquina que puedes tener tú también, lector, y yo y cualquiera, y que produce aplausos, ovaciones, tumultuosos clamores de entusiasmo, con los cuales, cuando se siente uno deprimido, reconstruye y eleva su ánimo. En un tiempo de neuróticos y psicóticos como el que vivimos, esa máquina es algo más que una tontería.
¡No es nada, procurarse el éxito cada vez que decae la moral! Y no cualquier clase de éxito, sino esos triunfos a la romana, con coros entusiastas que repiten el nombre de uno, como los que aclamaban a Hitler, a Mussolini, a Stalin. O como se aclama a un torero en la arena o a un boxeador en la lona.
Smith oye embelesado su nombre entre clamores de entusiasmo. Sólo le faltan las lluvias de pétalos de rosa y el vuelo de palomas pintadas de oro. Con todo eso evita una molestia que se expresa en términos coloquiales por un sintagma indirecto, que diría Nancy: el que le jeringuen a uno.
Aplausos y vítores en el portal al salir de casa. ¿Qué psicópata resistiría ese tratamiento?
Lo malo de nuestro tiempo es que cada cual se cree con derecho a esa clase de victorias y que no las tiene nadie. Desde el hombre de Neanderthal, con su hocico saliente y sus ojos hundidos, hasta el actor de cine de ahora, todos han anhelado más o menos conscientemente, esa clase de victorias. Y el que no lo consigue se hace el sueco, cantando flamenco en los cocktail parties.
Hombres como Diógenes, el ateniense, en tiempos de Alejandro Magno, son rarísimos hoy —si queda alguno—. Sabido es que Diógenes, viviendo en una voluntaria y absoluta pobreza, fue visitado por el victorioso héroe, quien le dijo: «Si yo no fuera Alejandro el Grande, me gustaría ser Diógenes. Pídeme lo que quieras y te lo daré». La respuesta de Diógenes fue: «Lo único que te pido es que te apartes un poco, porque me estás quitando el sol». El sol natural, no el de la falaz gloria con ovaciones y vítores.
El gran problema de nuestro tiempo es que en los países más desarrollados —de los cuales depende la civilización— cada ciudadano vive como un príncipe, sin que se vea por parte alguna el principado y menos aún el derecho de cada príncipe a la veneración de su pueblo. ¿Qué pueblo? ¿Qué veneración? Los pobres gitanos lo saben tal vez a su manera, y Nancy trata de explicarlo.
Ciertamente, todos vivimos mejor que vivían los príncipes de sangre en los siglos pasados. Lo único que nos falta es precisamente el clamor multitudinario con que se les acogía cada vez que aparecían en público. Eso de vivir como príncipes no es broma ninguna. ¿Quién no tiene hoy un coche en los Estados Unidos con un poder equivalente por lo menos a cincuenta caballos? Pues esos cincuenta caballos, con otros tantos pajes o espoliques o escuderos, los tenían los príncipes en las caballerizas para enviar sus correos rápidamente cuando hacía falta. Los correos nuestros llegan más pronto, sin necesidad de cambiar de montura cada diez millas. Y cuando se enfadan con el empleado de la gasolinera, si el otro es gitano le dice una frase cabalística:
—¡Achanta la muy!
Y el otro se calla.
Eso dice Nancy.
Es raro, sin embargo, que un calé trabaje en una gasolinera.
Sin embargo, todos somos príncipes. Además de esos cincuenta caballos, tenemos un teléfono que nos comunica no sólo con los más distantes lugares de nuestra patria, sino con los últimos rincones del planeta, lo que para los príncipes de la antigüedad era inaccesible del todo. Pero hay otros muchos indicios de nuestra principalidad. Por ejemplo, comemos con música exquisita proporcionada quizá por la orquesta sinfónica de la corte inglesa en un disco o en una transmisión de radio. Y no se diga que es una entelequia, porque a veces tenemos la orquesta presente en la pantalla de la televisión.
Si preferimos juglares, bufones o bailarinas, podemos tenerlos sin más que cambiar el canal, haciendo girar un botón. Y allí está el artista de circo o Bob Hope o Charles Chaplin o Jerry Lewis tratando de hacernos felices, para lo cual alguien les paga en nuestro nombre dos mil o tres mil dólares por cada quince minutos. No es sólo eso. Tenemos también esas comodidades que sólo podía permitirse en el siglo XIX, es decir, ayer como quien dice, algún que otro emperador. Por ejemplo, agua caliente día y noche. Podemos bañarnos a las dos de la madrugada si nos place, sin movilizar un ejército de sirvientes. Y más sirvientes y mayores lujos representa todavía tener el aire de la casa caliente en invierno y fresco en verano. Y escuchar a la Niña de los Peines. O a la Macarrona.
Todo eso lo tenemos a la medida de nuestra voluntad en las ciudades del mundo moderno. A eso lo llaman los gitanos viejos con un fonema metafórico, según dice Nancy en una nota erudita al pie, «la descojonación». Por cierto, que yo no se lo corrijo. ¿Por qué iba a corregirlo, si es verdad? Recuerdo que es la segunda vez que escribe esa expresión.
Tenemos, además, cosas que nunca tuvieron los más poderosos monarcas de la Tierra. Que Salomón mismo no pudo imaginar. Tenemos la calma y la tranquilidad —y la felicidad física y hasta gran parte de la felicidad moral— a mano. En forma de capsulitas de todos los colores del arco iris. Basta una combinación de dos de esos colores para darnos unas veces lo que necesitamos y otras para satisfacer caprichos y veleidades del todo infantiles. Las veleidades del estar bien y del estar mejor.
No es necesario recordar que las grandes empresas aéreas tienden delante de nuestros pies cuando vamos a subir al avión la alfombra con la púrpura imperial. Una vez en el avión y a alturas de cuarenta mil pies, nuestro principado sigue en vigor, y encantadores pajes femeninos nos ofrecen con su mejor sonrisa una colección variadísima de licores y, desde luego, nos sirven comidas exquisitas. A nuestro lado podemos ver desfilar (si miramos por la escotilla) los reinos de la Tierra. Los mismos que despreció Jesús cuando conoció la turbadora experiencia del desierto. Lo mismo que Jesús, nosotros podemos permitirnos despreciar los reinos de la Tierra, tendidos y propicios a nuestros pies. Aunque menos sincera y menos virtuosamente. Los gitanos los tienen también, los reinos de la tierra, pero no quieren los del agua.
Es decir, que la llamada democracia industrial nos permite sentirnos no sólo príncipes de la tierra, sino también de los espacios. Para el calé no es novedad alguna, porque ya los tenían a su manera, auxiliados por sus duendes, en cada caso.
Esos falsos príncipes y falsos semidioses que somos todos (con condiciones genuinas al alcance de la mano), cuando se dan cuenta de la falsedad de sus títulos, se llaman a engaño y se ponen a ulular y a dar o a reprimir alaridos de espanto. Una gran parte de las neurosis y las psicosis de hoy nacen obviamente de esa circunstancia. Por eso en los Estados Unidos los psiquiatras se hacen ricos tan fácilmente, mientras que en países subdesarrollados, donde el teléfono, los receptores de radio y televisión y los automóviles son artículos de lujo, apenas si tienen nada que hacer. Los gitanos pueden curar a un neurótico a distancia, sacándole los mengues de la entraña.
La máquina de los aplausos era lo único que nos faltaba. Habría que poner una en cada zaguán, de modo que al salir de casa (como al salir el príncipe de su alcázar) tuviéramos la impresión de que las indiferentes multitudes nos ovacionaban y se postraban a nuestros pies repitiendo nuestro nombre. Eso nos haría quizá por un instante tan felices como a Smith, el hombre de apellido standard, que en la novela de Donleavy se da a sí mismo las glorias de este mundo a medida que las necesita su pobre ánimo, frecuentemente en crisis. Los gitanos no tienen crisis, sino mal bají. Y lo conjuran eficazmente con sus duendes.
Pero dejemos hablar a Nancy:
«En los tiempos que vivimos el gitano lo tiene todo resuelto, adaptándose al frenesí por sus propios medios, que son por naturaleza los más eficientes. ¿A quién se le ocurre que el hombre necesite batidores, procuras, moros conciliantes, tentativos, flacos intercesores o gordos cerbatanos? Y no son sólo esos, sino muchos más. Incluido el manús de la cobaya.
»Además de lo que dije antes, el rey Carlos II dio una ley contra los gitanos que permitía poco menos que matarlos a boca de jarro (expresión coloquial), es decir, rompiéndoles la cabeza como se rompe una jarra de loza de un estacazo. Los gitanos reaccionaron inmediatamente. La reacción frenética de los gitanos consistió en retirarles al rey y a la reina toda asistencia de los duendes propicios. ¿Qué monarca hay en el mundo que pueda contra esas circunstancias cuando son promovidas por hombres como Curro, capaz de romperle un brazo a distancia a Quin sin más esfuerzo que el de darle un golpe con un pañuelo a un abejorro? Y eso que Curro tenía sólo un octavo de gitano.
»La corte de Carlos II pudo haberse salvado y el rey tener descendencia, pero los gitanos le quitaron tres elementos necesarios para la procreación: un venero, un tentativo y un transmisor. Con esos tres duendes los gitanos le retiraban al rey nada menos que la propensión de la hembra, el melindre que produce la propensión y lo que yo llamaría la apacibilidad que produce el melindre. El rey quedaba perplejo un momento y en ese momento los genes retrocedían. Porque esos genes necesitan la propensión frenética para actuar. Y esto se comprende por sí solo. En términos científicos, eso se llama la cachondez. Y está mal visto por las gitanas virginales.
»¿Qué le sucedió al rey Carlos II cuando se vio desasistido de esos agentes? Pues que no pudo procrear y que murió sin heredero del trono, lo que costó guerras y matanzas por millares en todos los países de Europa. ¡Y pensar que todo aquello se podría haber evitado simplemente con un poco de benevolencia del rey por sus gitanos! Véase el ejemplo contrario, el de Fernando VII, que tuvo un reinado glorioso. Y también más tarde, y en condiciones menos frenéticas, el regreso de Alfonso XII y su proclamación en Sagunto. El pueblo lo aclamaba por las calles de Madrid el día de su entrada triunfal sin necesidad de máquinas ni de cintas grabadoras ni de gramófonos. El pueblo gritaba. Y había un gitano cañí cerca del caballo del rey que se desgañitaba (término metafórico que quiere decir que perdía el gañote y que se relaciona con un juego de naipes llamado también el gañote, donde hay un coro de cuarenta personas que canta el triunfo de un rey al final de la partida, pero esto no es seguro, y debo confirmarlo revisando mis notas).
»El rey Alfonso XII, halagado por aquellos alaridos de entusiasmo, le dijo desde el caballo: “Mucho vitoreas a la monarquía, muchacho”, y el gitano respondió:
»—Anda, pues esto no es nada. ¡Si nos hubiera usted oído gritar en favor de la república cuando echamos a la puta de su madre!
»Ahí el rey espoleó el caballo y dejó atrás al frenético gitano metido en política. Porque al gitano lo mismo le importa el rey que el presidente de la República, los dos Busnós Baros —es decir, grandes— que no influyen para nada en su realidad. Allá ellos con sus problemas. El gitano quería gritar aquella mañana de sol, y eso era todo.
»Decía Carlos II en su pragmática contra los gitanos (cruel de veras) el día 20 de noviembre de l692: “Se les prohíbe vestir el traje de gitano, bajo severas penas y hablar el lenguaje o la jerga que ellos hablan entre sí, y de la que se valen para sus engaños. Se les prohíbe vivir aparte (en comunidad gitana) de los demás vecinos de la población, asistir a las ferias de ganados mayores o menores, e incluso vender o cambiar animales de ninguna especie, a menos que se haga con el testimonio escrito del notario, quien certifique que los animales son de su legal pertenencia, por su adquisición o por su nacimiento. También se les prohíbe a los gitanos bajo pena capital llevar armas de fuego”.
»Tres años más tarde, el mismo monarca (l2 de junio de l695) publicó una premática de veintinueve artículos, algunos de veras inhumanos. Se les prohibía también el oficio de herreros, caldereros y leñadores. Tampoco podían tener en su posesión un caballo o una yegua. Si los tenían, cualquiera podía apoderarse de ellos sin responsabilidad legal y denunciarlos y enviarlos por seis meses a prisión. Sólo se les permitía, para el trabajo del campo, tener alguna mula o mulo. ¡Para el trabajo en el campo! ¡Nada que digamos!
»Sin duda —sigue Nancy—, los que escribían las pragmáticas no sabían calé, porque en ese idioma mulo es muerte (del sánscrito), y de ahí muladar y dar mulé, como ya creo haber indicado al principio. Tal vez —y esto lo digo con todas las reservas y esperando poder comprobarlo antes de hacer la copia definitiva de la tesis— en sánscrito se llama mulo al animal con el que acaba la generación por ser híbrido. Ya es sabido que el mulo y la mula son estériles y que no procrean. Tal vez —aunque no podría afirmarlo correctamente— el sentido de la palabra mulo y su relación con la muerte viene de ahí.
»En todo caso, para los gitanos la palabra daba mal bajío, como se puede suponer. Sólo el gachó del harpa podía invalidarla.
»El artículo doce de esa misma ley castiga a los gitanos con seis años de gurapas si se les encuentra merodeando fuera de su aldea. Y como algunas personas por razones particulares y por ser a menudo los gitanos gente de placer los favorecen, teniéndolos en sus casas, si se halla alguno de estos favorecedores serán castigados de la siguiente manera: si son nobles, con una multa de seis mil ducados de oro, la mitad para el tesoro real y la otra mitad para los gastos de justicia. Y si no es noble, el protector de gitanos será condenado a remar diez años en las galeras de S. M.
»Por si esto era poco, los ministros de la justicia estaban autorizados a disparar contra ellos al menor signo de resistencia o en el simple caso de hallarlos llevando armas.
»La crueldad de estas leyes es evidente. ¿Qué podían hacer los gitanos sino movilizar los agentes para que actuaran cada uno en la dirección debida, es decir, unos en defensa con el pandero farruco, otros en su vanguardia pugnaz o puñetera, que de los dos modos se puede expresar, y los demás dispuestos desde sus diferentes lugares del furcazo?
»Todo consistió en esterilizar a los reyes, y ya hemos visto cómo lo hicieron. Y al mismo tiempo en congraciarse con la gente paya o gentil o con los busnós. Cuando quieren saben hacerlo muy bien. Pero haciendo uso de sus duendes, como siempre, en grupos de tres.
»Conquistar a un busnó tiene tres partes, que yo llamo la sorpresa, la atracción y el enajenamiento. Y para eso emplean, al parecer, según el Cantueso, que era uno de los más viejos gitanos de quien no hablé en mis cartas porque no quería que otros se aprovecharan de mi descubrimiento, dos agentes nada más: un velador y un solícito. Velador viene de vela, es decir, de vigilia, de donde viene también vigilancia. La torre de la Vela de la Alhambra quiere decir la atalaya o el lugar desde donde se vigila la llanura a ver si hay gente enemiga que se acerca. Ese duende descubre al payo. Y el solícito es un agente que adula o da coba de buena fe. El velador procura que no se acerquen cenizos a la persona a quien se quiere conquistar, y el solícito entre tanto le dice: tiene usted la presencia de un general de división, suponiendo que sea un teniente o un capitán. O bien si es un cura: para mí su mersé es más que un obispo y un cardenal.
»Esos agentes bastan para los pequeños hurtos. Cuando se trata de caza mayor aparece un tercero: el gordo cerbatano, el del furcazo en el ojo. Este es un duende maligno que hace su oficio en el acto y que embota la mente e inmoviliza al payo.
»Los gitanos saben hacer uso de esos recursos de tal forma que si yo lo explicara en esta tesis por completo y hasta el fin me extendería demasiado y habría muchos que no lo creerían, que pensarían que era invención mía. Entonces si el furcazo no funciona debidamente, es que hay un intruso y hay que recurrir al procura, quien le da al intruso para alejarlo la ronquera de Jaén, que es como si tuviera el roce de una pluma en la garganta, y a la hora de pronunciar la h hace un sonido raro, como jjjjjjhhhh, y con la ronquera se asusta y se va, pensando que el gitano está dándole mal de ojo.
»Es una manera de despejar el campo, como se suele decir.
»De todas formas, los gitanos les hicieron perder a los dos monarcas todas las batallas con Luis XIV, a quien los cañís Martell de Francia protegían de la manera contraria, haciendo de él un verdadero don Juan, y el reino de Carlos II se hundió, arrastró consigo la casa de Austria y acabó con la paz de Europa.
»Otros ejemplos puedo citar en abono de mi tesis. Por cierto, que lo que es malo para el payo (tener el santo de espaldas, dicen ellos), es bueno para el calé. Como se ve, hay aspectos ambivalentes en una sola cuestión, y la ambivalencia es contraria a cada cual y a cada quien si no interviene el duende adecuado. Esto de “a cada quien” es un modismo que se usa también entre los castellanos.
»Volviendo a tomar el hilo dialéctico, cuando al intruso le dan la ronquera de Jaén, se marcha y deja solos al gitano y al payo, que se ha contagiado ya de su vehemencia, y entonces el calé lo tiene a merced suya. Ni el manús de la cobaya podría hacer nada.
»Pero además los calés saben leer en las estrellas. Habrá quien lo dude, pero si saben leer en las estrellas los pájaros que se orientan por ellas para navegar por los cielos, ¿no han de poder leer los seres humanos? Lo meritorio de los gitanos es que lo hacen sin astronomía ni álgebra. Por el bají también. Como las golondrinas.
»A la reina Cristina, después de la muerte de Fernando VII, le dijeron los calés muchas cosas sobre su hija Isabel. Le pronosticaron la caída de la monarquía y la huida a Francia, tomando una hierba que llaman “soleta”. Tomar soleta. Y luego el regreso de su hijo Alfonso XII. Esto lo saben los gitanos por las estrellas y por las rayas de la mano. Aunque hay gentes que no creen en esas rayas, yo les diré que Aristóteles, padre de la filosofía, creía en ellas y explica en sus libros el sentido de cada una de ellas. (Nota al pie).
»Más tarde fue una gitana la que le dijo a Eugenia de Montijo que sería emperatriz de los franceses, y aunque todos rieron en las narices de la pobre calí, pocos años después tuvieron que rendirse a la evidencia viendo a Eugenia casarse con Napoleón III, a quien llamaban el gachó de la montija. El del harpa había sido Napoleón I.
»Como digo, esas cosas las saben los gitanos por las estrellas. Pero necesitan también para leerlas sus agentes, en cada caso. La lectura de las estrellas no es cosa fácil. Tendré que hacer algunas preguntas a los profesores del comité sobre esa materia».
Ciertamente Nancy vino a verme y yo le recomendé que leyera el libro de Harlow Shapley «De los hombres y las estrellas» y me hiciera un «report» escrito. Yo me quedé de veras sorprendido de ver lo bien que Nancy hizo su informe. Y lo transcribo, aunque corrigiéndole un poco (bastante) el estilo. Dice Nancy: «Shapley resuelve algunos problemas menores y plantea otros nuevos. A eso se le llama entre los calés cultos “chanelar”. Como suele suceder con los hombres de ciencia, quienes no sólo chanelan, sino que diquelan hasta que encuentran la fetén, es decir, la fórmula definitiva. Como la de Einstein: E = MXc2.
»Muy complejos son los problemas de este famoso matemático americano que fue astrónomo del Monte Wilson y es ahora profesor y jefe del observatorio de Harvard. El señor Shapley nos sugiere un tema mucho más vasto, cuya relación con los gitanos es sólo tangencial. ¡Pero vaya tangente, que diría la Chicharrona! El problema más grave que nos plantea es el del hombre vencedor del tiempo. Teóricamente, el hombre lo ha vencido ya al tiempo, con Einstein. Y prácticamente lo vencerá un día.
»Declaremos, desde el principio, que debemos gratitud a este hombre por su actitud de veras valiente y arriesgada, en contra del antropocentrismo. Hasta ahora, todo parte del punto de vista natural del hombre, de sus necesidades y de sus medidas en la explicación del universo. Evitar esa disposición viciosa o tratar de evitarla es una tarea de gigante. Ya que hay que dar su parte de crédito a los duendes y a otros imponderables.
»Harlow Shapley lo intenta y, hasta cierto punto, lo lleva a cabo.
»Si juzgamos por las conquistas del racionalismo en los últimos dos mil años, no hay duda de que un día los hombres podrán responder a todas las preguntas del misterio cósmico sin necesidad de salirse del marco de la naturaleza. Al hablar así, pensamos en los problemas del mundo que conocemos hoy a medias. Todo aquello que hoy vemos y no entendemos, lo entienden los gitanos por el bají. Ya he expresado en distintas ocasiones lo que eso quiere decir. Para los gitanos el día que viven es eterno. La noche les sorprende como la muerte a los viejos. Y no esperan nada del día siguiente. No existe el mañana. Tampoco el ayer. Sólo existen sus muertos sagrados y el día en que viven.
»Eso es todo y tal vez tengan razón. En el transcurso de esta tesis pienso seguir demostrándolo.
»No sólo trata este libro de las cosas más grandes (galaxias y combinaciones de galaxias), sino también de las más pequeñas, es decir, de la molécula inorgánica evolucionada hasta los tipos más complejos de vida orgánica: la flor, el ave voladora, el hombre pensante. Este hombre pensante que está alcanzando ahora la cima y cumbre de su estúpida soberbia a través de los “pseudos” de la ciencia y los del arte y los de la política. Y que tendrá que apearse de su tontería el día menos pensado, cuando descubramos que hay millones de mundos con seres pensantes más evolucionados, complejos y poderosos que nosotros. Y con subespecies gitanas —espero— en todos ellos.
»De muchas cosas habría que hablar en relación con Shapley.
»Y con los gitanos, claro. Y sobre todo con los agentes que usan los gitanos para movilizar fuerzas y crear sus verdades. La chipén o la fetén se alcanza entre ellos con tanta dificultad y esfuerzo como entre los sabios, pero con más gracia. Sobre todo en lo que se refiere a las estrellas. De eso podría decir algo sustancioso el manús de la jeró.
»Porque, aunque Shapley, cuidadoso del rigor científico, no habla de los “flying saucers”, por ejemplo, yo, que no soy una mujer de ciencia y que tengo por tanto mi mente y mi imaginación en libertad, creo que esos “flying saucers” o “platívolos”, como los llaman en México, existen y son naves interplanetarias y tal vez interestelares, de las cuales va a venirnos a nosotros cualquier día toda una serie de revelaciones. El hecho de que desconfíen de nosotros esos visitantes cautelosos y lo piensen mucho antes de aceptar nuestro comercio y relación, quiere decir que saben lo que se hacen y que no ignoran qué clase de sujetos somos.
»Los gitanos creen que si no existieran busnós y todos en la tierra fueran calés, los platívolos habrían bajado a la superficie y de ellos habrían salido otros calés llenos de sartas de perlas y diamantes, llenos de onzas de oro y de sortilegios; pero conocen a los maulas batos que mandan (de ahí viene batería, quiero decir del sánscrito, en el que batos es poder y fuerza).
»Pero dejando las hipótesis gratuitas al margen, volvamos al libro de Shapley. El astrónomo dice que es “altamente probable” que aptas y observadoras criaturas habiten millones de otros mundos en este universo que todas las noches vemos sobre nuestras turbadas cabezas. Cuando un hombre de ciencia dice “altamente probable” quiere decir “absolutamente cierto”.
»Yo también lo creo. Y tú, lector. Y la mayor parte de la humana sociedad. Hasta la Iglesia católica, tan tímida frente a los descubrimientos del racionalismo, se ha anticipado a declarar que la existencia de otros mundos habitados no modifica ni destruye la estructura religiosa moral ni filosófica del catolicismo. Ya no vivimos en los tiempos de María Castaña, a cuya nieta, según me dijo Curro, tratan de atrapar metafóricamente en las tabernas. Porque la nieta de María Castaña (que llegó a ser muy vieja) se llama así también. A todas las mujeres de su casta las llaman las castañas. También quiere decir las mujeres de mucha casta. (Anfibología digna de una nota al pie).
»Una circunstancia pintoresca nos espera el día del primer contacto con nuestros colegas pensantes en otros lugares del universo. Muy probablemente, nosotros pasaremos a ser en relación con ellos lo que son ahora en relación con nosotros algunos pueblos primitivos. Una sociedad más evolucionada que la nuestra nos mirará a nosotros como nosotros miramos hoy a los pigmeos en el centro de África o a los esquimales en el Ártico. Y tal vez —¿quién sabe?— como miramos nosotros a las hormigas afanosas y ciegas.
»Es un ejercicio inocente y divertido imaginar la actitud de esos “pseudos” de la ciencia, el arte, la política, la religión (tan cómicamente satisfechos de sí mismos), cuando cualquiera de los seres de esas culturas superiores nos examinen tomándonos con pinzas, como tomamos nosotros a los cochinos insectos.
»Pero de las sugestiones de este libro breve y sustancioso, la más importante para mí es la del tiempo vencido por el habitante de este pequeño, hidratado y primitivo planeta. El hombre terrestre, si sale de su sistema solar en una nave (y esto será posible en cuanto se descubra el uso del protón negativo), vivirá fuera de los espacios terrestres fácilmente períodos de tiempo que serán equivalentes a otros mucho mayores de la vida de nuestro planeta.
»¿No tienen razón los gitanos cuando se desentienden del tiempo, es decir, cuando no viven para el ayer ni el mañana, sino el hoy? Es una manera de decirnos que hay que estar en guardia contra los calendarios. La verdad es que nunca he visto uno en ninguna casa de gitanos.
»Pero lo que decía antes es fabuloso, si bien lo pensamos. Quiere decir tanto como han dicho los más grandes teólogos del pasado. El Cantueso piensa lo mismo a su manera.
»Es decir, que si el viajero regresa a la Tierra después de quince años de trashumancia interestelar, encontrará en nuestro planeta una sociedad doscientos cincuenta o trescientos años más vieja. Es decir —aún—, que el hombre puede vivir con sus medios naturales y en determinadas condiciones dos siglos, tres siglos, y tal vez mucho más. Tal vez algunos milenios. Teóricamente, es un hecho cierto ya.
»Nada de esto dice Shapley. Pero otros autores lo han insinuado tímidamente, aunque con la condicionada firmeza de las fórmulas de la alta especulación. Es decir, que son muchos los sabios que están convencidos de eso, aunque muy pocos los que se atreven siquiera a sugerirlo. Como es sabido, los hombres de ciencia han sido siempre extremadamente conservadores en su manera de afrontar la realidad.
»Ese conservadurismo los ha llevado con frecuencia a situaciones ridículas; por ejemplo, a fines del siglo pasado, cuando la Academia de Ciencias de París declaraba (al oír el primer fonógrafo de Edison) que aquella máquina era una superchería y que había un hombre encerrado dentro. O cuando la misma Academia, una generación o dos antes, recomendó que las vías férreas se encerraran en túneles a lo largo de su trayecto, porque la vista de un tren moviéndose sin tracción animal haría perder la razón a los hombres. Nunca habría caído un calé en esos errores, porque ellos respetan la ley de la magia natural y creen en ella y en sus duendes.
»En esa misma época, la Academia de Medicina francesa declaró que el cuerpo humano es incapaz de tolerar una velocidad de veinticinco kilómetros por hora (cuando se ensayaban las primeras bicicletas). En fin, que los sabios, por su resistencia ante lo desconocido, han cometido tantos y tan ridículos errores como podemos cometer los legos con nuestra imaginación gratuita.
»Y en el riesgo de lo uno o de lo otro, al menos el uso de esta imaginación calé es un placer legítimo. Y tan noble que, sin otros elementos que esa imaginación, Demócrito descubrió los átomos siglos antes de la era cristiana; Pitágoras, la física nuclear, cuando dijo que todo el orden del universo se podía explicar por números. En el mundo de la psicología y de la sociología, las anticipaciones son todavía mayores. El Cantueso lo sabe muy bien, sin haber leído ningún gabigote —libro— y no habría caído nunca en esos errores.
»El hombre vencerá al tiempo, sin duda. El día que el hombre haya vencido la gravedad, el espacio y el tiempo, ¿no podremos decir que hemos conquistado el reino prometido por las religiones? Una parte de nuestra idea de lo absoluto habrá sido conquistada por nosotros, al menos. Es decir, habrá sido incorporada a los valores de nuestro mundo relativo tan rico ya en raras evidencias y en legítimas glorias. (Esta última es una idea de mi profesor, a cada cual lo suyo)».
Lo que escribió Nancy era de veras casi razonable, pero no tenía mucho que ver con la manera de leer bají en las estrellas. Cuando yo se lo dije, ella me respondió:
—Es que reservo eso para la conclusión, para el final.
Lo decía de un modo tan misterioso que me hizo gracia. Y añadió:
—Eso tiene relación con algo de lo que no hemos hablado todavía.
—¿De qué?
—Del mengue Baro. El rey de los mengues.
—¿Y eso qué es?
—El demonio. No tiene que ver con los duendes. No hay mengues propicios. Todos son contrarios. Así cuando alguien habla mal de otro y el que lo oye se ofende, suele decir: ¡malos mengues te piquen la muy!
—Entonces si los hay malos, ¿los hay buenos también?
—No, señor. Eso es una redundancia. Un sintagma redundante: malos mengues.
Se quedó callada, y como a veces me fatigaba con sus intuiciones, le aconsejé que hiciera otro viaje a la biblioteca y buscara el origen histórico (lo más histórico posible) del demonio. No de los mengues, sino del padre de todos. Del que en el cristianismo llaman Satanás y los persas llamaban Baalzebú, es decir, rey de las moscas.
Eso del rey de las moscas la dejó muy intrigada y comentó: «Eso parece calé. Tiene duende».
Fue, y pocos días después volvió con algo también interesante, aunque un poco desviado de la tesis. No tan desviado como el bají de las estrellas, pero también desenfocado. Claro es que en un tema como aquel no se podía exigir mucho a nadie. Dice Nancy:
»Buscando los orígenes históricos del diablo, creo haberlos hallado, porque he encontrado en una revista bastante frívola para los hombres de ciencia, y bastante vulgar como literatura, llamada Harper Magazine, un artículo especialmente interesante. Se trata de un ensayo de Eric Larrabie sobre un tema que hace tiempo apasiona al público culto de los Estados Unidos. Hace unos años, un autor yanqui de origen ruso, que se llama Velikowsky, publicó un libro que pronto se hizo popular, titulado “Worlds in colision” —o sea, mundos en pugna y choque—. Ese libro presentaba un aspecto de la historia de nuestro planeta realmente nuevo. Si el autor tenía razón, los sabios que se ocupan del origen de nuestro planeta y de sus peripecias estaban equivocados.
»Velikowski debe tener algo de gitano. Sólo así puedo explicarme algunas cosas, por ejemplo que tenga razón y se la hayan negado durante tanto tiempo».
(En estas palabras, yo creo advertir algo bastante frecuente en los escritores de tesis: que se identifican con el tema y se apasionan defendiendo a algo o a alguien, y además Nancy se contagia del frenesí gitano). Pero sigue Nancy:
«Como es natural, todos aquellos profesores e historiadores cuyos intereses aparecían comprometidos por el libro cerraron filas contra él. Mientras el libro se vendía y la gente lo leía con avidez, los profesores hacían el silencio, y si alguno hablaba lo hacía para relegar el libro y el autor al nivel incómodo de la irresponsabilidad. Y el libro tuvo varias ediciones; pero su autor, Mr. Velikowsky, quedó con la fama poco halagüeña de charlatán. (Origen probable de los charlatanes es la orden medieval de San Bernardo. Porque hablaban por bernardinas. Nota al pie).
»El tiempo ha ido pasando, y he aquí que un escritor de responsabilidad sale de pronto en defensa del libro —número de agosto de la revista “Harpers”— y del autor diciendo que “Worlds in Colision” tiene razón y que muchas de sus afirmaciones en el terreno de la astronomía y de la historia se han comprobado después en los observatorios y en las salas de física de las universidades. Ahí le duele, que diría el Cantueso.
»¿Qué era lo que decía Velikowsky? Sencillamente, que la mayor parte de los cambios geológicos del pasado del planeta en tiempos relativamente recientes, es decir, hace doce mil años, se debieron a un accidente cósmico: en el décimo milenio antes de Cristo un cometa más o menos errante chocó con la tierra y produjo terribles sucesos, algunos de los cuales registran los más viejos testimonios. Al parecer, fue entonces cuando se hundió la Atlántida famosa. Y cuando fue coronado en Mesopotamia el Rey de las Moscas, es decir, el Mengue Baro.
»Si eso es verdad habría que pensar que la separación de este continente americano de Europa se produjo entonces. Porque los geólogos más serios aceptan la posibilidad de que América estuviera unida a Europa, ya que los contornos del lado oriental coinciden casi exactamente con los contornos occidentales de Europa y de África.
»En ese caso, resultaría que los americanos aborígenes de todo el continente serían los famosos atlantes de los que habla Platón. Y lo que es más curioso: habrían sido iguales a los españoles aborígenes más antiguos. Si la conformación de su rostro y el color de su piel ha cambiado se debe a las mezclas con los pueblos europeos del norte.
»¿Pero qué tiene todo esto que ver con el diablo? Ah, esa es la cuestión. Para los gitanos el diablo es un agente que emplea el Undivé y a veces también otro dios menor, el Lacha (dios del erotismo honrado), para castigar a los hombres. No todos los gitanos piensan así, sino únicamente los más puros, y siempre se encuentran estos entre los más viejos. No hay que olvidar que puro y viejo quiere decir lo mismo en calé, y por eso no me extraña que entre los gitanos no exista el viejo verde.
»A mí me lo explicaron así, y de paso el gitano que lo decía me robó una pulsera que no valía gran cosa. Todavía no entiendo cómo fue aquello, y supongo que fue al despedirme y dejarme estrechar la mano y el antebrazo efusivamente. Porque los gitanos son muy efusivos cuando se trata de choricear.
»Lo del diablo lo explicaré luego, y será bastante convincente, porque es historia pura bien documentada y no charlatanería, como suele ser lo que la gente oye de los gitanos. (Aunque ellos no inventan nada, sino que repiten con un respeto sagrado lo que les dijeron sus antepasados, es decir, sus sagrados muertos).
»El cometa que chocó con la Tierra —de cuyo acontecimiento hablan viejos códices mexicanos, egipcios y la Biblia misma, además de las famosas y antiquísimas tabletas de Asurbanipal— anduvo merodeando dentro del sistema solar un poco enloquecido, hasta quedar fijado como ese planeta al que hemos dado después el nombre de Venus. Pero luego el nombre latino de Lucifer, de lo que viene la tradición del diablo. Venus es, pues, Lucifer. El famoso cometa que asoló el mundo apareció en tiempos del primer rey Tiphon de Egipto (más tarde hubo otro con el mismo nombre que ha sido adoptado para designar las grandes tormentas). Las crónicas de la época —en escritos jeroglíficos, ideogramas o signos cuneiformes— dicen que llovió fuego, y los gitanos lo saben y dicen que volverá a llover hacia el año 83 de este siglo, y yo lo creo, porque ellos adivinan por señales celestes —de las que luego hablaré— que no les fallan nunca. Pero además de llover fuego, pasaron otras cosas raras. Por ejemplo, el nacimiento, para ellos glorioso, del Rey de las Moscas. Por influencia del cometa al que me refiero y del cual habla extensamente Velikowsky, algunos insectos y otros animales aumentaron de tamaño, entre ellos las moscas. Y de ahí que a ese planeta se le llamara en Mesopotamia con el nombre de Baalzebuh, o sea, Belcebú, el rey de las moscas. Las moscas aumentaron de tamaño más que otros insectos, y al verlas tan favorecidas por la influencia del planeta, es natural que la gente las relacionara misteriosamente con él. Así tenemos, pues, a Belcebú, rey de las moscas, ángel rebelado contra Dios y arrojado a los abismos y autor de tremendos trastornos no sólo en la geología, sino entre los hombres, millones de los cuales perecieron. Como dice el Cantueso, aquel cometa zigzagueante fue el zurriago del finibusterre. (Nota al pie).
»Y de ahí que a Venus se le llame aún Lucifer, en latín.
»Algunas de las crónicas —ideogramas— escritas por los nahuatl mexicanos y por los egipcios dicen que el sol se detuvo en el cielo y hubo varios días seguidos sin noche. En el lado opuesto del planeta dicen que el sol desapareció y no volvió a amanecer hasta varios días después. Entonces se creó la leyenda mexicana del Tonatiu —el sol—, que había salido del cielo y bajado a la Tierra en la que andaba disfrazado como un hombre cualquiera. Todo eso corresponde a lo que dice Velikowsky sobre una Tierra inmovilizada varios días por el choque. Según el Cantueso, aquello fue un pasmo muy grandísimo, en el que hubo miles de personas que se murieron de pura jindama.
»La Biblia, recordando esos tiempos, habla de varios días, durante los cuales llovió fuego. Los “sabios” de ahora cuando leen una cosa como esa se encogen de hombros y dicen que son fantasías. Pero olvidan que en aquellos tiempos carecían de métodos de observación científica y de imprentas y de archivos y bibliotecas. Ellos referían todos los hechos al plano del misterio religioso. Así, pues, Belcebú llegaba y asolaba la Tierra haciendo llover fuego y aumentando el tamaño de las moscas. Pero la cola de los cometas es de carbono en su mayor parte, y el carbono en contacto con el oxígeno se inflama. Y el oxígeno estaba y está en nuestra atmósfera. Así, pues, pudo muy bien llover fuego, como volvería a suceder mañana si la cola de un cometa entrara en la atmósfera de la Tierra. Los paraguas ordinarios no servirán y habrá que construir otros de materia refractaria, demasiado pesados. Lo mejor será que cada cual construya a tiempo su cámara subterránea.
»Como digo, los sabios se encogían de hombros con el libro de Velikowsky. Pero ahora resulta que lo que dijo Velikowsky en su libro se está comprobando en muchos aspectos, concretamente en la naturaleza física de Venus, que ha podido ser observada por un satélite artificial enviado desde los Estados Unidos. Todas las cosas que Velikowsky dice sobre Venus se comprueban. Y ahora los sabios no tienen más remedio que alzar las orejas, ponerse las gafas y volver a leer el libro “Worlds in colision”. Los calés no se extrañan de nada de eso, aunque cada vez que me lo confirman me hurtan algo.
»Como el lector puede imaginar, ese libro dice muchas cosas más que no son de este lugar. Pero todos podemos detenernos a esperar algunos cambios importantes en la idea que hasta ahora hemos tenido de la historia geológica del mundo, así como de los orígenes de la historia de las religiones, especialmente en lo que concierne a la formación del lado negro de la tradición moral de las sociedades, concretamente a la idea del mal y del satanismo.
»Una vez más la ciencia académica habrá visto que no hay que mirar con desatención las cosas, aunque parezcan sin fundamento, cuando un buen escritor con imaginación trata de hacer algo tan serio como interpretar el mundo en que vivimos y un gitano lo aprueba. Porque lo que le reprochaban todos a Velikowsky era su imaginación. A los sabios les estorba la imaginación, según parece. Sin embargo, desde Einstein y Plank y la ley de indeterminación de los electrones, podrían comenzar a sospechar que la misma materia parece tener su imaginación y conducirse, por tanto, de un modo “anticientífico”. Atención, pues, a la imaginación y tratemos de darle la inmensa importancia que merece en la vida física, moral e intelectual de la humanidad.
»Alguien volverá a preguntar: ¿qué tiene que ver esto con los gitanos? Pues yo digo que todas las cosas del mundo son interdependientes y a mí me dijo el viejo que me robó la pulsera que todo el secreto del leer en las estrellas está en “aquella” —y me señalaba a Venus porque era al caer la tarde, y estaba sobre el horizonte—. Era ese el agente de la relación entre el Lacha y el Undivé y entre los dos y el hombre (otra vez el triángulo). Yo, la verdad, he ido de la sorpresa al asombro leyendo a Velikowsky y recordando algunas de las cosas que me dijeron los gitanos. Pero no es ese el triángulo definitivo, sino otro del que hablaré más tarde, en la conclusión.
»Parece que los gitanos de ese triángulo encuentran su manera misteriosa de hacer sus adivinaciones o de encontrar el chachipé (la chipén cuando se trata de las estrellas). Digo en el triángulo del que no he hablado todavía circunstanciadamente o por lo menudo.
»Ya digo que es mejor guardarlo para las conclusiones, al final. La explicación es del todo convincente y no me extraña que los calés supieran en el pasado leer el destino de Eugenia de Montijo.
»En todo caso, puedo adelantar que el triángulo algebraico (los gitanos no saben álgebra, claro) al que me refería —no el definitivo— está entre Undivé (el sol) Venus-Lucifer, y la pupila derecha ladeando la cara y la pupila izquierda, después, ladeándola al lado contrario. Los gitanos no saben álgebra, pero hacen su adivinación a su manera. Y, así, descubrieron al Gran Mengue, es decir, a Belcebú.
»Los tuertos no tienen más que una pupila y, claro está que no pueden adivinar. Por eso el mal de ojo, si se trata de dejarle a uno tuerto, es peor que la misma muerte, para ellos. Huyen dando alaridos si ven el peligro.
»Y al tuerto lo evitan porque da mal bajío. Y no sólo cuando se trata de personas, sino también de animales. Cuando salía a la plaza un toro tuerto o “reparado” —así dicen— del derecho, el torero gitano a quien llamaban el Gallo tiraba la capa y se arrojaba al callejón de cabeza. Si le preguntaban, decía:
»—Me hizo una señal extraña con el ojo sano cuando me vio. Y vi al duende bají.
»Otros tuertos emigran de Andalucía, donde esa superstición está difundida también entre los payos. Tal es su poder de irradiación».