V

Nancy se siente académica y dramática

Se comprende que Blacksen quisiera poner un poco de orden en las ideas de Nancy, pero la verdad es que vivimos un tiempo de confusionismos barrocos. Vemos en la calle por la espalda a un hombre y no sabemos si es hombre o mujer. A veces si van afeitados tampoco los podemos identificar de frente. Con las ideas, las convicciones, hasta las religiones sucede algo parecido: contrasentidos, contradicciones, absurdos. ¿Se quiere algo más inexplicable que la guerra en Irlanda entre dos ramas de una misma filosofía cristiana? En las artes, en las ciencias, pasa algo parecido.

¿Por qué no va a suceder en la cabecita de Nancy, la muchacha que fue a Andalucía a aprender la vida de los gitanos y a escribir una tesis filológica-lingüística-literaria?

Yo en mi vida privada soy víctima a veces de las cosas más inexplicables. Y trato de ponerme a tono. Vivo solo. Muchísimos años llevo viviendo solo y miro a mi alrededor dentro o fuera de mí, casi siempre con asombro.

El mundo moderno es confuso, sin duda. Uno de los inventos más diabólicos que padecemos es el de la televisión, gracias al cual pueden entrar en nuestra casa a cualquier hora del día y de la noche algunos individuos a quienes jamás les abriríamos la puerta por las buenas. Pero no es sólo eso. Luego los señores del canal emisor le llaman a uno por teléfono para saber si nos gusta o no y por qué.

Yo no tengo televisión. Cuando hay algún gran acontecimiento, como el de la llegada a la Luna de los astronautas, pido un aparato alquilado por teléfono. Me lo traen y vuelven a llevárselo un mes más tarde.

Usualmente, no tengo tiempo para perderlo viendo cómo una mujer bonita anuncia una marca de cerveza o un idiota ofrece trescientos dólares a otro si acierta con el nombre de la capital de Madagascar.

Pero las estaciones emisoras no pueden creer que yo no tenga televisión, y a veces me llaman a las once de la noche y me hacen extrañas preguntas, tratando de calibrar el interés de un programa con fines, una vez más, publicitarios. Eso me sucedió anoche mismo. Sonó el teléfono, lo tomé, y una delicada voz femenina me dijo:

—Perdone, señor. ¿Me permite preguntarle qué es lo que está haciendo en este momento?

—¿Yo?

—¿Qué canal está mirando?

—No estaba mirando canal alguno. Estaba persiguiendo una rata.

—¿Cómo dice?

—Una rata que se ha obstinado en vivir en mi casa.

—Pero…

—Cuando usted llamó se había escondido debajo de la cama. Y aquí me tiene usted con un bastón y una escoba tratando de hacerla salir. No es que trate de matarla, sino solamente de apresarla.

—Nunca he oído una cosa igual en quince años de televisión, señor. Y si no la mata, ¿para qué la persigue?

—Es que quiero hacerle una incisión en la médula a ver si la enseño a hablar.

—¿A hablar?

—Sí, como usted y como yo.

—¿Es usted un naturalista?

—No, un músico.

—¿Un compositor de música?

—No, ese es mi hijo. Se confunde usted porque tenemos el mismo nombre.

—Pues entonces, ¿qué instrumento toca usted?

—El rabel.

—Nunca he oído tal cosa.

—Pues cuando haya atrapado la rata, si quiere usted, puede venir y tocaré el rabel para usted.

—Gracias, señor. Por el nombre parece un instrumento judío, digo, el rabel.

—No. Árabe. Bueno, árabe marroquí. Una especie de violín que se sujeta con el pie derecho desnudo y se pone vertical sobre el suelo. Bueno, sobre una estera vegetal. Perdone usted, pero la rata ha salido y corre pegada al ángulo que forma el pavimento contra el muro. Usted sabe, las ratas difícilmente se atreven a caminar por el centro de la habitación.

—¿Por timidez?

—No, porque saben que la bota de un hombre las puede aplastar. Corriendo contra el muro saben que la bota dejará posiblemente un hueco entre la pared y el suelo, por cuyo hueco pueden escapar, salvando la vida.

—¿Y no piensa usted matarla?

—Ya le digo que no. Es amiga mía, pero se niega a que le haga la incisión en la médula. Es tan amiga que le he dado un nombre, y a veces cuando la llamo acude.

—¿Cómo se llama?

—Demetria. Le prometo que si aprende a hablar se lo comunicaré a ustedes para que la usen como anunciadora.

—Gracias, señor —dijo ella, asombrada.

Todo esto es absurdo, desde luego, pero ¿con qué derecho me interrumpe a mí esa señora cuando estoy leyendo algo importante, o simplemente tumbado a la bartola y mirando al cielo en mi terraza? ¿O bien acompañado de una generosa muchacha? ¿Qué derecho tiene una persona desconocida a entrar en mi casa por el tejado y a preguntarme lo que hago?

La vida entera de hoy es así. Y el profesor Blacksen, con todos sus derechos al decoro académico, no debe extrañarse demasiado de las faltas de congruencia en las notas de Nancy. En definitiva, su tesis no era sino un borrador. Confiaba Nancy en la ayuda de Blacksen y también en la mía.

A mí vino a visitarme con una introducción bastante bien concebida, que yo le retoqué y puse a punto. Naturalmente, se puede siempre preguntar a dónde va a parar Nancy con su tesis. Pues… bien. Ella, el profesor finlandés, el estudiante Laury, yo mismo, parecemos vivir en un aeropuerto muy complicado (tiendas, hoteles, peluquerías, bares), cuyos aviones no van a ninguna parte o al menos no se sabe a dónde van.

Tampoco nosotros, puros o impuros, vamos a parte alguna. Es verdad. Pero el permanecer aquí tiene su mérito, y si queremos hacer de ello una broma tiene que ser una broma bastante trascendente para que los otros, los que nos acompañan en el aeropuerto, no caigan en el caos y en la desesperación de lo insubstancial e inane.

La vida y la muerte son cosas que hay que merecer. Son cosas serias de las que depende todo, especialmente nuestro desdén de la vida y de la muerte cuando lo sentimos. Esto último no hay que olvidarlo, si queremos seguir en dos pies caminando hacia alguna parte. O hacia ninguna parte.

Cada cual se refleja en lo que escribe. Un hombre es alguien que come pan, bebe vino y dice la verdad. Al menos los hombres de mi región aragonesa, tan lejana.

Una mujer todos sabemos lo que es, pero no hay opiniones iguales. Ella misma se ignora en lo fundamental. La naturaleza le ha dado una función: amar y parir.

Pero Nancy odia la naturaleza, al menos en la segunda de sus pretensiones. Y quiere doctorarse.

Retocada la introducción de la tesis de Nancy, he aquí cómo queda:

«Los gitanos son una subcultura sin patria fija, pero más enraizada en unos países que en otros. En España son más conspicuos que en otras partes, y la autora se ha permitido ir a vivir entre ellos para llegar a establecer las coordenadas de una tesis doctoral.

»La autoridad indiscutida en materia de gitanos españoles es, como se sabe, el inglés protestante George Borrow.

»Es sorprendente el número de ediciones de los libros de Borrow sobre los gitanos, en inglés o en sus traducciones a diversos idiomas. Estaba muy lejos de suponer don Jorgito (así lo llamaban los gitanos) cuando escribía esos libros que enriquecía las letras inglesas con nuevas obras maestras. Así se los considera hoy. Don Jorgito el inglés murió en 1881.

»Borrow, a quien todos leemos de vez en cuando y siempre parece nuevo (que es lo mejor que puede decirse de un autor), sabía muchas cosas y ninguna de ellas la aprendió en las universidades. En primer lugar, sabía idiomas: español, alemán, danés, ruso, turco, francés, italiano, caló (gitano), entre los idiomas vivos, y sánscrito y latín entre los fenecidos noblemente. Era un filólogo a quien a veces rectifican los sabios de hoy, pero a quien acuden a veces en casos de duda. Así como hay santos naturales, él era un sabio natural.

»Este libro que estoy leyendo se titula en inglés The Zingali, es decir, Los Zíngaros, nombre que toman los gitanos en algunos países del oriente europeo, especialmente en Hungría. Aunque el libro se refiere a los de España, la verdad es que todos ellos (incluidos los gitanos ingleses) hablan un idioma común que ellos llaman romaní, con ligeras modificaciones, debidas a la influencia del país donde habitan.

»Siendo como son los gitanos un pueblo del todo antisocial en relación con nosotros, es decir, que nos odia y desprecia, nos roba y engaña, han sido perseguidos en casi todos los países. Los nazis mataron en sus cámaras de gas a medio millón de ellos, aproximadamente. Más de un gitano debió ir al suplicio con el reloj de su verdugo en el bolsillo. Genio y figura. Aunque no le sirviera sino para conocer la hora de su infortunio.

»Los gitanos no pueden sustraerse a su pasión por el hurto. Han nacido para eso y de eso viven.

»He decidido escribir mi tesis sobre los gitanos, porque además de ser siempre un tema actual y una subcultura frenética, los llamados hippies de ahora parecen imitarlos en las cosas más importantes. Por ejemplo, en su resistencia contra la identidad civil. Los gitanos aprendieron pronto que tener domicilio fijo era la más arriesgada de las aventuras. De ahí venía luego el pagar impuestos, el ir un día al ejército y a la guerra, el tener que trabajar regularmente para pagar la renta. Horrores indignos de un individuo que se estima.

»Así, pues, el hogar del gitano (y el taller y la escuela) es el camino, que es de todos y de nadie. Pablo Picasso solía decir cuando se encerraba en su estudio para trabajar: ”Al camino, gitano”.

»La policía ha usado todos los recursos con los gitanos: la persuasión, la coacción, ocasionalmente el terror. Todo inútil. Podría la policía decir al gitano que el camino no es de todos, sino sólo de aquellos que han contribuido a su construcción, ya que los caminos se hacen con el dinero de los impuestos. Pero el gitano roba también la parte del camino que usa. Como roba la gallina que se acerca al camino. O el caballo que pasta en las inmediaciones.

»Hoy siguen robando, pero como hay poco mercado para los caballos, roban automóviles. Lo mismo que ayer cambiaban el color de los caballos sin salir del camino, hoy cambian el de los automóviles, y si se tercia vuelven a vendérselos a su antiguo dueño. Los gitanos adaptan sus mañas a todo, incluso a la llamada civilización industrial.

»Desde los tiempos de Carlos V en España ha habido leyes estrictas contra los gitanos, pero no se han cumplido por la sencilla razón de que los procuradores de justicia no encontraban en ellos dinero ni cosa que lo valiera. Así es que su pobreza los defendía, como a los gangsters a veces los defiende su riqueza. Todo hay que considerarlo.

»Pero no es por pobres por lo que han sobrevivido los gitanos, sino más bien porque la tolerancia tácita de los buenos ciudadanos aflojaba su determinación de seguir siendo gitanos. Así, pues, una parte de ellos se han incorporado poco a poco a la población regular. Y es que la tolerancia inteligente es un arma de una gran eficacia si se sabe hacer uso de ella. Es el caso de Curro, un buen amigo, a quien conocí y sobre el cual se ha publicado un ameno libro haciendo uso de cartas mías escritas en Sevilla. En España se tiene simpatía por los gitanos. Los aldeanos encierran las gallinas cuando ven un romaní en las inmediaciones, los demás nos abrochamos en las ciudades, pero todos sonreímos cuando oímos que a un payo (palabra calé) lo ha choriceado (calé también) un gitano. Sobre las palabras “choro” (ladrón) y “choricear” se hallarán a lo largo de esta tesis explicaciones satisfactorias.

»La subcultura gitana ha permanecido en España más pura y deslindada que en otras partes, gracias al sentido esteticista del pueblo español, que sabe apreciar las danzas y cantos gitanos, aunque estos son anteriores a los gitanos mismos en la mayor parte de los casos, como se verá más adelante. Es decir, que existían en España antes de que ellos vinieran.

»La permanencia de esa cultura nos obliga a todos a estudiarla como parte de la aportación a las sociedades humanas modernas. En sus diferentes aspectos, especialmente en el mágico, que podríamos llamar también diabólico-brujeril, o bien salomónico-venusto. Bases todas del llamado duende.

»En esto último coinciden con otras subculturas, como a su debido tiempo se explicará.

»La tolerancia con los gitanos ha llegado a hacer nuestra relación con ellos no sólo tangencial (como era hace algún tiempo), sino también intersticial. Se usan en el castellano moderno centenares de palabras gitanas, lo que no va contra las academias, porque la mayor parte de esas palabras tienen nobles raíces sánscritas. Hay una literatura gitana (véase Lorca), un arte gitano (flamenco andaluz y cante hondo, de origen también hindú) y hay incluso un Nuevo Testamento gitano, traducido por el evangelizador Borrow, del que se imprimieron no más de quinientos ejemplares. Un ejemplar de esos vale hoy una fortuna. Leer las palabras del sermón de la montaña en el idioma de los ladrones de burros causa asombro incluso entre los que gustan de las excentricidades de los ingleses.

»Los gitanos conservaban esos ejemplares del Nuevo Testamento como objetos de magia, con misteriosas virtudes, pero les perdieron el respeto cuando vieron que no podían salvar de la ejecución a un gitano condenado por asesinato. El gitano fue ejecutado en Córdoba, y desde entonces esa ciudad es considerada por ellos maldita.

»Como decía al principio, los hippies han decidido negarse a pagar impuestos, ir al ejército, casarse por la Iglesia y, en muchos casos, trabajar. No se les puede acusar de ladrones. Casi todos tienen familia que les ayuda en último extremo, y los que no la tienen son ayudados por sus hermanos. La única diferencia visible consiste en que los hippies creen en la bondad y son una mezcla de franciscanos y de budistas merecedora de simpatía y de respeto. Sobre esto del budismo la autora de esta tesis cree haber hecho aportaciones originales.

»Yo creo que en el caso de los hippies —que en tantas cosas imitan a los gitanos— la tolerancia de las autoridades va a suavizar también sus resistencias, y tal vez un día a acabar con ellos “por las buenas”. Cuando un hippie ve que su manera escandalosa de conducirse no escandaliza a nadie (tal vez sólo a sí mismo, ante el espejo), debe desmoralizarse un poco como tal hippie. Además, son inconsecuentes y contradictorios. A veces vienen a verme amigos hippies. Cuando les reprocho su manera de vestirse y de vivir me dicen: “Queremos volver a la vida primitiva y simple”.

»—¿Han venido a pie desde San Francisco?

»—No, eso no. Debemos confesarlo —responden, pensando en los seiscientos kilómetros de distancia que han hecho en su buen automóvil.

»Y yo pienso en los gitanos que, más firmes en sus principios, caminan a pie o en burro y vivirán tal vez más que esta otra subcultura tan en boga en nuestros días, porque se mantienen mejor en su naturaleza esencial. Desprecian el ferrocarril y el avión, y si no el automóvil, es porque puede ser motivo de provecho, hurtándolo como en el siglo pasado hacían con los caballos.

»La autora evitará jugar con las palabras y dar lugar a ser considerada como algunos autores de tesis sobre temas híbridos autora-protagonista-ascética-sensual-estoica-ingenua, es decir, una especie de camaleóntida que cambia de color cuando cambia de medio.

»Con lo dicho y con la expresión de mi gratitud para los profesores que forman el comité que se han tomado la molestia de leer mi manuscrito y a veces retocarlo sin cambiar nada sustancial, creo haber hecho lo que me proponía en esta Introducción.

»Debo advertir que ocasionalmente me referiré a hechos ya conocidos por el libro que uno de esos profesores publicó haciendo uso de una colección de cartas mías con el título “La Tesis de Nancy”. Esos hechos son de una fidelidad comprobable, y aunque en su conjunto parecen tener una resonancia humorística, hay un doble fondo muy dramático, que trataré de exponer en esta tesis, basándome principalmente en la teoría del duende-furco. Quiero que esta tesis se aleje lo más posible de las frivolidades del libro “La tesis de Nancy”, al que me refería antes».