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Amboola despertó lentamente, mareado todavía a causa del exceso de vino de la pasada noche. Durante un momento confuso, fue incapaz de recordar dónde se encontraba. La luz de la luna que se colaba por entre los barrotes de la ventana iluminaba un lugar desconocido. Entonces recordó que estaba tendido en la celda del último piso de la prisión de la torre, donde la cólera de Tañada, hermana del rey de Kush, lo había confinado. No era una celda normal y corriente, porque ni siquiera Tañada habría osado llegar demasiado lejos a la hora de castigar al comandante de los lanceros negros que formaban la columna vertebral de los ejércitos de Kush. Había alfombras y tapices y sillones tapizados de seda, y jarras de vino. Entonces recordó que algo lo había despertado y se preguntó qué sería.
Su mirada vagó por la celda hasta el cuadrado de luz de luna y barrotes que era la ventana, y allí vio algo que lo desembriagó en parte y aclaró su borrosa mirada. Los barrotes estaban doblados y retorcidos hacia el exterior. Debía de haber sido el crujido que habían hecho al doblarse lo que lo había despertado. Pero ¿qué podía haberlos doblado? ¿Y dónde estaba el responsable? De repente, recuperó la sobriedad por completo y una sensación gélida empezó a ascender por su columna vertebral. Algo había entrado por aquella ventana, algo que estaba con él en la habitación.
Con un grito sordo, empezó a incorporarse, miró a su alrededor y la visión de una figura inmóvil como una escultura a la cabeza de su sillón lo dejó helado. Una mano fría estrujó el corazón de Amboola, que nunca había conocido el miedo. La silenciosa y grisácea forma no se movió ni pronunció palabra; permaneció allí, bajo la sombría luz de la luna, contrahecha, deforme, con un contorno que desafiaba los límites de la cordura. Aterrado e incrédulo, Amboola creyó distinguir una cabeza como de cerdo, de hocico chato, cubierta de un vello erizado…, solo que la criatura estaba erguida como un hombre y sus hirsutos brazos terminaban en unas manos rudimentarias…
Amboola chilló y se incorporó de un salto… y entonces la inmóvil criatura se movió con la velocidad paralizante de un monstruo de pesadilla. El negro entrevió la frenética imagen de unas fauces voraces y cubiertas de espuma, de grandes colmillos como cinceles que despedían destellos a la luz de la luna… Y entonces, los rayos cayeron sobre una forma negra tirada sobre la tapicería empapada del sillón, mientras otra, grisácea y tambaleante, se movía en silencio hacia la ventana cuyos rotos barrotes tendían los brazos hacia las estrellas.