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6 de febrero de 2036
Colombia
Las llamaradas iluminaban la negrura de la noche y lamían el inicio del bosque tropical, amenazando con desatar el horror entre los árboles. Rocío se desmayó justo después de quemar los troncos que sirvieron de base para la fogata. Su dominio del fuego era cada día más asombroso.
Un hombre fornido la llevó en brazos. Cada vez que Rocío utilizaba su fuerza interior para despertar las llamas, caía en la inconsciencia durante un par de días.
Inés se quedó mirando la obra de su tía con creciente malestar. Con un simple movimiento de cabeza, ordenó al otro guardaespaldas que apagara la hoguera y caminó en silencio hasta la casa que se ocultaba tras una arboleda. La última semana se había sorprendido pensando demasiado en sus hijos y su marido, como si cada vez que su tía la increpaba con aquel tono despótico que acostumbraba a utilizar últimamente despertara en ella la sensibilidad perdida con los años de subyugación a la causa.
—Lo ha conseguido —le explicó Inés a Domingo, quien la esperaba en el salón de la casa—. Ha logrado una potencia impresionante, con una sola descarga han prendido todos los troncos.
Domingo le indicó a Inés que tomara asiento a su lado. Fruncía el ceño en un rictus de preocupación, como si no acabara de decidirse a pronunciar las palabras que le quemaban en la garganta.
—Está muy cambiada —dijo al fin, sin ocultar su decepción—. A medida que domina sus poderes se vuelve más malvada, como si sus sentimientos se endurecieran.
Inés se sentó en uno de los sillones de piel negra que rodeaban una mesa baja de cristal. Se tapó la cara con ambas manos antes de atreverse a responder con sinceridad a la insinuación de Domingo.
—Creo que todo esto la está trastornando. —Empezó a retorcer las manos compulsivamente a la vez que su pie derecho repiqueteaba contra el suelo—. Y empiezo a preguntarme si no nos hemos equivocado de camino. ¿Tú crees que realmente debemos aniquilar a las razas que dominan la Tierra? —Suspiró—. Quizás estamos adoptando un papel que no nos corresponde.
El guardaespaldas encargado de Rocío entró un segundo para informar de que la señora descansaba en su habitación. Cuando se fue, un tenso silencio se instaló entre los dos.
—Emily. —Domingo le dirigió una mirada seria—. No puedes dudar ahora de todo por lo que hemos luchado. Tú conoces la historia de Eva y de sus hijas. Sabes que desciendes de Ruth, la primera portadora de la serpiente, y que nuestro cometido es necesario para cerrar un ciclo de ciclos que culmina con la colisión de Apophis contra la corteza terrestre. —Suavizó un poco su expresión—. Debemos acatar los designios del destino, jugar en nuestro bando y ser los primeros en llegar a la cueva. —Aspiró una bocanada de aire y la soltó lentamente por la boca—. Eva evitó el impacto del asteroide el pasado año sideral y eso ha permitido que nuestra raza dominara el planeta hasta llevarlo al límite de su capacidad. ¡Lo destruimos a pasos agigantados! Necesitamos un cambio, un nuevo devenir, crear una nueva etnia capaz de respetar el medio en el que vivimos. Por eso no hemos discriminado a ninguna raza a la hora de confeccionar las listas de los elegidos. Creemos en la igualdad de posibilidades.
Inés, o Emily, como la llamaba Domingo, interiorizó las palabras de aquel hombre que comerciaba con la vida de los demás al vender droga a destajo. Por primera vez en toda su vida se percató de la incongruencia de esas aseveraciones en boca de un narcotraficante.
Bajó los ojos al suelo fingiendo sumisión a la causa, como si Domingo la hubiera convencido, pero se permitió que una hebra de incertidumbre penetrara en sus pensamientos.
—Ahora deberías olvidarte de todas esas tonterías. —Domingo le dirigió una mirada seria—. Tenemos mucho trabajo por delante. En una semana iniciaremos la evacuación a los refugios y necesito que me ayudes a prepararlo todo.
Los músculos de Inés seguían rígidos. Era como si hubiera entrado en una contradicción interna. Deseaba acatar los argumentos del marido de su tía, abrazar la causa con la misma convicción de toda su vida. Pero había algo en su fuero interno que se interponía en sus deseos, algo llamado consciencia. Levantó los ojos lentamente, obligándose a adoptar una expresión que no la delatara.
—Tengo los listados en el ordenador, tal como me ordenó la tía —dijo con un tono de voz áspero—. En los refugios se está llevando a cabo el abastecimiento de alimentos sin ninguna interferencia. Se han almacenado unos doce millones de latas de conservas en cada uno de ellos y las grandes cámaras frigoríficas están llenas de carne y pescado. Los huertos funcionan perfectamente con las placas de luz artificial que simulan la irradiación solar.
Domingo asintió.
—¿Qué hay de los laboratorios, las salas habilitadas para el hospital, las camas, la ropa y los medicamentos?
—Está todo preparado —contestó ella.
—De acuerdo. —Domingo se levantó del sofá y caminó hacia la puerta—. Empieza a enviar invitaciones a la primera tanda de elegidos. Es importante que a partir del día 13 empiecen a llegar de manera escalonada y tranquila para que en un mes queden todos instalados. Necesitamos tantear los posibles conflictos de convivencia entre ellos para tomar las medidas oportunas. ¿Has supervisado la instalación de las microcámaras en todos los recintos?
Inés se limitó a asentir con la cabeza.
—¡Perfecto! —Domingo le dio la espalda—. Mientras tu tía permanezca inconsciente deberás informarme a mí.
Cuando el eco de sus pisadas se perdió en el pasillo, Inés se quedó quieta en el sillón, con la mente invadida por las connotaciones de lo que estaban haciendo, como si por primera vez en su vida se cuestionara la necesidad de ejercer ese poder en la humanidad.