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27 de noviembre de 2035

Estambul

La última semana transcurrió deprisa, con muchas novedades y días cargados de angustias. Gracias al desplazamiento que Ángela realizó a la época egipcia, consiguieron una base sólida para investigar el paradero de los cristales. Estudiaron a los egipcios, buscaron referencias a la dama Huy y reunieron información acerca de las sucesivas imágenes que Ángela recibió del periplo de los obeliscos que ocultaban los cristales.

El día anterior la astrofísica descubrió algo importante, algo que los llevó a plantearse la necesidad de ir a Turquía en busca de uno de los obeliscos. Ángela vio con exactitud el lugar donde estaba el receptáculo de dos cristales. Fue una visión repentina que la asaltó mientras se duchaba, un cúmulo de imágenes sin mucha correlación acompañadas por una voz susurrante de mujer que dictaba una localización: Estambul.

La situación de Mick impedía tomar muchas decisiones, pero la necesidad de reunir los rubíes los disuadió para viajar de incógnito hasta la ciudad turca, con nuevas identidades y disfraces que ocultaban el rostro de uno de los cantantes más famosos del momento que aparecía en las portadas de las mejores revistas. ¡Nada debía advertir a Ingrid de que se movían! Era importante que la asesina pensara que seguían junto a Mick en Barcelona.

El hotel dejaba mucho que desear: habitaciones pequeñas, mal decorado, mal servicio y unas sábanas que apenas los cubrían por la noche, pero era el mejor lugar para pasar desapercibidos. Todas las precauciones resultaban pocas a la hora de moverse por Estambul.

George no podía dormir. No paraba de dar vueltas en aquella cama pequeña y angosta donde Ángela concilió un sueño largo y reparador. Se levantó en silencio para no perturbarla y se dirigió al baño.

Bajo un potente chorro de agua hirviendo intentó ordenar sus ideas y sentimientos. En realidad, estaba viviendo un calvario. No era capaz de renegar del todo de sus orígenes; no dejaba de preguntarse dónde estaba su madre y si tenía algo que ver en el comportamiento de Ingrid. ¿Realmente era tan mala? Tampoco lograba aceptar la implicación de su hermana en ese descalabro. Dolly, o Ingrid, o comoquiera que se llamara ahora, era una chica sensata, su hermana; ¿cómo podía destrozar la vida de su sobrino sin mostrar remordimiento?

Apagó el agua y abrió la mampara de cristal. El vaho impregnaba cada pequeño rincón del baño. Alcanzó la toalla a tientas. La noche anterior había protagonizado un episodio tan extraño que no podía compartirlo con Ángela sin ahondar en sus implicaciones. Fue en el avión, a eso de las diez, justo cuando sobrevolaban Montenegro. Estaba sentado tranquilamente en su asiento de clase turista, con los ojos fijos en el exterior de la ventanilla, elucubrando sobre la trama que los embargaba, cuando escuchó la llamada.

Fue una voz suave y rítmica la que le pedía que pensara en su madre y en su hermana como si fueran parte de un todo: tres almas unidas por un bien mayor. Un sopor extraño se apoderó de sus sentidos cuando la voz inició los salmos. En ese instante vio con claridad una serpiente surcando el cielo, justo al lado de la ventanilla. La víbora se acercó a él, traspasó el cristal y lo enredó con su cuerpo viscoso para llevárselo con ella al firmamento. Allí lo unió a su madre y a su hermana. Los cánticos se elevaron, los tres sintieron una descarga en su interior que los dejó sin voluntad. Sus pensamientos se convirtieron en uno solo y maligno, en un humo negro que se precipitó hacia la Tierra para alcanzar a su víctima.

George se sentó en la taza del váter con una sensación de irrealidad enganchada a la piel. No podía negar la existencia de sucesos paranormales, Ángela era capaz de desdoblar el tiempo, incluso viajaba a otras épocas con la mente para descubrir la historia de los cristales. Pero lo suyo se parecía más al producto de una pesadilla que a la realidad. ¿O no?

Las preguntas que lo atormentaban de verdad, las que se había negado a hacerse desde el suceso, las que lo condenaban al exilio del remordimiento, lo acosaban: ¿Podría escapar al destino? ¿Podría olvidarse de sus orígenes sin sufrir las consecuencias?

Regresó a la habitación completamente desnudo, se sentó en la cama y contempló a la mujer a la que amaba. Ángela dormía profundamente recostada en el lado izquierdo en posición fetal. Sus respiraciones rítmicas sonaban como un canto celestial que aguijoneaba la consciencia de George.

Negó con la cabeza y se rindió al llanto silencioso que lo quemaba por dentro. No podía abandonarla, pero tampoco podía negar la conexión con su madre y su hermana, que lo inclinaba al mal. ¿Cómo conseguiría aniquilar esa conexión?

El secreto de los cristales
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