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5 de diciembre de 2035
Una isla en el Océano Pacífico
George no paraba de darle vueltas a la situación. Sabía que su naturaleza le empujaba hacia el otro bando, junto a su madre y su hermana, pero el corazón le pertenecía a Ángela por entero. Se sentía desorientado. Era como si se hubiera partido en dos mitades que se enfrentaban entre ellas sin dejar espacio a la tranquilidad.
Recordaba con claridad la noche en la que Ángela y Mick se escabulleron del hotel de Estambul. Él estaba profundamente dormido cuando sintió el aliento de la serpiente cerca de su cuello. Se despertó de repente, con todos sus sentidos alerta, y siguió a Ángela y a Mick a través de la noche como si fuera una sombra acechando a sus presas. En todo momento fue consciente de la cercanía de la serpiente, era como una energía que lo envolvía y le dictaba los pasos a dar.
Las palabras de Ángela le helaron la sangre. Ella conocía su oscuro secreto. La reacción de su hijo le hizo desestabilizarse emocionalmente. El chico era fuerte y noble, sangre de su sangre, y no podía consentir que sufriera por su culpa.
Durante unos minutos se dejó arrastrar por la culpa; fue en esos instantes en los que decidió enfrentarse a la serpiente por primera vez. Levantó la cabeza hacia el universo y barrió con la mirada el cielo plagado de estrellas parpadeantes que escondían un lenguaje ancestral. «¡Déjame en paz!». Gritó con decisión.
—Tenemos que hablar. —La voz de Ángela lo arrancó de sus recuerdos.
Ella acabó de entrar en la habitación y cerró la puerta. Su semblante denotaba una angustia demasiado profunda como para ignorarla con palabras huecas. George la miró con el alma, dejando que sus sentimientos afloraran mientras reconducía los sentimientos que le habían invadido. El corazón se reveló como una bomba de relojería que disparaba el triple de sangre a todos los sistemas. Las glándulas sudoríficas exudaron la ansiedad de afrontar la verdad ante Ángela, pero estaba decidido, no iba a mentir ni un minuto más. Deseaba luchar contra su naturaleza y ganar la batalla.
—Estoy dispuesto a explicártelo todo. —Se sentó en la cama y le dedicó una mirada profunda a su amada—. Te quiero, Ángela, y no voy a permitir que nadie te haga daño.
Ángela se adelantó hasta el escritorio que descansaba bajo la pecera oceánica. Las criaturas marinas fueron testigos sordos de la tristeza que la embargaba mientras tomaba asiento en la silla.
—Estamos en medio de algo demasiado importante para relativizar la verdad con sentimentalismos inútiles. —Jugueteó con una cadena de oro que llevaba colgada del cuello—. Llevo toda mi vida ignorando los dones que me otorgó la naturaleza. Yo no los pedí, y sin embargo son parte de mí. —Suspiró—. Me equivoqué, George, nadie puede oponerse a lo que es. Nadie.
George se levantó de un salto y se arrodilló frente a ella.
—Si tú me ayudas, lograré vencer esa naturaleza. —Apoyó la cabeza en sus rodillas—. Os quiero a Mick y a ti. Lo que pasó en el avión fue involuntario, yo no quiero ser parte del otro bando, quiero estar a vuestro lado, protegeros, ser parte de vuestra vida.
Permanecieron unos instantes en silencio. El momento de tomar una decisión se acercaba. Ángela no se engañaba al pensar que él la traicionaría tarde o temprano. Podía presentir con absoluta claridad que George deseaba librarse de su condición, pero que la fuerza de Apophis era demasiado intensa como para vencerla con facilidad. Sin embargo, sabía que necesitaba tenerlo a su lado, porque su vida ya era demasiado solitaria y dolorosa como para renunciar a su amor.
—Me predispusieron a odiarte desde pequeño. —George empezó a hablar sin previo aviso—. Mamá estaba convencida de que tú eras la única capaz de oponer resistencia a sus planes. Intentó deshacerse de ti en varias ocasiones, incluso desde la cárcel, pero nunca conseguía su objetivo. Con el paso de los años, se convenció de que eras demasiado importante para desaparecer. Quizás eras la única con la capacidad de descubrir la ubicación de los cristales y los puntos de energía para desviar la trayectoria de Apophis.
—Me dijiste que no sabías quién era yo cuando nos enamoramos.
—Y no lo sabía. —George volvió a sentarse al filo de la cama—. Era mi hermana Dolly, conocida por ti como Ingrid, la que conocía todos los planes maquiavélicos de mamá y luego me los contaba. Mamá la utilizaba para realizar misiones y ella siempre se arrepentía. ¡No entiendo cómo una madre puede ser tan malvada! —Se secó una lágrima—. Yo solo conocía tu nombre y tu apodo: Anglomois. Mamá me contó tu historia, tus poderes, tus maldades contra la humanidad cuando eras pequeña, pero omitió que fue tu padre quien te obligó a desatar las hecatombes. Durante años crecí con la convicción de que eras una mala persona. Hasta que te conocí. ¿No te has parado a pensar que quizás nuestro encuentro no fue casual? Tu madre y mi padre estaban predestinados a convertirse en pareja. ¿Y si también es nuestro sino? Piénsalo, quizás debemos vencer mi naturaleza unidos.
Ángela se sentó al lado de George, temerariamente. Su cabeza la advertía de que debía alejarse de él, pero su amor era tan intenso que no podía desbancarlo sin más.
—¿Por qué quieren ayudar a Apophis a impactar contra la Tierra? No tiene sentido, moriremos todos, incluso tu madre.
—¿Recuerdas la historia que nos contaste sobre Eva y sus dos hijas?
—Ruth y María. La serpiente y el rombo.
—Eran hermanas gemelas, como Dolly y yo. Ellas iniciaron dos estirpes enfrentadas por decisión de Eva. Ruth se escapó con los cristales, pero le costó mucho tomar la decisión de oponerse a su hermana. Crecieron juntas y se querían. Fueron los descendientes de Ruth los que entendieron mal el mensaje y distorsionaron sus palabras. Mi madre está convencida de que la persona que lleve a Apophis a la Tierra se salvará. Habla siempre de la salvación eterna, de la perduración del alma en la nueva raza raíz que domine el planeta en el futuro.
La mente de Ángela empezó a funcionar a toda velocidad. Las connotaciones de las palabras de George se ramificaban en varios sentidos. Por un lado, no podía obviar la analogía de los hermanos gemelos. Por otro, no llegaba a explicarse cuál era el propósito de la salvación eterna y qué ganaba Nicole con ello. Al fin y al cabo, ella iba a morir.
—Sé lo que piensas. —George la abrazó—. Los hijos de Ruth entendieron que la supremacía en este planeta solo está concedida por un tiempo definido. Eva ya desvió el primer asteroide que venía a erradicarnos, pero ese fue un gesto noble, porque los humanos debían alcanzar la plenitud antes de desaparecer. En 2036, justo cuando finalice otro año sideral, las cosas serán distintas. Los humanos hemos evolucionado hasta cotas insospechadas y habrá llegado la hora de extinguirnos para dejar paso a nuevas formas de vida. Y, si madre está en lo cierto, el que esté en la cueva conservará su alma y sus recuerdos y se reencarnará en el primer ser vivo de esa nueva raza.
—¡No puedes creer en estas chorradas! —Ángela se alarmó—. Es una locura querer acabar con la humanidad. ¡No somos dioses!