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13 de abril de 23854 a.C.
La cueva de los cristales
Ángela flotaba en un agujero negro que la llevaba atrás en el tiempo. Irrumpió en la coraza de una muchacha llamada Eva, la primera visionaria del ciclo que se cerraba. En el momento de eclosionar ambas personalidades, las dos descubrieron un resplandor en el centro de la laguna donde la serpiente restaba dibujada para atestiguar su presencia.
La luz se colaba por los agujeros abiertos en el techo de piedra e iluminaba los rubíes que brillaban al son de los salmos. Eva se despedía de este mundo con sus dos hijas al lado: dos chicas nacidas en un único parto, físicamente idénticas, pero con personalidades opuestas. Ella sabía que representaban dos bandos enfrentados que lucharían entre sí hasta el fin de los tiempos. También sabía que su deber no era el de decantar la balanza.
Caminó despacio por el agua hasta llegar al centro del rombo. Alzó las manos al techo sin dejar de canturrear en aquel extraño idioma bisílabo, un idioma que aprendió a amar, que domaba la naturaleza y que desataba los poderes ancestrales destinados a su estirpe. Bajó la mirada un segundo hacia sus hijas: María y Ruth esperaban intranquilas en un recodo, con el miedo oprimiéndoles el estómago. Sabían que ese instante marcaría un principio que las dividiría para siempre.
Un rayo rojizo unió a los cristales formando un rombo perfecto que se recortó en la penumbra. Eva bajó los brazos hacia sus hijas, de ellos se escapaban chispas de una energía que se tornó un flujo carmesí. Cuando el rayo alcanzó a las gemelas, las obligó a retroceder hasta la pared. En ese instante el tiempo volvió a detenerse, como si un halo mágico envolviera el universo para dejarlo inmóvil y todo el ahora quedara inmerso en aquella cueva.
La serpiente salió de su escondrijo adoptando una forma tridimensional. El rombo formado por los rubíes se elevó en el aire con su poderosa luz púrpura que brillaba como si los cristales fueran de fuego. Las gemelas observaban la escena con el terror recorriendo sus venas, con el oscuro presagio de que sus vidas tomarían direcciones enfrentadas desde ese instante.
Los símbolos de dos extremos opuestos que dominaban el universo se internaron en el flujo que Eva lanzaba a través de sus manos. Ruth recibió la serpiente en forma de tatuaje en el lugar exacto donde acaba la espalda. María lució un rombo como marca en el mismo lugar.
Cuando la inmovilidad del tiempo se disolvió, Eva se desplomó al pie de la laguna.
Ruth y María se acercaron a su madre con una pena insondable como compañera. Sabían que la enfermedad que llevaba más de un año anidando en su cuerpo acababa de desatarse como un arma mortal.
- Os acabo de otorgar los dones que os pertenecen —susurró Eva, nadando en la inconsciencia—. Ha llegado el momento de separar vuestros caminos y llevar a cabo la misión encomendada a cada una. Representáis dos fuerzas enfrentadas, vuestro deber es asentar las bases para el inicio del ciclo, transmitir el legado de la estirpe a sangre de vuestra sangre y dejar que el libre albedrío decida la forma de cerrar el ciclo de ciclos.
Los ojos de Eva brillaron un instante antes de cerrarse para siempre. Las gemelas se rindieron a las lágrimas al saberse huérfanas.